A los 18 años sufrí mi primera decepción amorosa cuando sorprendí a mi novio cogiendo con una compañera del colegio en el auto de ella.
Llegué a casa dolida, enojada y frustrada. Eran las 9 de la noche, en la casa estaba mi padre viendo la televisión y mi hermano Arturo en su recámara jugando videojuegos. Fui a mi habitación y abrí mi mochila. No tenía ganas de estudiar pero encontré el libro que había comprado esa tarde, se trataba de “Para Excitarlas”, de J. Aphrodite. Contenía 39 relatos eróticos muy descriptivos y calientes. Ojeé un rato entre sus páginas, luego decidí tomar una ducha relajante para disfrutarlo mejor. Necesitaba sacudirme de encima la depresión, lo que no imaginaba era lo que pasaría después…
Me relajé bajo el chorro de agua tibia. Acaricié mi cuerpo con el jabón líquido mientras en mi mente se desarrollaban las escenas de los relatos eróticos que había leído. Yo era una joven que había madurado plenamente, mis senos habían crecido bastante, mi cintura era estrecha, mis caderas eran poderosas. Tenía demasiado que agradecerle a la vida.
Me acaricié el sexo y al instante sentí que me lubricaba. Si el imbécil de mi novio había sido capaz de cambiarme por otra, eso no sería motivo para privarme de ciertos placeres secretos.
Aparte de la frustración me sentía caliente. Desde que mi novio me desvirgó 6 meses antes me había acostumbrado a tener relaciones sexuales casi a diario.
Salí de la ducha y me sequé. Sin vestirme me tumbé en la cama. Inmediatamente tomé el libro y comencé a leerlo con calma.
Conforme leía me fui calentando más. Pronto me puse uno de mis pezones en la boca (¡Yo si puedo, jejeje) y lo succioné con deleite mientras con una mano sostenía el libro y con la otra me sobaba el clítoris y me metía dedos en el coño. Jadeaba audiblemente mientras leía como un perro penetraba a una mujer mientras ella mamaba la verga de su primo.
Suspiraba y gemía deliciosamente, dispuesta a abandonarme al inminente orgasmo. La puerta de mi habitación se abrió intempestivamente unos segundos antes de correrme.
—¡Natalia! ¿Te sientes bien? Te escuché quejarte y…
¡Era mi papá, de pie en la entrada de mi cuarto!
¡Me había sorprendido masturbándome como una loca!
Mi padre pasó de la preocupación a la sorpresa, luego lo vi dolido, decepcionado y finalmente furioso.
Se me acercó. Yo conservaba mi pezón entre los labios, dos dedos de una mano metidos en el coño y el libro en la otra mano. También conservaba un estado de tensión preorgásmica que el susto no podía quitarme.
— ¡¿En qué te hemos fallado?! ¿Qué te ha faltado? ¿Qué mal ejemplo te hemos dado para que ahora te toquetees como una golfa? ¡Mira esta literatura! ¡Orgías e intercambios!
Salió de mi dormitorio muy enojado. Azotó la puerta y lo oí caminando a su habitación. Mi hermano le preguntó qué pasaba y él sólo respondió:
— No pasa nada. Vuelve a tu habitación. Tu hermana me ha decepcionado pero no es asunto tuyo.
Era jueves por la noche. Mi madre estaba en una de sus reuniones de póker con sus amigas y todavía tardaría un rato en llegar. Si quería arreglar las cosas o mitigar el daño tenía que actuar rápidamente.
Me puse una camiseta larga, de las que llegan a las rodillas, en mi desesperación ni siquiera me acordé del tanga. (¿Acierto o error?).
Aclaro y describo:
Mis padres se casaron muy jóvenes y tuvieron a mi hermano Arturo a los 19 años, un año después nací yo. Papá y mamá tenían 38 años cada uno, eran una pareja joven, dinámica y con mucho empuje. Según me confesó papá después, lo que realmente le dolió fue el darse cuenta de que yo había dejado de ser una niñita, aunque después gozó con mi nueva faceta de mujer.
Mi hermano Arturo salió de su cuarto y me preguntó:
— ¿Qué pasa?
— Hice algo que no le gustó a papá y está enojado, voy a hablar con él.
— Me quedo afuera por si me necesitas. —Se ofreció Arturo.
Mi hermano y yo éramos muy unidos. Él se parecía a papá y yo a mamá. Quien nos viera juntos sin conocernos pensaría que no somos parientes.
Entré en la habitación de mis padres dispuesta a enfrentarme valientemente con mi progenitor.
