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Consulta ginecológica con mi hijastra
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Tiempo de lectura: 10 minutos

 

Les aseguro que para los ginecólogos no hay nada más normal que una mujer con las piernas abiertas mostrando su vagina, resignándose a que las miremos las toquemos las penetremos con cualquier tipo de instrumento. He aprovechado en algunas ocasiones mi condición de médico para toquetear más de la cuenta cuando el caso lo ameritaba o percibía que, al menor roce, se excitaban y nada podían hacer para ocular la calentura.

Más de una vez tuve sexo con alguna de mis pacientes, siempre con el debido consentimiento y siempre en una actitud de respuesta más que de iniciativa. Más de una vez también compré espejitos de colores y casi me denuncian por mal interpretar a una veterana que me pidió que le colocara un Diu seguro porque con tantos hombres con los que se acostaba no iba a tener la menor idea si, llegado el caso, la dejaran embarazada.

Pensé que me estaba tirando onda y cuando le acaricié el pelo me cortó en seco: “Qué hacés pelotudo, vine a ponerme un Diu no a que te hagas lo rulos. No te denuncio porque es tu palabra contra la mía, pero sos un flor de pajero”.

Estuve casado unos cuantos años. Nueve para ser preciso y me divorcié porque mi ex ya no se bancaba mis horarios y mis pocas ganas de coger con ella. Había conocido un par de pendejas en el hospital que de tanto en tanto me ponían la libido al día con unas buenas cogidas en la sala de guardia. La última aventura terminó mal: la mina quedó enganchada, me arañó toda la espalda y llamo a mi casa para “blanquear” la situación. Resultado: me divorcié con quilombo y división de bienes. Entre la calentura que tenía acumulada y el furor de Tinder, el año siguiente a la separación me la pasé cogiendo como si se terminara el mundo.

Con la idea de sentar cabeza hace un año me animé a aceptar la invitación de convivencia de María, una vieja compañera de la facultad con la que siempre hubo buena cama y todo venía sobre ruedas hasta que apareció Yanina.

Fue sorpresivo. Yo volvía de una guardia a las siete de la mañana y me estaba meando desde que salí del Hospital. Como tenía miedo de hacerme encima, durante el viaje me vine estimulando la pija para retrasar las ganas de orinar. Cuando entré a la casa estaba con un palo tremendo, con la pija afuera y encaré directo para el baño que habitualmente usaban las visitas. Entré con la pija al mango y me pare frente al inodoro con los ojos cerrados estimulando mi miembro como para poder mear de una buena vez.

Habrían pasado 40 segundos y yo seguía con los ojos cerrados, una mano en la pared y la otra frotando suavemente el miembro para aflojar la erección. Cuando salió el primer chorro de orina me relaje y largué un gemido como esos que hago cuando estoy solo o cuando me masturbo. No percaté que en el baño estaba Yanina que acababa de bañarse y estaba con una toalla diminuta tratando de esconder sus enormes tetas. Era un hembrón de 29 años. Pelo ondulado, castaño claro, unos pómulos marcados hacían que todos sus rasgos fueran más sensuales y salvajes. Tiene una boca con labios carnosos y una nariz diminuta que resaltaba más su boca. En la frente tenía una cicatriz, y un tatuaje de una estrella en el cuello, casi imperceptible pero que le daba un toque interesante, intrigante. Un bombón.

—Perdón no te vi, que vergüenza —le dije y realmente me quería morir.

Me pareció que cada tanto ella me clavaba la mirada en la pija, que todavía seguía hinchada, mientras trataba de esconderla con mis dos manos e inclinando el cuerpo como para darle la espalda.

—No te preocupes Raúl, no pasa nada. Pensé que sabías que me había vuelto a la Argentina —me dijo mientras se acomodaba la toalla en las tetas y dejaba el culo casi al aire.

