La celda era muy poco acogedora. No sabía muy bien qué debía esperar, solo que supuso que sería tratada con algo más de delicadeza. Tenía miedo ante las consecuencias de sus actos. Un temor arraigado profundamente en su conciencia desde su niñez no podía obviarse. Si es que se daba cuenta de él.
Shara leyó cuidadosamente el formulario. Debía de redactar un informe preciso y concreto de los acontecimientos que le habían llevado a la cárcel, detallando minuciosamente los motivos. Que eran los relativos a los intentos sexuales. No debía olvidar ningún pormenor. No había tiempo establecido, quedando claro que la IA detectaría los titubeos que tuviese.
No sabía muy bien cómo funcionaba, sólo que era más constante y perceptiva que un humano. Por lo menos en lo que se refería a los detalles. No había interactuado con ninguna en el colegio o en los talleres; o no con la intimidad que se suponía ahora. Debería contarle cosas que nunca había dicho a nadie. Extrañamente, sentía un pudor indescriptible por hablar con una máquina. O acaso pensaba que detrás había un humano. O varios.
Sólo llevaba puesto el fino camisón de la prisión; apenas llegaba a cubrirle la parte superior de los muslos y no tenía suficiente grosor para ocultar adecuadamente los pezones. Un mero nudo al cuello sostenía el supuesto vestido y la espalda quedaba desnuda. Al menos no sentía frío.
En casa siempre estaba totalmente cubierta, al igual que en el instituto. Y salvo en la piscina, no recordaba momentos con las piernas al descubierto. Ni siquiera tenía una prenda tan fina como la que llevaba puesta en esos momentos. Casi no la notaba. Se unía mescolanza de sentimientos de precaución, inquietud y algo de excitación.
Había una bandeja con té siempre caliente, fruta y cereales, además de agua. Contempló su ordenador con desgana. Debía escribir un número de palabras mínimo cada hora, descansar cinco minutos cada treinta, indicándole el ordenador cuando podía levantarse y los ejercicios que debía realizar.
Asimismo, la IA señalaba cuando debía ampliar un párrafo o ser más precisa. Shara pronto enrojeció ante el nivel de detalle que tuvo que narrar. El informe, después de dos largas horas, quedó escrito.
*—*—*
Me llamó Shara Bowles. Mi abuelo fue embajador de la Alianza y después de casarse con mi abuela, decidió convertirse al xino—islam. He nacido y crecido aquí en África. Tal y como establece la ley, me convertí en una mujer sin masturbarme o habiendo tenido sexo con persona alguna hasta que, cuando cumplí dieciocho años, toqué a mi mejor amiga. Nos acariciamos mutuamente los senos. Las dos sentíamos curiosidad por el cuerpo de la otra, por la reacción de nuestros cuerpos… de nuestros pezones, que se endurecieron.
Durante ese breve encuentro, también nos palpamos los muslos y el pubis, sin llegar en ningún momento a rozarnos el clítoris o introducir un dedo en la vagina de la otra. Sí que nos tocamos mutuamente la cara y los pies, pero no las nalgas. Tampoco la espalda. Hubo dos besos en los labios, esa primera vez y un encuentro posterior cuando decidimos no volver a tocarnos. En esa ocasión ese fue el único contacto.
Siempre he sido buena estudiante, una alumna aplicada y una buena hija, cumplidora de los preceptos que mis padres me han inculcado. Pido perdón por el daño que les hice por el contacto no autorizado y la mancha que supone a la familia.
Los sucesos que me han traído a la cárcel acaecieron hace tres meses; cuando mi primo, residente en la Alianza, vino a vernos después de un largo viaje por varios lugares de África y posteriormente a nuestro país. Se quedó a dormir en nuestra casa y pronto congeniamos. Le gustaba contarme chistes picantes que yo no entendía relativos a sexo con mujeres casadas y hombres viejos y casposos.
Pasaron dos semanas antes de que iniciáramos el contacto. Lo provoqué yo. Él había sido extremadamente cuidadoso acerca de mí, conocedor de las leyes imperantes en nuestra región. Le incité a tocarme y acariciarme por todo el cuerpo. No dejo ni una zona sin recorrer, introduciendo cuidadosamente uno de sus dedos en mi vagina, cuidando de no mancillar mi virginidad. Tuvimos cinco sesiones antes de ser descubiertos por mi madre, que inmediatamente habló con nuestro imán.
Después de expulsar a mi primo del país y sancionar a mis padres, se me permitió escoger una reducción de sanción para mis progenitores si aceptaba la formación integral como hembra estatal, sujeta a ello de por vida. La imposibilidad por mi parte de recurrir la sentencia me hizo reflexionar y aceptar el destino que el estado decidiese para mí.
Una vez realizado este informe y autorizado por la IA y un funcionario estatal, no habrá vuelta atrás. Acepto las consecuencias de mis actos y deploro profundamente el daño causado a mi familia y al estado, implorando que se me castigue acorde al criterio que mejor se adapte a mi integración a la sociedad o se me use para la función que mis superiores consideren oportuna.
Shara Bowles
*—*—*
Fue trasladada al centro Hazum, al ala nordeste, conocido como El Harén. Shara enrojeció al saber que no le pondrían otro atuendo. Nunca había llevado las piernas desnudas en público y mucho menos una sola prenda tan fina y seductora como el camisón. Protestó a las guardas.
—Lo siento, Shara —dijo una de ellas. —Tu cuerpo pertenece al estado. No tenemos permiso para ofrecerte otro atuendo. Cuando llegues a tu centro penitenciario te ofrecerán alguna vestimenta de acuerdo a tu condición.
Para colmo aparecieron dos hombres armados para escoltarla. No dejaron de mirarla detenidamente antes de hablar con las guardas.
—¿Otra acosadora?
—Sí— contestó una de ellas. —Va al centro Hazum.