Papá estaba sentado al borde de la cama de matrimonio. Leía mi libro. La masturbación interrumpida me había dejado tensa por el orgasmo que no pude liberar. Me acerqué despacio, deseaba arreglar las cosas pero no encontraba las palabras.
— Este libro debería ser quemado y tú mereces un castigo. –dijo papá con coraje.
Extendí mi mano sin saber que esperar, él reaccionó sorprendentemente rápido.
Tiró el libro al suelo y se aferró de mi mano, jalándome hacia él. Me hizo caer sobre sus muslos y sujetó mi espalda para que no escapara. Me dio una tremenda nalgada. Mi camiseta le estorbaba, así que me la subió sobre mis caderas. La segunda nalgada cayó sobre mi trasero desnudo, creo que hasta entonces no había visto que yo no llevaba tanga.
Una corriente eléctrica me recorrió rápidamente. El orgasmo que casi me provoqué se reanimaba y luchaba por liberarse. Me agité sobre los muslos de mi padre como buscando ser penetrada. Mi hermano abrió la puerta y nos vio. Primero miró mi nalgatorio desnudo y en pompa, tuvo que haber notado mi vagina depilada y expuesta, empapada de flujos y a mi padre a punto de volver a nalguearme.
— Papá ya no le pegues a Natalia. Mira sus nalgas, están bien rojas. –Dijo Arturo defendiéndome preocupado.
Mi padre pareció arrepentirse y me preguntó:
— ¿Te duele hija?
Se inclinó para mirar la piel que acababa de golpear. Yo más que dolor o humillación sentía calentura por estar en aquella posición, desnuda de cintura para abajo a la vista de mi padre y de mi hermano. En esos momentos únicamente deseaba correr a mi habitación y venirme en un orgasmo largamente retenido.
Las manos de mi padre y de mi hermano se encontraron en mis nalgas, como procurando aliviar mi dolor. Instintivamente separé mis muslos y ellos debieron oler el aroma de hembra en celo que salía de mi coño. Inmediatamente sentí contra mi costado la dureza de la verga de papá y escuché que mi hermano suspiraba estremecido. Las caricias de las manos de los dos se hicieron más fuertes, yo estaba muy receptiva y ellos acababan de ver en mí a la mujer deseosa de sexo en que me había convertido.
¡Mi hermano Arturo se arrodilló a mi lado y tocó mi vagina!
¡Papá le retiró la mano e introdujo dos dedos en mi coño!
—La descubrí masturbándose. —Dijo papá, metiendo y sacando los dedos de mi cueva.
— Si tenía ganas me hubiera dicho y yo la habría ayudado. —Confesó mi hermano metiéndome también dos dedos.
Me agité estremecida. Papá dobló sus dedos sin sacármelos y los jaló hacia mis nalgas, mi hermano lo imitó empujando hacia delante. Entre los dos abrieron mi cavidad vaginal dilatándola, era como tener en mi interior una verga de dos cabezas con movimiento autónomo.
Gemí de placer y aullé de lujuria cuando mi padre comenzó a manosearme las tetas con su mano libre. Mi hermano sobaba mi clítoris sin que ninguno de los dos dejara de estimular mi coño con sus dedos.
Pasé la mano por debajo de mi cuerpo y encontré la verga de papá, la cual sobé por encima del pantalón. Agitaba mis caderas en busca de los dedos filiales.
¡Resoplando y gimiendo me corrí en un intenso orgasmo mientras mi coño soltaba sus jugos y aprisionaba a los invasores!
Mi hermano se bajó la bragueta y comenzó a masturbarse suavemente.
— ¡Perdón pero no puedo resistirme! —Gritó. Al sacar los dedos de mi coño se los llevó a la nariz y aspiró con deleite.
Entendí que algo nuevo estaba por pasar, que yo debía realizar el siguiente movimiento para sacar a papá de su estado de decepción y tristeza.
— No te enojes papá. —Dije, levantándome y quitándome la camiseta.
Papá se desabrochó los pantalones y se deshizo de ellos. Nunca antes había visto a mi padre o a mi hermano desnudos. Sus vergas eran muy parecidas entre sí, largas, gruesas y curveadas hacia abajo. Me recordaban la herramienta sexual de un negrazo que vi una vez en una película porno.
Mi plan original era mamar la verga de mi padre, dándole a entender que todo estaba bien, pero no me lo permitió… No todavía.
Papá se levantó y terminó de desnudarse, Arturo lo imitó y por un momento nos contemplamos los 3 en pelotas.
