En visitas rápidas que hice a mi amigo el cura Abel, me insistía en que tenía que ir la semana de fiestas. Me decía son bonitas, hay desfiles, toros en la calle, fiestas y bailes nocturnos y más cosas. Y me dijo algo curioso, que le ayudaría en algunas cosas religiosos, justo yo que de eso nada entiendo. Pero cuando hablé con Feli ella se entusiasmó y me dijo que fuéramos.
Cuando llegamos fuimos primero al convento de las monjas para que acomodaran a Feli. Las monjas le hacían alabanzas, que sus familiares, que si esto, que lo otro, que me da vergüenza las cosas que decían las mujeres de mí. Pues que yo me ataje una mochila llena de jean para todas las ocasiones, pero para conducir el coche llevaba cortos, rotos a más no poder y qué sabía yo de monjas. Una dijo «y tan jovencito y ya conduce coche…» Todo era porque me miraban las piernas recién afeitadas de la mañana. Abel nos presentó formalmente familiares, Feli era su prima hermana y yo un sobrino suyo, así fue como pasamos ante las monjitas del convento que se portaron muy bien con Feli, ella estaba feliz. Por mi parte yo andaba a todas partes con Abel, excepto al baile de la discoteca. Abel me había conseguido unos pases para que me distrajera. Este es el resumen. Ahora os describiré los días, lo que hicimos y cómo son las fiestas.
Dejamos a Feli en el convento y quedé con ella que pasaría a recogerla más tarde, me dijo que no, que estaba cansada, que no saldría y estaría con las hermanas. Abel y yo fuimos a su casa. Mientras íbamos caminando hacia el coche que estaba delante de la casa aparcado, vamos hablando:
— Esta noche hay un pasacalle con bandas de música y todo el que quiere va delante de la música.
— ¿Vas a ir?
— Tengo que ir, yo voy con el alcalde y los concejales al final de la gente y detrás ya va la banda del pueblo, la otra banda va al comienzo.
— Y yo ¿qué hago?, —pregunté.
— ¿Tú?, lo mismo que yo, vienes conmigo y con todo el ayuntamiento, te presento al alcalde que después vamos a cenar todos juntos y tú conmigo.
— Entonces he de duchar bien y vestirme algo mejor que ahora.
— Pues sí.
Llegamos al coche, sacamos mis dos mochilas y las subimos a casa. Entramos a la habitación que había dispuesto para mí y se me echo encima. Me besó y le correspondí. Ahí mismo nos íbamos desnudando poco a poco uno al otro. Le saqué la camisa muy despacio, casi sin que lo notara. Abel me la sacó a mí. Yo metí mano detrás de su pantalón y me lo arrimé todo lo que pude para que nuestras pollas se encontraran y la tenía muy dura ya. Por mi parte yo estaba que no podía más.
Abrí su cinturón abrí el botón y la cremallera, dejando caer el pantalón a sus pies. Luego le acaricié la polla. Noté que me estaba esperando con ansia porque se me puso como una pistola, marcando el frente y a punto de disparar. Me bajó también mi short y mi polla saltó sobre su polla y se juntaron las dos vibrando como nerviosas. Estaban duras, con ganas, ambas tenían sus capullos amoratados y rezumado líquido preseminal goteando y suspendido de un hilillo que formaba el transparentemente nítido presemen. Le pedí que me follara…
— «No quieres mamarla un rato?
— No creo que sea necesario, la tienes muy dura, si te la chupo igual te corres enseguida, mejor me la metes y te vienes en mí, ya a la noche veremos, ¿no?
— Ah, claro, tu quieres ahora un polvo de bienvenido y a la noche una follada en serio, ¿sí?
— Eso es, porque luego me has de explicar en qué te ayuda y todo eso…
— No tienes que ayudar en nada, quiero que acompañes a la misa a Feli, la ayuda que vas a prestarme está en mi habitación y en mi cama.
— Ah, vale, no hay problema, después de acompañar a mi tía me voy a follar con mi tío, menudo sobrino estoy hecho… —dije jocosamente.
— Supongo que a Feli la estás respetando…
— Oye, tú, —salté de inmediato— no me confundas con un puto cabrón; me ofendes si piensas que yo…, ella es mi amiga, la mejor amiga que tengo…
— No, no, yo no pienso nada, solo quería asegurarme, lo demás queda entre nosotros.
— Vamos a ver, aclarémonos, ¿tú que tienes con Feli?