Uno de los hombres le colocó unas muñequeras y después de llevar sus brazos a la espalda, las enganchó. Después le colocó una venda. Shara estaba descalza y nunca se había sentido más desvalida. Sintió a los dos hombres colocarse a su lado y cogerla de los brazos, aunque no la tocaron salvo en esa región. ¿Era eso algo habitual?
Empezaron a andar y Shara no tuvo más remedio que seguirles, aunque no la forzaron. Al parecer, el estar junto a ella era más bien una forma de protegerla. O eso quiso creer.
Al llegar al centro Hazum, notó que alguien tiraba del exiguo nudo que sujetaba su camisón, que cayó al suelo inmediatamente.
—Soy la intendenta Dima. Sígueme.
Ya sin ni siquiera la exigua prenda como protección, siguió a la intendenta a través de la prisión hasta que llegaron a un cubículo sin puerta. Básicamente era un cuarto con tres paredes. En una esquina había un baño cuyos tabiques eran de cristal. Shara casi no se fijó, aliviada de que no se hubieran encontrado con nadie durante el trayecto.
Entró con Dima a la celda y esperó instrucciones, que no tardaron en llegar.
—Ponte de cara al pasillo. Piernas bien abiertas. Manos en la nuca y mirando al frente.
Shara enrojeció por las implicaciones de la postura. Se colocó según lo indicando con reticencia ante la mirada inquisitiva de Dima, que hasta ese momento no había prestado atención al cuerpo desnudo de la prisionera.
—Debes ser más activa, Shara o conseguirás una falta. Vuelvo en unos minutos. No abandones la posición.
Salió del cubículo sin echarle otro vistazo y Shara trató de acomodarse un poco, resultándole imposible. Pasaron los minutos, haciéndose cada vez más largos y más angustiosos. Sólo deseaba retirar los brazos de su nuca y cerrar las piernas. Estaba a punto de moverse cuando Dima retornó.
—Lo siento. Me han surgido un par de cosas. ¿Te has movido?
—No. Pero he estado a punto.
—Hubiera sido comprensible. No estás entrenada. Trataré de no exigirte más que lo que puedas dar, lo que no significa que no vaya a llevarte al límite. Llevas los brazos a tu espalda agarrando tu muñeca izquierda con los dedos de tu mano derecha. Y cierra las piernas.
Mientras tanto, Dima pulsó un botón plano y oculto en la pared y una tabla lisa surgió de la pared. Se sentó sobre ella y observó la nueva postura de Shara.
—Acércate hasta aquí, aproximadamente hasta unos treinta centímetros de mí. A una distancia suficientemente corta como para que pueda tocarte si alargo el brazo.
Shara cumplió lo ordenado, inquieta ante el posible contacto.
—Mirada al frente, Shara.
No tuvo más remedio que contemplar la uniforme pared gris metalizada.
—Cuando te canses, puedes sentarte en el suelo, muslos juntos y hacia delante, nalgas sobre tus pies, espalda recta y mirada al frente. Siempre perpendicular a mí. Puedes alternar las tres posturas que conoces siguiendo la misma secuencia y tratando de estar el mayor tiempo posible en cada una de ellas. ¿Has entendido?
—Sí.
—Bien. Vamos a tratar de conocernos. ¿Por qué mentiste en tu informe?
Shara no se atrevió a decir nada.
—Ese silencio es casi una admisión de culpabilidad. Imagino que fue para salvar a tu amiga y a ese primo tuyo de manos tan descuidadas. Casi todo el mundo cree que ha pasado el examen de la IA con suficiencia… erróneamente. Para empezar, nuestros recuerdos son nebulosos, no cristalinos y cada vez que rememoramos añadimos o suprimimos detalles de manera inconsciente. En otras palabras, creamos un nuevo relato. Nada de eso realmente importa, salvo que ya no puedes ser considerada virgen y, por tanto, no eres suficientemente atractiva para nuestros hombres.
—¿Quiere decir eso que soy atractiva para hombres de otros lugares?
—¡Exactamente! Y realmente eres encantadora. Lo interesante es que ahora perteneces al estado. Y yo represento al estado. Mi misión es aprovechar mejor los recursos disponibles. Trato de ser realista, sin una adecuada motivación, no serías un activo solvente. Así que, ¿qué es lo que deseas?
Para Shara no fue difícil asimilar que estaba jugando con ella. Dudaba que tuviera alguna opción. Un nuevo silencio se adueñó de ella.
—Algo habrá que te haga ilusión, dentro de tus circunstancias— trató de señalar Dima divertida en el fondo. —¿Sabes el problema? Tienes dos opciones claras: ir a las minas o aceptar mis condiciones.
—¿Qué son las minas?
—Pronto lo descubrirás si no aceptas.
—¿Y la otra opción?
—Entrenarte para ser concubina. Aunque más especializada en el dolor que en el placer.
—No entiendo… ¿Puedo cambiar de postura?
—Sí, no es necesario que preguntes, como te dije antes.
Shara se puso en el frío suelo, tratando de recordar cada instrucción dada anteriormente. Ahora ya no eran los muslos los que estaban más cercanos a los ojos de Dima, sino los pechos. Dima continuó la conversación, algo sorprendida de que Shara no se hubiese tratado de engatusarla.
—Shara, las opciones son simples: o vivir unos diez años en las minas, con suerte, o ser una concubina de un alto cargo, incluyendo en el paquete viajes, glamour, pero siendo una esclava de dolor.
—Me gustaría elegir la segunda opción… es solo que no creo que pueda soportar el dolor.
—Deja eso a mi cargo. Si quieres intentarlo, debes decidirte ahora. Si no lo consigues, las minas siempre estarán ahí.
—Lo intentaré —aceptó Shara.
—Ponte en la primera postura, la de espera. Te mandaré a mi asistente.
Shara tuvo que esperar bastantes minutos. Era un hombre joven, quizás incluso más joven que ella. La contempló con detenimiento antes de presentarse.