Me acosté boca arriba en la cama. Papá se colocó entre mis muslos y lamió ávidamente toda la raja de mi sexo. Mi hermano me besó en la boca con muchas ganas y sobó mis tetas con gusto.
— No sabes cuantas veces me he masturbado pensando en este momento —Murmuró mi hermano en mi oído.— ¿Me dejas cogerte?
— ¡Si! —Grité apasionada cuando sentí que mi padre metía dos dedos en mi vagina.
Arturo jugaba con mis tetas, mamaba mis pezones y me daba palmaditas sobre la carne temblorosa. Con mi mano me apoderé de la verga de mi hermano, sobando y palpando su dureza mientras gemía por el cunnilingus que mi propio padre me estaba dando. Mis niveles de excitación volvían a aumentar por momentos y papá lo notó. Palmeando la espalda de mi hermano dijo:
— Arturo es hora de que aprendas a comerte unas verijas, ven acá.
Mi hermano dejó mis tetas y se acercó a mi entrepierna. Papá se retiró de mi coño y la boca de Arturo ocupó su lugar.
Lo que siguió fue extraordinario. Mi padre daba instrucciones a mi hermano sobre cómo debía mamarme el coño y mi hermano obedecía con placer. Yo gemía, aspiraba aire y gritaba de gusto. Cuando papá consideró que Arturo estaba suficientemente capacitado acercó su cara a la mía y me plantó un beso en la boca. Sus labios sabían a mi flujo vaginal y eso me electrizó de verdad. Correspondí al beso con mucho deseo, sus manos amasaban mis tetas a su antojo.
Sentí que me venía torrencialmente. Todavía no me penetraban y ya me habían dado más placer sexual en ese rato de lo que mi novio me diera en seis meses de relación.
Papá se enderezó y puso su verga en mi boca, inmediatamente comencé a mamársela con gula.
— Cada vez que beses a tus novios lo harás con la boca que mamó la verga de tu propio padre. —Me dijo.
Liberó su miembro de mi chupeteo y me lo restregó por toda la cara dándome golpecitos en las mejillas y en la frente.
— Cada vez que alguien admire tu bello rostro admirará la cara donde jugó la verga de tu propio padre.
Se acomodó a mi lado y restregó su verga por mis pezones, juntando mis tetas para que ambos tocaran su glande.
— ¡Cuando te coman las tetas o amamantes a tus hijos recordarás que la verga de tu padre jugó con ellas!
— ¡No aguanto más Natalia! ¡Te quiero coger! –Gritó mi hermano, desesperado.
— Yo primero. —Dijo papá autoritariamente.— Observa y aprende, luego te la tiras tú.
Papá dejó de jugar y se acomodó entre mis muslos. Era el momento clave, o me dejaba coger, o salía corriendo de ahí. ¿Qué hubieran hecho ustedes?
¿Qué piensan que hice yo?
Miré fijamente a papá, asintiendo con decisión.
Mi padre separó mis piernas y se las subió a los hombros, puso su glande entre mis labios vaginales y empujó lentamente. Su primera arremetida me mandó guardar la mitad de su verga dentro de mi coño, la sorpresa vino cuando empujó por segunda vez y me la alojó completa.
¡La curvatura de su verga presionaba directamente mi “Punto G” mientras que su glande chocaba contra mi útero!
De pronto me estremecí en un nuevo orgasmo que, lejos de ser liberador, ejerció en mi cuerpo un efecto acumulativo.
Papá comenzó a moverse con fuerza, empeñándose en llegar al fondo de mis entrañas en cada empujón. Y en cada penetración pulsaba mi “Punto G”, provocándome nuevos orgasmos acumulativos. Ya no éramos padre e hija, éramos animales entregados al placer más básico. Mi propio padre hundía su verga hasta topar con el fondo de mi sexo, estimulando zonas erógenas cuya existencia jamás imaginé. Yo gemía y gozaba, sudaba y me retorcía mientras mi vagina destilaba flujos sin control, alojando profundamente el miembro viril que un día me engendró. El incesto se estaba consumando, más que placentero era apoteósico…
¡De esa manera, entre gritos, jadeos, gemidos y estertores de placer fui encadenando orgasmos, hasta que sentí llegar a un clímax jamás alcanzado, liberando toda la tensión acumulada!
¡Estallé en un orgasmo poderoso, múltiple y sublime mientras mi padre eyaculaba dentro de mi coño, gritando y llenándomelo de semen!
