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Elsa, mi sumisa (II)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Entré con la botella de vino, y tal como le ordené estaba sentada en el suelo, apoyada la espalda en el pie de la cama. Era excitante su postura, desnuda solo con el collar y los zapatos puestos.

—¿Te encuentras bien? —pregunto cuando me siento a su lado.

—Sí, sí… estoy perfectamente

—Me gustaría besarte.

—Estás impaciente… ¿Me deseas?

—Déjame descubrir si puedo ser tu sumisa.

Ella levantó la cabeza con la intención de besarme, pero cuando estaba a punto de alcanzarme, me separé de ella lo suficiente para que no consiguiera su objetivo, no estaba dispuesta a que ella marcara la situación.

—Aquí mando yo. Me besaras cuando yo quiera, no cuando tú lo digas. ¿Queda claro?

Tenerla tan cerca encendía mi sangre, y necesitaba mantener la calma si quería que todo saliera según mis planes. Bajó la vista, parecía que la había intimidado. El perfume que desprendía era agradable, realmente olía muy bien.

—Sí, mi ama.

—Deseas seguir complaciéndome.

—Por eso estoy aquí, para complacerte, mi ama.

Me levanté. Vivo en uno de los montículos que rodean la ciudad, una casa antigua de dos plantas, desde la habitación se divisa gran parte de la ciudad que se extiende a sus pies, separé las cortinas y cerré las luces, la habitación quedó iluminada por la luz de la luna llena que resplandecía aquella noche en el cielo. De todas maneras encendí también unas velas. Sentándome en la cama a su lado, cogí la botella de vino y llené la única copa, de unos sorbos y se la ofrecí, seguro que por miedo a nuevos reproches la cogió y dio unos sorbos también.

—Sube a la cama y tiéndete boca arriba—. Obedeció rápidamente, le coloqué unas esposas en las muñecas y en los tobillos, además de un antifaz. Quedó atada a la cama y con los ojos vendados. Ella se relamía los labios, por los restos del vino o quizás presa de la expectación, pero no dijo nada.

—He recibido unos artículos que al igual te gustara probarlos, seguro que descubrirás nuevas sensaciones. ¿No crees?

—Yo no veo nada, tú dirás, mi ama.

Empecé paseando las cintas de un flogger por sus piernas, subí por entre los muslos y me desvié a sus costillas, hice círculos sobre sus pechos, su boca, su cara. Ella se arqueaba como buscando las caricias. Fui descendiendo por su vientre, paseé por el pubis, ella misma contorneó la cintura arqueando las piernas y se le escapó un gemido cuando golpeé en su sexo. Inicié de nuevo el recorrido, pero esta vez golpeando en ambos pechos y lanzó un grito.

—¿Ocurre algo, querida? No me gusta que grites, pero si vuelves hacerlo tendré que amordazarte.

Ella apretó los labios y continué el paseo, de nuevo por su sexo, profundizando las caricias, se le veía ya hinchado y empezaba a brillar por la humedad. Se relajó suspirando al notar que dejé de acariciarla, me aparté de golpe. Ahora con unas pinzas vibradoras se las coloqué en sus pezones, hinchados ya quizás por el deseo. Se tensó unos segundos, creyendo que solo era eso y sonrió. Accioné el mando y las pinzas empezaron a vibrar, primero despacio, y cada vez con más fuerza. Se retorció, pero se mordía el labio para evitar desobedecerme. No pude evitar el impulso de morderle un pezón, que sobresalía de la pinza, consiguiendo que levantara la espalda de la cama. Afloje la intensidad de la vibración y acerqué la lengua a su sexo y lamí. Su clítoris de un rojo brillante se ofrecía prominente entre los labios, se lo succioné una y otra vez, después introduje mi lengua dentro, por sus suspiros a punto de correrse, paré de inmediato.

—¡Joder! —suspiró jadeando.

—¿Qué quiere, mi dulce sumisa?

—No sé si podré aguantar más.

—Podrás, porque te gusta.

—Vamos a ver qué más hay por aquí… creo que ahora vas a disfrutar muchísimo.

Con una cinta de piel atada al collar, a través de la espalda, por entre las nalgas, y tirando de ella se la até alrededor de la cintura, dejé su sexo partido en dos. Alcancé un vibrador, lo encendí pasándoselo por sus costillas, su ombligo, su pubis… pero evitando el contacto con su botón rosado. Bajé por el muslo, la pantorrilla, el pie… y retorné por la otra pierna hasta el punto de partida. Se lo sujeté con la cinta apoyándolo sobre los labios, abiertos como alas de una mariposa. Me aparté para observarla, movía las piernas y el vibrador rozaba su clítoris, a cada movimiento suyo se introducía más en su sexo, a simple vista cada vez más hinchado y húmedo. Se relamía los labios, respirando más rápido. Cogí una vela y derramé unas gotas de la cera líquida primero sobre sus hombros, después su vientre y un fuerte gemido salió de su garganta cuando la cera tocó la piel de sus senos.

—¿No te ha gustado? ¿Sigues queriendo ser mi sumisa?

—Ahhh… si… mi ama.

—Bien, veo que tienes claro que soy tu dueña y tu mi sumisa.