—Me llamo Habib y voy a ser uno de tus entrenadores. Tengo plena libertad de actuación, desarrollaré los criterios para tu instrucción y te usaré a mi antojo. Incluyendo tu virginidad vaginal. No es algo importante pues siempre se puede volver a reconstruir tu himen, si lo consideramos necesario. También tendrás una instructora femenina, que vendrá dentro de un rato para ducharte y explicarte los temas relativos a tu celda. Quédate como estás.
Shara se sentía humillada ante la falta de reacción del hombre hacia ella. Hubiera preferido que se hubiera explayado más con la mirada, que la hubiese deseado con fervor. La instructora no tardó en llegar, por suerte para Shara, que tenía que hacer verdaderos esfuerzos para mantener los brazos en la nuca. Casi no echó ni una mirada al cuerpo exhibido de Shara.
—Puedes deshacer la postura. Me llamo Zahira y soy tu instructora habitual, siendo mi superior Habib, que según creo ha venido hace un rato.
—Sí.
—Debes de tener hambre. El ordenador escoge tu menú en función de tu gasto calorífico y tu asimilación. Pulsa aquí.
Le señaló una zona cercana al pasillo. Surgió una mesa con comida
—Siéntate de cara a la pared, pegada a la mesa. Piernas plegadas debajo, pies en las nalgas, espalda recta y senos bien hacia fuera. Palma de las manos tocando los muslos. Vigila, tus dedos no deben tocarlos. Así está bien. No tienes por qué comerlo todo, pero cada tres días se ajustará la cantidad si no te comes el noventa por ciento de lo que te es ofrecido. Luego, para conseguir aumentar la cantidad deberás dejar el plato vació durante una semana entera.
Tener que comer mirando a la pared no resultaba agradable y la postura, sin ser incómoda, no era la más adecuada. Sus pechos parecían ofrecerse impúdicamente. Zahira se sentó junto a ella.
—Yo también comeré un poco, sólo por hacerte compañía. Si estás sola, puedes empezar inmediatamente. Si hay alguien más, empezarás cuando tus acompañantes lo hayan hecho. Puedes mover los brazos, siempre que no los apoyes en la mesa en ningún momento. La espalda debe mantenerse recta, al igual que tu cabeza. Cada bocado debe masticarse al menos cinco veces y deberás tener cuidado de no que se te caiga nada.
Shara comprendió la dificultad inmediatamente. Sin poder mover el tronco o la cabeza, todo dependía de la precisión de la mano. Sus ojos en poco podían ayudarla salvo por la visión periférica que a duras penas le permitía contemplar la comida. Y al hacerlo, sus propios pechos estorbaban. Y aparecían impúdicamente. Casi nunca los había contemplado, debido a las leyes de su país y las estrictas costumbres de su región y su familia.
—No te quedes embobada mirando tus senos, trata de centrarte en la comida o terminarás tirándola. Saborea cada bocado.
Se aburrió al tercero de ellos, se cansó al séptimo y se dio por vencida poco después. Dejó el tenedor.
—¿Ya?
—Es aburrido… y agotador.
—Si no sigues, dentro de unos días vas a pasar hambre. ¡Quizás sea lo mejor!
La mesa y sus viandas desaparecieron cuando Zahira pulsó el botón camuflado. Shara no se movió. Zahira la contempló durante unos minutos antes de solicitarle que volviera a la postura principal de espera.
—Para ayudarte con tu entrenamiento, Shara, necesitaré conocer aspectos tuyos que quizás ni tu misma sepas que existen. Sombras de ti. Lugares a los que preferirías no ir. Yo estaré contigo. Y también tus demás superiores. Hoy no seguiremos con la instrucción, te permito una pregunta. Piensa bien cuáles quieres que sea. Volveré en unos minutos.
Shara no tuvo ninguna duda sobre la pregunta que quería hacer. En cuanto Zahira volvió la expuso.
—¿Puedo tocarme?
Zahira se rio por un momento.
—Una pregunta previsible. Sí, puedes tocarte. Una vez rompiste tus votos, no tiene la menor importancia. Pero es algo decepcionante. Te planteas las cosas en función de ti misma, no de tus amos. Grave error. La pregunta adecuada habría sido: “¿Por qué no me tocas?”
—Lo siento.
—No, no lo sientes. Pero no es el momento. Ve a hacer tus necesidades y luego te contaré dónde dormirás.
Shara tuvo que orinar y defecar en el aseo con paredes de cristal, sintiendo de nuevo una gran humillación. Se limpió cuidadosamente y a la vuelta se colocó en la primera posición.
—Hay un pequeño botón justo ahí —explicó Zahira con vehemencia—. Si ninguno de nosotros está por aquí puedes prepararte la cama tú misma— mostrándole dónde estaba el mecanismo de apertura.
Apareció una tabla parecida a la que usó para comer: metálica, grisácea y fría. Era mucho más larga, naturalmente, pero poco ancha al parecer de Shara. No parecía nada acogedora y no era completamente lisa. Aparecían unos peculiares salientes redondeados, que en los bordes se multiplicaban y, al cabo de unos momentos, también en la pared. Shara se preguntó cómo iba a poder dormir allí. Más que una cama parecía una tabla de faquir.
—Es más aparente que otra cosa— prosiguió Zahira. —Te permitirá mantener el calor, de ahí las esferas, para que tu piel no contacte con la superficie lisa de la tabla. Notarás que deberás tratar de quedarte boca arriba o boca abajo. Hay un par de zonas libres de calor, allá dónde irán tus pechos y tu pubis, para evitar males mayores. En el resto de lugares, si te mueves demasiado deprisa o apoyas demasiado, percibirás el calor en exceso. No es un asunto de crueldad, sino de necesidad. Debes aprender a estar quieta en la cama para cuando tu amo te acaricie o simplemente para que no lo molestes cuando duerma contigo.
—¿Y por qué no puedo estar de lado?