Aquello fue bestial, indescriptible…
Cuando nos desacoplamos yo necesitaba reponerme, mi padre seguía tan entero como antes de penetrarme.
—¡Me va! ¡Me va! —Gritó mi hermano reclamando su turno de follarme.
Yo estaba estremecida por los orgasmos que mi padre me había provocado pero no deseaba dejar a mi hermano con las ganas de disfrutar. Recuperando el aliento indiqué a mi hermano que se acostara boca arriba en la cama y repté hacia él apoderándome de su verga. Papá se acomodó a nuestro lado y comenzó a darme indicaciones de cómo debía mamar el pene de mi hermano mientras él acariciaba mis nalgas y mis tetas. Arturo no se había corrido todavía y poco a poco me armé de valor para remediar su situación.
Succionaba, mordía, jalaba y besaba la verga de mi hermano, hasta que consideré que llegaba el momento de pasar al siguiente nivel de depravación, tener relaciones sexuales con mi propio hermano.
Decididamente me puse en pie y me paré con el cuerpo de mi hermano entre mis piernas. De mi coño escurrían ríos de flujo vaginal y semen de nuestro padre. Me acomodé sobre Arturo, agarré su verga y jugué con su glande entre mis labios vaginales. Mi hermano me agarró de las caderas y yo me dejé caer, empalándome a fondo.
La verga de mi hermano tenía la misma curvatura que la de mi padre, por lo que inmediatamente pulsó mi “Punto G” haciéndome gritar y estremecerme. Su glande tocó el fondo de mi coño y gemí de gusto.
Me gustó esa posición, yo arriba dominando la acción y Arturo abajo, empujando y retrocediendo mientras yo hacía rotar mis caderas con cadencia desenfrenada. Me retorcía, estimulando los puntos de placer de mi sexo, aprisionando su virilidad con mis músculos internos. Mi hermano gritaba y jadeaba placenteramente.
Mis tetas botaban sin control a cada movimiento de amazona, mi cuerpo respondía con toda la energía sexual que me daba el morbo de saber que estaba follando con mi propio hermano justo después de haber follado con mi propio padre. Encadené varios orgasmos, pero el más poderoso llegó cuando escuché que papá decía:
–Natalia te mueves y follas igual que tu madre.
Grité en medio del frenesí. Si los vecinos me escucharon quizás pensaron que alguien me estaba matando. Cuando el clímax pasó papá dijo:
—Arturo no te corras todavía. Vamos a darle a tu hermana la cogida de su vida.
Papá me sujetó por los hombros y me hizo recostarme sobre mi hermano, Arturo aprovechó para besarme rabiosamente en la boca.
—Natalia… ¿Te han dado por el culo? —Preguntó mi padre acariciándome las nalgas.
—No papá… ¿Qué pretendes? –Pregunté asustada.
—No te preocupes hija, al rato te lo desvirgo. Por ahora vamos a hacer algo diferente…
Dicho esto mi padre se acomodó detrás de mí, sin permitirme incorporarme. Yo había visto escenas de dobles penetraciones en películas porno, pero nada me había preparado para lo que siguió.
Papá tomó su verga y la dirigió a mi vagina ocupada por el pene de mi hermano. Gemí cuando empujó pero la lubricación era tanta que no me dolió mucho cuando me penetró con su glande. Nos indicó que no nos moviéramos y fue penetrándome lentamente. Cuando la mitad de su miembro estuvo dentro de mi vagina indicó a mi hermano que se saliera un poco, momento que aprovechó para empalarme completamente. Luego Arturo volvió a clavarme toda su verga y esa fue la locura para mí.
¡Las dos vergas estaban dentro de mi vagina, tocando hasta mi útero y estimulando todos mis puntos sensitivos al mismo tiempo!
Gemía desesperada. La curvatura de sus vergas me dilataba al máximo, mi “Punto G” estaba al rojo vivo. Iniciaron un mete saca pausado y profundo, haciéndome correr cada vez que uno de ellos se movía. Mis paredes vaginales se adaptaban a sus vergas que se rozaban una contra la otra dentro de mi ser. Cada vez que uno de los miembros chocaba con mi útero todos mis músculos internos aprisionaban automáticamente a los 2 penes.
Perdí la cuenta de los orgasmos que me provocaron. Solo sé que llegó el momento en que ambos aceleraron el ritmo de sus penetraciones, como queriéndome destrozar de placer. Me habría desmayado de no ser porque temía que se detuvieran.
