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Tiempo de lectura: 6 minutos

Hola, soy Lili. Tengo 19 años y estudio el cuarto semestre de la carrera de diseño de imagen y sonido. Mi pasión por la edición de videos y las transiciones de audio me trajeron hasta mi querida alma mater, en donde he vivido cosas tanto increíbles como excitantes.

Hoy les contare una de ellas.

Para empezar, debo decirles que intento dar mi mayor esfuerzo en todas mis clases, todas son igual de importantes y así lo he visto siempre. O lo hice, hasta que una maestra halago mi trabajo después de presentar mi proyecto final del tercer semestre; dijo que tenía mucho talento y que tanto ella como varios profesores más de la carrera estaban orgullosos de mí.

Tristemente, aquella maestra a la que quería no volvió a darme clases este nuevo semestre, pero si uno de los que habían visto mi presentación y me habían felicitado por mi resultado. Entonces, empecé a poner un empeño extra en su clase. No lo sé, supongo que quería demostrarle que podía hacer cualquier cosa que me propusieran.

Hace unos meses, debíamos hacer un proyecto individual que contaría como nuestro examen en aquel parcial. Debíamos hacer los avances necesarios, tantos como fueran posibles, y mandárselos por email para que los revisara, luego él nos citaría en diferentes días para darnos retroalimentación. Mi turno llego un martes o miércoles, durando el almuerzo. Fui al salón en donde él estaba y empezamos a discutir sobre lo que quería dar a entender en la tarea y como sería más efectivo llevarlo a cabo.

Por alguna razón que no recuerdo muy bien, salió en la conversación que él tenía problemas con los alumnos de segundo semestre; al parecer estos no ponían empeño en nada y no alcanzaban los estándares para pasar su materia. Yo intente hacerlo sentir mejor diciéndole que había gente que no aprovechaba la oportunidad cuando la tenían, pero tarde o temprano reaccionaban y componían sus vidas. De ahí en adelante, el proyecto quedo en segundo plano y comentamos algunas cosas fuera de la materia. Él iba a dar clases a otro grupo por lo que me despedí extrañamente feliz y avisándole que le enviaría las correcciones tan pronto como pudiera.

En ese momento, la admiración que sentía por él paso a sentirse como algo más, como si hubiera podido hablar con alguien que me entendía y veía potencial en mí.

De vez en cuando, hablábamos de cosas que no tenían que ver con la escuela, y otras nos centrábamos enteramente en mi tarea. Era una amistad bastante equilibrada imagino yo. Todo parecía ir bastante bien en realidad.

Hasta el día en que camino de la escuela a una cafetería durante un descanso, varios amigos y yo fuimos asaltados apenas dos cuadras lejos de la escuela. Fue algo horrible y prefiero no entrar en tantos detalles. Solo diré que se llevaron nuestros teléfonos, billeteras y algunas mochilas, la mía incluida.

Volvimos corriendo a la universidad. Mis amigos estaban asustados pero más que nada molestos, yo en cambio estaba horrorizada. Corrimos con las autoridades del campus y ellos nos ayudaron a calmarnos.

Un rato después, caí en cuenta de que sin mi mochila y mis libretas estaba en cero. No tenía nada para seguir al corriente en la escuela; esto me desanimo mucho y me decaí más de lo que me gusta aceptar.

Por días me negaba a irme de la universidad a casa si no venían mis padres por mí o algún amigo me llevaba, tenía miedo de que al salir volviera a pasarme lo mismo. Y prefería estar ahí excusándome de que recuperaba tareas perdidas.

Un viernes por la tarde, mis clases se habían acabado, pero estaba en la biblioteca a la espera de que mi papá avisara que ya había llegado por mí. Entonces alguien me toco el hombro. Mire a mi derecha y vi a mi profesor -quien olvide decir que se llama Armando-. Me pidió que por favor lo acompañara a su oficina y acepte sin problemas, solo con algo de confusión.

Llegamos, cerró con seguro y se sentó frente a mí viéndome preocupado. Me dijo que estaba preocupado por mí, que no me veía igual que antes y que en cierto modo le dolía ver a alguien tan brillante desmoronarse poco a poco. Me animo a decirle como me sentía, y termine abrazada a él llorando en su pecho. Al quedar seca, lo abrace un poco más hasta que recibí la llamada de mi padre. Nos despedimos y salí diciéndole que lo vería mañana.

Gracias al cielo, con los días siguientes fui mejorando. Lo único raro a destacar era que Armando estaba distraído durante mis revisiones del proyecto y a veces cuando quería hablar con él en los pasillos se iba, esquivándome. Aquello me dolió mucho, creí que tal vez lo había molestado mucho y ahora quería volver todo a como antes de que me entrometiera en su vida.

Un día a la hora de salida, llame a mis papás para avisarles que iría con mis amigos al cine y que llegaría tarde. Estaba por salir con ellos cuando él nos alcanzó y me pidió con tono algo molesto que fuera a su oficina; les dije que los alcanzaría luego y fuimos allá. Como la otra vez, cerro con seguro, pero esta vez me invito a sentarme en un pequeño sillón.

—Eh, ¿sucede algo?

—… —se le veía contrariado y algo nervioso. No paraba de pasarse la mano por el cabello; esto me parecía atractivo, siempre lo hacía cuando no encontraba las palabras correctas para lograr decir algo.