—Lo descubrirás por ti misma. El peso debe estar repartido. Si una esfera recibe demasiado peso, no podrá protegerte del calor que emana de la parte lisa. Y te obligará a moverte. No te preocupes demasiado por esos detalles. ¿Has decidido si vas a tocarte?
—Trataré de no hacerlo, ya que tú no lo deseas.
—En ese caso te recomiendo que enganches tus pulgares en estos pequeños salientes de la parte de arriba y que sólo los retires cuando tengas que cambiar de lado.
—Será muy incómodo. No estoy acostumbrada a dormir con las manos por encima de la cabeza.
—Sí, lo supongo. Por eso se llama entrenamiento.
*__*__*
Tardó una semana en conseguir dormir varias horas seguidas y siempre se despertaba contracturada. Sus pulgares quedaban enganchados en las pequeñas arandelas y así sus brazos se mantenían por encima de la cabeza. Sus pies también conectaban a unas arandelas parecidas obligándola a mantener las piernas abiertas, sin importar que estuviera boca arriba o boca abajo.
Esa noche no está durmiendo particularmente bien, no sólo por la dificultad física inherente a la ‘cama’, si no por el anuncio de Zahira. Al día siguiente recibiría su primera sesión de latigazos. No le dio más información, aunque en días previos le había explicado que todo su cuerpo, por debajo del cuello, era susceptible de ser azotado.
Se despertó a la hora reglamentada y se movió con rapidez a la ducha, antes de empezar los ejercicios matutinos, instruida por el ordenador. Cada día notaba más y más la tonificación y la elasticidad que le estaba proporcionando. No le importaba la exigencia física, casi resultaba liberadora y hubiera sido lo único que hubiera echado en falta si, por un milagro, fuese puesta en libertad.
Después de los ejercicios y una segunda ducha desayunó aplicando la masticación adecuada. Habib, -no Zahira-, llegó en cuanto se puso en la postura de espera mirando hacia el hueco de fuera.
—Hola, Shara. Supongo que ya estás preparada para tu primera experiencia con el látigo. Trataremos de que no resulte traumática.
Shara no dijo nada, no lo tenía permitido con Dima o Habib. Sólo podía responder.
—Voy a azotarte la planta de los pies. Cinco golpes a cada una. Date la vuelta y pega tu cuerpo a la pared, los pechos presionando con determinación. Levanta los talones bien arriba y dobla la pierna derecha hacia tu nalga. El pie deberá quedar horizontal, facilitando la labor.
Shara nunca olvidaría ese primer golpe seco y sonoro. No fue tan doloroso como pensaba, la anticipación fue peor. Consiguió no moverse, suponiendo que era como debía actuar.
—Debes contarlos y dar las gracias. Uno, gracias.
—Uno, gracias— mintió Shara.
Los siguientes cuatro azotes no fueron tan difíciles, ya sabiendo que se esperaba de ella. Lo difícil fue, curiosamente, mantener el pie caliente y dolorido en el aire. Sus pensamientos no dejaban de atormentarla.
—Cambia de pie. Primero bajas el derecho, elevas el talón cuando llegue al suelo, bajas el otro talón. Se te indicará como un pequeño roce en el pie con el látigo, como ahora.
Shara no se dio cuenta en ese momento, pero esa pequeña caricia del cuero le resultó seductora. Esperó con ansia el primer golpe en el pie izquierdo, queriendo pasar el trago cuanto antes. Habib debía haberse dado cuenta de su premura y dejó pasar el tiempo antes de hacer restallar el cuero con fuerza a la planta desvalida. Los cuatro siguientes fueron rápidos, quizás para que Shara pudiera pasar el primer día con nota, ya que probablemente hubiera abandonado la postura ante el impacto, que fue claramente más fuerte que en la planta derecha. El roce final fue tan apoteósico que Shara hubiera llorado de placer.
Los pechos doloridos seguían aprisionados y Shara casi pensó más en ellos que en sus pies. Habib ordenó que volviera a la postura de exhibición en mitad de la celda.
—Se te permitirá salir de la celda si tus pies han sido azotados. En un cajón fuera de la celda hay un vestido y unos zapatos. ¿Deseas salir?
—Sí, por favor.
—Puedes deshacer la posición. Sígueme.
Cada paso era un suplicio. Shara no lo mostró en su cara.
—Primero los zapatos— señaló Habib.
Shara no había visto nada parecido. Eran dos partes separadas y no entendía cómo ponérselas. Habib se arrodilló y la calzó. Shara observó cuidadosamente. La parte delantera cubría sus dedos y se agarraba sola. La parte trasera era un tacón tan alto que sus piernas protestaron. Corrigió su posición de forma automática. Llevaba una especie de correaje que se ataba al tobillo y más allá.
—Deberás tener mucho cuidado con estos zapatos, Shara. Cualquier mínimo desequilibrio podría hacerte inclinar y, además del peligro de la caída, un esguince es probable. Por eso, debes apoyarte con más fuerza en los dedos y no en el talón. Si sientes que se desliza, lo mejor es irse hacia el lado hacia dónde vaya el pie. No te resultará natural hasta que cojas el hábito, has caminado toda la vida soportándote sobre la base de los pies.
Shara se sintió más alta que nunca y como si estuviese entre algodones. Los pies dolieron debido a la elongación de las suelas, estiradas sin remedio. Los dedos tampoco estaban alegres.
Habib le puso el atuendo, que no era un vestido sino una especie de traje de las mil y una noches. Consistía en dos cadenas y unos velos triangulares. La primera cadena debía ceñirse a las caderas, exactamente al lugar dónde se más se ensanchaba el cuerpo de Shara. La segunda cadena se colocaba encima de los pechos.
Había tres velos. El primero, un largo triángulo isósceles. Unos minúsculos ganchos magnéticos enganchaban con el metal de la cadena que rodeaba sus caderas. El tejido sólo tenía la anchura para cubrir el pubis, quedando la parte superior de las piernas desnudas. Ni un solo poro del frontal de los muslos llegaba a ser ocultado. Desde la parte superior del pubis, la tela caía directamente hasta los tobillos, pero estrechándose más y más hasta quedar en un hilillo del que colgaba una bola reluciente del mismo color que la tela. El diseño sólo conseguía cubrir el pubis y sus aledaños.
