Este relato continúa a «De viaje con mi padre». Es más largo de lo habitual que he escrito aquí hasta ahora.
I
Al día siguiente de llegar, me levanté tarde, eran las diez de la mañana cuando desperté. Estaba cansado del viaje, las presentaciones, el recorrido por el pueblo, y todo eso que se hace y que mi padre aguantaba muy bien, que incluso parecía gustarle. Pero a mí me dejó exhausto tanto ir y venir y pasear por calles diciendo que si aquí vivía tal persona, que si esto fue de tu padre y lo vendió, que si el tal y el cual, historias que a mí solo me cansaban y que me decían poco, pero complacían a mi padre y eso, de momento, era suficiente para mí; pero tenía verdadero deseo de irme a acostar. Por fin llegó el momento, no pude mirar ni cómo estaba la habitación; recuerdo que me acompañó mi padre, que me dijo las buenas noches y que durmiera bien; también recuerdo que me desnudé. Ya no sé qué más pasó, pero esta mañana estaba metido dentro de la cama desnudo, como tengo costumbre, y con una sábana cubriéndome. No me acuerdo ni cómo me metí dentro de la sábana, ni siquiera si entré a meterme en las sábanas por mí mismo. ¡Misterio!
Nadie pasó a molestarme y nadie me despertó. Me levanté y salí al pasillo; no vi a nadie y, al darme cuenta que estaba desnudo, me metí rápidamente otra vez en la habitación. La costumbre en mi casa es que cuando queremos vamos desnudos, aunque no es lo habitual. Roxana nunca sale desnuda más que cuando vamos al mar. Por eso es que, sin darme cuenta de dónde estaba, salí desnudo al pasillo, y menos mal que no encontré a nadie.
Al volver a entrar me di cuenta de cómo era la habitación. Era una perfecta suite. Del pasillo a la habitación lógicamente había una puerta, pero no daba acceso directo a la cama sino a un estudio, había una mesa con silla para leer; sobre una alfombra, dos sillones, un sofá de dos plazas y un centro con florero y flores de plástico. Tenía una ventana con cortina y persiana. La ventana daba a un tejado, que luego supe que era el tejado de la cochera; y unos cuadros. Todos los muebles del mismo estilo, recios, castellanos y muy nuevos. A uno de los lados había un sitio para entrar sin puerta y dentro estaba la cama, una cama grande de matrimonio, un armario ropero, dos sillas y una puerta de cristal que pasaba al cuarto de baño. El baño era completo, bañera con ducha, bidé, lavatorio y taza.
No me había dado cuenta de nada, por eso había salido al pasillo para buscar un baño. Como me estaba meando, tenía mi polla dura y erecta. En lugar de ir a la taza me metí en la ducha, solté el agua que estaba muy fresca y dejé escapar toda la orina bajo la lluvia de la ducha. Orina de fuerte color ambarino, parecía whisky mi orina y con estos pensamientos noté que mi polla bajaba su dureza y me puse triste, así que comencé a masturbarme duro hasta eyacular. Se ve que estaba cansado, pues me costó llegar al orgasmo. Insatisfecho, me tumbé en la bañera, tapé el desaguador y dejé que la lluvia de agua me cayera sobre el abdomen y los genitales. Esto me excitó y acompañé la excitación masturbándome de nuevo. Quedé muy aliviado. Esta vez ya no costó tanto y estaba más despierto y con ganas de comer. Salí de la ducha y me sequé con una toalla limpia que estaba colgando del toallero. Entonces vi que había cuatro toallas de diversos tamaños, todas de la misma línea. Pensé si estaría en un hotel de cinco estrellas.
Había hecho mi primer trabajo del día. Las cosas iban bien, pero tenía hambre.
II
Me puse el short y bajé las escaleras hacia la planta baja, porque la casa tenía tres pisos; yo dormía en el segundo que es donde estaban las habitaciones y en la planta baja estaba el comedor, la cocina, la sala de recibir, la sala de estar, el patio, la cochera, un baño y un lugar destinado para guardar los aperos del campo.
Sentí hambre y me dirigí a la cocina. Escuché una voz desde el comedor:
—”Aquí tienes tu desayuno, tardón”.
