Ella se esconde detrás una pantalla. No la juzgo, yo hago lo mismo. Es una noche de calor, y no puedo ni matar ni morir, es mejor jugar solo.
Las palabras forman el texto: "¿Qué llevas puesto?" Los segundos se extienden, son infinitos. "Solo panties, negros". Me siento palpitar. Una mano. Arriba. Abajo. Despacio.
"¿Qué haces?" Una pregunta inocente. La espera siempre es lo peor. "Jugando". Ella no es ambigua. "¿Y tú?" No hay otra forma de responder: "Haciendo lo mismo".
Estamos conectados. Si tan solo pudiéramos vernos, sentirnos. Añoro la realidad. No hay de otra.
"Y…" Dudo. La noche llega de nuevo, metiéndose por entre las sábanas. "… ¿Qué tal una foto?"
Enviar.
Silencio…
Mi corazón palpita. ¿Había esperado tanto? El reloj apenas se mueve.
Un click. Un hormigueo que se inicia en mi estómago, sube por la nuca y termina haciendo mover mi glande. Tiembla. El líquido preseminal moja la punta.
Una imagen. Es ella. La cara sonriente, vanidosa, seductora. Sus senos grandes, al aire. Una mano en su sexo, dentro de sus panties negros. La otra sostiene la cámara.
"Esto se juega de a dos. Espero".
¿Cómo mierda se toma una foto de esa forma? Hago lo posible. Veo mi pene en la pantalla. ¿Será suficiente?
Ya está. Sin marcha atrás.
¿Por qué no pasa el tiempo?
Otra imagen. Los panties en los tobillos. Un dedo dentro de su sexo.
Es mi turno. Mi mano libre que baja. La cabeza de mi pene brilla. Se lo dedico.
"Te necesito aquí". ¿Cómo cumplir ese deseo?
"Sí". Una silaba se desliza por mis dedos.
Mis pies tocan el suelo. Salgo de la zona segura. Paso con cuidado por la puerta cerrada de mis padres, que no me noten. Pasos silenciosos.
Su puerta está abierta, la abro, despacio. La miro. Ella sonríe. Una mirada de complicidad. Solo los hermanos podemos mirarnos de esa forma.
Sus panties negros en el suelo y su sexo rogándome por el amor filial que solo mi pene brillante le puede proporcionar. No más pantallas.