El triángulo trasero era igualmente traicionero. Shara notó que no cubría las nalgas enteras. Se lo puso Habib, rozándola ligeramente por primera vez. Al igual que su homólogo, el triángulo se enlazaba magnéticamente. Al no poder verse, Shara no pudo apreciar cómo le quedaba la tela. La grieta del culo quedaba cubierta por el tejido, pero por poco. Desde la base cerca de la parte superior, la tela se iba estrechando hasta quedar reducida a la nada pocos centímetros por debajo de la parte inferior de las nalgas. Aproximadamente un tercio o algo menos de los glúteos quedaban al descubierto. Una borla acompañaba al conjunto como en su pareja delantera.
El último velo tenía la supuesta misión de cubrir los senos, lo que a todas luces era imposible. No solo por su finura y su falta de opacidad, también porque al igual que el que tapaba las nalgas, se estrechaba con rapidez. Shara se lo colocó siguiendo las detalladas instrucciones de Habib, sin llegar a entender que pretendía el atuendo. A todas luces era como ir desnuda. Veía sus pezones a la perfección a través del tejido y todo el lateral de los pechos no conseguía ni un atisbo de privacidad. Otra borla culminaba el triángulo.
—Manos en la nuca, por favor— solicitó amablemente Habib.
No era algo que le extrañase a Shara. No se había movido, estaba demasiado habituada a no hacerlo sin permiso, pero el tejido pareció rebrotar.
—Te voy a colocar el aro del cuello.
Se trataba de una cadena del mismo tono y material que la vestimenta. La diferencia era que pesaba más. Y justo desde la nuca, partía otra cadena, -más fina-, que bajaba casi hasta el glúteo a través de la espalda.
—Ya está. La parte de atrás debería estar tocando tu espalda todo el tiempo posible.
Shara se irguió un poco para conseguirlo. Subió un poco la cabeza para alargar la cadena desde atrás.
—Bien hecho. Vamos a practicar un poco con el calzado. Hoy te voy a permitir que mires hacia el suelo, pero el objetivo final, -tardemos el tiempo que tardemos-, será que camines mirando al frente y con la cadena de la espalda haciendo contacto. Puedes mirar hacia tus pies.
Shara bajó la cabeza, notando de inmediato como la cadena vertical perdía el contacto con la columna. A duras penas podía aguantar con los talones en alto, tratando de no apoyarse demasiado en la base.
—Cógete de mi brazo. Como si fuera tu pareja. Eso es. Da un pequeño paso con el pie derecho. Sólo adelántalo un poco. Apoya exclusivamente con los dedos.
Shara obedeció con recelo. Iba a ser resultar casi imposible andar con ese calzado. Habib se dio cuenta de algo.
—¡Espera! Vamos a practicar un poco haciendo que te apoyas exclusivamente en un solo pie.
Habib se puso delante de ella. Y agarró su cintura con las dos manos, como si la estuviese evaluando.
—Pon tus manos en mi cuello, agarrándolo. Y cierra los ojos.
Esperó a que cumpliese sus órdenes y prosiguió.
—Podrás apoyarte en el talón si estas quieta. Sólo deberás ser consciente de ello y dejar rígido el pie, vigilando que tu centro de gravedad no se mueva.
Shara estaba algo más cómoda que antes, con el apoyo en el cuello de Habib. En cambio, el contacto de sus manos en la cintura era otra cuestión. Después de tantos días desnuda y contemplada minuciosamente su organismo había empezado a segregar múltiples endorfinas. El erotismo estaba empezando a hacer mella en su indiferencia. Las manos de Habib eran cálidas, en comparación al frío metal de su ‘cama’. Y los azotes, todavía dolorosamente presentes en las plantas de sus pies, se habían convertido en un elemento más de sensualidad. Tenía ganas de besarlo. No podía preguntar si tenía permiso.
Fue superior a sus fuerzas. Llevó sus labios a los de él y se ofreció. No se trataba de un beso fraternal, sino de una renuncia. Quería que le hiciese el amor. Como si tuviese el poder de decidirlo. Habib recogió el beso y aprovechó para acariciar brevemente su espalda. Pero para Shara era insuficiente. Sus senos prácticamente desnudos y elevados gracias a la postura de los brazos, parecían rogar ser acariciados. Y, en cambio, Habib simplemente rozaba ligeramente su espalda. Y no es que no apreciase el ligero desliz, es que sentía que no lo conmoviese. No bastaba con ser atractiva, estar disponible y ser, a todos los efectos, su esclava. Él parecía tener otro propósito, un calendario minucioso y primorosamente organizado. Un organigrama en el que no cabían sentimientos románticos ni, quizás, interludios amorosos.
Shara perdió la concentración y su pie empezó a trastabillar. Habib estaba alerta, -a pesar de que seguían besándose-, y volvió a agarrarla de la cintura, ahora con más fuerza. Shara rompió el contacto con los labios de su protector, ahora centrada en el peligro y el error que había cometido.
—Lo siento— dijo sin recordar que no tenía derecho a hablar.
Habib soltó lentamente sus manos. Shara se afianzó en sus dedos.
—Manos en la nuca, Shara. Resumamos: una penalización por besarme sin permiso, una penalización por trastabillarte por falta de atención y una última penalización por hablar sin autorización. Se me olvidaba: otra más por no mantener la cadena tocando la espalda ya que no te estabas moviendo.
Shara corrigió su postura, más con ganas de llorar que de cumplir. Sólo un cierto orgullo hizo que se irguiese lo suficiente y, en cuanto quedó bien erecta, un automatismo surgió por arte de ensalmo. No se rendiría tan fácilmente.
—Cada penalización supone cinco azotes aplicables al día siguiente. Trata de ser más cuidadosa.