Cada orgasmo me daba placer y reservaba energías que se acumulaban para finalmente hacerme estallar en un clímax apoteósico, liberador y sublime.
¡En el momento cumbre de mi enésimo orgasmo las vergas incestuosas de mi padre y mi hermano irrigaron de semen mis entrañas!
Sentí sus corridas profundamente dentro de mi ser, en un tsunami de esperma que me hizo ver las estrellas…
—¡Depravados! ¡Jamás pensé que fueran capaces de semejante chingadera! —Gritó mi madre desde la puerta de la recámara, sorprendiéndonos en el momento más inoportuno.
Mamá nos miraba furiosa desde la entrada de la alcoba matrimonial. Nos dedicó una mueca de rabia y se apartó corriendo, bajando las escaleras en dirección a la cocina. Papá dio algunos empellones más dentro de mi vagina después me sacó la verga. Me desacoplé de mi hermano y me tumbé a su lado.
— No se preocupen, voy a hablar con su madre. –Dijo papá. Levantó el libro del suelo y salió de la recámara completamente desnudo, cubierto de sudor y con la monumental verga bien erecta, empapada de su semen, del semen de su hijo y de los flujos vaginales de su propia hija.
Junté mis muslos y encogí las piernas. Sentía esperma hasta el fondo de mi coño. Afortunadamente me estaba cuidando, de lo contrario habría quedado preñada nada más por aquella mega cogida. Me sentía como en medio de un sueño surrealista.
Arturo me abrazó y me besó en la boca. Supe que, pasara lo que pasara, la caja de Pandora incestuosa ya se había abierto y nuestras vidas cambiarían radicalmente a partir de esa noche. Agarré la empapada verga de mi hermano y noté que seguía erecta. Arturo amasó de lo lindo mis tetas mientras yo lo masturbaba suavemente. Momentos después no pude aguantar las ganas de hacerle otro oral.
Me acomodé entre sus piernas y metí su glande y parte de su tronco en mi boca. Su herramienta estaba cubierta hasta los cojones por nuestro triple coctel sexual.
—Así hermanita… así insaciable y golosa hermanita… ¡Que rico lo mamas! –dijo Arturo agarrándome por las orejas e imponiendo ritmo a mi felación.
No niego que estaba preocupada por la reacción de nuestra madre, pero el exceso de adrenalina por lo que llevábamos hecho me tenía todavía muy caliente. El súper orgasmo que mi padre y mi hermano me acababan de provocar había alborotado mis hormonas al extremo y mi cuerpo quería más guerra. Cualquier mujer que haya tenido en su vagina un pene curvo me entenderá parcialmente, la que haya tenido dos al mismo tiempo entenderá un poco más. Si estas dos vergas fueran la de su padre y la de su hermano, con cualidades dignas de grandes actores de película porno, la comprensión sería mayor.
Mi hermano estaba muy excitado y quería volver a cogerme. Acababa de venirse pero su verga seguía imbatiblemente erecta. No importaba lo que pasara con mamá, las cosas en nuestra familia no podían empeorar a partir de este punto.
Arturo se sentó en el borde de la cama con los pies sobre la alfombra. Me senté sobre él, dándole la espalda. Su verga quedó entre mis muslos y la imagen me pareció divertida, era como si aquel falo fuera mío. Lo masturbé con mi mano imaginando como lo haría él. Después me levanté y puse su glande en la entrada de mi sexo. Me empalé deliciosamente, acababa de tener dos magníficas vergas dentro de mi coño pero este había recuperado su estrechez normal y nuevamente lo tenía bien apretado.
Me moví en círculos mientras apretaba la polla filial con mis músculos vaginales, controlando la presión como si se tratara de mi boca o de mi mano (¡Yo sí puedo, jejeje!). Literalmente yo me estaba cogiendo a mi hermano.
Arturo sudaba, se debatía y acariciaba mis tetas a su antojo. Los dos gemíamos cachondamente con los ojos cerrados. Yo sentía que nuevamente estaba por tener otro orgasmo.
—¡Tenías razón! ¡Los dos son muy calientes! –Dijo mi madre, agarrándome por los hombros.
Abrí los ojos y la vi frente a mí, parada junto a papá. Su blusa estaba desabotonada y pude ver parcialmente sus tetas, tan voluminosas como las mías, e igual de firmes.
—Natalia está deliciosa y coge de maravilla. Arturo tiene mucho aguante y una verga de campeonato. No esperaba menos de ellos. ¡Que hijos hemos levantado! –Dijo papá con orgullo, luego se puso detrás de mamá y amasó sus ubres con mucho morbo.