Era mi primo Gaspar que estaba esperando que me despertara. Había comenzado a cumplir su encargo. Iba con un short salmón de tela de algodón con mezcla y una camiseta de tirantes azul pastel, calzaba zapatillas azules. Estaba sentado en un pequeño sillón con una revista en la mano y medio tumbado. Entré al comedor y se puso de pie, me abrazó y me besó. Yo no sabía que hacer y me dijo:
—”Anda, Jess, dame un beso que somos primos, joder”.
Lo besé. Además, como me pareció muy guapo, porque lo es de verdad, quise darle confianza y lo volví a besar.
—”Ya vamos bien; creo que vas entendiendo”, dijo así de simple y sin inmutarse. Y continuó:
—”Pero no te quedes ahí parado, come algo, ahí tienes preparado el desayuno; lo que no quieras lo devolvemos todo a la cocina”.
Desayuné escuchando todo el tiempo el plan para la mañana y creo que también me dio el plan de la tarde, pero como no paraba de hablar, no me acordé de tantas cosas que decía. Además, me pareció que hablaba de lugares, sitios donde teníamos que ir, personas que tendría que conocer, jerga que tendría que aprender y no sé cuántas cosas más, porque no paraba de hablar todo entusiasmado como estaba. Su voz era muy agradable y la simpatía diciendo las cosas con multitud de gestos con sus manos hacían amena la escucha. Pero yo había acabado de tomar mi desayuno y no sabía si levantarme o seguir escuchando y me puse a mirar en silencio su expresiva cara mientras él seguía hablando. Al cabo de un rato, se dio cuenta que yo ya había desayunado y dijo:
—”No paro de hablar nunca, todo el mundo me lo dice, pero nadie se ha puesto a escucharme nunca como tú ahora. ¡Eres un tipo cojonudamente genial! ¡De puta madre, joder!”.
—”Cojonudo, no lo sé; pero de puta madre, seguro”, dije por continuar con su jerga, porque de cada dos palabras suyas, una era pura grosería y la otra de la “new slang sexuality”
Escuchar a Gaspar se hacía grato en demasía y era, además, cautivador, pero, al darse cuenta que yo me había acodado sobre la mesa para escucharle, se levantó para retirar las cosas y lo seguí. Entre los dos, solo de una vez, pusimos todo en orden. Guardó las cosas. En la cocina, al pisar el frío mármol del suelo, me di cuenta que no me había calzado los pies. Quise pedir disculpas y me hizo un ademán de darle poca importancia. Es verdad que tampoco me había puesto camisa, pero luego me di cuenta que con el clima que hacía, nadie se preocupaba de llevar camisa ni camiseta para comer, incluso antes de sentarse a comer se la quitaban y la dejaban en el pequeño sillón, a no ser que llevaran camiseta de tirantes. Yo aprendí a ir todos los días a pecho descubierto o con una camiseta de tirantes bien sesgada por los costados. Solo en las noches Lorena me hacía colocar una camisa de manga corta abierta por delante, ella quería que mostrara mi pecho, según decía, para dar envidia a sus amigas a causa de mis pectorales y mi vientre plano.
Quise ir a mi habitación para ponerme camisa y Gaspar me dijo que no, que me pusiera zapatillas o sandalias porque íbamos a visitar un castillo o algo así.
Salimos de casa y allí estaba esperando un coche, era de Gaspar y estaba, al igual que Gaspar, a mi disposición. Así que tenía chofer y coche para toda la semana. Un coche no muy grande, un Opel Adam Jam 1.2 70 cv, tal como decía un papel que había en la guantera. Jamás había estado en un Adam, pero me pareció simpático y agradable, muy adecuado para Gaspar, que se sentía orgulloso de su coche. Nos montamos y por el camino me dijo que iríamos a ver un castillo y unas vistas desde lo alto y luego al río a bañarnos. Entonces me sobresalté, porque le dije que no llevaba bañador.
—”¿Te hace falta?”, fue su respuesta.
—”Es que tampoco llevo ropa interior”, dije sorprendido.
—”¿Te hace falta?”, repitió su respuesta.
—”¿Y con el short mojado voy a entrar en el coche?”, dije con cara de lástima, porque me daba pena mojar los asientos.
—”Cuando le dije a tu padre esta mañana que iríamos a bañarnos al río, me dijo que tú no tenías costumbre de usar bañador, ¿qué problemas tienes ahora?, explicó.
—”Este padre mío… ¿Delante de todos? ¡No! Si yo te lo decía por ti, no por mí”, le dije chuleando.
—”Allí puede que haya alguien o nadie, pero vamos a un lugar que mola mucho donde no necesitamos un puto bañador, ¿entendido?”, dijo dándome un suave pellizco en la mejilla.