— Vale, te cuento… La mamá de Feli y mi mamá eran primas lejanas y Feli, siendo poco mayor que yo, fue mi novia, me dejó porque me gustaban los chicos y me fui al Seminario. Ella me dijo de ser monja, pero al ser hija única sus padres no la dejaron. Ella quería ingresar a estas monjas, por eso las conoce a todas…
— ¿Fue tu novia y la dejaste escapar…? — le dije mientras Abel seguía pensativo.
— No quiso ya saber de ser novios…, se cerró en banda…, tuve la oportunidad de ir al Seminario y mira en qué me he convertido…
— ¡Puta!, ¡puta!, ¡puta!, ¡joder, joder! ¿Y qué papel pinto yo aquí?
Abel guardaba silencio y estábamos ambos desnudos y abrazados uno al otro. Abel estaba con la cabeza en mi hombro, gimiendo y llorando, yo totalmente confundido, a punto de follarme al ex novio de mi amiga. Estaba preocupado pensando que lo mío era un delito. ¿Y si Feli se entera de que me follo a su primo y ex novio…? ¿Qué pensaría de mí…?
— Abel, Abel, Abel… ¿qué hacemos?
— Todo es mi culpa, porque me gustas…
— También tú me gustas, pero lo que no quiero es traicionar a Feli…
— ¿De qué traición hablas, Javi?
— Por mi culpa, porque… ¿tú te sabías gay cuando salías con Feli?
— Sí, pero nunca hemos hecho nada ni nos hemos acostado.
— Entonces…, déjame reflexionar, Abel, yo nada tengo que ver con aquello, ella no quería tener nada contigo… —Abel iba a emitiendo con sus gestos mis afirmaciones— si yo no soy culpable de nada, ¿a qué viene tantas mierdas con todo esto? Estoy hecho un lío…
— Atiende bien, Javi, ¿sabe Feli que tú y yo nos acostamos y follamos?
— No lo sé, nunca le dije nada, —contesté afligido.
— Pero si tú no tienes nada con Feli, ¿qué tiene que ver Feli si tú y yo follamos?
— No entiendes nada, ¡mierda!, claro si tú eres ateo, ¿qué vas a entender?
— Pero, ¿qué pasa, Abel? ¡Me tienes confundido!
— No pasa nada, a quien le pasa es a mí…
— ¿El qué?
— Sabes que yo soy cura…
— Si, ¿y qué?
— Que los curas no nos casamos…
— ¿Por qué?
— Nos comprometemos a no casarnos para dedicarnos totalmente a las cosas de la Iglesia.
— Ah, bueno, ¿y tú te has casado? ¿Es eso lo que pasa?
— Los curas no tenemos relaciones sexuales con nadie…
Me reí de la estupidez que me estaba diciendo porque él es cura y las habíamos tenido muchas veces, no era de plástico era de verdad, me gustaba mucho y yo estaba coladito por él.
— Creo que no entiendes nada.
— ¿Qué hay que entender?
— ¡¡¡Que yo soy el que me estoy portando mal y no quiero que se entere Feli!!! me dijo gritando.
Tras un breve silencio, me dijo suavemente:
— Pues eso, me rindo contigo, no puedo explicarte más, solo quiero que Feli no sepa nada de lo nuestro.
Guardé silencio, me senté en el suelo, mi erección había desaparecido sin darme cuenta. Miré a Abel y le pasaba lo mismo que a mí. Se agachó, me tomó de la mano, me puso la cabeza en su pecho y me besó sin parar. Me llevó a la ducha, nos lavamos uno al otro y después de un rato pudimos masturbarnos uno al otro y dejamos bajo el agua nosotros espermas para que el agua se las llevara a los desagües.
Por momentos hubo cierto malestar y mucho silencio, mientras nos vestíamos y me dijo que nos fuéramos que pronto iba a comenzar la fiesta. Me besó y me dijo que iba muy bien con mis jeans normales y la camiseta discreta que me había puesto. Me besaba diciendo:
— Ahora en el desfile y durante la cena no debemos tener mucho contacto tú y yo, yo estaré con el alcalde y te presentaré a los concejales más jóvenes y vas con ellos, pero solo eres mi sobrino y no hablas a nadie de lo nuestro, que no está bien visto que el cura tenga novio o amante.
— ¿Yo que soy de ti, novio o amante?
— Más que novio y mejor que amante, para mí eres parte de mi vida, pero no la podemos mostrar a nadie, es solo cosa nuestra.
— No necesito a los demás, Abel; es a ti a quien quiero y necesito.
