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Mi amiga Feli me llevó hasta él
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Todavía me acuerdo de cuando mi vecina era una mujer joven, que siempre me ha parecido muy grapa, que sin duda es muy buena mujer y muy cariñosa. Ella tiene como 31 años, es decir, doce más que yo, pero yo me acuerdo de ella aproximadamente de cuando tenía unos ocho años, ella tenía 20. Vivía con sus padres a quienes cuidaba, siendo yo pequeño de unos doce años murió su padre repentinamente y se quedó a cuidar de su madre que no tardó más de dos años después del hombre para morirse.

Siempre que nos veíamos o encontrábamos en el ascensor nos saludábamos y le había tomado cariño de verdad. Aunque sabía que en mi casa no somos creyentes, ella me repasaba las lecciones de religión y ampliaba con bonitas historias. Es la vecina que todo el mundo quisiera tener, generosa, servicial e incapaz de hacer una maldad contra nadie. Hasta mi madre estaba encantada con ella.

Hacía como un par de meses que no la veía, nunca nos encontrábamos en el ascensor y un día que vi salir a una mujer de su casa, le pregunté por Felisa y me dijo que estaba hospitalizada, que vendría pronto, en pocos días, por eso había venido a limpiar la casa. En ese tiempo yo ya tenía 19 años, por tanto ella tendría 31 y yo recordaba que el 11 de mayo era su onomástico y cumpleaños a la vez y estábamos a 9 de mayo, así que decidí comprar un ramo de flores blancas que sabía eran de su gusto y las llevé el día 10 al hospital para que adornaran su víspera y su día de fiesta.

La encontré sentada en una silla de ruedas. La saludé, le di las flores, le felicité las vísperas, porque ella decía que «todos los santos tienen vísperas», yo no entendía mucho de santos, pero esa mujer me había dado tantos bombones de chocolate en mi infancia y adolescencia que merecía las flores, mi devoción a sus santos y otras cosas más. Me dijo que justo el día de su santo, es decir, al día siguiente la llevarían a casa. Tomé nota, me despedí y al día siguiente la estuve esperando a la puerta de la calle con mi violín. Cuando llegó le dediqué una canción que ella me había enseñado que interpreté a violín e incluso los de la ambulancia se esperaron hasta que concluí. Le di dos besos y la acompañé con la señora que me había avisado a su casa.

Pasaron varios meses. En verano me despedí de ella, ya que la visitaba con frecuencia y al regresar le traje un detalle de cerámica. Seguía visitándola y ella hacía esfuerzos ante mí por mostrarse alegre. Me daba pena porque no salía de casa. Así que un día de la última semana de octubre le dije que abrigándose bien yo la podía llevar un rato todos los días a tomar un poco de aire para que no estuviera tan encerrada en casa.

— Estoy de acuerdo, pero quisiera que la primera salida fuera para ir a misa, hace mucho tiempo, desde que me puse mal que no he ido.

— Eso está hecho, tú me dices qué día comenzamos y yo te llevo a pasear cada vez que lo desees, te llevo a misa y a todo lo que quieras, de alguna manera te pago los chocolates que me he comido en tantos años.

— Tengo ahí una caja de chocolates que me ha traído una visita, yo no puedo comer chocolate y te la guardo para ti, me dijo señalando donde estaban.

Fui a ver y era una enorme caja de bombones. Le dije que esperara, me fui a casa, traje mi violín y le interpreté «Violin Concerto in A minor, RV 356», solo la primera parte que es más alegre, porque luego hay un momento que parece más triste y no quería que se entristeciera. Me aplaudió y me dijo:

— ¡Qué bueno eres! Te voy a aceptar tu oferta, el día 1 de noviembre quisiera oír misa por mis padres, a las 11 en san Lorenzo, Antonia ha ido a encargar la misa. Si puedes…

— Claro que puedo, y si no pudiera haría por poder, eso es dentro de tres días, pero ponte muy guapa, dile a Antonia que te vista bien…

— Y tú, que sí que eres guapo de verdad, ¿cómo te vestirás?

— Voy a ponerme unos jeans nuevos que me compré ayer, sin rotos que sé que no te gustan los rotos, pero muy skinny, ya sabes y una sudadera verde de Armani, estrenaré zapatillas…

— Me gustaría que llevaras zapatos, ¿y debajo de la sudadera nada?