—”¡Entendido! ¡A sus órdenes, mi capitán!”, respondí, poniendo los dedos de la mano derecha junto a la sien.
Luego me fue explicando la historia del pueblo y del castillo. Al llegar, me di cuenta que ya había concertado la visita y me llevó a lo más alto para ver el panorama. Hizo muchas fotos, sobre todo me hizo a mí en todas las poses y en todos los lugares. Al acabar la visita, saludamos al joven que nos había abierto las puertas, le dio las gracias bromeando con él, le prometió no sé qué, se besaron y nos despedimos. Entonces comencé a pensar que Gaspar podría ser gay y ese chico del castillo también o podría ser su novio, pero no dije nada por no equivocarme y dejé pasar la curiosidad. Nos fuimos al río, dejamos el coche en un lugar espacioso y nos encaminamos cerca, a su zona preferida. Mientras íbamos encontramos a un tipo que se estaba bañando desnudo, nos saludamos y me alivió saber que no era raro en el lugar la desnudez.
Llegamos al sitio y Gaspar se quitó la ropa y las zapatillas. Yo me quité el short y las sandalias. Me miró de arriba abajo, detenidamente. Yo lo miré de abajo hacia arriba como se hace en las películas. Vi su pene arqueado hacia abajo rodeando su escroto y abundante pelo púbico muy oscuro. Él me observó detenidamente, muy detenidamente, sin ningún recato. Dio la vuelta entera a mi alrededor y sonrió.
—”Estás mejor de lo que me habían dicho, cabronazo. Afeitado, buen culo, y una polla que se deja ver, bien recta. No entiendo cómo te la guardas dentro de este short tan pequeño y estrecho que te marca bien, pero lo disimulas mejor”, dijo descaradamente.
—”Magia o sabiduría…”, dije bromeando y moviendo las manos como los magos del circo.
—”O experiencia de…; en serio, ¿eres gay?, preguntó directamente.
—”Sí, soy gay, ¿tú también?, respondí esperando no haberme equivocado en la pregunta.
—”¿Lo has notado o lo imaginaste cuando besé a mi novio en el castillo?, lo dijo y me dejó clavado sin saber qué responder, y añadió:
—”Nos hemos besado así descaradamente para ver tu reacción, pero tú ni te inmutas”.
Pero no hacía falta responder. Me empezó a hablar de su novio cosas simpáticas; luego me dijo:
—”En un momento vendrá mi novio en moto a bañarse y luego a comer con nosotros, porque hoy vamos a comer a mi casa.
—”¿Y mi padre?”, pregunté.
—”Tu padre está todo el día ocupado con el abuelo, ya lo verás a la noche, ¡no te preocupes, joder!”, puso énfasis en la última frase.
Me avergoncé un poco por si yo había parecido ser como un niño faldero, pendiente de mi padre y corrí para meterme en el agua, transparente, clara, suelo limpio, y ¡zas!, ¡¡¡fría!!! muy fría, pero muy agradable a los pocos segundos de la zambullida. Gaspar me siguió detrás y se echó tan cerca de mí que con su pie me tocó el hombro para hundirme en el agua. Me sorprendió y me hundí y se vino a auxiliarme. Luego con la cabeza fuera del agua todo eran risas. Nadamos un rato y me gustaba ver a Gaspar extendido, nadando y dando brazadas, parecía un escuálido en el océano, y la visión era muy grata. Su culo no era tan redondeado como el mío, pero estaba pronunciado y bien marcados sus músculos al hacer la fuerza de la natación. Fue entonces cuando me fijé en sus brazos, que hasta ese momento no me había percatado de su musculatura y me dio ganas de tocarlo. Me detuve, nadando en el agua sin moverme del sitio y regresó hasta donde yo estaba.
—”Me gustaría tocarte, tocar tus brazos, tu pecho, tu culo y, si me dejas, hasta tu polla”, le dije medio tímido.
—”¿Aquí dentro o fuera?, preguntó.
—”Aquí y ahora; luego viene tu novio y no quisiera que…”, dije dubitativo.
—”Ah, por eso no te preocupes; tócame ahora lo que quieras, yo también a ti, ¿no somos unos putos maricones de mierda?, pues…; luego me tocas fuera y cuando venga Luis, si quieres, también lo puedes tocar, y sé que te gustará… ah, mi novio se llama Luis, y te digo que con nosotros dos…, mucha libertad, mucha libertad… y mucha confianza… ¿vale?”, acabó en seco.