Salimos a la calle que llena estaba de gente y todo el mundo saludaba. De vez en cuando alguien saludaba a Abel y se veía obligado a presentarme. De repente un grupo de chicos jóvenes vinieron a saludarlo muy amigablemente, eran de mi edad y algunos más jóvenes, hablaron y me miraban, entonces me presentó y me dijeron que me fuera con ellos. Uno de ellos me dijo:
— Deja a tu tío con los viejos del ayuntamiento, vente con nosotros, desfilaremos hasta la plaza y vienes a cenar con nosotros.
Miré a Abel y le pareció bien. Tengo que decir que me lo pasé fabulosamente bien. Salimos detrás y muy cerca de la primera banda. Íbamos dando saltos, agarrados de los hombros y todo lleno de gente. Al llegar a la plaza nos quedamos hasta que pasaran las autoridades, unos aplaudían, otros silbaban, pocos decían cosas inconvenientes contra ellos y uno de la gente dijo: «Mira el puto cura junto al maricón del alcalde, ¡sinvergüenzas!». Me puse serio y le iba a contestar y uno de los chicos me agarró de los brazos y me dijo:
— No hagas caso, está borracho. Tu tío es el mejor cura que hemos tenido en años y lo quiere todo el mundo.
Me quedé desorientado, pero había tanta fiesta que pronto se desvanecieron todos mis disgustos y sinsabores. Pero fue gracioso que los chicos tenían la cena en el patio del convento. Salieron a abrirnos y al reconocerme y verme tan bien vestido me elogiaban. Pronto vino Feli y al vernos, no sé por qué sentí ganas de abrazarla y besarla. Al parecer ella también sintió ganas y se puso en sintonía. Cuando regresé a donde estaban los chicos, tenía un asiento reservado para mí y me preguntó el que me había convencido para ir con ellos:
— Esa mujer que va en silla de ruedas ha hablado con nosotros esta tarde cuando estuvimos para preparar esto y nos habló de ti, por eso hemos ido a rescatarte.
— Gracias, pues.
— Ella es tu tía, ¿no?
— Es pariente lejana de Abel, pero es mi vecina y yo le ayudo para que pasee.
— Qué bueno, es que nos ha dicho que eres músico.
— Estudio violín.
— También dice que eres bailarín…
— Ja, ja, ja, no, estudio danza y violín. Lo que me gusta es el violín, pero la danza me ayuda mucho a adquirir unos conceptos de ritmo que van bien para todo. Para ser un profesional de danza hay que comenzar muy joven, de niño, yo no lo hice, por eso es como una actividad más, lo que quiero es ser violinista.
— Ahhh…
Seguimos hablando más de música, de violín, de cómo eran mis clases y todo eso, con lo que me alegré de no meterme en enredos, porque ya se sabe que es difícil salir de ellos. La velada fue muy agradable. De allí nos pasamos a los cohetes. Cuando le fui a dar las buenas noches a Feli, las otras monjas me decían que era peligroso, que fuera con cuidado porque a los forasteros les tiraban muchos cohetes. En eso que llegó Abel y me dijo que se venía con nosotros, se había puesto un pantalón vaquero recto y una camisa. Un chico le dio una camiseta diciendo que los faldones de las camisas atraen a los cohetes. Me hacía mucha gracia la que se traían con todos los miedos y precauciones, pero todos querían ir.
Me lo habían pintado muy salvaje, luego me dijo Abel que solía ser así antiguamente, pero que ahora se acota el lugar y la gente es más respetuosa. Así me pareció, fue divertida, porque hay que darse alguna carrera si entras al recinto y me enseñaron a coger los cohetes del suelo y a contar las carreras o salidas, para que no explote en las manos. También me dijeron que no esperara a tirarlo donde hay gente en la última salida, sino antes. No hubo accidentes y todos salíamos de allí felices, sin quemaduras y muy sudados.
Nos despedimos de todos y Abel me quiso llevar a tomar algo a un bar que sabía estaba abierto. Se unieron dos chicos más que no recuerdo cómo se llaman, pero habían estado en la cena y querían conversar conmigo. Me preguntaron si había traído el violín, les dije que mi violín era como parte de mi corazón y nunca lo dejaba tranquilo y que por eso lo llevaba siempre conmigo. Entonces me preguntaron si al tercer día podría tocar el violín en una velada artística que tenía para los padres de los niños de la parroquia, para familiares y benefactores. Abel les iba a decir que no, pero yo les pregunté:
— ¿Actúan otros también o solo tendría que actuar yo?