— Entonces llevaré zapatos marrones y una camiseta amarilla debajo de la sudadera.

— Ah, y gafas de sol, aunque no las uses, que te quedan muy bien.

— Y para mi chica, me pondré gafas de sol aunque no las use, que me quedan muy bien.

— Pero yo no soy tu chica…

— ¿No?, ¿Por qué?

— Porque tú eres gay, yo soy tu amiga…

— Para mí eres mi chica y quiero presumirte igual que tú quieres presumirme, a que sí.

— ¡Eres un sol, Javi, eres un sol!

— Y tú eres mi cielo.

Así era todos los días, un rato de charla agradable, alabanzas mutuas y como mi madre la visitaba de vez en cuando, Feli —así la llamaba yo— le contaba cosas de mí. Un día mi madre ante mi padre y hermanos dijo:

— Me parece bien que visites a Felisa, que le ayudes y le hagas gracias para que se ponga feliz, hasta tocas para ella sola el violín, pero a tu madre nada de nada…

Todos me miraban y yo me quedé tieso de vergüenza. Mis hermanos comenzaron a meterse conmigo medio en serio medio en broma, pero me sentí fatal. Fui a mi habitación y lloré. Entró mi padre, que me adora, y me dijo que se trataba de una broma, que no lo tomara en serio, pero por más que quería calmarme, yo me ponía peor. La verdad es que no me gustó para nada la queja de mi madre porque siempre hacía lo que ella me pedía, mientras que mis hermanos —éramos tres hermanos— estaban con sus chicas y hacían menos caso a mi madre. Se lo razonaba con amargura a mi padre. Me entendía perfectamente, porque sabía que lo de mi madre conmigo no era porque no le hacía caso, sino porque sentía vergüenza de tener un hijo gay.

Yo le había dicho a mi padre que en cuanto pudiera, me haría concertista y me iría de casa para dejarla tranquila. Mi padre había hablado después con mi madre y ella vino a disculparse, la escuché, pero le dije que me dejara solo. Salió de mi habitación. Todo esto pasó, porque todos estuvieron acongojados y ver eso me hacía sufrir más y tuve que decirles que ya estaba todo pasado.

Llegó el día 1 de noviembre, a las 10 de la mañana me presenté en casa de Feli. Ella estaba ya en su silla y muy bien vestida. Le dije que la encontraba pálida y me dijo que Antonia se olvidó de ponerle algo de polvo en la cara. Lo busqué en su armario del baño y con mucho cuidado y siguiendo sus instrucciones la arreglé a mi gusto, incluso me puse un poco de polvo en mi cara y Feli se reía de gusto.

Salimos a la calle, los conocidos nos saludaban y entretenían y tuvimos que darnos prisa para llegar puntuales a la misa. Ella estaba en el pasillo con la silla de ruedas y yo en la esquina del banco a su lado. La misa fue entretenida con cantos de un grupo gospel, aunque no entendí mucho. Después de misa vino el cura a donde estábamos y saludó a Feli, alegrándose mucho por verla, según decía:

— Y ¿quién es ese chico tan guapo que te acompaña?

— Es un amigo que es vecino de mi casa.

— Ah, mira que bien, ¿pero será tu novio?, —dijo el cura con cierta sorna.

— Ah, no, si usted supiera…

— ¿Qué tengo que saber, Felisita?

— No, nada, no es nada…

— Dime, dime; vale, dime eso que…

— Señor, no insista, ella no quiere decirle nada, soy yo quien le voy a decir que no soy su novio porque soy gay, ella es mi amiga…, —así le dije al cura.

Ni se inmutó. Más bien me miró con agrado y una bobalicona sonrisa y acabó diciendo:

— Bueno, bueno, a ver Felisa si nos vemos más, ahora que tienes un amigo que te acompaña.

Salimos de la Iglesia, como hacía sol, aunque no calentaba mucho, nos fuimos a una terraza en la plaza a tomar algo y me puse las gafas de sol.

— No te has dado cuenta, pero todos te miran —dijo Feli muy contenta— y es que eres guapo de verdad y con el buen color de cara que tienes…

— No me pongas nervioso, Feli, que voy a enloquecer, a veces quisiera ser feo para pasar desapercibido…

— Pero es que te sabes vestir, con ese jean tan ajustado se te marcan las rodillas, perfectamente los gemelos de las piernas y tus glúteos al moverse, a ver quién no te mira.