Me abrazó y yo a él. Toqué sus brazos que estaban duros como las ramas de un árbol y sus piernas igual. Me entusiasmé con sus pectorales y estaba ya manoseando su polla y él la mía cuando nos gritó Luis desde la orilla que se echaba al agua justo a nuestro lado. No nos habíamos enterado de su presencia en la orilla del río ni que nos estuvo observando. Me entró un no sé qué, pero se metió de una estrepitosa zambullida dentro del agua y besó a Gaspar y me besó también a mí. Me abrazó y rozaba con su rodilla mi polla y mis huevos, mientras Gaspar cabalgó en su espalda, yo aproveché para agarrar su polla que no me había dado tiempo de ver y, ¡joder!, ¡qué polla!, grande y dura al tacto, muy dura, ni con el agua se ablandó. El tío venía caliente y dijo:
—”Deseo salir a masturbarme fuera, a ver quién echa la leche más lejos”.
Yo que tenía más ganas que ninguno de los dos, dije:
—”Eso, eso, a ver quién puede más…”
Nadamos hasta la orilla y de cara al río comenzamos los tres a darnos con la mano cada uno en su propio pene. Se me ocurrió que quizá le gustaría a Luis que le cepillara con mis manos su polla y comencé a hacer un masaje sobre su enorme falo que no podía quitarme de los ojos; luego me puse de rodillas delante de él y metí su polla en mi boca para que me follara hasta la garganta y con la otra mano masturbaba la polla de Gaspar. Así estuve hasta que Luis dijo que se iba a venir en mi boca y yo no aparté su polla de dentro de mí porque deseaba ya saborear un esperma nuevo. Se vino, se vino abundante y soltó todo su esperma en mi boca, tanto que no pude contenerlo y se me salía por la comisura de los labios y eso que iba tragando semen, pero era incapaz de asumirlo todo. De repente, Gaspar comenzó a suspirar y dirigí mi cara hacia su polla, sin soltar de mi boca el falo de Luis; levanté los ojos para mirar el rostro de Gaspar que se estaba besando boca a boca con Luis, lo que parecía una mezcla de salivas y un come lenguas sin parar. Entonces, Gaspar fue soltando un chorro y otro de esperma, y otro y otro sobre mi cara, parte cayó en mi cabello, parte en mi frente y en mi rostro y algo sobre la polla de Luis que yo recogía con mi boca haciendo una mezcla de crema de merengue de lo más delicioso que había probado nunca jamás. Cuando hube limpiado bien el falo de Luis, me puse el pene de Gaspar en la boca para hacer la limpieza metiendo la lengua por dentro del prepucio y saboreando el glande dando grande gusto a mi primo Gaspar, que miraba al cielo azul y veía las estrellas de día. Hecha la faena de limpieza me levanté y me dejé comer mi lengua por los dos, mientras Luis masturbaba mi polla hasta que eyaculé contra el abdomen de los dos y dejé sus muslos hechos una mierda con regatas de semen.
Decidimos meternos en el agua para hacer la limpieza de nuestros cuerpos. Jugamos un rato como niños echándonos agua uno al otro y nos fundimos en un abrazo. Salimos del agua porque el reloj de Luis marcaba ya las dos y teníamos que ir a comer. Nos secamos un momento al sol y nos vestimos. Yo fui el primero en estar a punto porque solo tenía que ponerme mi short; Gaspar, que llevaba slip, short y camiseta de tirantes, tardó más; pero Luis, aunque solo tenía una tenue tanga cuerda, llevaba vaqueros, zapatillas de caña alta y camisa, se vistió rápido. Caminamos hasta donde estaba el coche y allí vi la moto de Luis. La puta moto era nada más y nada menos que una Yamaha YZF R1 en rojo y gris. Al ver cómo abrí mis ojos ante la Yamaha, me explicó que era una moto de ocasión que había sacado muy económica; le pregunté cuánto le había costado y me dijo que 6.200€, lo que me pareció un precio interesante. Cuando ya nos habíamos subido al coche, Luis, sobre su moto, se puso al lado de la ventanilla de Gaspar y le dijo:
—”Id vosotros delante, yo os sigo por detrás; mientras, habla con el «primito» y prepáralo, creo que a este «putito», igual que la come bien, le va a gustar también que lo divirtamos por abajo”.