— Tenemos varios sketch y canciones, los niños cantarán unas canciones y algunos de nosotros mayores a guitarra, pero el violín sería una buena pegada que sorprendería a nuestros amigos del pueblo vecino.
Entonces les dije que sí, explicando:
— Normalmente no podemos hacerlo sin permiso, pero ahora estamos de vacaciones y a veces tenemos este tipo de compromisos, mientras no sea yo el único que actúa, no cobre y avise que soy solo un estudiante, no hay problema.
Se pusieron felices. Abel quiso pagar las consumiciones pero los chicos no lo permitieron. Yendo a casa, Abel me explicó que en la comarca hay diversos grupos parroquiales que compiten a ver quien presenta mejor espectáculo y los grupos se llevan bien y van de un pueblo a otro, por eso estaban felices porque ya no iban a presentar lo de siempre. Abel estaba nervioso porque me habían comprometido. Le dije:
— No te preocupes, Abel, tengo repertorio de canciones y conciertos para violín para estar unas dos horas o más, voy a preparar algo corto y agradable y haremos dedicatorias, una para Feli y otras para quien tú me digas, personas a las que haya que agradecer.
Llegamos a casa, estábamos cansados y habíamos sudado mucho. Nos metimos a la ducha, nos duchamos juntos y nos abrazamos para quitar preocupaciones; nos secamos hablando de cosas insulsas. Luego nos metimos a la cama desnudos como ya había sido habitual en otras veces. E hicimos el amor.
No pude aguantarme. Nos acostamos de espalda uno al otro como si no quisiéramos molestarnos y dormir para pasar el cansancio, pero la ducha me había relajado y me encontraba despierto. Hacía calor y me di la vuelta y me uní a Abel que estaba acostado de lado y en posición fetal. Me pegué a él de modo que mi polla encajaba en la raja de su culo. Pasé el brazo por su cintura para tocar su polla y saber de su erección, estaba a tope. Se dio media vuelta y puso su cara frente a la mía, enderezamos el cuerpo para abrazarnos de modo que nos quedamos con nuestros pechos juntos y las pollas de ambos abrazadas para sentir su calor, cruzamos nuestras piernas tocando la parte baja del cuerpo, es decir, con el muslo tocando y masajeando el perineo.
— Necesitas desahogarte, te noto angustiado, Abel.
— No es eso, es que te he implicado en mi vida y no tengo gran cosa que ofrecerte.
— No necesito nada más que tu amor, Abel, si buscara otra cosa, lo haría, en ti he hallado el amor que necesito.
— Pero es que yo…
— Lo he entendido esta noche cuando tus chicos me pedían que participara con el violín, ellos han aprendido de ti a preocuparse de la gente y tú estás pensando que eres un egoísta porque me amas y buscas mi amor.
— Es eso y los compromisos que tenemos.
— Abel, mi querido Abel, si yo estropeo algo de tu vida que te impida hacer el bien que haces, te aseguro que, aunque me duela, te dejo, dejo esto que tengo contigo. Pero que tú y yo nos amemos y nos deseemos no está haciendo daño a estos muchachos, hubiera querido tener en mi vida un instructor como tú y lo estoy encontrando ahora en ti. Lo nuestro es nuestro y ni yo quiero que impida tu vida en este trabajo tuyo ni quiero que impida mi arte con el violín.
— ¿Me amas, aunque yo no pueda irme contigo ni darte más de lo que debiera?
— Te amo aunque lo que me des sean las sobras de lo que has de dar a esta gente para los que trabajas y a los que también amas.
— De modo diferente, Javi, no es lo mismo.
— Lo sé, Abel, lo sé, pero sé que tu amor es inagotable. Tampoco quisiera que dejarás todo esto, es que amarte incluye todo esto y sin esto ya no me amarías ni yo podría amarte, por eso tu vida es tan fascinante.
— Como tu danza y tu violín, ¿cuándo danzarás para mí?
— El día que acaben las fiestas, grabaremos un concierto para violín y te lo interpretaré con mi cuerpo, solo para ti.
— ¿Sin invitados?
— Sin invitados.
— ¿Por qué?
— Con invitados necesitaría las mallas que no he traído, sin invitados, danzaría desnudo, como en mi casa y solo para ti.
— ¿Y si consigo unas mallas?
— Si consigues unas mallas blancas o plateadas y un micro slip blanco, puedo danzar para el espectáculo, nada me gustaría más.