No podía dejar de mirar pero hice todo lo posible para que no se notara. Nos dimos un beso de compromiso y ahí advertimos que ambos estábamos acalorados, con los cachetes rojos. Confieso que lo mío, al final, era más calentura que vergüenza porque se me paró más de una vez pensando en esas tetas y ese culo. Era una mujer bellísima, interesante, de 1,60 de altura y una cintura bien marcada. Las tetas las tenía mucho más grande que la última vez que la había visto, seguramente por las consecuencias del amamantamiento de su hijo de dos años.

Con mi pareja nos reencontramos gracias a Facebook, En esa época Yanina vivía en Australia y tenía 23 años. Se había ido por un novio que conoció en la facultad. Según lo que pude averiguar luego del encuentro fugaz en el baño su regreso intempestivo se debió a “problemas de convivencia”. Y que pudo volver a Buenos Aires con su hijo gracias a que le habían hecho lugar a una demanda complicada de “violencia física y violación”.

La primera semana se quedó a vivir con nosotros. Varias veces me descubrí mirándola cuando se paseaba con ropa suelta por la casa. Tenía unos short de jean diminutos, esos que no se abrochan adelante y una pancita liza, con algunos abdominales todavía marcados a pesar del embarazo. Sus tetas eran grandes pero estaban paradas y la remeritas cortas les quedaban bien separadas del torso con los pechos marcados.

Alguna vez también me pareció que ella me miraba, sobre todo una noche que me había quedado dormido en el sillón del living en calzoncillos y ella me despertó con un beso en la frente. No sé qué habría soñado pero después del beso estaba totalmente erecto. “Por qué no te vas a la cama”, me dijo y me calenté un poco más.

Después de un par de semanas prefirió mudarse a un departamento que teníamos vacío en el mismo edificio donde yo tengo mi consultorio particular. Necesitaba intimidad y en casa era medio difícil. Pude apreciar que no tenía una gran relación con María, nunca supe bien los motivos, pero se notaba que mantenían un vínculo frío y distante.

Dejé de verla por un mes aproximadamente. Pero cada tanto me venía la imagen del baño con mi pija durísima y ella casi en bolas. Me reprochaba no haber dicho nada o no haber tirado alguna indirecta. Pero al rato se me pasaba. Una vez casi me masturbo recordando ese culo. En el baño yo había podido ver que tenía un cuerpo esculpido, con la piel suave casi brillante. Olía a cremas humectantes. Tenía piernas flacas, pero con los mulsos torneados. El culo lo tenía bien parado. En definitiva era una pendeja de 29 años que venía de una experiencia traumática y estaba tomándose un respiro para volver al ruedo. Y eso me encendió el morbo también.

Pero todo cambió hace tres semanas cuando me la encontré a la salida del trabajo. ”¿Raúl, a vos te molestaría mucho que yo hiciera una consulta ginecológica con vos?” –me preguntó a quemarropa cuando nos encontramos en el ascensor. El departamento que le prestamos estaba en el séptimo piso y mi consultorio en el quinto. “La verdad es que la pasé mal y hay días en los que tengo miedo de que me haya quedado alguna secuela”, me agregó con un tono triste.

Le dije que no estaba muy seguro que conocía un montón de colegas hombres o mujeres que podían atenderla, inclusive sin cobrarle si iba de mi parte. “Raúl yo te vi en bolas y no me asusté jaja. Vos podés revisarme sin que te genere ningún conflicto. Yo me sentiría mucho más segura. Si querés consultalo con mi madre, pero yo no pensaba decirle nada”, me disparó y me dejó helado.

Un escalofrío me corrió por la espalda y estuve al borde de la erección. Sabía que no podía dar ningún paso en falso y que todo dependería de lo que ella hiciera. “Yo no pensaba decirle nada”, esa frase desató mis ganas de cogérmela. Como me aclaró que no era urgente le dije que lo iba a pensar y que le decía. Me fui del consultorio excitado, la imagen de la pendeja en toalla reaparecía en mi cabeza a cada distracción.

