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Tony, le vienen a entregar las nalgas
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Había recibido la llamada de mi amigo Rivas y me comunicaba que la chica de la fiesta estaría en mi casa en minutos regresando las cosas que él me había pedido prestadas para quedar bien con ella. ¡Gracias! –dije en mi pensamiento, pues eran unas 40 sillas, una media docena de mesas y unas carpas pequeñas que habían servido para mitigar el sol de la tarde anterior, pero que todo eso regularmente lo guardo en una bodega que desde el guarda coche de mi casa a la bodega, son unos 500 pies ida y vuelta: -¡Gracias por hacerme trabajar! – dije de nuevo en mi pensamiento.

Yo había sido invitado a la fiesta por medio de mi amigo y bueno, pues porque les estaba ahorrando una buena cantidad de dinero al yo prestarles todas esas cosas, pero no había ido, pues realmente no los conocía, aunque mi amigo Rivas me incentivaba diciendo que me iba a perder de una buena fiesta, y de la cantidad de lindas mujeres que llegarían.

Minutos después escucho el interlocutor de casa sonar y el guardia de seguridad de la colonia me comunicaba que la Srta. Sofí, venía a entregar unas sillas y mesas. Realmente, el guardia de seguridad quien era un hombre de mi misma edad y que con los años teníamos mucha confianza me murmuró lo siguiente de esta manera: -Tony, tengo a una chica de nombre Sofí, que dice que le viene a entregar las nalgas. – su inventiva me hizo reír.

Oí entrar su vehículo y bajé para ayudarle a bajar las cosas. Desde la distancia pude observar una chica que quizá rondaba los 27 años, de un metro setenta de altura, no le podía estimar el peso, pues sus piernas eran atléticas y con mucho musculo, y con unos pechos que deberían estar atrapados de por lo menos en una copa D. Me sonrió y se presentó y ya cerca pude observar un bonito rostro, ojos redondos, cejas depiladas las cuales eran una delgada y simétrica línea, sonrisa de labios gruesos, muy juvenil, pues su pequeña camiseta que dejaba ver en algo su bien trabajado abdomen, combinaba bien con los pantalones cortos y tenis deportivos que ese día vestía.

Bajamos las cosas y las pusimos en contra de una pared de retención al lado de mi casa y solo pensaba pedirle ayuda para meter las 3 carpas, las cuales las habían atado para quizá evitar hacer más trabajo, pero para cargarlas se le es incómodo a una sola persona. Ella tomó una punta y yo la otra y caminamos entre el jardín trasero de la casa. Se dio cuenta de la distancia y ella me había preguntado que si todo sería guardado en la misma bodega y yo le había contestado con un “si”.

No le tuve que decir que me ayudara, ella tomó la iniciativa y comenzamos juntos a meter todas las cosas a esa bodega y quizá todo aquello nos tomó unos 20 minutos, pero bajo el sol de las once de la mañana en un día de verano, donde la humedad llega por arriba de los 90%, teníamos nuestras camisas empapadas de sudor. Fue Sofí quien comenzó en forma de broma a sugerir que una zambullidla en la piscina no caería tan mal.

Para abreviar el paso del tiempo, después de guardar las cosas nos sentamos en una mesa bajo de un kiosco que está cerca de la piscina y platicamos de muchas cosas triviales alrededor de una media hora mientras nos tomábamos una cerveza. Fue Sofí quien volvía a insinuar que le gustaría hundirse en la piscina y le dije que se sintiera en su casa.

– ¡Si hubiese sabido, hubiera traído traje de baño! –dijo.

– Pues acomódate como tú quieras, aquí solo estamos tú y yo.

– ¡No lo quiero incomodar!

– ¡Te aseguro que no me incomodas para nada!

Se fue a la regadera, se dio una ducha para quitarse la sal del sudor, se había quitado el sostén y salió solo con su pantalón corto y su blusa húmeda que me dejaba ver en su transparencia, el volumen exquisito de sus dos preciosos melones y unos pezones erectos que parecían tener un volumen extraordinario. Saltó a la piscina y luego ella me incentivaba a acompañarla. Se dio cuenta que esa pequeña blusa, con la fricción del agua se le subía al punto que sus pechos quedaba desnudos. Ella lo nota y ríe, y es cuando le digo:

– ¿Por qué no te la quitas de una sola vez? Tú sabes que no te cubre nada y es más, creo que hasta te incomoda. Sofí, no serán los primeros pechos desnudos en el mundo.