Shara hubiera bajado la cabeza, sumisa, para asentir. En cambio, debido a la regla de la cadena, mantuvo la cabeza alta y expectante.
—Debes estar cansada. Te tiemblan un poco las piernas. Deja todo en el cajón y vuelve a tu celda.
Ahí acabó la experiencia romántica.
*_*_*
A la mañana siguiente, Shara esperaba con las manos en la nuca y mirando hacia fuera de la celda la venida de sus instructores. Fue Dima la que vino a primera hora.
—Hola, Shara. Me alegra ver que te estás ajustando.
Como Shara no podía responder sin permiso a algo que no fuera una pregunta directa, ni siquiera para saludar, siguió mirando al frente.
—Puedes hablar y abandonar la posición. Desayunemos juntas.
La propia Shara dispuso de la mesa. Cuando ya estaban sentadas en sendos taburetes, Dima prosiguió la charla.
—Habib me ha contado tu desliz de ayer. ¿Puedes señalarme las faltas que has cometido?
—Besarle sin permiso y perder la posición. Y otra por hablar sin permiso.
—¿Hay algo más?
Shara trató de recordar.
—Nada más.
—Te equivocas. Había otra falta por no mantener la cadena en contacto con tu espalda. Esto supone una nueva falta.
—Lo siento.
—Lo imagino. No hay nada mejor que las consecuencias para aprender. Así que tienes los cinco azotes establecidos diariamente y cinco faltas con cinco azotes cada uno. ¿Por qué besaste a Habib? Esa falta fue completamente voluntaria.
—Me incitó la situación— dijo titubeando. —Me sentí deseada.
—A Habib tú también le gustas. No debería ser un problema, muy al contrario. Lo que ocurre es que en último extremo terminaréis yendo a lugares diferentes. Creo que te has enamorado de él, es algo bueno para el entrenamiento, difícil en la parte final.
Shara no entendía muy bien cómo podía pensar Dima que se había enamorado de Habib. Todo era por obligación y un beso no podía ser suficiente indicio.
—No estoy segura, Dima. ¿Cómo podría saber si me he enamorado?
—Supongo que no es fácil. Esperaremos unos días. Mientras tanto, Habib será el único que te azote. Después de cada sesión de castigo lo besarás. Iba a incluir esa parte en tu entrenamiento más adelante.
—¿Y ya no habrá castigo por besarle?
—No si sólo lo haces después de los azotes. El resto del tiempo, las reglas serán las mismas. No te confundas: estás obligada a besarlo. ¿Entiendes?
—Debo besarlo después de cada sesión de castigo y no debo besarlo el resto del tiempo.
—Voy a añadir un elemento más, Shara. Habib es un hombre joven, le voy a dar libertad para tocarte los senos siempre que os estéis besando.
Shara hubiera protestado si no hubiese visto en la cara de Dima una extraña determinación.
—Pero sólo le besaré cuando me haya castigado ¿no?
—Y él podrá besarte cuando lo desee, sin restricciones. Y al hacerlo, tendrá acceso a tus senos. Cuando te bese, cuenta interiormente hasta treinta. Entonces, puedes abandonar el beso. Si lo haces antes, serás castigada. Y, por otra parte, pasada esa cuenta de treinta, Habib sabrá que deseas seguir siendo acariciada o besada.
Shara no podía creerse que pudiera ser tan injusta con ella. No pensaba estar ni un segundo más. En cuanto se acabase el tiempo, dejaría de besarlo.
Acabaron de desayunar. Dima se fue y Habib llegó al momento.
—¿Estás de acuerdo con los términos que ha establecido Dima? —preguntó Habib con dudas. —Tienes permiso para hablar.
Shara no estaba de acuerdo con nada, pero poco podía hacer. Casi debía sentirse agradecida de no ser violada.
—Estoy de acuerdo —afirmó con falso aplomo mientras Habib contemplaba su cuerpo expuesto en la postura de exhibición.
—Entonces, empecemos. El castigo diario se realiza aquí en la celda, sin atavío. ¿Recuerdas la sesión de ayer?
¡Cómo si pudiera olvidarlo! Shara se colocó de cara a la pared y empujó los senos hacia la misma, luego levantó el pie derecho, ofreciéndole al látigo.
—Lo lamento mucho, Shara, pero has olvidado algo importante. Una falta. Ya no tienes permiso para hablar. Trata de recordar o habrá una segunda falta.
Shara trató por todos los medios de rememorar la infame sesión del día anterior. Levantó el talón izquierdo.
—Una falta, Shara. El orden no es ese.
¡Era todo tan injusto! Bajó el talón izquierdo y el pie derecho. Elevó los dos talones y volvió a llevar hacia arriba el pie derecho. Casi se imaginaba la escena, parecía estar rogando que le azotasen la planta desnuda.
—Ahora está mejor. Desde ahora, primero elevas los talones, luego presionas los pechos con fuerza. No olvides las faltas de hoy para anotarlas posteriormente. En cada registro debe constar la razón por el castigo. Ahora sólo trata de centrarte en los azotes.
La espera era angustiosa. El primer golpe fue mucho más intenso que el día anterior. Y se movió ligeramente.
—No lo tendré en cuenta, Shara, pero no debes de moverte en absoluto.
No lo estaban azotando a él. Shara cambió de pierna. El simple hecho de alargar el pie derecho fue como una tortura. El golpe en el pie izquierdo fue rápido. A partir de ahí, los azotes fueron rápidos. Se quedó quieta mirando a la pared, con los pechos ya quejumbrosos al cabo de un rato.
—Puedes girarte, Shara.
Sin pensar realmente que correspondía, Shara volvió a su postura de exhibición, manos en la nuca y piernas abiertas, aliviada de bajar los talones y liberar los pechos.
—Una falta, Shara. Ahora tocaba besarme. Lleva tus brazos a mi cuello y comienza.
