Cada noche, durmiendo desnudos en la misma cama, íbamos a acabar necesariamente teniendo sexo. Si dijera otra cosa, mentiría; la verdad es que no soy tan fuerte como para estar al lado de un hombre, ambos desnudos, y que no pase algo. Un día me encontré con mi padre en el baño -la verdad es que lo busqué yo mismo- y le dije: «Papá, ¿te la mamo?». Se rio y creo que se quedó con las ganas, al menos con las ganas de saber cuál mamada es la mejor, la mía o la de mi madre. Yo sé que mi mamada es mejor, porque ella se la chupa como esposa como a mí me la chupó como mamá para que me durmiera, con algo de asco pero obligada, y a mí me encanta mamar una polla como quiera que esté, para buscar placer en el otro y en mí.
Lorenzo es un chico similar a mí, flaco, guapo, de 18 años recién cumplidos, retardado en la crecida del vello, pues lo que tiene es una pelusilla que más parece algodón del barato que pelos. Apenas lo vi y nos dimos a conocer me propuse dos cosas: una, ya tenía quien me depilara en mis vacaciones, y otra, me propuse depilar a Lorenzo para que llegue el pelo de verdad. Es que no habiéndose afeitado nunca los cojones, los tenía de verdad lampiños, pero con cierta pelusa que daba asco tocarla. La primera vez que tuve sexo con él allá en el claro del bosque, ya me di cuenta y resolví hacerlo, pero era necesario tener la pasta de depilar, porque la cuchilla no me gusta.
A todo eso había llamado a mi padre diciendo que me quedaba el resto de las vacaciones con el abuelo porque me necesitaba. -¡Mentira cochina! Pero eso era necesario si quería arrancar de las entrañas de mi padre un poco de amor hacia el suyo-. Me dijo que mientras no moleste al abuelo que adelante. Eso son palabras que equivalen a decir: “Haz lo que quieras, seguro que has encontrado alguien que te da la buena vida que te gusta”. Mi padre no se equivoca, pero hay que decirle mentiras para convencerle de qué cosa quiero. Por ejemplo en la Navidad pasada me dijo: «Tú no quieres ningún regalo de Navidad, ¿cierto?». Yo le contesté: «Claro que no, ¿para qué te voy a pedir un Macbook Air si no tienes dinero y te fastidia comprarme cosas, mejor me quedo con la mierda de ordenador que tengo para demostrar lo mucho que me quiere mi padre». Tuve mi Macbook Air.
Tras mi llegada en la tarde del día anterior, este primer día en la casa de mi abuelo, nos dedicamos a limpiar y poner orden. Lorenzo llevaba allí dos semanas y no había hecho nada más que tocarse las pelotas y era necesario hacer habitable un segundo piso que estaba lleno de suciedad acumulada y de trastos viejos, a la par que era un peligro encubierto para un incendio. Así que le dije que se pusiera las pilas. Trabaja bien este Lorenzo cuando se lo propone. Solo descansamos para comer y en la tarde seguimos hasta despejar la parte alta. Quedó hermosa para trasladarnos a habitar allí arriba.
Acabada la tarea nos fuimos a la piscina. No hacía ni frío ni calor, pero tras el trabajo que habíamos hecho, valía la pena. En la piscina había una ducha que no funcionaba, dejé la idea de repararla para el día siguiente y me quite la ropa, bueno es un decir, me quité la tanga y me eché de golpe y cabeza al agua, nadé y nadé y nadé, hasta que vi a Lorenzo de pie al borde de la piscina, desnudo, sin atreverse a entrar. Me acerqué, le di las manos con la idea de empujarle adentro, pero se agachó, se puso boca abajo extendido y al acercar mi cabeza, me besó. Nos enzarzamos en un beso prolongado enroscando la lengua.
Estaba yo dentro del agua y se me puso dura, así de caliente me puse. Lorenzo tiene cosas raras y atrevidas, se puso de espaldas al suelo y con la cabeza colgando hacia la piscina, nos besamos al revés, pero di un salto salí y me puse sobre él para mamar su polla. Lorenzo se acomodó mejor la cabeza apoyándola en el borde de la piscina y me iba chupando el culo y metiendo lengua. Como mi culo es blando se dilata muy pronto. A veces no necesita dedo, pero Lorenzo no lo sabe mete dedo en el agujero y me da mayor placer. Ya estoy yo a reventar. Si la noche anterior había sido buena esto era el preludio de esta noche y Lorenzo, tanto como yo o más, estaba con muchas ganas.