— Se notará el paquete…
— Así es en la danza.
— Lo conseguiré, pero sin suprimir la danza para mí.
— Pero ahora, Abel, necesito tu polla en mi culo, antes de que me corra o te corras.
Me puse de espaldas a la cama y con las piernas dobladas y en alto, esperando que se las pusiera en sus hombros, lo que hizo y tanto deseo tenía yo como él que entonces Abel, sin pensarlo dos veces, atravesó mis esfínteres dándome gusto con menos dolor que nunca porque estaba más sensibilizado a sentir a mi amor y no un simple polvo. Esto iba a ser la confirmación de que nos amábamos de verdad, sin dejar cada uno su arte. Se entretuvo besándome mientras yo me acomodaba a tener su polla en mi culo. Siempre parece ser lo mismo, pero cada vez que hacemos el amor es nuevo porque siempre hay un compás de espera para acomodarse y prepararse a sentir el máximo placer y el orgasmo más excelente.
Inició el mete y saca suave y ascendiendo en velocidad. Le animaba a que me follara fuerte para que se desahogara del todo y su vida fuera más grata. Lo hizo, tanto de intensidad había en el amor que se hizo largo y placentero el mete y saca, mientras nos besamos una y otra y otra vez. Hasta que al final me vine yo sobre mi pecho y abdomen y no tardó dos segundos para verterse Abel en mi interior y se cayó sobre mí cruzado de nuevo nuestros labios y rubricando nuestro amor.
El cansancio asomó a sus puertas y nos dormimos. Me despertó y sentí que su polla estaba en mi interior. Pregunté:
— ¿Todavía?
— No, quería despertarte del mismo modo en que nos dormimos y así estamos, solo sigo si tu quieres.
— Quiero.
Y de nuevo hicimos el amor, entrando las primeras luces del día y con un movimiento rabioso por parte Abel que me hizo llenar mi culo, mi cuerpo y sobre todo mi corazón de un placer sin igual. Se vino dentro de mí y nos quedamos en posición fetal, yo eyaculé rabiosamente también. Comí de mi semen y le di a Abel, favor que me devolvió con un beso y un leve mordisco al pezón de mi oreja libre.
Desde allí le pregunté:
— ¿Estás mejor preparado para las muchas actividades que tienes hoy?
— Estoy mejor que nunca, ya lo verás.
Nos levantamos, nos duchamos y nos fuimos a desayunar al convento de las monjas para encontrarnos con Feli. Estaba radiante, contenta de vernos. Al acabar el desayuno, Abel salió corriendo porque tenía que preparar algunas cosas para la mañana. Yo me llevé a Feli, porque tenía ganas de estar con ella. Las monjas me dijeron que ellas la llevarían a misa, que yo podía irme con los mozos del pueblo y les dije que a la hora de ir a la misa la traería, que la iba a sacar y aprovechar un poco para hablar con ella. Las monjas alababan todo y nos fuimos.
Nos acercamos a una fuente que había en una plaza y tenía muchos árboles que daban buena sombra. La acerqué a un banco, me senté. De pronto la vi acalorada. Me levanté, me quité la camiseta, fui a la fuente, mojé la camiseta con agua y la llevé donde Feli y se la pasé por la cara. Lo agradeció, escurrí la camiseta y me la puse. Se me pegó al cuerpo y me marcaba todo, sobre todo los pezones.
— Qué guapo estás así, —dijo Feli.
— Se secará pronto, —le dije.
— ¿Sabes que eres único? Nadie hubiera hecho eso de mojarse la camiseta…, —y puso su cara sobre mi pecho para sentir el fresco de la humedad.
— ¿Te sientes bien? —le pregunté.
— Sí, me siento bien —respondió.
— Pero estás preocupada por algo —le dije.
— Sí, pero no sé si decirte, me temo que podría hacerte daño…
— Dime lo que te parezca, eres mi amiga…
— ¿Amas a Abel?
Me quedé un poco petrificado y me subió el rubor a la cara. La miré y le dije:
— La verdad, Feli, lo amo desde el primer día que fuimos a la Iglesia de san Lorenzo…
— Es lo que me imaginaba —dijo en voz muy baja.
— ¿Tienes algo con él? —insistió.
— He prometido a Abel no decir nada a nadie, pero le quiero, lo amo con todo mi corazón, esto incluye que no quiero que deje de ser lo que es, no quiero que deje de hacer el bien que hace y no lo sacaré de la vida que tiene…
— Lo que me dices es un alivio, pero ¿él siente lo mismo?