Shara lo besó ofreciendo el cuerpo mientras buscaba sus labios. Habib acarició sus pechos por primera vez. Mucho antes de que pudiera apreciar el deseo del hombre, este soltó los pechos y retiró los labios.
—Vamos con la sesión de nuevo. Los azotes anteriores era los obligados, ahora vamos con la compensación por las cinco faltas de ayer. Serán a los pies, las nalgas y la espalda. La primera posición ya la conoces.
Shara no dudó en absoluto, había memorizado la secuencia con fervor, no quería añadir una nueva falta a su larga lista. El pie derecho estuvo ofrecido en un santiamén, pegado a su nalga, los pechos aplastados, el otro pie alzado de antemano. Habib aplicó los azotes con la misma velocidad que antes y a Shara le dolieron menos, a pesar de que los impactos seguían dejándola sin respiración.
—Puedes bajar el pie izquierdo. No olvides mantener los dos talones bien levantados. Así, muy bien. Iré primero por la nalga derecha. Presiona con tu pubis la pared.
El primer azote en la nalga, a pesar de dolerle no fue tan cruel como en las plantas de los pies. Cuando se acabó la serie en ambas nalgas, Habib siguió explicándose.
—Ahora cambiaré de látigo. No quiero dañarte la piel de la espalda. El artefacto que voy a usar es sónico. Básicamente, tus nervios sentirán el estallido del látigo y tu piel quedará incólume. No es el dolor del cuero golpeado lo que debe de preocuparte, sino la reacción de contracción. Cuanto antes aprendas a relajarte, mejor podrás soportar sus efectos.
Shara no sabía cómo podía nadie relajarse cuando se iba a recibir un latigazo. Habib pareció leer sus pensamientos.
—No anticipes el movimiento. Mejor lleva tu mente a una parte tuya que ya haya sido azotada o a la incomodidad de tus pechos.
Eso último no era difícil. El latigazo sónico llegó al momento. Shara bajó los talones ante el dolor, había sentido como si toda la espalda hubiera sido cortada. Aunque lo tenía totalmente prohibido, llevó su mano derecha de la nuca a recorrer la piel de la espalda, incapaz de creer que no estuviese saliendo sangre.
—Lleva la mano a la nuca de nuevo, Shara. No hay ningún corte. Y en unos cinco minutos el dolor dejará de estar ahí. Relájate para los siguientes latigazos.
Shara no pudo pensar en nada más que en lo que venía encima, el resto de dolores triviales comparados con ese. Consiguió no mover las manos y en cuanto Habib acabó de azotarla, Shara se dispuso a besarlo con atrevimiento.
El beso fue mucho más elocuente. Habib estuvo un largo rato ofreciéndole sus servicios, apreciando las formas voluptuosas de los senos con criterio y cierta devoción. Shara no movió las manos de su nuca, a pesar del magreo incesante y persistente. Por un momento, casi olvidó las penas en su espalda y ni siquiera se acordó de contar hasta treinta, centrada en el placer en sus pechos voluptuosos.
—Vamos.
Shara pudo por fin bajar los brazos y casi lloró de gozo, de cansados que los tenía. Ayudó a Habib a calzarle los zapatos. Los pies protestaron sin cesar. Shara ya sabía a estas alturas que el dolor no desaparecería en horas y, mientras tanto, el dolor en la espalda había desaparecido totalmente.
Shara se vistió con ayuda de Habib, con mayor facilidad que el día anterior. Su cabeza erguida y sus talones elevados al cielo la hacían sentir más alta que nunca. Habib la cogió por la cintura.
—Primer paso adelante, Shara. No lo hagas muy amplio y baja el pie con sensualidad y elegancia.
El movimiento fue grácil a pesar de su dificultad y pronto el otro pie realizó su primer movimiento. Cuando Shara hubo dado diez pasos, la hizo girarse para besarla. Shara llevó sus brazos a la nuca de Habib como tenía establecido y casi, sin pensarlo, se preparó para ser acariciada de nuevo. Por suerte para ella. esperó a ser besada antes de corresponder. Ya no había dolor en la espalda y solo las nalgas y las plantas de los pies atenuaban el gozo que sentía. Sus pezones parecían explotar de emoción y sus senos estaban hinchados de necesidad. Tuvo un orgasmo. El primer orgasmo de su vida, fuera de sus sueños. Habib la sostuvo mientras lo tuvo, maravillado ante la vibración inconfundible y el deseo que percibió. Shara se recobró con rapidez y ajustó su postura.
Tenía tantas ganas de hablar o de besarlo que casi no pudo contenerse. Dima tenía razón: se había enamorado. A partir de ese momento, seguir a Habib le resultó más fácil. Hicieron una tanda de veinte pasos y Shara hubiera dado cualquier cosa por otro orgasmo, pero Habib abandonó el beso antes de lo previsto, mientras que Shara ni se planteó contar hasta treinta.
Ya ni siquiera el dolor en los pies o en las nalgas limitaron el movimiento o la resolución de Shara, dispuesta a cualquier cosa por ese hombre. Cuando llegaron a hacer los cincuenta pasos y después de una sesión de lenguas y manos sobre pechos, Shara tuvo un segundo orgasmo, más comedido y también mucho más esperado.
—Volvamos a la celda, Shara —señaló Habib sin comentar para nada los sensuales estallidos de su acompañante, como si le resultasen ordinarios.
Estaban bastante lejos, ya que todo el tiempo había estado alejándose de la celda de Shara. Esta no tuvo demasiados problemas para recorrer todo el camino de un tirón, cada pie apoyado con delicadeza al finalizar cada paso, cada nalga elevada y bajada ligeramente, cada triángulo descubriendo y cubriendo con disimulo y cada respiración concentrada en el movimiento.
—Quítate todo el atuendo y luego come un poco. Más tarde vendrá Zahira a masajearte el cuerpo e indicarte nuevas instrucciones.