Cuando noté que yo ya estaba a punto y que la polla de Lorenzo se había puesto muy dura y buena, me incorporé para sentarme sobre él mirándole a la cara. Fui metiendo mi polla en su culo y una vez dentro, como para descansar, me eché encima de él para besarnos de nuevo. ¿Qué beso me dio el puto maricón de Lorenzo! Eso es besar, lo otro son versos de arte menor pero a si me encantan los putos endecasílabos. Eso mismo le dio más ganas y comenzó a empujarme hacia arriba elevando su cadera para hacer un esforzado mete y saca. ¡Joder!, el gusto que yo iba teniendo, pues notaba el paso de la polla por el roce sobre la pared de próstata que cada vez exclamaba: ˝Hala, puto maricón, dale y dale y dale, wauuuu, has pasado cada vez”. Mi polla ya rezumaba presemen espeso y ya medio blanco, había perdido la transparencia.
Tanto se esforzó Lorenzo que explotó dentro de mí uno, dos, tres, cuatro, hasta seis trallazos de leche noté que entraban adentro de mi cuerpo, y de pronto se abrieron las compuertas de mis huevos y soltaron cinco chorros fuertes y algunos más pequeños pero más sentidos y con mayor placer. Nos quedamos abrazados en el suelo, al lado de la piscina, hasta que la polla de Lorenzo salió de mi culo. Noté que no tardó en comenzar a salir el semen de Lorenzo de mi interior y me incorporé. Agarrando a Lorenzo, me empujé llevándome a Lorenzo conmigo dentro de la piscina. Nadamos mal y despacio y nos paramos apoyando nuestras espaldas sobre el borde de la piscina y de cara a la casa.
Miré hacia arriba y le dije a Lorenzo que mirara también, en el ojo de ventana de la pieza que habíamos limpiado se encontraban observándonos los dos abuelos, sonriendo y abrazados. Le dije a Lorenzo:
—Lo que se imaginaban ya lo saben, los dos somos gays y no tenemos por qué ocultarlo.
—Y ¿qué hacemos?, preguntó Lorenzo.
—Muy simple; ahora ya saben que no solo somos gays sino que nos apasiona el sexo, la desnudez y divertirnos; así que ya no necesitamos cuidarnos de nada…
—¿Y eso qué supone?
Supone que vamos desnudos por la casa si queremos, que nadamos con tranquilidad, que follaremos aunque hagamos ruido, que gritaremos si nos sale del alma, que para comer con los abuelos nos pondremos la tanga, pero adiós a la ropa, eso me gusta.
—Anoche te metiste a la cama desnudo, supongo que era para follar, ¿no?, dijo Lorenzo.
—Pues no; yo siempre duermo desnudo, follé porque estabas tú y te quitaste tu calzón de pijama, pero a mí no me va la ropa si no es estrictamente necesaria.
—¿Puedo hacer yo lo mismo?, preguntó.
—Ahora de vacaciones aquí, ante esta pareja de enamorados a destiempo, no pienses demasiado con la cabeza más que lo estrictamente necesario para las cosas importantes; ahora piensa en el sexo, en joder, en los huevos y la polla, en el culo; imagina que nosotros somos desde el ombligo a los muslos, lo demás ya no importa, le contesté.
—¡Joder!, tu eres bien maricón, vamos maricón, maricón de verdad, hasta la excelencia de la mariconez, ¿cómo aguantas? No sé si voy a poder con estas siete semanas.
—Podemos dejarlo si te asusta, propuse.
—¡Reputa! ¡De ninguna manera! Hijoputa y maricón el que se canse.
Nos abrazamos para besarnos. El beso de Lorenzo me gustaba enormemente porque era extraordinario. Decidimos ir al pueblo al día siguiente a comprar una manguera para arreglar la ducha de la piscina, pasta para depilar y unas tangas, lo más pequeño que encontremos, a fin de estar presentables ante los abuelos. Nos duchamos en casa, por supuesto que juntos y nos ayudamos uno al otro a lavarnos, sobre todo el culo y los huevos, abrazarnos bajo el agua, ponernos una tanga de las mías cada uno y bajar a la cocina para ofrecernos a ayudar a la abuela.
—Abuela, venimos por si necesitas algo de nosotros, dije.
La abuela se me acercó, me dio dos besos, me abrazó agarrándome las nalgas, consiguió que se me pusiera notable la erección y me dijo:
—A tu abuelo le pasa lo mismo cuando lo beso, pero te agradezco que me llames abuela, hijo mío, ¡qué buena pareja hacéis!
Ayudamos a la abuela a pelar algunas patatas, limpiar los objetos usados y cuando entró el abuelo se asombró de vernos ayudándola.