—He notado que lo fastidié mucho por algo en estos días —comente algo apenada. Era extraño hablarle de usted, hace mucho no lo hacía—, así que… perdón por lo que hice. Aunque siento admitir que no sé de qué me estoy disculpando.

Recuerdo como me vio con algo de sorpresa y suspiro con fuerza antes de girarse hacia mí y verme a los ojos.

—Lili. Yo estoy pasando por algo… inconveniente, pero aunque te incluye no tiene que ver con algo que hiciste. No tienes que disculparte de nada.

—Pero, acabas de decir que tiene que ver conmigo. Tengo derecho a saber qué es lo que te pasa.

Subí las piernas al sofá y me acerque más a él. Logre ver como se sonrojaba y sus ojos se desviaron por un momento a mis piernas. Miro al techo unos segundos antes de recargar un brazo en el respaldo del mueble y acercarse rápidamente a mí.

Me beso.

Aquello duro por lo menos diez segundos antes de que se separara y me viera otra vez. Ahora, su mirada era diferente. Veía deseo y ansias, como las de un guepardo a su presa.

—Tú tienes algo, algo que no me deja pensar en nada mas que no sea en ti. En tus ojos. Tu timidez. Tu inocencia. Así fue al principio, pero ahora no dejo de pensarte de otra manera, como en tus caderas, tus labios, tus… —permaneció callado, pero siguiendo su mirada note que veía mí no tan remarcado escote—. No sé qué hacer para sobrellevar todo esto.

Lo admito. Estaba entre halagada, y sorprendida. Sin embargo, algo, no sé qué, me animo a pegarme junto a él y volvió a besarlo mientras colocaba mis manos encima de las suyas.

—Tal vez… aceptándolo y viviéndolo —respondí al terminar de besarlo.

Volvimos a besarnos por tercera vez. Esta vez mucho más apasionadamente. Me guinde de su cuello y el me tomo de las caderas. Entre leves caricias termino acomodándome sobre sus piernas, donde comenzó a acariciar mi espalda y en donde sentí un bulto bajo sus pantalones.

Sus manos se colaron bajo mi blusa y acariciaron ampliamente mi espalda hasta mi sujetador. Al sentir que lo quitaban gemí suavemente por la pena; eso pareció encantarle pues sin separar nuestros labios bajo las manos y apretó levemente mis nalgas, consiguiendo que otro quejido se me escapara contra sus labios.

Intente torpemente de quitarle su camisa, al mismo tiempo el bajaba mi pantalón y admiraba mi braga blanca. Dio una nalgada en mi nalga derecha y un gran gemido se me escapo al mismo tiempo que sentía mi vagina mojarse.

Me indico que debía empezar a mamarle aquel fierro entre sus piernas. Yo lo veía sorprendida sin poder creer lo grande y parado que estaba; lo lamí tímidamente al principio, dejando hilos de saliva desde la punta hasta mi lengua. Me animo a ir más rápido consiguiendo metérmelo hasta la garganta; luego me pidió que lo pusiera entre mis tetas, lo cual hice y con algo de vergüenza lo masturbe entre estas hasta que se vino y lleno tanto mi cara y pechos de semen.

Me levanto y me llevo hasta su escritorio donde me cargo hasta dejarme sentada. Tomo mis tetas y las chupo con una desesperación no solo logro excitarme más.

—Ahh, A-Armando ahhh. Pa-Para, ahhh.

Mi voz suave y baja parecía excitarlo, pues con cada gemido el aumentaba en velocidad y ferocidad. Luego, me bajo, volteo y me empino dejando mi colita parada. Dio un salto de sorpresa al sentir su respiración en mi sexo, sentía mis mejillas calientes y algo de baba caer de mi boca por lo grandioso que se sentía.

Gemí con fuerza cuando sentí su lengua recorrer mi vagina a todo lo ancho y en mi interior cuando le metía.

—Mmm, eres tan hermosa Lili. Tus pechos son tan suaves y tu vagina se moja con tanta facilidad. Mmm, me encantas cariño.

Me tomo las caderas con firmeza y con cuidado -o tal vez lento para torturarme y hacerme gemir más- empezó a penetrarme el coño, abriéndose paso poco a poco hasta finalmente entrar enteramente y romper mi himen.

No paso mucho tiempo para que empezara a embestirme con fuerza golpeando sus testículos contra mi trasero. Mis gemidos eran constantes y no paraba de pedirle más con una mezcla de tonos tímidos y seductores.

Continuamos cambiando varias veces de posición hasta que por fin ambos nos vinimos al mismo tiempo. Terminando ambos en su silla de escritorio, el sentado y yo cayendo en su pene, pues lo estaba cabalgando.

—Te amo —nos dijimos al mismo tiempo. Antes de lamer nuestras lenguas y empezar otro fogoso beso.

El tiempo desde eso ha pasado, escribo esto para no olvidar aquello mientras aun lo recuerde tan bien. Admito que empezamos una relación formal, una de las cosas buenas que esto traje es el continuo sexo. Justo como el grandioso trabajo que hicimos anoche y la razón principal por la que escribo esto desde la cama de mi aún profesor totalmente desnuda y con el durmiendo a mi lado.

Lo mejor que me ha pasado, en la vida.

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