— Eres atrevida, Feli…

— Eres mi amigo y me hace feliz que les gustes a los demás y que me tengan envidia; ¿sabes lo que significa una chica paralítica con un chico como tú?

Nos reíamos de estas tonterías que comentábamos, hasta que la fui a llevar a casa. Ese día le preparé la mesa y la acompañé mientras comía, luego retiré todo y puse todo en el lavavajillas. La besé y me despedí, me fui a casa a comer.

**********

Durante unos diez días mis relaciones con mi madre no iban bien, yo la rehuía y ella no daba su brazo a torcer, dejé de tocar el violín en casa y me iba a la academia, para que en casa no me oyeran mis ensayos.

Regresando de la academia, me encontré la iglesia de san Lorenzo abierta, siempre debía estar abierta a esas horas, pero no caía en la cuenta, desde que acompañé a Feli me percaté de la puerta abierta y gente que entraba y salía. Entré, me pareció oscura, pero al rato de estar dentro ya distinguía todo y me pareció bonita, era un gótico mal conservado, pero me senté en un lugar donde había un rayo de luz desde una ventana y me gustó la idea de estar iluminado por un aura sobrenatural.

Mis amigos de la academia me dicen que yo soy medio poeta y medio artista porque siempre encuentro razones para ponerse en plan místico. Eso dicen ellos, pero no es verdad, lo que pasa es que la música y la danza, dos actividades que practico en la academia, forman el espíritu y el pensamiento con ciertas delicadezas, aunque no a todos. También dicen eso porque en sus cumpleaños les escribo poemas rimados con cierto erotismo y les encanta.

Pues estando sentado en el banco se me acercó el cura de la misa de la otra vez y me dijo:

— Tú eres el amigo de Felisa, —y se sentó a mi lado.

— Sí, señor.

Ese día iba con uno de mis jeans muy rotos, aparte de las rodillas la pierna derecha estaba muy desgastada y en la izquierda el roto subía muslo arriba. Suelo usarlo más en verano, pero si no hace frío me gusta ponerme los más rotos, es algo que fastidia a mi madre. El cura no era viejo, ni excesivamente mayor, no le haría más de 30 años o por ahí estaría, rubio y bien parecido; lo que me pareció es que era un poco tontín, y me preguntó:

— ¿Qué edad tienes?

— Diecinueve años, —respondí.

— ¿Qué estudias?, porque tú estudias ¿no?, —inquirió insistente.

— Danza y música, en concreto practico violín, —respondí.

— Qué interesante, hasta podrías tocar aquí en la iglesia el violín…

— No, no puedo, —respondí

— ¿Por qué no puedes?, —ya parecía la inquisición.

— Porque nosotros somos estudiantes, no intérpretes profesionales y para tocar como estudiantes en un lugar necesitamos comunicar al director y al profesor y nunca iríamos solos y ellos ponen condiciones, nunca es gratis, aunque nosotros no cobramos pero con eso ayudamos a la academia, —fue la respuesta exacta.

—Ah, qué desprendimiento, —puso su mano sobre mi muslo semidesnudo y preguntó señalando el maletín de mi violín:

— Es ese tu violín? ¿puedes mostrármelo?

— Sí, claro, —respondí, tomando el maletín que me puse sobre mis piernas para que quitara su mano que ya me estaba produciendo una erección y la sacó, no sin rozar levemente por mi paquete.

— Oh, se ve que es bueno, ¿cómo lo conseguiste?

Entonces entró un grupo de gente en la iglesia y me invitó a pasar a una sala donde tenía una mesa escritorio y cerró la puerta. Y me invitó a que le mostrara el violín, lo saqué, dejé que lo tocara con sus manos y se lo cogí enseguida mientras le pasaba un paño para eliminar las posibles huellas. Cerré el maletín mientras le contestaba:

— Me lo compró mi padre cuando ingresé en la academia y me inscribí en danza y música. Es bueno el violín, pero si llego a ser profesional tendré que comprarme otro mejor, aunque este es profesional, es de abeto alemán, —y cerré la caja para irme.

