Continuando con el relato anterior, llegó la noche en la que por primera vez, y ante la desesperación que sentía por la necesidad de estar con un hombre, decidí acudir a una de estas fiestas organizadas en mi ciudad para chicos gays, en uno de los típicos locales en los bajos de un edificio en un polígono a las afueras. Depilada, aún con ropa de chico (unos vaqueros comunes y una camiseta blanca ajustada que marcaban mis pequeños pezones), y con un tanga de encaje blanco como ropa interior, me fui a la fiesta, cuya entrada tuve que pagar a buen precio.
Estaba muy nerviosa, sentía un sudor frío recorrer mi cuerpo, y temblaban mis piernas. Era la primera vez que salí a buscar un hombre, o mejor dicho, a que un hombre me encontrara. Fui al local en taxi, al encontrarse alejado el lugar de mi casa. Fue un poco extraña la sensación. Probablemente el conductor por la dirección supiese a donde me dirigía. ¿Sería gay él también? ¿Me estaría mirando por el retrovisor de forma pervertida? Nadie lo sabrá nunca.
Tras pagarle al conductor, bajé en la puerta del local. He de reconocer, que por aquel entonces hacía frío, y la poca ropa que llevaba aumentaba aún más la sensación térmica. Era una calle oscura, iluminada por tan sólo un par de farolas. En la puerta había dos hombres, uno grande, calvo, que por su cuerpo musculoso deduzco que sería el portero. Reconozco que sólo con verlo sentí como mi pequeño pene palpitaba, y no pude evitar pensar en cuán grande sería su pene, algo que por un lado me intimidó. A su lado, un hombre, mayor, con gafas, de unos 40 años, que no me quitaba la mirada de encima.
-Bienvenido guapo.
Me dijo el hombre tras recibir de mí la entrada, abriéndome las puertas y dejándome acceder al local. Lentamente, y algo nervioso, accedí a la sala principal después de recorrer un pequeño pasillo, lleno de humo, y desde donde ya se oía la fuerte música del interior. Era música estilo heavy metal, a la cual yo era muy aficionado, y que para nada era el tipo de música que me hubiese esperado. Al entrar, una extraña sensación recorrió mi cuerpo. Probablemente fuese fruto de mi imaginación, pero sentí como repentinamente todos los ojos de la gente en la sala se ponían sobre mí. Bueno, decir gente no es lo más correcto, porque únicamente había hombres en su interior. Hombres de todo tipo, altos, bajos, con mucho pelo, calvos. Todo un catálogo. Eso sí, la mayoría de una edad mucho mayor a la mía. Diría que la media de edad era de unos 40 años. Me esperaba gente más joven.
Ante tal cantidad de hombres alrededor mía, no pude hacer otra cosa que sentirme como una pequeña conejita blanca en mitad de una manada de lobos hambrientos. Ellos estaban hambrientos, deseosos de carne fresca, y yo estaba completamente indefensa.
Había dos clases de personas en el local. Gente con pareja y gente sola. La mayor parte de la gente con pareja se situaba en el centro de la sala, donde bailaban, bebía, y sobre todo, se manoseaba. Fue la primera vez que vi como dos hombres se besaban en directo. En el fondo me reconforto, allí todo el mundo iba a lo mismo que yo, y había dejado de ser así el raro entre los normales. Yo, no pude hacer otra cosa que ir a la barra, donde estaban los hombres sin pareja, algunos charlando, otros disfrutando de una bebida en solitario. Pero eso sí, había una cosa en común, todos miraban, miraban con los mismos ojos que te mira el diablo cuando quiere atarte y clavarte una lanza.
Pedí un refresco, y me mantuve en la barra más de media hora, sin saber qué hacer, simplemente mirando a mi alrededor. Hasta que de repente, un hombre se acercó a mí. No os puedo decir la edad, ya que es la clase de persona que no sabes si es joven y está mal conservado, o si es joven y llevaba muy mal los años. Si tuviese que decir una edad, diría que rondaba en torno a los 35-40 años. Se llamaba Fernando, y tras introducirse a mí como tal, comenzamos a entablar una conversación. Las preguntas se sucedieron:
-¿Cuántos años tienes?
-¿Es la primera vez que vienes?
-¿Lo sabe tu familia?
-¿Qué estás buscando?
-¿Me das tu número?
-¿Eres virgen?
Mil y una preguntas, en las cuales tuve que mentir en la mayoría, especialmente diciendo que hacía tiempo que perdí la virginidad, cuando como ya sabéis era completamente falso. Una cosa llevó a la otra. Al final de la conversación, cuando ya no había más que preguntar, lanzó su ataque final. Puso una mano sobre mi rodilla, y acariciando mi muslo me preguntó.
-¿Quieres carne?
Carne, probablemente hubiese habido mil formas mejores de preguntarle a alguien si quería algo contigo, y sobre todo, menos bruscas. Pensándolo ahora, no era el hombre más guapo del mundo. Yo provenía del mundo heterosexual, y no tenía una idea de lo que significa que un hombre sea guapo o feo. Pero la verdad, no me importaba. A lo largo de este tiempo, me había dado cuenta de una cosa, me daba igual el físico, me daba igual si era una persona musculosa o no, si olía mejor y peor, incluso algo que puede parecer extraño, me daba igual si sentía placer al ser penetrado. Mi placer no era físico, era mental. Lo que a mi me daba realmente placer, era sentirme utilizada por un hombre. Me daba placer, saber que yo era su hembra, ver a un hombre con ansia y saber que esas ansias eran provocadas por sus ganas de penetrarme, me daba placer, pensar (aunque esto pueda parecer un poco macabro) que era su recipiente, el lugar donde el descargaría todo lo que lleva acumulado. Así pues, asentí con la cabeza, tras lo cual terminó besándome. Mi primer beso con un hombre.
