Es una relación de tres.
El voyeur que soy yo; un gordo de estatura mediana, parado frente a la cama de ellos con los pantalones abajo. Me estoy acariciando, masturbándome con frenesí. La tengo tan dura por lo que estoy viendo.
El cabrón; un joven que apenas conozco. No sé su nombre ni su edad, pero sé cuánto le mide la verga: 20 centímetros. Es moreno, de buen cuerpo con mucha energía que gastar.
La puta: mi querida amiga Arleth que conozco desde la primaria: una morena bien nalgona con unos cuantos kilos de más que forman parte de su belleza. Unos pechos redondos, unos labios gruesos y una dulce voz de perra obediente.
Ella me mira fijamente mientras está siendo penetrada por su novio. Está en cuatro patas, como la perra que es, sobre la cama con el culo levantado para su vato. Él bombea ese prieto culo con rabia, se la mete toda de un solo impulso mientras nalguea su trasero con cada embestida. Arleth tiene el culo todo rojo.
El sonido de los huevos del novio al chocar con la humedad vagina de Arleth hace eco por todo el cuarto. El sonido de las brutales nalgadas hace eco por el cuarto. Pero ambos sonidos son opacados por los gritos de placer de la morena.
—¡Más duro, cabrón, más duro! Rómpeme el culo papi —exclamó ella sin desprender la mirada sobre mí, sobre mi miembro que es un chiste comparado con el pedazo de carne que tiene clavado en su ano.
—¿Cómo se dice, zorra? —le blandió otra nalgada, una tan fuerte que hasta a mí me dolió.
—Por favor, papi, dame más duro. Rómpeme el culo por favor.
La jalo de su cabello y aumento la intensidad de sus movimientos dejando a la perra de Arleth sin aliento. Muerde las sabanas de la cama mientras es penetrada por el culo. A pesar de todo eso no deja de humillarme con esos ojos dilatados perdidos en el placer y en el morbo. Con la mirada me dice que nunca la llegare a complacer como su novio lo hace, ni a ella ni a ninguna otra mujer.
Esto es tan humillante para mí, pero mi mano no se despega de mi pene. Me la sigo jalando mientras veo como se follan a mi mejor amiga de la cual he estado enamorada desde hace mucho tiempo.
Arleth se dejó caer en la cama, su novio la voltea, separa sus piernas y las coloca en sus amplios hombros.
Yo admiro el cuerpo de ella, bañado en éxtasis, apunto de ser penetrada salvajemente. Los veinte centímetros de jugosa carne son insertados de un solo movimiento en la vagina de mi mejor amiga, parece que el vato ya se aburrió de su culo.
El suspiro, ella grito y después dejo caer la cabeza al borde de la cama donde su mirada de placer se clava de nuevo en mí. Esta sorprendida porque todavía no me he venido, ni yo sé cómo es posible eso si estoy más caliente que ellos dos.
Las tetas de la puta se balancean por el aire por las fuertes embestidas de su macho, saca y mete su pene sin piedad mientras muerde esos pezones oscuros que me vuelven loco.
—¡¿Te gusta, pinche perra?!
—¡Me gusta! ¡Joder! Estoy enamorada de tu vergota, no te detengas por favor.
Para él no existo, ignora mi presencia, para ella soy un juguete sexual. Recibe placer humillándome y extrañamente me excita ser humillado, aunque ella también está siendo humillada por su novio: la nalguea, azota sus tetas, muerde sus pezones y su cuello, la insulta, le escupe en la cara y la penetra como si ella fuera un objeto a la cual hay que llenar de leche. Al final el único ganador es él, que domina a la puta y al voyeur a la vez.
—Sigue así, sigue así. Ya casi, ya casi —dijo Arleth que estaba a punto de correrse pero su novio no la dejó. Se la inserto por última vez con violencia y saco su gran verga de la inflamada vagina de mejor amiga.
Ella no dijo nada, sabe cuál es su papel de puta sumisa. Su novio se levantó de la cama, se puso frente de Arleth dándome una buena imagen de su peludo trasero.
Arleth abrió la boca y con la mirada fija en mi acepto la verga de su macho, entera, 20 centímetros de buena carne entrando lentamente en su garganta hasta provocarle arcadas. El vato se sujetó de las tetas de la perrita, apretando y retorciendo sus pezones a la vez que metía y saca su verga de la boquita de Arleth. Le follaba la cara con la misma brutalidad que tuvo cuando la penetraba por el culo o la vagina.
Ella mantenía su fría mirada sobre mi pene. Verla con la boca llena de verga, la nariz tapada por un buen par de huevos y las mejillas siendo recorridas por gotas de saliva y semen; ver esa hermosa expresión de placer y humillación hizo que me corriera en mi propia mano.
Estuve observando cómo se follan la boca de mi amiga por otros cuatro minutos más, después su macho descargo toda su leche sobre su garganta; esa se lo trago con mucho placer sin dejar de mirarme.
Su macho dio un gran bocado de aire, me miro sonriente y me palmeo la espalda antes de salir de la habitación. Arleth se acomodó en la cama tosiendo con fuerza, escupiendo saliva y semen aunque tenía la cara llena de ese último líquido.
—Ven —me ordenó—. Todavía no te subas los pantalones. Y trae su toallita.
Yo siempre cargo con una toalla de mano para secarme el sudor o los mocos. Me acerque a ella con la verga flácida de fuera y la toalla en la mano.
—Límpiame, con cuidado, con mucho cariño como si fuera tu madre.
Mi madre es una puta igual que ella así que con lo último no tengo problema. Con mi propia toallita fui limpiando el semen de su ovalado rostro. Realmente su macho expulso una gran cantidad de leche, su carga es como el triple de la mía.
—Perfecto, quiero que utilices esa toalla por toda la semana. No la laves ni la cambien, ¿Entiendes, putito?
—Entiendo.
—Ahora ayúdame a cambiarme.
La ayude a ponerse el pantalón, las botas, el sostén y la blusa, todo menos la tanga negra de hilo. Le arregle el cabello, oliendo su sudor, el aroma a sexo y a leche.
—Gracias, ahora ponte esto. —Me entrego su tanga, le mire raro pero no la cuestione. A este punto ya pa ´que.
Me puse la tanga de Arleth donde el hilo se metía dentro de mis nalgas. Después me subí el pantalón y acompañe a mi dulce amiga de la infancia hacia su casa.