III
Me gustó Luis. Me cayó muy bien. Estaba muy dispuesto a hacerme verdaderamente agradable la estancia en el pueblo. Se lo dije a Gaspar cuando arrancamos y no podía oírme Luis. No me gusta soltar alabanzas a la gente en su cara, me parecen falsas o interesadas. Pero, cuando alguien me gusta porque es desinteresado para sí mismo y generoso con los demás, tampoco quiero callar sus bondades. Me parece que todos debiéramos saber apreciar lo bueno que tienen los demás.
Luis pudo haberse desinteresado, pero ya había hecho un cuerpo y un alma con Gaspar para que yo lo pasara bien. Nadie tenía nada que agradecerme; nada había hecho yo por ellos; pero estos ya habían tomado la decisión de hacerme grata la vida. Era como tentarme a quedarme allí. No había para mí porvenir en el pueblo, pero yo haría algo para que estos chicos quedaran bien pagados.
A todo eso, todo el mundo me hablaba de los negocios de mi padre, pero nadie me decía en qué consistían tales negocios. Tampoco mi padre me decía nada. No tenía intención de preguntar, ya me dirá lo que sea oportuno, si lo considera conveniente e interesante para mí. Tampoco mostré interés por saber de esos negocios, aunque había notado interés en mi padre para que yo viniera al pueblo. ¿Tendría algo que ver el deseo de mi padre por hacerme venir al pueblo con él estos días con sus negocios? ¿Hay alguna relación de los negocios conmigo? No obstante, si hay relación de los negocios conmigo ya me lo dirá. De momento yo tengo mis propios negocios con estos nuevos amigos que van apareciendo en mi camino.
Pronto llegamos a la casa de Gaspar. Luis nos seguía, pero adelantó para entrar primero a la cochera y nos esperaba riéndose por la cabriola que había hecho con su moto. Bajamos del coche y solo cruzando una puerta llegamos al interior de la casa. Allí estaban esperándonos, los padres de Gaspar, es decir, tío Andrés y tía Fina, y el primo Fernando, mellizo de Gaspar, como ya dije. No pregunté por el primo Andrés, pero me dijeron que suelen pasar a la hora del café los dos esposos, Andrés y Sara, pero que esos días no vendrían por razones de trabajo.
Luis dio la mano a tío Andrés y tía Fina pero yo los besé como devoto sobrino; luego dio la mano a Fernando y me quedé sin saber cómo hacer yo, pero él me saludó con un abrazo y correspondí. Gaspar saludó a su mellizo con dos cachetadas cariñosas y fue correspondido con un puñetazo leve en el abdomen. Ya noté que se quieren mucho, pero sus encuentros no están exentos de cierta violencia deseada y consentida. Fernando me dijo:
—”No te fíes de estos; son unos cabrones de la peor raza y si te descuidas te dan por el culo”.
Todo el mundo se rio como lo más normal del mundo; me sentí obligado a reírme sin gracia y a poner rostro y gestos de no entender. Gaspar lo arregló agarrándome por el culo y me arrastró a la mesa para servirme un «bourbon whiskey». Tampoco sé cómo había adivinado que prefería el whisky a la cerveza y el bourbon al escocés. Seguro que compraron la botella sabiendo que me gustaba, porque la abrió nueva para servirme. Mi tío Andrés quiso acompañarme con lo mismo para probar cómo era eso del bourbon. La que me abordó fue tía Fina, mientras los otros comenzaron a hablar de sus cosas y gritaban y se reían, ella me llevó con mucho tacto a una esquina y se interesó por todos mis asuntos. Me preguntó por mi madre, por Roxana, por el estado de salud y temperamento de mi padre, por mis estudios. Nada se parecía a escudriñar sino a verdadero interés de conocer detalles y asegurarse de nuestra felicidad. Tal confianza me dio que le dije de mi preocupación por mis padres, sus relaciones distantes y el carácter de mi madre; ella exclamó:
—”Esa familia, esa familia…; aquí son lo mismo…, una pena, pero las cosas son como son y nadie puede cambiarlas”.
Yo escuchaba y me relató que las hermanas de mi madre se fueron del pueblo porque con todo el mundo tenían problemas y no sé cuántas cosas más. De pronto, salió una señora que no recuerdo cómo se llama para ver al sobrino de los señores; la mujer ayudaba en la casa y, después de darme dos húmedos besos, uno en cada mejilla, dijo a tía Fina:
—”Finita, cuando quieras…”.