Yo incrementé mi rítmico meneo con la verga de mi hermano hasta el fondo de mis entrañas. Me corrí poderosamente cuando papá abrió la blusa de mamá y me puso sus tetas en la cara. Ella agarró mi cabeza y dirigió mi boca a uno de sus pezones.
Comencé a mamar con energía de los senos que alguna vez me alimentaron de pequeña. Ahora me daban un nuevo e inesperado placer, pues nunca antes había tenido sexo con otra mujer, aunque a veces fantaseaba con algo así. Mi nivel de calentura se mantenía en alto y mi grado de depravación seguía en ascenso. A este paso me graduaría como la nueva fornicóloga filial de la casa.
Papá le quitó la blusa a mamá, dejándola desnuda de cintura para arriba. Sentí que instintivamente la verga de mi hermano se encabritaba dentro de mi vagina. Arturo quiso participar más activamente. Hizo que me levantara y nos desacoplamos. Yo mamaba con ganas las tetas de mamá, magreándolas como a mí me gusta que me las toquen. Si creía haberlo visto todo, sinceramente me quedé corta. Lo que comenzara como un trío filial acababa de desmadrarse, convirtiéndose en una orgía bestial.
Arturo no quiso ser menos y desabrochó la falda de mamá, jalándola hacia abajo junto con su tanga. Fue impactantemente placentero contemplar el cuerpo desnudo de nuestra progenitora, ella y yo nos separamos, mirándonos a los ojos con calentura. Yo no acababa de entender como había hecho papá para convencer a mamá de que, no solo aceptara lo que estaba pasando, sino que participara activamente.
—¡Estoy muy caliente! –Gritó mamá, y se abrazó a mi hermano.
Era súper morboso ver a madre e hijo desnudos, entregados al placer incestuoso. Se besaron apasionadamente. Las manos de mi hermano estrujaban las nalgas de mamá mientras ella lo masturbaba con ahínco. Papá se acercó a mí, me hizo arrodillar en el suelo y metió su verga en mi boca. Noté que ya no estaba pringosa y supuse que mamá se la había chupado antes, ese pensamiento me calentó más aún.
Después de una intensa felación por mi parte, papá sacó su miembro de mi boca, agarró a mamá por los hombros y la llevó a la cama, la acostó y separó sus piernas al máximo. Me indicó que me acercara y puso mi cara entre los muslos de mamá.
—Ahora vas a aprender a mamar un coño. –indicó papá con voz seductora.
Pude haberme resistido. Pude haber dicho que yo no era ninguna lesbiana.
¿Qué creen que hice?
¡Me lancé de lleno a lamer los flujos vaginales de mi propia madre!
Metí mi cabeza entre sus piernas y mi boca probó por vez primera el sabor de otra mujer. Mi lengua recorrió toda la cueva de placer de la que mi hermano y yo habíamos salido. Me encantó su sabor ácido, de hembra joven en celo y un poco de regusto al shampoo de uso íntimo que ambas usábamos.
Chupé su clítoris haciendo que mi madre se retorciera de placer y gimiera desesperada. Acababa de convertirme en la mamadora oficial de los genitales de toda mi familia. Cuando escuché que los gemidos de mamá se apagaban levanté mi cabeza. No me extrañó ver que mi hermano ya le tenía la mitad de su erga metida en la boca. Papá acomodó mi cuerpo, dejándome en 4 patas sobre la cama y metió 2 dedos en mi vagina, sin que yo dejara de hacerle el cunnilingus a mamá.
Creí que mi padre quería estimular mi coño, pero en realidad estaba sacando de mi interior la mayor cantidad de fluidos que sus dedos pudieron acaparar. Se agachó entre mis nalgas y con su lengua dibujó círculos de fuego alrededor de mi ano. Gemí de placer y me estremecí cuando metió un dedo lubricado por mi culo.
Aprovechando mi distracción, Arturo jaló a mamá y la acomodó acostada boca arriba sobre la cama, se puso entre sus muslos y se acomodó las piernas de ella sobre los hombros.
—Hace rato papá se cogió a Natalia en esta posición y a mí se me antojó mucho. Mamá, te quiero coger… ¿Me dejas hacerlo –Preguntó mi hermano.
—¡Hazlo hijo! –Gritó mamá.
Arturo la penetró violentamente, de no haber estado tan lubricada la habría lastimado. Comenzó a bombear con gusto en la vagina que yo acababa de mamar. Vagina de la que él y yo habíamos nacido y a la que esa noche regresábamos convertidos en verdaderas bestias sedientas de placer y lujuria.
