Tiene los ojos cubiertos por un pañuelo.
Le desato las manos. Breves caricias tímidas al principio, pero pronto se embarca en una paja frenética. Contemplo sus maniobras a pocos centímetros. Vuelve a correrse, entre gritos y estertores. Le aparto las manos bruscamente, agarro los labios y tiro de ellos abriendo la vulva exponiendo el clítoris. El clítoris hinchado, latiente y rojo, froto con la lengua la protuberancia. Se retuerce como si le aplicaran descargas eléctricas. Está a punto de volcar la silla. Tengo una vela preparada, vierto cera caliente en los senos, el vientre, en los muslos. Grita; la voz sale ronca.
Fóllame, suplica.
Era sábado tarde, conocedora de antemano que era el peor día de la semana, por descontado, había salido de compras, pero al final entre en una sala de cine de unas galerías comerciales. Saliendo de ella decidí que pasaría un sábado noche sola en casa. Tenía lecturas atrasadas y un excelente vino que saborear, encargaría comida a domicilio y velada tranquila. Cuando vi una figura que me resultaba familiar. Salía también de la sala, caminaba despacio, con la cabeza baja, el pelo recogido en una coleta, el bolso en bandolera y con un vestido aparentemente más grande de talla. Ausencia total de estilo. No obstante, ése debía ser el menor de sus males, pues vi que se limpiaba los ojos, síntoma inequívoco de que, o bien había pillado una conjuntivitis, o había llorado y la verdad la película no era para tanto.
Era una señal de que no debía meterme en la vida ajena; sin embargo, me entró una especie de súbita responsabilidad, por lo que acabé acercándome a ella. La primera intención era limitarme a saludarla, comprobar que estaba bien y volver al plan inicial de pasar una noche de sábado tranquila.
-¡Hola Elsa! -exclamé cuando me puse a su altura. Ella se pasó la mano por la cara, para acomodarse los mechones rebeldes.
-¿Estás bien? -asintió moviendo solo la cabeza y tragando saliva.
-¿Seguro? -desde luego no estaba en su mejor momento.
-De acuerdo, he discutido con mi novio, he entrado en el cine y ahora de camino hacia una tasca para tomar algo y ahogar mis penas comiendo -me respondió medio sollozando.
-Venga, que te parece si juntas ahogamos penas.
-¿Perdón?
-Ven a mi casa, encargaremos comida, beberemos tranquilamente y escucharé las pestes sobre tu novio.
-¡No quiero criticarlo! -respondió con media sonrisa.
-Oye, ¿quizás te molesto?
-¿Cómo?
-Que si te molesto.
-¡No, por favor! -se mantuvo pensativa unos momentos para finalmente aceptar mi oferta.
La agarré del brazo y nos acercamos hasta el parking donde tenía la moto. Le entregué un casco extra que saqué del portaequipajes y como ella parecía estar en otro planeta, se lo coloqué. Elsa fue incapaz de articular palabra, se vio subida de paquete y agarrada a mi cintura. Trabajábamos en la misma empresa pero en distintos departamentos, coincidíamos en las reuniones diarias de planificación y en más de una ocasión habíamos entablado conversación al finalizar pero lejos de intimar.
-¿Pizza entonces? -inquirí moviendo el teléfono antes de marcar.
Ella asintió. Mientras esperábamos la cena, tuve la cortesía de no interrogarla. En vista de que aún no tenía la confianza suficiente como para hablarle libremente, decidí comportarme como una buena anfitriona. Para ello, escogí temas de conversación, inocuos y sin atosigarla, pero que me permitiera conocerla un poco más, pues apenas sabía de su vida más allá del trabajo. Comimos, charlando de esto y de aquello pero sin más complicaciones hasta que la pizza se terminó.
-Gracias por la cena -dijo Elsa levantándose quizás con intención de regresar a su casa.
-Te conformas con muy poco, termínate la copa por lo menos -le sugerí levantándome para acercársela.
-De acuerdo -se bebió de un trago todo el contenido.
-¡Joder, qué ímpetu! -exclamé riéndome. Parece que tengas prisa porque alguien te espera.
-¡No!, no me espera nadie.
-Anda, pues sentémonos en el sofá y charlamos. Al igual te gustará contarme algo, ¿me equivoco?
-Vale -admitió sin estar muy convencida de ello.
-Te escucho.
Terminó sentándose con otra copa de vino en las manos. Suspiró, dio otro trago de vino y volvió a suspirar.
-Él me ha pedido que nos vayamos a vivir juntos.
-¿Qué hay de malo?
-Depende -dijo en voz baja.
-Cuéntamelo, piensa que puede ser una buena terapia contar con otro punto de vista.
-Ir a vivir juntos es algo que siempre he deseado -continuó
-Pero hay algo que te lo hace repensar, ¿verdad?
-Sí, la verdad que hubiera aceptado de no ser por…
-¡No entiendo… Elsa! tú dirás.
-Cada uno tenemos nuestras ilusiones y una de ellas es quizás formar una familia…
-De acuerdo… algún problema.