El fin me la pase pensando en ella. Tenía ganas de que fuera lunes para encontrármela de nuevo en el ascensor. Pero no hizo falta. El domingo a la tarde pasó a visitarnos con el niño y nos pidió si podíamos cuidárselo un par de horas. Cuando la acompañé hasta la puerta me miró fijo a los ojos y me susurró al oído: “Te mentí Raúl, necesito una consulta ginecológica urgente”. Y ahí sí, mandé todo a la puta que lo parió y le dije fuera a verme al día siguiente.

Como yo sabía –por llevarlo en varias oportunidades– que el hijo de Yanina iba a la guardería de 13.30 a 17 la cité a las 14. Cuando le abrí la puerta me quedé boquiabierto. Estaba con el pelo húmedo pero recogido con un lápiz le que hacía resaltar más sus ojos y sus labios carnosos. Tenía un solerito blanco que le llegaba apenas hasta los muslos y sólo cuando se tuvo que estirar para darme un beso se le veía todo el culo. Sus piernas brillaban. En los pies tenía unas de esas ojotas con taco alto lo que le paraba más el orto y la hacía más esbelta a pesar de que no era muy alta.

No llevaba corpiño y los pezones se le clavaban en el solero, sobresalían anunciando un hermoso par de tetas firmes. Era lo más lindo que me tocaría revisar por lo menos en los últimos cinco años. Una belleza que algo tenía en mente, estimo desde aquel encuentro fortuito en el baño.

Me puse algo nervioso y me quedé mudo. Supongo que ella sabía que había logrado ponerme incómodo.

“¿Me saco toda la ropa? Me preguntó y asentí con la cabeza. Se paró al lado de mi sillón ginecológico y cuando se subió el solero note que tampoco llevaba ropa interior. Tenía la concha rosada, casi perfecta, depilada y se cuándo se agacho para acomodar las cosas en la silla vi ese perfecto culo, con el agujero diminuto, rosado, una flor con una tonalidad un poco más arriba que la de su piel. Era blanca, pero con buen color y una piel suave. Se notaba que tenía relaciones por el culo también por la forma que adquieren los cachetes cuando las pacientes practican el sexo anal con cotidianeidad.

Le dije que tenía que hacerle muchas preguntas para poder generar la historia clínica. Le pregunté como profesional y como curioso. Me contó que se quedó embarazada porque le tuvo problemas con un preservativo y que embalada con el proyecto de familia decidió tenerlo. Confirmó que tenía relaciones normalmente por vagina y ano, que no tenía ningún problema en particular y que quería que la revisaran porque había tenido una situación traumática. Le pregunté si quería contarme que le había pasado y me dijo que por el momento prefería reservárselo. “La pasé muy mal Raúl, pensé que me mataban”, me confesó.

Le dije que tenía que hacerle un tacto en las tetas para ver en qué condiciones estaban y evitar cualquier sorpresa. Me paré atrás de ella y empecé a manosear sus senos con criterio profesional, para detectar la presencia de quistes o algo que ameritara algún estudio complementario. Tenía unas tetas grandes pero perfectas, con unos pezones que se ponían duros ante el primer contacto. Tenía ganas de chupárselas todas, pasarle la lengua por los pezones y mordérselos, pero no me animé. Me pareció advertir que se mordía los labios en un momento en el que le revisaba los pezones y hasta se le escapó un leve suspiro. Yo tenía la pija paradísima, pero me mantuve lo más frío posible. Esa pendeja me estaba volando la cabeza.