— ¡Así cabrón! ¡Fóllame duro! ¡Dame sin piedad! –Gritaba mamá mientras sus enormes tetas se estremecían al ritmo de la poderosa cogida que su semental incestuoso le estaba dando.
— ¡Cógeme duro con esa verga que es igual a la de tu padre, que es igual a las de tus tíos! –Me sorprendió mucho escuchar estas palabras. Al parecer mamá conocía íntimamente a los hermanos de su esposo, y papá lo sabía. No tuve tiempo de reflexionar sobre este tema, pues papá, luego de haber lubricado y dilatado mi ano, se acomodó de rodillas detrás de mí.
— Ahora sí Natalia, lo prometido es deuda. –Dijo mi padre.— ¡Te voy a desvirgar el maravilloso culo que tienes!–
Al principio me asusté. Su enorme verga me había hecho estragos en el coño, por el culo tal vez podría lastimarme.
–No tengas miedo cariño. –Dijo mi madre, adivinando mis temores.– Tu papá es el mejor sodomizador que conozco.
Pegué un respingo cuando mi padre empujó su glande sobre la entrada de mi ano. Lenta pero irremediablemente me fue penetrando por atrás, venciendo la resistencia de mi esfínter. Sentí algo de dolor, pero creo que la lubricación y el jugueteo previo fueron los adecuados. Me sentía cachonda y expectante, tal vez por eso el dolor se mitigó rápidamente y empecé a sentir sólo placer.
Cuando papá consiguió guardar toda su verga en mi culo se quedó quieto unos instantes, con su abdomen pegado a mis nalgas y sus manos agarrando mis caderas con fuerza, como temiendo que me escapara. Pasé una mano entre mis muslos y sentí sus enormes cojones sobre mi coño.
— ¡Papá está enculando a Natalia! –Exclamó mi hermano, incrementando la fuerza de sus embestidas en el coño de mamá.
Madre e hijo jadeaban, gemían y sudaban. Mamá gritó en medio de un prolongado orgasmo. Seguramente le pasaba como a mí, y la verga de su hijo tocaba todas las zonas erógenas de su coño, topando con el útero.
Papá, con su verga dentro de mi culo, comenzó a darme profundas penetraciones, lentas pero firmes. Mi cavidad anal había tenido tiempo de amoldarse a las dimensiones de la tremenda verga de mi progenitor y yo gozaba con cada arremetida. Cuando el miembro viril llegaba a fondo y mis labios vaginales besaban los testículos de mi padre, yo correspondía con un apretón de mi esfínter que duraba hasta que su verga retrocedía. Ese era mi modo de ordeñarlo. Mis caderas acudían instintivamente al encuentro filial del pene de mi padre, la tensión sexual crecía en mi cuerpo, anunciándome un nuevo y poderoso orgasmo. Mis tetas se bamboleaban al compás de la acción de nuestros cuerpos, “aplaudiendo” sonoramente debajo de mí.
Al ver mi estado de excitación y el nivel de mi entrega, papá aumentó el ritmo de su follada. La alcoba paterna era un bacanal, el aire olía a sexo, la temperatura había aumentado notablemente, la cama estaba revuelta y sus patas crujían bajo el impacto de 4 cuerpos entregados al placer incestuoso. Solo se oían gemidos, ayes placenteros, jadeos, exclamaciones de júbilo y chapoteo de vergas pistoneando dentro de orificios prohibidos… (¡Que sabroso, espero que ustedes se estén pajeando con estas líneas, porque yo acabo de hacerlo también!).
Me corrí entre gritos experimentando por primera vez un intensísimo orgasmo anal. Grité y me sacudí enloquecidamente mientras estrujaba la colcha con los puños crispados.
Mi padre hundía ya toda su verga en mi ano y se ancló agarrándose de mis enormes tetas. La violencia de sus embestidas aumentó a un ritmo frenético. Cada vez que me hundía su miembro mis rodillas se separaban del colchón. ¡Parecía decidido a reventarme el culo!
Cuando grité mi segundo orgasmo anal, mamá me acompañó en el coro de alaridos y estertores, se corrió desesperadamente mientras su hijo eyaculaba en lo más profundo de su sexo.
Papá clavó su mástil hasta el fondo de mi culo, eyaculando un torrente de semen que se depositó profundamente en mis intestinos.
Caí desmadejada. La verga de papá salió de mis entrañas, dejándome el ano abierto y lleno de su esperma.
