– Ésta es tu sorpresa – me susurró ante mi atónita cara – bueno, la mayor parte
– No… no sé qué… – balbuceé, pues estaba demasiado impactado de toda aquella situación. Elena me plantó un beso y me metió la lengua hasta la garganta
– No tienes que decir nada mi amor – me dijo después de romper el beso – quiero que disfrutes
La mujer que me estaba dando un más que decente tratamiento oral, se irguió para mostrarme un cuerpo espectacular. Unos pechos redondos, generosos y firmes, una cintura pequeña, piernas largas y muy bien torneadas, acompañadas de un rostro digno de revista. Pelirroja, ojos cafés y con pecas en gran parte del cuerpo. No alcancé a verle el culo de un primer vistazo, pero poco después comprobé que era culo y medio. No más de 35 años, evidentemente mayor de edad, según mis cálculos. En esencia, una inverosímil belleza completamente pornográfica.
Es importante mencionar que, a mí, NUNCA, nunca me ha importado el físico. Nunca he sido fiel seguidor del canon occidental o mundial de lo que se refiere al ideal de la belleza femenina. Eso me viene dando igual. Soy un firme creyente de que existen cosas mucho más importantes que el aspecto físico o los atributos que uno posea. No me malinterpreten, claro que influyen en muchos sentidos, pero, creo que es una banalidad. En mi país hay una frase muy buena: “el cuero es el que se arruga, pero el corazón nunca envejece”. El físico es algo transitorio y en algún momento va a caducar; sin embargo, la perversidad, la mentalidad, los secretos y fantasías, los modos, las formas, los movimientos, las disposiciones y muchas otras cosas más, así como la inteligencia, la cultura y percepciones de la vida, creo yo, son mucho más importantes que otras cosas. Para un servidor, el cerebro y la lengua, son las zonas más erógenas. Aunque, si he de decantarme por algún físico, prefiero a las gordibuenas, pero como dije, eso da igual. Eso sí, deben de tener una sonrisa bonita o por lo menos decente.
Creo que también influye mucho el amor, los sentimientos o la familiaridad que se tenga con determinada persona. Es por eso que siempre preferiría a mi esposa sobre cualquier mujer, independientemente de si ésta es “más bonita”. En primer lugar, mi esposa es y será la mujer más bella de todo el mundo, sin importar que… al menos para mí. Que aquella mujer fuera, en teoría, muy hermosa y prácticamente una diosa… bueno, no le llegaba ni a los talones a la insuperable belleza del amor de mi vida. Si me dieran a escoger, me quedo con mi morena de fuego. Siempre. Pese a que, la mujer que estaba frente a mí era… bueno, de esas mujeres por las que todo el mundo se derrite y tira baba por la boca.
– Mucho gusto en conocerte – soltó con evidente sensualidad la pelirroja. Tomó mi pene con una de sus manos y lo meneó con delicadeza para después plantarme un beso que casi puedo asegurar que le provocó celos a mi hermosa Elena. Casi
– No me puedo creer esto – dije sin saber cómo reaccionar; además me encontraba completamente, hasta cierto punto, inmovilizado y a merced de lo que quisieran hacerme esas dos mujeres.
La mujer volteó a ver a mi esposa un tanto confusa. Elena solo sonrió y se acercó a ella y le susurró algo al oído que no pude escuchar. Tras asentir un par de veces, la mujer sonrió y soltó una pequeña risa. Aquello, me intrigó y me molestó. Saber que hablan de mí y que, probablemente se estén burlando de mí, me molesta muchísimo. Por desgracia no estaba en posición de remilgar mucho. Mi esposa me estaba regalando un trío y con una mujer de película porno. A saber de dónde la habría sacado.
– Ok, muy bien – comenzó la mujer – primero que nada…
– Primero que nada, ¿cuál es tu nombre? – interrumpí
– ¿Importa? – respondió y le restó importancia con un ademán – Para lo que estamos a punto de hacer, sirve de poco.