—¡Abuelo!, ¡abuelo!, dijimos los dos casi al unísono.
Se miraron los abuelos, se dijeron algo con los ojos y mi abuelo se acercó a nosotros dos, nos abrazó a Lorenzo y a mí juntos y dijo:
—¿Qué dos nietos tenemos, July!, dijo el abuelo volviendo su rostro hacia la abuela, que contestó:
—Sí, Fabián, creo que ya lo hemos conseguido, esto promete, dijo la abuela.
—Abuela, ¿qué promete?, pregunté.
—Queríamos familia, pero a nuestra edad nos parecía que adoptar podría ser peligroso…
—¿Por qué peligroso, abuela?, preguntó Lorenzo.
—Si nos pasa algo, ¿qué sería del niño adoptado?, respondió la abuela con sensatez.
—Entonces…, abuela, —dije yo lentamente como con temor a equivocarme— ¿quieres decir que os gustaría que… Lorenzo o yo nos quedáramos con vosotros… de modo permanente…?
—Ah, no, no; Lorenzo o tú no, los dos. Tenéis el coche para inscribiros en la universidad de la ciudad que queda a media hora, nos hacéis compañía y… lo demás es cosa vuestra.
Lorenzo y yo no sabíamos qué responder, pues que si mis padres, que si las amistades, se nos puso todo un mundo complicado. Por una parte nos ponía feliz, por otra un perfecto desconcierto, daríamos mucha alegría a los abuelos pero ¿qué dirían nuestros padres? Nuestra vida comenzaba a complicarse por los sentimientos. Mi pensamiento se fue al final de las siete semanas… ¿Me separaría de Lorenzo?, ¿sería igual mi vida con él que sin él?, ¿había comenzado a barruntar el amor entre Lorenzo y yo como insinuaban los abuelos?, ¿estaríamos malogrando nuestra vida para siempre? No solo yo, los dos teníamos un lío tremendo.
Ante nuestra indecisa actitud, el abuelo nos dijo:
—Para no cenar con caras largas y preocupadas, id a vuestra habitación, lo conversáis, que se os pase un poco el susto que se os ha metido en el cuerpo y bajáis a cenar que os esperamos viendo un rato la televisión.
Nos fuimos a nuestra habitación y, una vez allí, Lorenzo me preguntó:
—¿Por qué nos han enviado aquí si podríamos pensarlo abajo?
—Para que follemos, Lorenzo, para que follemos, y luego tomemos la decisión; ellos no quieren que nos quedemos por ellos, sino por ti y por mí, si nos queremos, nos quedamos, si no nos queremos nos vamos…
—¡Aahh…! Pues yo te quiero, de verdad, te quiero…
—Lorenzo, yo te quiero más que a mí mismo.
Se quitó la tanga, me la quitó, nos metimos sobre la cama, nos revolcamos, nos besamos, se nos puso dura, hicimos un 69 para ver qué elegía cada uno y Lorenzo se metió mi polla en la boca, yo comencé a prepararle el culo, gritaba Lorenzo en cada chupada que le daba y me dijo:
—Anda, penetra, métemela, jódeme ya, no esperes, jódeme…
Se puso en cuatro y le abrí las nalgas para empitonar mi polla en su agujero, intenté parar para no hacerle daño y me dijo a gritos:
—Cabrón, no me hagas sufrir, puta tu madre si no comienzas, ya, ya, ya, vaaa, métela de una puta vez, ¡joder!…
Y así continuó todo el mete y saca hasta que derroché mi semen en su culo y a continuación comenzó a soltar el suyo sobre la sábana. Nos echamos a la cama yo encima de él y él encima de su propio esperma. Descansamos unos diez minutos, nos metimos a la ducha, nos secamos, me vistió con el tanga, hizo lo mismo y nos fuimos a cenar. Los abuelos estaban sentados sin servirse.
—Hemos decidido… dije.
—… que nos quedamos, concluyó Lorenzo.
—¿Cómo lo habéis decidido?, preguntó el abuelo.
—Fabián, eso es cosa de los chicos… dijo la abuela
—Es cosa de los chicos, lo sé, pero toda la casa se ha enterado de lo que estaban haciendo y no se han divertido poco, no… dijo el abuelo.
—Fabiaaan… no los atosigues, riñó la abuela.
Lorenzo y yo nos dimos un beso de los nuestros, de los de enroscar las lenguas, como para rubricar nuestro deseo.
—Joel y Lorenzo, ese beso… ese beso… vais a tener que darme clase para que aprenda a hacerle eso a mi amorosa July.
—¡Hecho, abuelo! exclamamos los dos.