– ¡Creo que tiene razón! – y se quitó la blusa.

Me di cuenta que tenía unos aretes en cada pezón y un tatuaje de ese conejo famoso de playboy en uno de sus suculentos pechos. No me pude resistir de hacerle la pregunta y cuando nos acercamos y nos quedamos sentados en las gradas de la piscina le pregunto:

– ¿No duele tanto hacerse esos orificios en los pezones?

– ¡Que no duele! ¡Va! ¡Claro que duele y mucho!

Aquello abrió la plática que creo Sofía quería entablar; era como abreviar lo que ella buscaba o que pienso siempre buscó. Ella me lo dice de esta manera y no me lo puedo creer:

– ¡Pero me dolió mucho más hacérmelo en los labios!

– ¿Usas aretes en los labios?

– Si. –me dijo.

– ¡No se te nota nada en los labios!

– Tony, ¡mis otros labios! –y sonríe.

Hablamos al respecto un poco, del dolor, del morbo que conlleva, en fin hablamos algunas cosas mientras consumíamos la segunda cerveza. Lo que me sorprendió y me tomó con gran sorpresa fue su pregunta, o algo así como una oferta: ¿La quieres ver?

Pensé que bromeaba, pero al segundo de haberla dado una respuesta positiva, ella comienza a hacerse de un lado una de las mangas del pantalón corto, lleva una pequeña prenda interior de color blanca, la hace a un lado y me permite ver el brío de un arete o aretes dorados. Por demás está decir que me provocó una erección y es notable en mis pantalones cortos y muy sueltos. No dudo en decírselo, Sofía tiene esa personalidad muy abierta y no creo que se moleste si se lo comunico:

– ¡Me has provocado tremenda erección!

– ¿En serio? ¿De veras? ¿Puedo ver? – y sonríe.

Me he levantado de las gradas de la piscina para que Sofía pueda ver como mi verga se ve restringida sujetada por mi ropa interior. Veo una sonrisa pícara en ella y presiento su próxima pregunta y acierto:

– ¿Puedo verla? Dijiste que te había provocado una erección y así no se puede ver si en realidad es una erección. – y seguía con esa sonrisa.

– Te voy a dar el honor a que seas tú quien la descubra.

– ¿Puedo?

Me tocó la verga sobre mi pantalón corto mojado y me lo baja y queda ante ella mi verga totalmente erecta. Sus ojos se concentran en mi falo y yo lanzo mi vista a sus espectaculares pechos. Ella me aprieta con su mano mi glande y en forma de masaje llega hasta tomarme de los testículos. Sofía me mira y me pregunta:

– ¿Quieres cogerme Tony?

– ¿Tú quieres?

– ¡Tienes una hermosa verga! ¿Puedo? – como pidiendo permiso para mamarla.

Se la llevó a la boca y comenzó a darme una mamada de las que yo llamo de profesional. Sofía sabe lo que hace, no en balde lleva esa estampa tatuada del conejo de playboy en uno de sus pechos. Intentó tragársela toda y sé que buena parte le llegó a su esófago que parecía se ahogaba. Realmente aquello sonaba a tortura, pero ella insistía en repetirlo una y otra vez. Tuve un buen control de la situación, pues un día antes había estado con otra chica y le había metido dos polvos, así que mi arma no estaba sobrecargada y eso hizo que Sofía la disfrutara a placer.

Para retribuirle esa rica mamada y para estar más cómodos, la puse en una silla reclinable, que tiene colchón y el suficiente peso para aguantar el rigor de esta faena. Le remuevo su pantalón corto, el bikini diminuto de color blanco, y vuelvo a ver esos aretes en sus labios y comienzo a chupar esa hermosa panocha de labios muy gruesos y un clítoris bastante pronunciado. Sofía solo gime y solamente escucho entre sus labios, como apretando sus palabras: ¡Dios mío, que rico!