Me acomodaron en un lugar de la mesa; con disimulo pasé mis manos por las mejillas e hice como que me secaba con la servilleta, pues me notaba húmedo. Gaspar y los demás, todavía de pie, se rieron y dijo Gaspar, mientras se quitaba su camiseta:
—”Esos besos valen una fortuna”.
Fernando se quitó también la camisa, la verdad es que estábamos sudando. Tía Fina dijo:
—”Hala, hala, todos desnudos en lugar de ofrecer una camisa a Jess, fijaros qué pensará de nosotros…”
—”Tía Fina, no pienso nada, hace calor”.
—¡Bien dicho! ¿Ves, mamá, como el primo entiende?, dijo Gaspar.
Luis, sin embargo, no se quitó su camisa, aunque la llevaba abierta, ni hubo un alma que le invitara a sacársela. Tío Andrés ya iba con una camiseta sport de tirantes blanca desde el principio y tía Fina mostraba los pechos casi al completo y su espalda no estaba exenta de respiración. A raíz de esto comenzó una conversación sobre el nudismo y decían que había casas en las que no tenían pudor ni preocupación por quitarse la ropa, etc. Cada uno daba su opinión y yo no decía nada, solo escuchaba, hasta que Fernando dijo:
—”Jess, tú que eres universitario, ¿qué dices de eso del naturismo y el nudismo? Tú vives en la costa e irás al mar con frecuencia, ¿hay mucho nudismo por esos lares? —y sin frenarse añadía muchas preguntas— ¿Eres nudista? ¿Vas desnudo por casa? ¿Tienes amigos nudistas? ¿La playa que frecuentas, porque frecuentarás mucho la playa, al menos por tu color… —mientras yo inclinaba la cabeza afirmativamente, continuaba— ¿es nudista la playa a la que vas? ¿Hay escándalos en esas playas?, ¿van muchos solo por mirar?, como se dice eso…, caray… no me sale…”
—”Voyeur”, dije taxativo.
—”Eso, eso. ¿Hay mirones?, dijo Fernando.
Yo incliné la cabeza como afirmando y para comenzar a hablar, entonces Fernando, con la botella de bourbon en las manos dijo:
—”Refréscate la boca y come, que mi hermano te llena de preguntas y, si le haces caso, no comerás nada”.
Mesuró buen trago y todo concluyó por el momento en risas a carcajada abierta. Se comenzó otro tema y luego otro. No buscaban soluciones, sino tener conversación de todo. De cualquier palabra salía algo que comentar y conversar, pero nada profundamente y nada daba pie a la discusión. Los que más hablaban eran los mellizos. Luis no dijo nada y tío Andrés muy poco. A mí se me permitía que dijera a todo que sí, que bien, y que atendiera y de vez en cuando me decían que comiera, pero como tenía a mi izquierda a tía Fina, ella iba poniendo cosas a mi plato y me pellizcaba la cintura por debajo de la mesa para que no hiciera caso a los mellizos y comiera.
Nada ficticio había en tía Fina, nada para agradar o por mero trámite. Se notaba que sabía querer. Noté cómo quería a los mellizos, les escuchaba complacida, les miraba continuamente. Si en algún momento se hizo el grave silencio donde nadie habla, preguntaba a Fernando o a Gaspar algo para que arrancaran. No dejaba que la conversación decayera.
Luis se comportó muy educadamente silencioso y respetuoso para no destacar, estaba sentado a mi derecha y, sin decir palabras, me indicaba si alguno de los mellizos o tío Andrés me hablaban a mí para que les atendiera. Otra prenda muy valiosa me pareció Luis. Sabía callar y hablar oportunamente. También pude apreciar cuánto se le quería en la casa.
Acabamos de comer y nos sentamos en una terraza junto a la cocina. Al pasar por la cocina vi la cantidad de cosas que había cocinadas y no las vimos en la mesa y me quedé muy sorprendido. Tía Fina lo notó y me dijo que en la noche cenaríamos todos en casa, mi padre, Tío Paco y Lorena, que hoy tenía un compromiso y por eso no estaba, pero que viene a cenar y “tiene no sé qué asunto preparado para presentarte a sus amigas, irás con Gaspar; me ha dicho que te lo anuncie”.
Respondí con una sonrisa, pero añadí:
—”Tía, pero yo necesito ir a mi habitación para mi aseo y cambiarme de pantalón, ponerme algo para salir con Lorena”.