Apagué el vibrador, le solté las tobilleras de la cama, uniéndolas a las manillas en cada lado entre sí. Piernas levantadas, muslos abiertos, expuestas las nalgas, ambos orificios vulnerables y entregada por completo al placer mío, y era de suponer también suyo. Con el flogger golpeé la curva donde el muslo se encuentra con el trasero. Se le escapó un sollozo cuando golpeé en el otro lado. Repetí un par de veces más. Paseé la mano alisando la carne colorada y tierna, ella gimió. La desplacé para encontrar la humedad que se le estaba acumulando. Aparté la cinta y empujé un dedo, lo más profundo que puede y ella se sacudió gimiendo.

—¿Los azotes te hacen estar tan mojada? —se lo dije con tono suave, pero ligeramente divertido.

—Sí, mi ama.

—¿Y qué crees que debería hacer al respecto?

—No sé.

Mientras un segundo dedo se lo deslizaba dentro acelerando los movimientos, percibí su orgasmo. Los saqué bruscamente y golpeé con la mano y con fuerza, dejándola colgada, con su coño vacío apretando el aire.

—Te hice una pregunta.

—¡Ahh! Ah. Por favor, ama, tú decides.

—Yo sé que tú. Vas a darme muestras de cuánto me necesitas. ¿Entendido?

—Lo intentaré… mi ama.

—Cómo vas será buena ¿verdad? voy a compensarte, te quitaré el antifaz —Por la manera de mirarme mostró agradecimiento.

—De acuerdo. Vamos a ver qué más hay por aquí…

Aparte la cinta y untados con un gel deslice mis dedos entre sus nalgas, las terminaciones nerviosas de su ano se dilataban y contraían, uno de los dedos entró suavemente sin dificultad, moviéndolo en círculos, se dilataba por momentos, un segundo dedo entró y ella soltó un gemido.

—Veo que entran fácilmente, alguien te toma por el culo.

—Nooo…

—Nadie ¿seguro? —insistí.

—Bueno yo a veces también…

—Así que te gusta, tomarte el culo.

—Siii…

—Pues dime, te gustaría que te follara el culo.

—Si me gustaría que me follaras el culo… ama.

—Bueno de momento, que te parece si ahora probamos con estas bolas, seguro te darán placer inmenso. ¿Qué es lo que desea, mi pequeña Elsa?

—A ti —susurra desesperada.

—Tienes ganas de probarlas.

—Fóllame con ellas, por favor… mientras cerraba los ojos

Las unté con el gel y lentamente las fui entrado en su culo, tiraba de las ataduras en una acción para poder soltarse, suspiraba, gemía, no sé si de placer o de dolor.

Cuando las tuvo dentro, las sujeté con la cinta para que no salieran. Abrió los ojos le brillaban. Me tumbé a su lado.

—¿Estás cachonda verdad? ¿Quieres correrte viva, no es así?

—Síííí, no sé si podré aguantar más, pero…

—Ya te dije que desearías terminar, ¿quieres que siga?

—Estoy mareada, pero sigue por favor.

Me subí a la cama, con las piernas abiertas sobre su cara, fui bajando hasta ponerle literalmente mi coño en la boca y le ordené que me lo comiera, sacó lengua y la movía como una loca, ya cerca de mi orgasmo, tiré de la cadena que unían las pinzas que aún estaban presionando sus pezones. Ambas chillamos yo de placer ella seguramente de dolor.

Tiraba de las ataduras, pero aún era el momento. Después de darme ese increíble orgasmo me bajé de la cama.

—A ti alguna polla de carne y hueso te habrá follado, pues no creo que seas virgen, ¿verdad? —solté sonriéndome.

—Siii…

—Pues, me has puesto muy cachonda y como lo has hecho muy bien, voy a dejar que seas tú quien folle ahora.

—No entiendo a qué te refieres —seguro que no esperaba esta oferta.

—Te gustaría

—Lo que a mi ama le guste, será también el mío.

Llegó el momento de soltarla, le permití que me observara, mientras le colocaba un arnés amarrándolo en su cintura, con consolador doble, lo lubrifique y lo inserte en su coño. Dejándole insertadas en el culo las bolas. Me tumbé en la cama abriéndome de piernas, tiré de ella para colocarla sobre mí, y sujetándola de las caderas empecé a moverme para ayudarla a penetrarme.

—Venga guarra muévete y fóllame —La vi echar la cabeza hacia atrás, a darme placer.

Mientras el consolar entraba y salía de mi coño, le azotaba las nalgas con mis manos. Cada vez que me penetraba, abría su boca ligeramente y sus gemidos eran más prolongados e intensos.

—Me voy a correr ama, ummm. Quiero que te corras conmigo.

Cuatro o cinco embestidas después empezó a correrse, se me nubló la vista y la acompañe a los pocos segundos, acabando ambas con un orgasmo bestial y tumbadas en la cama.

Después de ducharnos me acerque a ella le di un beso y le susurré —Algún día serás tú quien mande…

Dormimos las dos hasta las primeras horas de la tarde, comimos algo, para volver a la carga. Estuvimos toda la tarde hasta que nuestros cuerpos dijeron basta. No vale la pena relatar el resto de aquel día. Sí que serán alguno de los siguientes en los que el vicio, la lujuria y el morbo siguieron siendo los ingredientes principales de nuestros encuentros.

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