-A pesar de todo, creo que… hay algo que no pienso aceptar, por mucho que me lo pida, no voy a renunciar a mi trabajo -se detuvo, se le notaba nerviosa.
-Bueno, seguro que lo solucionaras. Hablemos de otra cosa…
-Llevamos tres años juntos -lo defendió- No puedo dejarlo así como así. Al final entenderá que mi trabajo es importante y lo respetará.
-Lo que hará será ceder en apariencia y luego, poco a poco, irte convenciendo.
Mirna frunció el ceño, quizás reflexionando mis palabras.
-No lo creo… -musitó sin sonar convincente.
-Los tipos así no cambian de la noche a la mañana. Te chantajeará sin que te des cuenta. Y si un día quedas embarazada, será el final de tu vida laboral.
-Menudo plan que me estás pintando -refunfuñó bebiendo vino.
-Ya sé que no te va a gustar lo que te voy a decir, ¡déjalo, joder! Por el simple hecho de habértelo pedido ya es motivo suficiente para mandarle a paseo.
-Entiendo -daba la sensación que no haberle gustado mis últimas palabras.
-El vino está riquísimo, te ha gustado -tome un sorbo e intente cambiar de tema, no quería incomodarla.
-Sí, me gusta el vino. Ummm… qué bien huele -comento acercándose la copa a la nariz e inspirando con notable sensación de placer.
-¿Vives sola?
-Si -respondí a su pregunta.
-¿Hace mucho?
-Tres años.
-¿Y qué tal?
-Podría ir mejor, pero no me quejo, muchas veces pienso que es mejor así.
-¿Malas experiencias? ¿Y tú qué les pides a los hombres?
-Algo que no suelen dar: sinceridad, aunque es un problema tanto de ellos como de ellas.
-¿Te gusta la sinceridad?
-¿Quieres que me muestre sincera, que me muestre tal cual soy?
-Sí.
-¿Quieres saber lo que estoy pensando?
-Sí.
Dejé la copa sobre la mesita de centro y la miré fijamente.
-Suéltate el pelo -ella se echó hacia atrás todo cuanto le permitió el respaldo del sofá.
-¿Perdón? -farfulló atónita.
-Suéltate el pelo, quiero verte con el pelo suelto -insistí con un tono de firmeza.
Como ella parecía incapaz de reaccionar, fui yo quien alargué el brazo y le quité la goma elástica con la que se sujetaba el cabello. Después, enredé los dedos entre sus cabellos. Ella continuaba como en un estado de trance, pues no era capaz de reaccionar y se mantuvo quieta, me fui inclinando hacia ella y me incliné aún más, y más…
-No, sé. A penas nos conocemos y… bueno, no irás a…
La besé y ella abrió los ojos como platos pero no separó los labios, aquello podría ser producto de la ingesta de alcohol o de algún sueño febril. Cuando me aparté ligueramente respiró aliviada durante unos segundos, con el dedo índice le acaricié los labios. Inmóvil, tensa de arriba abajo, con los brazos pegados al cuerpo, le sostuve la mirada, ella seguramente intentando entender el motivo porque había acabado besándola. Me acerqué de nuevo y, en esta ocasión, no pensaba permitir que ella se quedara inmóvil, lamí primero sus labios, desde la comisura hacia el centro, invitándola a separarlos… porque todo era cuestión de insistencia, ya que en un momento u otro estaba segura que ella daría el paso y, en cuanto eso ocurrió, le metí la lengua sin contemplaciones. Se apartó y gimió. Coloqué la mano tras su nuca para tenerla más sujeta y recolocándola recostada sobre el sofá.
-Me encanta como hueles y te voy a besar de nuevo.
-Gracias, pero… -bajo la vista, pero no movió ni un milímetro, parecía que la había intimidado.
Incliné mi cabeza y fundí mis labios en los suyos cerrados… pero instintivamente me entreabrió su boca y le di paso a su lengua, que se adentra en la mía. Su beso húmedo y sabroso, hace que una sensación de placer y bienestar me cubra todo el cuerpo, y sin saber por qué, cierro los ojos. Pasan unos segundos y al abrirlos, se encuentran con los suyos, dándome cuenta de que me tiene abrazada con una mano en la cintura, le sujeto la cara suavemente.
-Lo siento, lo siento mucho… ¡qué vergüenza!
-¿Has oído hablar del sexo sin compromiso?
-Sí, pero no nos conocemos tanto como para… -murmuró como tímida.
-Me interesas mucho, créeme -Le digo apartando un poco mis labios de los suyos.
Cerró los ojos y sin atender a sus tímidos e inconsistentes ruegos, deslicé una mano por su costado hasta llegar al borde del vestido y meterla por debajo y así ir ascendiendo por su muslo. Se removió como acomodándose en el sofá para incluso favorecer el avance de la mano que tiraba del elástico de las bragas, mientras metía la mano entre sus piernas.