No hubo un beso de despedida, y por lo tanto nuevas caricias. Si Habib tenía sentimientos hacia ella, Shara no conseguía percibirlos salvo por su plena dedicación a la hora de sobarla. Ni siquiera sabía si la besaba porque eso le permitía acariciarla.
Justo había acabado de comer, ya casi sin sentir el dolor de los latigazos y sólo consciente de que sus piernas parecían de gelatina cuando llegó Zahira.
—Una falta, Shara —le indicó cuando Shara no se levantó ni se puso en la posición de brazos en la nuca.
Cuando ya estuvo en la posición, con cierta dificultad debido al cansancio que sentía, esperó.
—Puedes hablar.
—Estoy a punto de caerme rendida, Zahira.
—Me lo imagino. Estoy contenta por ti. Me han dicho que has tenido dos orgasmos. ¿Tu primera vez?
—Sí. No sabía que se podían tener orgasmos a través de los pechos.
—¡Claro que sí! Aunque no todas podemos. Es una gran noticia. Deshaz la postura, tomaré un café mientras tú te acabas el postre.
Charlaron un rato de manera intrascendente hasta que Zahira le señaló la tabla/cama. La propia Shara tocó el botón para abrirla y surgió lentamente.
—Ponte boca abajo y estírate todo lo que puedas.
Zahira le dio un masaje por todo el cuerpo, con mayor énfasis en los hombros, las piernas y los pies. Shara se quedó dormida, a pesar de aplastar sus pechos contra la dura tabla metálica. Estaba demasiado cansada para percibirlo y el masaje había cumplido su función. Cuando se despertó, no mucho después, casi no recordaba dónde estaba y se tocó ligeramente un seno cuando se dio la vuelta. Tardó en darse cuenta y también en notar que Zahira la estaba mirando.
—Una falta, Shara. La próxima vez, si crees que vas a dormirte, es mejor que enganches tus pulgares a las arandelas para evitarte problemas.
A Shara le costaba no decir nada, pero por nada del mundo quería otra falta. El permiso para hablar ya estaba caducado. Zahira asintió.
—Puedes hablar.
—Lo siento, Zahira. ¡De verdad!
—Lo sé. Llevas siete faltas hoy contando estas últimas.
—¿Dónde se me azotará?
—No se te azotará por delante… por ahora. No estás preparada. Mañana tendrás una sesión como la de hoy y se te acumularán dos faltas para el día siguiente. No cometas más errores.
Shara agachó la cabeza. Zahira sacó algo de la caja llena de artilugios sexuales.
—Aunque no me fio de ti, Shara, te voy a colocar un pequeño artefacto.
—¿Qué tipo de artefacto?
—Es como un dedal para tu clítoris.
—¿Es realmente necesario?
—Podríamos esperar un poco, pero tu sexualidad te está desbordando. Sería más difícil para ti llevarlo una vez alcanzases un clímax.
—¿Y lo de hoy?
—Eso han sido tus pechos. Tu clítoris debe estar restringido.
—¿Qué debo hacer?
—Ponte en el suelo, piernas bien abiertas, manos en la nuca y ojos cerrados.
Una vez Shara estuvo en posición, Zahira buscó el clítoris.
—No tardaré nada. Te voy a colocar el dedal. Este pondrá una película por encima de la piel y en unos segundos retiraré el artefacto.
Shara no notó nada salvo el contacto inicial.
—¿Ya está? —preguntó cuando Zahira le dijo que podía levantarse.
—La película te impedirá masturbarte adecuadamente. También monitoriza tu estado de excitación y traslada los datos a la IA.
—Sigo sin entenderlo, Zahira. ¿Qué diferencia hay con los orgasmos que tuve hoy?
—Algunas mujeres somos capaces de tener orgasmos sin el estímulo de nuestro clítoris, otras no. En tu caso, ya que tienes ese don, lo exploraremos adecuadamente. Pero el botón de amor entre tus piernas pertenece exclusivamente a tu dueño.
Shara se quedó abatida y prefirió no tentar la suerte, no siempre estaba Zahira tan habladora. Esta le propuso que continuara con sus ejercicios.
—Creo que estás empezando a darle al coco. Trata de realizar tu rutina de ejercicios, ahora que has descansado. Cuando acabes, puedes tomar algo y luego duerme. Si crees que no vas a poder evitar tocarte, debería ponerte unos brazaletes.
—¿Unos brazaletes?
Zahira los sacó de la caja.
—¿Ves? Llevan unos engarces parecidos a los que usas actualmente cuando llevas las manos por encima de ti cuando vas a dormir.
Shara se los puso. No tenía sentido no hacerlo. Zahira le enseñó a colocar los pulgares en cada engarce con los brazos por detrás. En un primer momento, Shara creyó que el conjunto era cómodo, pronto cambió de idea. Las manos debían de estar prácticamente pegadas al codo contrario y los pulgares en alto.
—No entiendo cómo funcionan las arandelas, Zahira.
—Te obligarán a estar alerta, los brazos no deben de relajarse detrás de ti. Si así fuera, notarías como las arandelas apretarían los pulgares.
—¿Y cómo podría dormir así?
—Ponte horizontal y lo verás. En ese caso, los pequeños anillos que rodean tus pulgares no apretarán.
Shara lo probó, algo escéptica. Zahira tenía razón.
—Puedes dejarte puestos los brazaletes o quitártelos cuando vayas a dormir. Sólo ten en cuenta que en cuanto te duermas, ya no podrás retirar los brazos de tu espalda, ya que los brazaletes conectan con la IA y detectan si te has dormido, impidiendo las tentaciones. Hasta luego.
Le dio un beso suave en los labios y se fue sin tocarle los pechos, para desazón de Shara que en esa postura los ofrecía impúdicamente.
El ejercicio le vino bien, al igual que volver a comer. Luego se fue a dormir inquieta ante la perspectiva de tener los brazos detrás toda la noche. Al menos, cuando los tenía encima suya, tenía la posibilidad de bajarlos si estaba despierta. Un grado menos de libertad.