— Me dijiste la otra vez que eras gay, ¿o era una broma?

— Es verdad, no es broma, aunque sé que ustedes no lo ven bien eso…

— ¿Por qué piensas así? Acogemos a todos…, además, el amor es cosa nuestra, ¿no te parece?

— No lo sé, yo no soy creyente ni cristiano.

— ¿¡Qué me dices!? —puso cara de extrañeza y sacó una voz gruesa de nariz y medio afectada.

— En mi casa no somos creyentes, ni yo ni mis hermanos estamos bautizados, pero yo iba a clase de religión en el colegio porque mi padre decía que había que saber de todo.

— Un padre muy inteligente; sentémonos aquí y me explicas, ¿has tenido o tienes relaciones… —me entiendes—? ¿relaciones sexuales con otros chicos?

— Por qué me haces esta pregunta?

— No, verás, como te diría yo…, —noté que movía sus manos muy amaneradamente.

— ¿Quieres tocarme o follar conmigo?, —le pregunté.

— No te lo tomes a mal, bueno, no sé, igual tú quieres…

— Yo sí, te veo bien, eres guapo de cara… ¿tú eres activo o pasivo?, —pregunté.

— ¿Cómo quieres decir? Verás, es que…

— Sácate el pantalón, —me puse en plan dominante.

— Por favor, tú primero.

— Como había una alfombra, descalcé mis zapatillas para poder sacar el pantalón, me desabroché los botones de mis jeans, me los bajé y los saqué de mis pies y los dejé sobre la alfombra.

Me miraba con ojos redondos y abiertos, sobre todo al ver que no llevaba interiores y le salió de frente mi polla de 18 cm morcillona y mirando hacia abajo.

— Ahora tú, bájate el pantalón.

— ¿Me la dejas tocar?

— Nos la tocamos a la vez.

Se bajó el pantalón y apareció su calzoncillo blanco tipo entre slip y bóxer. Le hice señal para que se lo sacara y lo hizo. No estaba mal lo que apareció. No tan grande como la mía, pero casi y la tenía medio empalmada, ya no colgaba, pero los huevos los tenía muy colgados y eso me gustó. Me quité la sudadera y me acerqué para quitarle el jersey y la camisa. No lo hice despacio por si se arrepentía pero ya había caído en mis redes y yo en las suyas y le saqué el jersey negro. Lo besé, me besó, pero sin abrir la boca, le mordí el labio inferior sin hacerle daño para que la abriera y meter lengua, enredamos las lenguas y de su boca emanaba mucha saliva, estaba muy nervioso. Le desabotoné la camisa y se la saqué, entonces se atrevió a sacarme la camiseta. El suelo estaba lleno con nuestras ropas, solo teníamos puestos él los calcetines largos y yo mis invisibles.

Me abracé a su cuello para profundizar ahora el segundo beso y que nuestras pollas se juntaran. Noté cómo se había electrizado y me agaché un poco para besarlo y lamerle sus pezones. Sus tetillas eran blandas y el entorno lleno de grasa, lo mismo que su incipiente barriga. Tenía todo el cuerpo con sus pelos, nunca se los había recortado. Pero yo estaba en la gloria y me puse de rodillas para chuparle la polla. Mientras se la mamaba miraba para arriba y vi que había doblado el cuello hacia atrás y su cuerpo se arqueaba hacia atrás, su cara miraba al techo y la estaba gozando, descapullé con mis labios su glande y pasaba la lengua por su frenillo que le hacía mover las caderas cada vez que lo rozaba con la lengua dando vueltas. Se le puso muy dura y comencé a masturbársela con mi boca, ya que él no se movía.

Descansé un momento y entonces se movió y se puso a follarme la boca, quería que me la metiera hasta el interior y ayudaba yo con mis manos detrás de su culo, por más que quise era imposible llegar a la glotis, pero lo suficiente para que llegara al fondo y sintiera que me estaba follando y comenzó a dejarme su manjar, el delicioso néctar que tanto me embriaga.