—”De todo eso se encargará Gaspar. Ahora tomamos el café, ¿lo quieres helado o caliente? y luego vas con Gaspar a su habitación. Allí hay de todo…; y si no, que te acompañe a ¡tu casa!”, esta última expresión tenía un sentido inequívoco en boca de tía Fina, pero no entendí nada en ese momento.
Apenas tomamos café en la terraza, tío Andrés se disculpó, tenía que hacer la siesta porque no había dormido mucho la noche anterior, luego supe que era por razón del trabajo en la cooperativa vitivinícola, de la que es el gerente. Tía Fina tenía cosas que hacer y los mellizos desaparecieron dejándome a solas con Luis. Parece que estaban de acuerdo los mellizos con Luis para dejarnos solos.
Comenzó Luis enseguida que desaparecieron:
—”Hoy es lunes, esta noche y mañana día y noche tengo cosas que hacer y no nos veremos. Los amos del castillo se van el miércoles de viaje para varios días y tengo que preparar sus cosas. Yo trabajo en la custodia y cuidado del castillo, sobre todo cuando no hay nadie. El miércoles en la noche, cenaremos Luis, tú y yo en el castillo y prepárate para dormir allí”.
—”¿No dirán nada los amos?”, pregunté.
—”Cada cosa que hago lo saben y, si no tienen nada previsto, siempre me dejan, porque prefieren que haya gente en el edificio antes que vacío…”, explicó.
—”Ah, muy bien, ¡qué divertido! ¿Nos vestiremos de caballeros?”, dije bromeando como si desenvainara una espada.
—”Mejor nos preparamos para la película «Adán y Eva en el castillo de la Espadaña», ¿te parece?”, y se rio esperando respuesta.
—”Por mí, vale, pero es interesante una cena en un castillo…”, dije lleno de entusiasmo.
—”Ojo, yo no voy a salir en dos días del castillo, ni martes, ni miércoles, hasta que vengáis en la noche; probablemente no podré salir en toda la semana por la tarde y noche; te dejo a Gaspar, cuídamelo, pero cuídamelo de verdad”, dijo, poniéndose muy serio.
—”Quieres decir que no…” me cortó enseguida.
—”No, no me refiero a nada de eso. Él sabe qué hacer y con quien, no somos celosos; te considero como muy amigo mío, porque ya eres mi primo; quiero que lo cuides cuando os acompañe con Lorena…”, —respiró profundo mientras yo atendía casi sin respirar—. “Gaspar es tan atento que no se niega a nada. Las chicas le darán licores mezclados para que beba y se ponga alegre. Su hermana no se da cuenta. Tú estate atento y se lo vas quitando de las manos. No le sienta bien y luego es un problema. Como él no te lo va a decir, me ha pedido que te lo diga yo. Por lo que más quieras, que no tome más de una copa y mejor ninguna, ¿ok?”
—”¡OK!”, no tomará una, los dos tomaremos coca-cola y no habrá problemas”, dije muy en serio y chocamos nuestras manos como un juramento.
—”Ah, y por lo demás —añadió sonriente— no te preocupes: follaréis; lo sé; no te olvides que yo estaré ahí ausente, pero de alguna manera estaré, llamaré al móvil de Gaspar; que sin mi permiso nadie se folla a Gaspar, y tú lo tienes, si te comprometes en contármelo para que yo te supere”, dijo mirándome el paquete que ya mostraba una buena erección.
Seguimos hablando, pero como mi erección seguía, me envió al baño indicándome dónde estaba; pero una vez en la puerta entró él también y quitándome el short, se puso toda mi erección en su boca y me masturbaba la polla con sus dientes de una manera deliciosa, dando dentadas tangibles al frenillo, hasta que después de un rato me vine en su boca y me desahogué del todo. Le abrí la cremallera de sus vaqueros y saqué la polla encerrada en la tanga y me la comí. De modo concreto, lo que más hice fue pasar la lengua por dentro del prepucio para excitar el glande y al mirar hacia arriba veía cómo «sufría el Adán del castillo de la Espadaña» y aceleré los movimientos bucales y la estimulación lingual para que se viniera en cuanto antes y obtuve el resultado perseguido. Se vino abundante y mientras expulsaba el semen me lo pasaba por la cara para llenarme de semen del novio de mi primo. La gozamos los dos porque me levantó y nos dimos un beso largo. Luego nos lavamos la cara, la boca, y limpiamos con papel higiénico todo el suelo. Dejamos el baño como nuevo. Salió él antes y al poco tiempo, después de una magistral meada que pude hacer, salí con la última gota de orina prendida en el pene que no tardó en traspasar el pantalón. Me senté en la terraza para disimular la impresión húmeda y esperamos a que llegaran los mellizos. Luis se despidió con dos besos a cada uno, incluso a Fernando y salió corriendo porque se le hacía tarde.