— Feli, sé que Abel me ama, pero tampoco quiere cambiar nada, al contrario, creo que nos ayudamos más, si Abel dejara de ser lo que es…
— Sacerdote…, aclaró Feli.
—… pues no sé si yo seguiría con él, porque me apasiona esa aura que hay en su entorno de hacer el bien a todos.
— Puedes estar seguro que yo no diré nada a nadie, ni se lo mencionaré a Abel, es tan bueno y lo veo tan débil y tan fuerte a la vez que sufro por él…
— ¿Sabes que voy a actuar en la fiesta de los chicos el último día? —le dije para terciar la conversación.
— ¿Cómo?
— Sí, dos actuaciones, tocaré el violín y haré una danza.
— Yo quiero ir a verte…
— Tú vas a ser la invitada especial de Abel.
Devolví a Feli al convento y me fui a buscar a Abel por la iglesia para ayudarle. Se me abalanzaron un grupo de los muchachos del día anterior y me saludaban. Les pregunté por don Abel y me dijeron que se estaba preparando para la misa, que me fuera con ellos que iban a ir a la iglesia con la música. Lo hice y después del pasacalle y la misa me llevaron con ellos a comer a un restaurante muy popular con mesas bajo un techo de lona. Hacía calor, mucha calor. Comí poco como es mi costumbre y luego me llevaron a ver una corrida de toros burlesca, era muy cómica. Sufrí por si en algún momento se maltrataba o mataba a algún animal y, aunque me decían que no, yo estaba con los huevos en la garganta. Suerte que todo acabó bien y me retiré a casa.
No tenía llaves para entrar y me iba a ir al convento, pero vi que Abel venía calle abajo y le esperé. Me dio una llave y un paquete.
— Mira si esto te va; ya nos vemos a la noche.
Se notaba que tenía prisa. Entré en casa y abrí el paquete. Eran unas mallas de ballet, un par de slips y un tul estrecho rojo. Esto último no lo entendí y esperé que me lo explicara en la noche. Mientras me di un baño en la tina para relajarme por todo lo que se me venía encima en un par de días, aproveché para depilarme el cuerpo pasando la cuchilla por todas partes. Una vez realizada la limpieza corporal, secarme me extendí un poco de talco por el cuerpo, me probé las mallas y me miré al espejo.
El resultado era sorprendente. El slip tan pequeño solo se notaba porque acrecentaba el blanco y lo hacía más tupido, las mallas no eran tupidas, pero tan finas que parecía una segunda piel. Lo que más me sorprendió es lo que Abel sabía de mi cuerpo, las medidas eran exactas, ajustaba el pie, nada sobraba, ajustaba la cintura, ni excesivamente alta ni baja, en el lugar adecuado para realizar los pertinentes ejercicios. Ante el espejo hice algún ejercicio de movimiento y comenzó a sonar la música en mi cerebro. Me despojé de las mallas para no sudarlas, lo guardé todo y comencé a vestirme para salir a la calle mientras la música bullía en mi cabeza.
Salí de casa con el violín en la mano. Me fui a la iglesia. Encontré allí a Feli con unas religiosas. Todo el mundo estaba preparándose para la procesión. No acertaba a hablar con Feli porque la música estiraba en mi cerebro. Me puse delante, no sabía como decirle que necesitaba hablar con Abel. Ella pareció entenderme al ver los movimientos de mi cuerpo y dijo a una de las religiosas que buscara al Padre Abel. Se presentó, me tomó del brazo y me llevó a un despacho pequeño. Rodó la llave por dentro, se me puso delante y me preguntó:
— ¿Qué te pasa, Javi?
Me abalancé sobre Abel, le abracé pasando incluso el maletín del violín y lo besé, entonces le dije:
— Necesito descargar mi música como un orgasmo, ¿podría hacerlo en la iglesia?
— ¿Puedes esperar diez o quince minutos? Entonces dará comienzo la procesión y puedes tocar tu violín antes de salir a la calle.
— Es lo que necesito para calentar el violín.
Salió, me dejó y me dijo que me avisaría. En ese despacho preparé el violín, comprobé el afinamiento y al cabo de un momento entro un niño y dijo:
— Señor, el Padre Abel ha dicho que puede salir.