Tiré de él para que se arrodillara y lo besé para que gustara su propio sabor. No hizo ascos y nos pusimos a hacer sobre la alfombra y la ropa un 69. Él me comía mi polla dándome un gusto exquisito y yo preparando su culo por si me daba oportunidad. Sus manos querían cogerme todo el cuerpo y me manoseó del todo como un marica cualquiera en celo. Chupaba mi polla con algún dentellazo, pero me daba lo mismo. Yo le metí hasta tres dedos. Se quejaba, pero soportaba porque tardé en eyacular en su boca y se le escapó al suelo. Recogí como pude algo y me sirvió de lubricante para abrir bien su culo.

Metí la lengua en su ojete y gemía y suspiraba. Cerró su culo con un estremecimiento y quedó mi lengua aprisionada por un momento. Entonces supe que se dejaría follar. Me di la vuelta, me puse de rodillas detrás de su culo, atraje fuerte hacia mí cogiéndole con mis manos por las ingles y le puse mi pene en la puerta de su ojete, lo paseé por allí y por la raja tocando siempre su orto y ya supe que tenía ganas, lo introduje un poco y gimió, pero no se quejó, lo introduje poco a poco con dos escupitajos de mi saliva y entró media polla. Ma aquieté y me gritó

— ¡¡Métela ya, maricón!!

El grito me exasperó y ahí estaba yo cruzando el dintel de la iglesia recóndita. Lo atravesé y se escuchó un grito incomprensible. Me detuve, y le agité su cadera para que moviera un poco el culo. Después de esto inicié un mete y saca cada vez más intenso y rápido hasta que eyaculamos los dos a la vez. Nos tumbamos en el suelo yo encima de él. Al rato saqué mi polla de su culo y con su calzoncillo le limpié lo que iba saliendo. Lo vi que estaba exhausto y que no hacía nada por levantarse. Le cogí de los brazos y le dije:

— Ahora el beso de despedida, pero antes me dices cómo te llamas.

— Abel.

— Gracias, yo me llamo Javi.

— ¿Te vas a ir?, ¿no quieres entrar en mi casa y te duchas conmigo?

Acepté y por una puerta de ese despacho llegamos a un pasillo que daba a su casa. La ropa la llevaba yo en las manos, la suya y la mía, él iba delante, moviendo el culo muy graciosamente. En su casa hacía un poco de frío, dejé la ropa en una silla, porque me invitaba a entrar en el baño. Nos metimos juntos en la ducha. Yo solté allí mismo mi orina y él hizo lo mismo. Mientras nos echábamos gel uno al otro y manoseábamos para limpiar las supuestas zonas manchadas de semen, le dije:

— Abel, cuando quieras, vengo y me follas, te gustará.

— Dame tu número de móvil o vienes un día a estas horas.

Salimos, me pasó una toalla y me sequé. Me vestí, le di un beso y me iba a salir, cuando dijo:

— Javi, ¿te tomarías una cerveza conmigo?

— ¿No tienes un refresco?

— Sí, de piña.

— Eso me va; la cerveza no la quiero porque me encharca y creo que me engordaría.

— Tienes un cuerpo de envidia, —y puso su brazo en mi cintura, yo estiré el cuello para besarle y le dije:

— Cuando quieras es tuyo, me avisas.

Tomé mi refresco y lo dejé allí vistiéndose y tomando su cerveza. Me llamó al móvil, acudí. Me llamó varias veces e iba y otras iba yo al salir de la academia. Esa primera vez salí por la puerta de su casa a la otra parte de la iglesia, di la vuelta y había un hombre cerrando la iglesia.

Muchas veces nos vimos Abel y yo, no sabría cuántas, hicimos el amor, incluso alguna, como dos o tres, me quedé a dormir en su casa. Estaba solo y dormí con él en su cama. Era muy cariñoso. Pero un día fui por allí al salir de la academia, me senté en un banco a esperar, no vino nadie. El señor que había cerrado la puerta la primera vez me dijo que iba a cerrar y le pregunté por el cura don Abel. Me dijo que lo habían destinado a otro pueblo, no pregunté dónde y ya no supe de él hasta la semana pasada que Feli me dijo en qué lugar estaba.

Decidí tomar el coche de mi padre e ir a verle. Se alegró muchísimo de verme. Pero otra vez contaré lo que hicimos, aunque doy por supuesto que follamos y seguiremos follando. Me ha invitado a pasar las fiestas del pueblo, que me quedaré en su casa y también que me traiga a Feli que la hospedará en el convento de las monjas, que ellas la cuidarán.

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