Le encantaba que le halara sus aretes, cosa que a mí me parecía doloroso, pero el sexo es algo muy propio para cada quien, y para Sofí, esto que me parecía tortura a mí, para ella era un enorme placer. Fue ella quien me pidió llevándome mis manos a sus pezones y me insinuó que también se los halara. Sus gemidos se elevaron y a los minutos ella me anuncia que está a punto de venirse. Me pide que quiere sentir mi verga y para esto, Sofía se levanta y toma la posición de perrito y así en cuatro sobre esta silla reclinable, comienzo a hundirle cada centímetro de mi verga. Sofía es de las chicas de sexo rudo, agresivo; le gustan las embestidas violentas. Ella suda y mi transpiración se desliza por mi espalda. Son las doce del mediodía en un día de verano y el mercurio ha sobrepasado los 92 grados Fahrenheit. Yo le pompeo la panocha a Sofía con enorme violencia, que hasta escucho el eco del golpeteo en contra de sus nalgas en las paredes de la casa. Ella menea sus caderas de una manera agresiva y sensual, mientras con una de sus manos se masturba el clítoris. Me dice que se viene y me lo grita, que si alguno de mis vecinos están afuera en sus patios, hubiesen escuchado fácilmente: ¡Me vengo Tony, no pares, dame más, no pares!

Siento ese temblar incontrolable de sus nalgas, la contracción de su vagina apretándome la verga y escucho esa respiración profusa, la cual le toma un par de minutos en recobrarse. Me mira y me pregunta: ¿Te falta mucho para acabar? – le digo que no, que estaba a punto, que era solo cuestión de un par de minutos. Me hace la oferta de una nueva mamada, pero yo tengo en mira ese rico culo. Sofía tiene un rico culo que debería medir unos 94 centímetros de cadera y al haberla tenido en cuatro, con ese ojete ante mi vista, es un culo rosadito, con algunos vellos finos rubios y a sabiendas que esta chica parecía ser muy liberal, pues no dudé en pedírselo:

– ¿Sofía, me das tu trasero?

– ¿Quieres sodomizarme?

– ¡Te me antojas!

– ¿Sabes que en este estado es ilegal esa práctica sexual?

– Bueno, prometo no divulgarlo. – y ella se ríe y me dice:

– ¡Que rico me lo hiciste! No te lo puedo negar. Solo que sé breve, se está haciendo tarde.

Ha falta de lubricante, le lamí el culo a placer por un par de minutos, mi verga seguía empapada de sus jugos vaginales de tremenda cogida y de nuevo, en la misma posición de perrito, le asomé mi glande y comencé la penetración cuidadosamente. Que rico fue ver como mi verga volvía a desaparecer en el culo de esta linda chica. Ella me quería mandar pronto al paraíso, pues Sofía sabe contraer su esfínter. Comencé con ese vaivén de mi pelvis y podía ver el reflejo de nuestras siluetas en aquel movimiento sexual en las ventanas del sótano de la casa, acompañadas del golpeteo contra sus nalgas. Sofía me masajeaba los testículos cuando en algunas veces hice una pausa y me concentré para dejarle ir ese polvo en su rico culo. La taladré a morir y bajo el sol del mediodía, empapado de sudor ambos, le lancé internamente una rica corrida.

– ¡Pensé que nunca terminarías! Tienes enorme aguante que ya casi me hacías acabar de nuevo.

– ¿Quieres acabar te sigo dando?

– Me gustaría, pero debo irme. Porque no lo dejamos para pasado mañana. ¿Tienes tiempo a la misma hora?

Se tomó un baño aligerado, se puso su ropa mojada y se despidió con un beso en la boca. Aquel día se despidió con la misma frase con la cual se despidió las cuatro veces que cogimos en mi casa: ¡Coges rico, me gusta tu verga! – Fueron pocas ocasiones, entre las cuales hubo una sesión de 5 polvos. Sofía es una linda mujer, infortunadamente es una mujer casada y con compromisos y según ella, su esposo comenzaba a sospechar. Recuerdo le conté lo que en broma me había dicho el guardia de seguridad la primera vez que llegó a dejarme las cosas de su fiesta: -Viene esta chica de nombre Sofía, a entregarle las nalgas:

– ¡Y no se equivocó! – dijo y se alejó sonriendo.

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