Fue donde el niño me llevó ante la imagen de la Virgen de Agosto y las notas salieron del violín como si no fuera yo quien tocara sino alguien que estaba en mi interior, aunque yo estaba consciente. Cuando estaba concluyendo comencé a emocionarme y al final, junto con los aplausos de todos los presentes descargué mi llanto. No era un llanto de dolor, sino de agradecimiento por el cariño que me tenía Abel, por su amor, por el amor que yo le tenía y por todas las cosas buenas que hacía Abel, razón por la que todo el mundo lo amaba. Entonces le pedí a la Virgen de Agosto poder amarlo más que todos ellos juntos.
La procesión salió y se alejaba. Me quedé con mi violín en las manos y Feli miraba cómo estaba llorando. Rodó su silla y se me acercó. Me puse de rodillas delante de ella y le dije:
— Amo a Abel; le he pedido a la Virgen poder amarlo más que todos vosotros juntos y ha llenado mi corazón de amor y mi mente de música; quiero verte allí.
La besé, me besó y lloró. No supe qué pensar, si lloraba de alegría o de tristeza, pero no le quise preguntar. Que cada uno lloré por lo que el corazón sienta. A todos nos debe estar vedado escudriñar el interior de las personas. Fui a guardar el violín en su estuche y con él en la mano nos fuimos Feli y yo a dejarlo en casa e ir al encuentro de la procesión. lo que sí sé es que Feli estaba contenta cuando vio pasar a Abel vestido detrás de Virgen con las vestiduras santas. Sentí la misma alegría cuando Feli me extendió su mano y la abracé con la mía. Me agaché, me puse de rodillas mientras se alejaba la procesión y sus su mano sobre mi pecho y me dijo:
— Tu corazón late muy deprisa, ¿te pasa algo?
— Acabo de comprender por qué amo tanto a Abel y por qué tú tenías que ser mi amiga para certificar este amor. Ayúdame a dar la paz al corazón de Abel.
— Se la das, se le nota cuánto ha cambiado desde que os conocéis.
— Feli, ¿yo he cambiado también?
— Mas de lo que te imaginas. Además parecía que no tocabas tú, has tenido todo el tiempo los ojos cerrados y al final has llorado, como si en tu interior estuviera otra persona.
— Feli, mi alma interpretaba la música para la Virgen y yo danzaba para Abel. Por eso todavía tengo el corazón acelerado, me he cansado mucho por el esmero que he puesto en mi danza.
Parece que Feli entendía todo, porque apretaba más mi mano junto a mi corazón. Luego la he acompañado por una traviesa a la Iglesia para ver la entrada de la procesión.
Tras la procesión nos hemos ido con Abel a cenar al convento. Las religiosas me elogiaban por la música. Me preguntaban quién era el compositor, ellas decían el autor, y yo no sabía qué responderles, porque la música fluyó espontáneamente y esta noche la voy a escribir para interpretarla en el espectáculo.
Acabando de cenar, vinieron unos jóvenes a buscar a Abel y a su sobrino y nos fuimos con ellos para tomar algo en la terraza de un bar; querían saber algunos datos míos para la presentación y allí quedamos que interpretaba tres piezas a violín y tras una actuación de uno de los grupos danzaría la misma música que había tocado en la iglesia. Acordaron que tocaría las tres piezas al final de la primera parte y la danza para cerrar la segunda parte.
Nos fuimos a casa Abel y yo muy en silencio, pero se notaba que no había preocupación en ninguno de los dos, sino algo que no sabía yo qué era. Lo experimentamos y supe que se trataba del amor entre los dos, lo que teníamos que compaginar, como decía Abel, «para que fuese compatible con la misión y vocación de cada uno».
Esa noche hicimos el amor, me pidió Abel que yo llevara la iniciativa para descargar toda la tensión que tenía acumulada en mi interior. Comencé a desnudar a Abel lentamente y él me iba siguiendo lo mismo conmigo. Quedamos desnudos y como a mí me gusta, toda la ropa quedó en el suelo como alfombra para la primera manifestación de amor.
Nos tumbamos sobre la ropa y nos besamos hasta lo más profundo, luego yo inicié un beso por cada pulgada de ese cuerpo del hombre que tanto amo hasta que nos dimos la vueltas y Abel me comió mi polla, mamando con la maestría que había aprendido de mí, dándome tanto placer cuando se podía tener. Mientras yo le lamía el culo pasando mucha saliva y empujando mi lengua para penetrar, cuando sentí que cerró su culo y aprisionó mi lengua entendía que debía dilatarlo mas con más saliva y con mis dedos hasta meter tres. Me ponían a cien los gemidos de daba Abel y quise penetrarle:
— Abel, por favor, estoy a punto de correrme, paremos un momento.