Me comentó que también evaluaba la posibilidad de colocarse un Diu o de tomar pastillas anticonceptivas para evitar otra “sorpresa” pero que las pastillas les daban miedo y el Diu no era del todo seguro. La invité a sentarse en la silla de revisión, una especie de asiento adaptado en la que las piernas quedan abiertas a un lado y otro y nosotros podamos revisar bien a fondo las vaginas. Cuando me acerque noté que estaba toda mojada, chorreando un flujo espeso y tibio que le bajaba por la entrepierna. Eso me calentó un poco más. Le dije que le iba a tener que introducir un aparto para poder ver bien y me puse la lupa y la linterna con vincha que uso casi desde el día en que me recibí.

Me puse los guantes y le dije que iba a tener que introducir algunos dedos en su vagina y tal vez en su ano para ver si estaba todo en orden. Cuando la toqué se retorció en la silla y las tetas parecían más grandes todavía, y se le escapó un gemido un poco más fuerte. Me calentaba mucho verla morderse los labios. Estaba seguro que quería guerra, pero no iba a hacer nada hasta que me lo pidiera.

Vi que todo estaba bien y le dije que se quedara tranquila que al menos en la vagina no le había quedado ninguna secuela. Cuando le metí un dedo en el ano se le escapó otro suspiro grande. “ahhhh, Raúl, está todo en orden?”. Le reiteré que sí. Que se quedara tranquila que no hay lesiones internas y que tampoco veía nada extraño.

No sé si me estaba prestando atención. Cuando saqué la pinza y me quité los guantes, con sus dos manos me hundió la cara en su vagina. ‘¿Huele bien? ¿En rica? –me preguntó mientras seguía presionándome con ambas manos. “Hace años que nadie me come la concha, ¿me la comerías vos Raúl?”, me suplicó y se la comí toda. Empezó a gemir con más intensidad, se mordía los labios y se acariciaba las tetas y me pedía que le hundiera más la lengua. “Voy a acabar, mordeme el clítoris, méteme algún dedo en el culo, por favor Raúl, me estoy volviendo loca, quiero acabar ay ay aaay”, gritó y se desplomó en la silla.

“Ahora te voy a revisar yo a vos”; me dijo mientras me iba desabrochando uno a uno los botones de mi delantal. Le costó abrir el pantalón por la presión que hacía con mi miembro de la erección tremenda que tenía. “Tiene buen tamaño, es grueso y responde a los estímulos”; me dijo mientras lo acariciaba y me daba un beso. Me comió la boca y la pija se me puso un poco más dura. “Este va a ser el secreto entre vos y yo”, me tranquilizó.

Me empujó con suavidad y me invitó a que me sentara en la silla de revisación. “Ahora voy a meterlo en mi boca para ver si está todo bien”; me dijo como imitándome. Y empezó a mamarla con desesperación. Se la metía tan hasta adentro que se le llenaban los ojos de lágrimas. Me pasaba la lengua desde los huevos hasta la cabeza y cada vez se la metía un poco más hasta que quedó con sus labios pegados a mi pelvis. “A su edad – agregó con tono médico – no es buena la acumulación de esperma porque le puede traer problemas en la próstata”.

Me incendió la cabeza y tenía la pija a punto de explotar. Corrió la silla más para atrás me empezó a lamer también el culo mientras con la mano me masturbaba. Subió lentamente con la lengua hasta la cabeza y cuando se la volvió a meter en la boca traté de correrla porque iba a eyacular. Le dije que estaba por acabar, para avisarle, pero su respuesta fue decidida. “Dámela toda”, me suplicó y en lugar de correrse presionó con sus labios la cabeza de mi pija y se tomó toda la leche. “Qué rica y calentita leche que tiene doc. Lo voy a anotar en la historia clínica”, dijo mientras seguía lamiéndola como para que no quedara ningún rastro de esperma.