Fue una sensación agridulce. Su cara era áspera debido a la barba corta de dos días, y su aliento no era muy agradable. Pero bueno, eso era lo de menos, estaba besando a un hombre. Fue distinto a como había imagina, y es que, a pesar de todo, no sentí nada, nada salvo una sensación de alivio, como cuando un niño tiene su primera novia en el colegio. Lo había conseguido. Por supuesto, la cosa no se quedó en un beso.
Los toqueteos se sucedían, él acariciaba mi torso, mi culo, mi entrepierna. Yo me limitaba a colocar mis manos sobre sus caderas, al tiempo que sentía debido a nuestra cercanía como él se empalmaba. Otro paso más. La primera vez que un hombre sufre una erección por mi culpa. Él se excitó aún más, algo que notaba por como apretaba sus manos en mi culo y la intensidad de la respiración. Hasta que, al fin, me condujo al baño. Lo que narro a continuación es algo que pasó tan rápido…
Fuimos de la mano atravesando la sala hasta que llegamos a los baños, pequeños compartimentos separados, estrechos, y con un olor no muy agradable. Todos ellos ocupados. En los dos o tres que había aparte del nuestro se podían oír gemidos, gritos, y golpes contra la madera de las puertas. Él y yo, guiado por sus ansias, entramos rápidamente en el baño, cerrando la puerta con pestillo, un pequeño habitáculo con un lavabo y un inodoro. No pude hacer nada. Por primera vez, estaba siendo utilizada para calmar la ansiedad de un hombre, era su hembra. Me tocaba, manoseaba, besaba, lamía mi cuello. Bruscamente me colocó mirando hacia el lavabo, en el cual yo apoyé mis manos, el comenzó a azotarme con fuertes palmadas en el culo, a besar mi cuello desde detrás, y a meter la mano dentro de mi pantalón, por detrás agarrando y tirando de mi tanga, y por delante, masajeando mi pequeño pene.
Hasta que su pene gritó que necesitaba salir. Desabrochó su cinturón, y bajando sus pantalones hasta las rodillas, dejó al aire su gran tesoro. Allí estaba la carne que me quería dar, su gran tesoro, el orgullo de todo macho. Yo instintivamente me senté en el inodoro y lo contemplé. No era el pene más grande que había visto (cuando digo visto me refiero a ver en porno), pero sí era de un gran groso. Él estaba sin depilar, por lo que tenía una gran cantidad de pelo negro y grueso en la base. Tenía un poco de fimosis, por lo que había gran cantidad de piel en su prepucio.
-Sentada no, ponte de cuclillas mejor perrita.
Me dijo guiándome hasta el suelo, donde como él quería me coloqué de cuclillas. Allí estaba yo, de cuclillas, con un pene delante de la calla. De él se desprendía un fuerte e intenso olor, un olor que nunca había sentido, agrio. Sin demorarse, las manos fueron a mi cabeza, y automáticamente, mi boca se abrió.
Me metió la polla en la boca.
He de reconocerlo, no sabía chuparla. No sabía qué hacer con la lengua, dónde lamer, ni siquiera sabía muy bien como respirar. Yo sólo, comencé a mover la cabeza.
Le estaba chupando la polla a un hombre.
Él movía sus caderas, mi cabeza empujando contrae él. Yo solo ponía la boca y me mantenía de cuclillas. Me estaba follando la boca. Estaba caliente, sentía el calor de su pene en mi lengua, y a pesar de lo dura que estaba, era agradable y suave la sensación de su gruesa piel. Me estaba gustando.
No duró mucho, apenas unos minutos. Sus jadeos eran constantes y estaba resignado a recibir su descarga de un momento a otro. Pero esto no ocurrió, de pronto, como cuando llega un tsunami a la costa, comenzó a jadear fuertemente, y masturbándose detrás de mí, bajo un poco mis pantalones y se corrió sobre mi tanga.
-Ahhh… tómala… aquí la tienes.
Tras esto volvió a subir mi pantalón. Él había terminado de usarme. Ya no servía. Fue la sensación que tuve. Le había servido a un hombre por primera vez, y él, me había ayudado a realizarme como mujer. Fue una extraña noche. Ese día mantuve mi virginidad, no por voluntad propia, sino por la voluntad de aquel hombre, Fernando. El me dejó allí, desapareció, pero no por mucho tiempo, ya que sería él quien a los pocos días se convertiría en el primer hombre en profanar mi virginidad y terminar de hacerme una nena.
CONTINUARÁ…
Espero encarecidamente que os haya gustado. Por supuesto, espero vuestros comentarios. Si por algo os cuento esto a vosotros, es para recibir vuestras opiniones y consejos. Recordad, para cualquier cosa, podéis escribirme a [email protected].
Besos.