Creí que todo había terminado.
Papá se incorporó y ordenó a Arturo que lo acompañara abajo. Mamá y yo nos quedamos solas, tumbadas en la cama de matrimonio. Caí en un delicioso sopor hasta que sentí las manos de mamá masajeando mi espalda.
—¿Cómo te convenció papá de que aceptaras lo que estábamos haciendo? ¿Qué te dijo para que quisieras participar? –Pregunté.
— Fue por el libro. –Respondió ella.— Cuando nos casamos lo teníamos, cada noche leíamos un relato, nos calentábamos y hacíamos el amor. A tu hermano y a ti los engendramos gracias a la calentura que nos provocaba el libro.
Me di vuelta quedando boca arriba y mamá aprovechó para masajearme las tetas.
— Tu padre dice que puedes mamarte tus propios pezones. ¿Es cierto? –Preguntó ella.
–Si. –Respondí y le mostré como lo hacía.
Mamá se acomodó entre mis piernas y metió 2 dedos en mi encharcado coño. Me masturbaba deliciosamente y me hacía gemir de gusto. Al rato se agachó y me regaló una ardiente comida de coño que me hizo correr.
Papá y Arturo regresaron con refrescos para todos, cuando repusimos líquidos nos acostamos juntos en la cama de matrimonio. Yo quedé entre mi padre y mi hermano.
Papá me sobaba las tetas a su antojo mientras Arturo me besaba la espalda y acariciaba mis nalgas.
— Hace rato le hicimos una doble penetración vaginal a Natalia. –Informó papá a mamá.
— ¡Eso suena delicioso! ¿Por qué no vuelves a cogértela? –Respondió mamá.
No necesitamos más motivación. Mi padre se acomodó de costado frente a mí y levantó una de mis piernas poniéndola sobre su cadera. Jugó con su glande entre mis labios vaginales y me penetró completamente en un solo movimiento.
Volví a sentirme llena de su verga y mi sistema nervioso reaccionó con violencia. Iniciamos un movimiento rítmico que rápidamente me elevó a las alturas de un nuevo orgasmo. Arturo no se estaba quieto y pronto penetró mi culo con uno de sus dedos, al notarlo papá se detuvo y me cambió de posición, girándome sin sacarme su verga.
Quedé montada sobre mi padre, con mis tetas a disposición de su boca. Lo cabalgué impetuosamente, rotando mis caderas con mucha lujuria. La situación era morbosísima.
Arturo se arrodilló detrás de mí y entendí lo que se proponía.
— Natalia… no quiero quedarme con las ganas de cogerte por el culo. –Dijo mi hermano, acercando su verga a mis nalgas.
— ¡Hazlo rápido hermanito! –Grité con mucha calentura.
Papá y yo nos quedamos quietos. Mi hermano fue penetrando mi ano muy despacio, sin detenerse. Mi orificio trasero lo recibió bien, pues conservaba el semen que mi padre me había eyaculado rato antes.
Era mi segunda doble penetración y mi segundo sexo anal. Esa noche descubrí que me gusta tanto recibir verga por detrás como por delante.
Cuando las 2 vergas filiales se alojaron en mis orificios, mis 2 machos comenzaron un poderoso mete y saca que terminó destrozándome de placer. El ritmo de mis sementales me sobrepasaba y me sentí como una muñeca de placer en medio de una vorágine de orgasmos. Sus miembros entraban y salían de mí, solo separados por una fina membrana. Mis tetazas se bamboleaban rabiosamente, brindando a papá un inmejorable espectáculo. Decir que me vine es poco. Me corría en sucesivas cadenas de orgasmos múltiples que me provocaban gritos, temblores y sollozos de éxtasis.
Mis familiares más cercanos aceleraron la velocidad de sus penetraciones, haciendo gala de una resistencia bestial. Se notaba que tenían una excelente condición física y muchas ganas de follarme.
Arturo hundió su verga hasta el fondo de mis intestinos y disparó su cálido esperma mientras mi padre se corría en lo más profundo de mi coño. Un último orgasmo por mi parte selló lo que para mí sería, después de aquella noche, una interminable odisea sexual.
Caí rendida cuando las vergas de mi padre y mi hermano abandonaron mis orificios. Supe que luego papá y Arturo le dieron una doble penetración a mamá, y que mamá me regaló otro cunnilingus, recogiendo con la lengua el semen de su marido y de su hijo, pero terminé tan noqueada por la tremenda sesión de sexo, que de esto último apenas si tengo recuerdos.