“Ahora quiero una revisión a fondo”, me dijo. “Quiero sentir esa hermosa poronga bien adentro mío”, me advirtió. Y se trepó hasta quedar con su vagina a centímetros de la pija. La acercó y en lugar de metérsela empezó a frotarse con mi miembro. “Es tan gruesa, está tan dura, tan caliente”, me decía mientras se frotaba el clítoris con mi verga al palo y me pedía que le chupara las tetas. “Meteme los dedos en el orto, estoy muy caliente, quiero esa pija hasta las entrañas”, me suplicó y dejó de frotarse para metérsela hasta el fondo con un solo movimiento. Me empezó a comer el cuello y gemía con una voz dulce que me volvía loco.

Se quedó quieta como esperando que su vagina estuviera toda cubierta con mi pija y empezó a moverse hasta que mi pija desaparecía en su entrepierna. Tengo un miembro normal pero es gruesa, eso me trajo más alegrías de las esperadas a la hora del sexo. “Me llenás toda Raúl, que buena pija, la quiero toda, dame fuerte, cógeme toda, quiero que me cojas toda. Cogeme fuerte, la quiero toda, ay, ay, ay”, gemía muy puta y me refregaba las tetas por la cara. “Mordelas, chupalas”, me pedía mientras seguía subiendo y bajando como en cuclillas. Tuve que contenerme para no acabar, quería cogérmela bien. Se sabe que si te cogés bien a una mina, te la volvés a coger.

Siguió cabalgando hasta que volvió a acabar, sentí como sus jugos se chorreaban por mi pija que estaba cada vez más dura. Me apretaba los huevos con ambas manos como tratando de metérselos también en la concha. Se puso en cuatro y me levantó el culo. “Ahora la quiero por atrás”, me avisó. Se inclinó un poco más y me abrió los cachetes para que pudiera apreciar el hermoso culo que tenía. Estaba dilatado, mi dedo con sus jugos se deslizó en su orificio sin ninguna resistencia.

Era perfecto, lo tenía parado y sin estrías. Los cachetes bien redondos y proporcionados. Se abrió un poco más con las tetas apoyadas en la camilla y tenía una espalda tan delicada que los pechos sobresalían por ambos costados cuando hacía presión en la camilla y me pedía que le diera por culo.

“Rompémelo Raúl, hacemelo. Hace años que no me rompen el culo”, me suplicó y cuando se la apoyé traté de que entrara suavemente. Con el grosor de mi pija para el sexo anal era conveniente quedarse quieto hasta que los músculos se dilataran, pero ella quería otra cosa, quería que me la cogiera con violencia y me volvió a pedir.

“Rompémelo todo, por favor”, y empecé a bombear con fuerza agarrándola de las tetas y los cachetes del ojete. “Que buena cogida, la quiero toda, lléname el culo de leche, rompémelo todo, ay ay aaayy” gritó y al mismo tiempo de mi pija salió un chorro caliente de leche que le llenó el orto. Me quedé un rato quieto, con la pija todavía parada, como si la tuviera clavada en su culo. No quería sacarla de ese agujero calentito y perfecto.

Quedamos exhaustos, agotados, a los dos nos temblaban las piernas y estábamos plenos y relajados. “No le digas nada a mi madre”, me recordó como si hiciera falta. “Hay riesgo de que me convierta en tu paciente crónica”, me dijo mientras me besaba otra vez la pija, todavía chorreante de leche y sexo. M hizo otra mamada magistral pero esta vez le acabe en las tetas. Se lamió los lechazos en los que llegaba con la lengua y se trató toda la leche barriendo con uno de sus dedos y llevándoselo a la boca.

Increíble, pero después de mucho tiempo me había echado tres polvos en una tarde. Me sentía un pendejo a pesar de mis 47 años. Y asi es que hace unos meses estoy en esta relación prohibida pero llena de placer con la hija de mi mujer. Los lunes de 14 a 16 no suelo tomar turnos desde que Yanina me pide sexo en el consultorio.

Por ahora le doy para adelante pero sabiendo que esto puede terminar mal. Mientras tanto disfruto de la vida que es una sola y de esta pendeja que está recaliente y quiere pija en mi consultorio por lo menos una vez por semana.

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