Fernando también se despidió porque tenía que hacer sus asuntos, que no debían ser muchos, pero quería dejarnos solos. Fue entonces cuando le hablé ponderativamente a Gaspar de la suerte que tenía con Luis y de lo bueno que era, y me dijo:
—”Por segunda vez me dices cosas buenas de la persona que más quiero; te lo agradezco, y sabe que no te equivocas”.
Entonces le dije:
—”Bueno, en algún momento tendré que arreglarme, lavarme y vestirme, bañarme, asearme y cambiarme de ropa”.
—”Ya. Todo está bajo control. No te apresures; por tu puta madre, que no te faltará nada. En mi habitación tienes, sobre la cama, la ropa que has de ponerte esta noche para cenar y para que salgamos. Y si Luis te ha dicho algo relacionado conmigo, hazle caso y ayúdame”, dijo con sequedad.
—”Esta noche, en la cena con tu hermana agua o coca-cola…, eso es todo…”, dije autoritario.
—”OK, y cuando vengamos a casa nos zampamos el whisky, para poder follar sin tapujos, ¿o no?”, dijo sonriendo.
—”Hecho; ni discutamos más”, dije aseverativamente.
Las risas llenaron la habitación y sentí necesidad de quitarme el short y las sandalias y de tumbarme en la cama. Gaspar se tumbó a mi lado, acariciando las tetillas, luego se incorporó, se quitó su ropa, cerró el pestillo de la puerta y se puso a mi lado. Comenzamos a tocarnos y a estimularnos mientras nos contábamos cosas de nuestra vida, del colegio y decidimos ir al baño, mientras uno defecaba el otro se limpiaba los dientes y luego los dos a la ducha para ir limpios a dar un paseo antes de cenar. Así lo hicimos y ya nos apetecía la ducha. Allí nos dejamos empapar por el agua y el gel y quitamos la lluvia de la piña de agua; mojados, nos masturbamos uno al otro hasta llegar simultáneamente al orgasmo, mientras nos besábamos; casi al mismo tiempo nos venimos los dos. Aunque a Gaspar le habían llegado las ganas antes que a mí, me esperó para soltar toda la leche de cada uno sobre el otro y nos abrazamos mientras nuestros penes se iban relajando. Abrimos la ducha y nos lavamos uno al otro, estimulando de nuevo nuestras pollas que al rato emergieron sus jugos con potencia hacia la pared. El agua se encargó de limpiar todo. Pero con gran maestría Gaspar limpió mi glande separando el prepucio y rascando con su uña toda posibilidad de restos. Hice lo mismo, sin tanta maestría, pero igualmente placentero, por lo que vi en el rostro de Gaspar.
—”Y ahora, nada más hasta la noche”, dijo Gaspar.
Había en mi montón de ropa un pantalón vaquero corto, dos camisetas y un tanga cuerda.
—”El tanga está por estrenar y te lo regalo. Conviene que lo uses, no sea que te calientes ante las chicas y se te note mancha en el pantalón. No uso los shorts tan cortos como los tuyos, ese te llegará por encima de la rodilla. Te pones la camiseta que quieras y Lorena ya te dará la camisa que te ha comprado hoy. Hoy eres su chico, yo solo seré tu sombra”, dijo cada cosa con gestos como si se lo estuviera poniendo el mismo, pero con movimientos muy afectados y afeminadamente exagerados.
Nos vestimos; Gaspar me peinó a su gusto y no le fue fácil, pero con gomina dominó mi cabello. Y a presumir de primo. A cada conocido que encontramos les iba explicando quién era yo, lo que era y lo que no era, se inventaba sobre la marcha lo que podía llamar más la atención de los otros, extrañarles e incluso escandalizarles. Yo, con mucho gusto, asentía a todo. Además, el primo Gaspar contaba cosas de mí que yo desconocía, tampoco él sabía nada, pero, como se inventaba todo de un modo tan natural, parecía verdad y me divertía hasta descojonarse.