-¡Oh, Dios! -exclamó. Cuando sus bragas ya estaban a la altura de las rodillas. Le subí el vestido, enredándoselo en la cintura, y sin quitarle las botas terminé de hacerlo con sus bragas, que cayeron al suelo. Entonces la miré un instante a la cara y me sonrió de manera seductora antes de separarle las piernas y bajar la mano para acariciar un abundante pubis y entrar dos dedos directamente en su coño.
-¡Joder! sigue -chilló tragando saliva.
Me mantuve entre sus piernas, pero agachándome y lamiéndole la delicada piel de sus muslos, mientras oía todo tipo de gemidos. Unos más contenidos que otros, pero todos con una intensidad palpable que de ninguna manera podían limitarse a un ámbito tan reducido como el sofá.
-Vamos a mi cama -exigí incorporándome y tirando de ella.
Nada más ponerla en pie la rodeé con los brazos y pegué mis labios a los suyos y, con el cuidado necesario para no tropezar, la arrastré hasta la alcoba. Una vez dentro empecé a desnudarla sin miramientos, a lo que ella accedió sin moverse, completamente sumisa.
-Ahora me toca a mí -pasándole el testigo.
Tímida y aún insegura, se acercó y empezó a desnudarme.
-Ahora olvídate de él… -consiguiendo otro de esos jadeos por los que merece la pena el esfuerzo. Y a partir de ese instante ella se dejó llevar.
-Llévame a la cama, soy tuya…
La besé en la boca, busqué su lengua, estrujé sus pechos. Le di la vuelta y le empuje sobre la cama. En su espalda arañe tímidamente su piel, quedaron marcadas unas rayas, hasta llegar a unas tersas y generosas nalgas que acariciaron mis manos al igual que sus muslos, descendí hasta las pantorrillas, ahora por la parte interna ascendí las caricias, ella separó las piernas supongo para facilitármelo, llegado al surco glúteo mis dedos pulgares acariciaron el perineo, movida como un resorte levanto la cintura, quedándome expuesta tanto la vagina como el ano rodeados por un denso vello púbico. Giró la cabeza mordisqueándose el labio inferior, entonces me sobrevino la convicción de que era una hembra de verdad haciéndose pasar por muñeca. Me detuve observando aquellas nalgas, mis deseos eran de golpearlas, pero algo hacía detenerme, cuando de pronto ella giró la cabeza y mirándome adivino mis pensamientos.
-No te detengas, hazlo, soy toda tuya.
Colocó de nuevo su cara contra la almohada, encogió las piernas separándolas y el culo en pompa, la visión era excitante, entre las nalgas, por la espesura de la mata de pelo sobresalía un rosado coño abierto y brillante por la humedad y las terminaciones tensas del anillo del ano. Con la mano abierta golpeé su trasero.
-¿Te gusta? -los glúteos tiemblan.
-¡Sí! ¡Aaaah! Cae otro azote, ya irracional ante cualquier respuesta.
-¡Pues entonces pide más! ¡Pídelo!
-¡Azótame! ¡Dame fuerte! ¡Ponme el culo rojo! ¡Ah! ¡Ah! ¡Aaaahh!
Me aparto y observo como una baba cae por entre sus muslos. Acerco la lengua a su sexo y le lamo a conciencia. Esta deliciosa… succiono sus labios una y otra vez, introduzco mi lengua por el canal de las nalgas y humedezco el anillo del culo. Le hago dar la vuelta observándola.
-¿Te gusta?
-Si -sonríe y se muerde el labio.
De repente movió uno de los lánguidos brazos y llevó las manos acariciándose los pechos donde posó las yemas de los dedos pellizcándose los pezones, mientras su sonrisa se hacía más picara, así que le acaricié los muslos con la mano, acerqué la cara para lamerlos y mordisquearlos, y ella, con un gemidito, me obligó a seguir un poco hacia arriba, las manos ya buscando bajo su espalda para encontrar las nalgas. Mi cara bajó a su coño sin que las manos dejaran de apretarle los glúteos, y su coño húmedo olía delicioso y juvenil, sus gemidos se multiplicaron, entre uno y otro gemido intercalaba -sí sí -y, no sé si por probar su resistencia, mordí la vulva. Y se quejó, soltó un ay tan humano que me asusté y pedí perdón y la obedecí cuando, girada su cabeza hacia la mía entre sus muslos, dictó: sigue. Así que seguí practicando la lengua y vi que ella giraba de nuevo su cabeza hacia el techo, los brazos extendidos hacia atrás ahora como si fueran alas, entonces bajo la piel de los labios mayores apareció un excitado clítoris del tamaño de un pequeño pene. Me incorporé. Un beso en la frente. Sujeté sus mejillas y la miré a los ojos.
-¿Quién eres? -le pregunté
-Sigue por favor, déjate de preámbulos -en un tono suplicante.
Jadeaba sin control, la fricción, la estimulación que recibía por la lengua y dedos introducidos en la vagina, los niveles de excitación se iban incrementando preparando la llegada del orgasmo.
-Córrete, Elsa.
-Desde luego -gruñó con un giro perverso de cadera.