— Javi, no pares, méteme la, quiero sentirte mío y para mí.
Se puso de espaldas al suelo, levanté sus piernas, las apoyé en mis hombros por los tendones y ajusté su hermoso culo a mi polla. Apoyé sus hombres sobre el suelo y su cabeza inclinada para que me mirase y tomando sus piernas por los tobillos lo abrí en uve tanto cuanto mis manos se extendían y metí la cabeza de mi pene en el ojete de Abel, estaba tan distendido que metí poco a poco mi polla y ayudado por su movimiento entró toda de una vez. Abel solo gemía pero su cara era angelical, ningunas muestra de dolor y toda ella de placer, inicié una ascensión y descenso con el mete saca y no tardé en eyacular, el orgasmo fue total y sin sacar mi polla de su culo le fui descansando la espalda sobre la ropa y me tumbé sobre él para besarle. Fue entonces cuando le vino el orgasmo a Abel descargando toda su leche en nuestro cuerpo a la altura de su ombligo porque la polla estaba aprisionada y de allí recogí su semen para meterlo en mi boca y besar a Abel traspasándole de boca a boca su propio néctar.
Pasado un rato largo de manifestaciones amorosas, pasamos a la cama donde estuvimos haciendo el amor hasta el alba. Esa mañana no había nada en la iglesia y pudimos dormir abrazados y amándonos en el subconsciente del sueño.
Al levantarnos casi a mediodía comencé a preparar mi concierto hasta que Abel me avisó para comer, ya en la tarde, estando Abel en sus actividades, me dediqué escribir y grabar la música soñada en la iglesia y con ella preparar los movimientos para la danza.
Al concluir, vestido adecuadamente fui a la iglesia para recoger a Feli y darnos un paseo por el pueblo. No le conté mis intimidades con Abel, porque la discreción es importante, pero le conté todo lo que había hecho para prepararle espectáculo y le pedí permiso para dedicarle mi composición y titularla «Felisa». Se puso muy contenta. Fue entonces cuando me preguntó sobre la danza y le conté lo que iba a hacer, danzar con las mallas y entonces me acordé de la banda de tul rojo que no le había preguntado. Me dijo que cuando Abel le contó, ella le había enviado a un lugar donde encontraría las mallas y que le dijo que comprara también el tul para que sirviera como de cinturón cayendo por el lateral hasta media pierna, a fin de que disimulara el bulto de la entrepierna.
— ¿Cómo sabes que mi bulto es grande?
— Porque una vez Abel tuvo conmigo una confidencia y me lo comentó muy discretamente.
— Gracias. Pero yo quiero tener una confidencia contigo y es que le he prometido a Abel danzar para él desnudo, porque danzo mejor desnudo que con molestias.
— Si me invitas a ver esa danza, me gustaría estar acompañando a Abel.
— Pídeselo a Abel; si le parece bien, vienes, hasta te lo agradeceré.
Era tal la confianza que Feli y Abel se tenían que en cuanto lo vio se lo insinuó y Abel aceptó con mucho gusto, aunque le dijo, no se trata de nada sexual, sino de danzar más a gusto y mejor. Fueron palabras que yo le había indicado.
Todo se realizó como estaba prescrito, interpreté de J.S, Bach: «Violin Concerto in E major, BWV 1042: Allegro» y «Violin Concerto in A minor, BWV 1041: Andante» y de W. A. Mozart: «Concierto para violín n.º 1: Allegro Moderato». La danza fue acompañada por las variaciones que yo había escrito, tituladas «Felisa».
Había grabado en mis ensayos las cuatro composiciones que dancé en el salón de la casa despejado de muebles exclusivamente para mi amigo Abel y para mi amiga Feli. Las interpreté totalmente desnudo las dos primeras y con el cinturón de tul las dos siguientes. Me vestí luego de una ducha para acompañar a Feli al convento. Lo hicimos Abel y yo y tras regresar a casa, Abel me premió con una muy placentera sesión de amor. Los tres días siguientes hicimos el amor, pero como Abel tenía que trabajar, fue más moderado, pero igualmente apasionada.
Abel sigue con su trabajo, yo soy concertista. Feli vive conmigo y me acompaña cada vez que hago un concierto y también cuando vamos a ver a Abel que suele ser con mucha frecuencia, aunque no tanta como desearíamos. Cada noche que estamos juntos, dormimos juntos y hacemos siempre el amor.