– Eso sí – convine
– ¿Siempre habla tanto? – le preguntó a mi mujer
– Casi siempre – respondió un tanto burlona Elena
– Eso no me gusta mucho – comentó la pelirroja
Tomó de la mano a mi esposa y se dirigieron hacia una cama matrimonial que había en una parte del sótano. La sentó y le plantó un beso que, de no haber tenido la verga completamente parada, me habría hecho perforar un muro. En mi opinión hay algo profundamente sensual y erótico cuando dos mujeres se besan. Elena aprovechó para manosear un asquerosamente perfecto par de nalgas mientras seguían con el morreo. La pelirroja fue bajando lentamente, pasando por sus pechos, en los que se recreó un poco, pero siguió su camino hasta un coño rebosante de flujo.
Le aplicó unos breves lametones para después dejarla ahí, sobre la cama, con las piernas abiertas y excitada a raudales. Se dirigió hacia mí con un andar descomunalmente sexual, dejándonos con la boca completamente abierta a mi esposa y a mí. Me plantó un beso cachondísimo que me hizo probar los deliciosos flujos de mi mujer. Después, se volvió a hincar para succionar mi pene con una maestría que sólo una mujer podría igualar. Yo, estaba en la gloria y apunto de correrme, pero no quería terminar tan pronto.
Levanté la mirada y vi a Elena masturbándose observando como otra mujer me la mamaba. Honestamente no cabía en mi de felicidad y excitación. Mi esposa me sonrió y me sorprendí de que además de todo, también tenía una pequeña vena voyeur. La mujer se detuvo justo antes de que eyaculara, lo cual agradecí, pues no quería terminar aún. Se irguió y me volvió a besar, aunque brevemente.
– Quiero establecer algunas reglas – comenzó e hizo una pausa posando sus ojos sobre mí, dándome a entender que esperaba que no la interrumpiese – Primero, los golpes y cualquier agresión física no pueden dejar ninguna marca permanente o no pueda causar alguna lesión grave. Segundo, nada de eyaculaciones dentro de la vagina a menos que uses condón. Culo y boca sin problema. Por lo demás, estoy a su disposición. No tengo palabra de seguridad, pero si digo alto, es alto. ¿Entendido? – nos miró a los dos alternativamente. Elena asintió.
– ¿Cuál es tu rol? – le pregunté
– El que ustedes me asignen – respondió con soltura mientras daba vueltas a mi alrededor – puedo ser dominante, sumisa o simplemente asistir
– ¿Elena? – me dirigí a mi esposa
– Tú decide, es tu sorpresa – respondió aun con la mano sobando su clítoris
– ¿Qué es lo que te excita a ti? – le pregunté a la pelirroja
– ¿No te cansas verdad? – me recriminó la pelirroja – ¿Es absolutamente necesario? ¿No puedes simplemente decir lo que quieres y ya? – suspiré y ella me miró un tanto turbada o quizá lo mejor sería decir con prisa
– Muy bien, este es el asunto y probablemente tarde en explicarme. De primera instancia, me disculpo si en algún momento sueno grosero. No lo soy. Simplemente quiero ser honesto – comencé y noté el hastío en ambas mujeres, pero poco me importó – Creo que soy un tipo peculiar y una paradoja viviente. Yo disfruto siempre siendo el que manda; sin embargo, también me gusta complacer. Si te gusta que te pegue, te pego. Yo disfruto con el dolor ajeno, pero si no te gusta que te lastimen, no lo hago. ¿Me explico? – la pelirroja me miró con curiosidad, aunque no puedo decir si su sonrisa era de burla o de simpatía – A mi esposa le gusta que la maltraten y yo disfruto enormemente con su dolor, pero sólo porque su mismo dolor le causa placer. Si eso no sucediera, pese a que mí me produce placer, ese disfrute estaría vacío y no me gusta esa sensación. Hay cosas que me gustan y me excitan, pero todo siempre debe de ser consensual.
” Creo que a mi esposa la conozco bien y entiendo sus gustos, los cuales empatan perfectamente con los míos, pero a ti no te conozco y no sé lo que te gusta. De lo que estoy seguro es que no quiero una actuación. Si soy malo, me lo dices y punto. Si mi esposa no es buena, también. Si te gusta o no, lo expresas. Punto. Si sólo estas aquí por el dinero, puedes largarte después de que me desates y termines la mamada que me estabas haciendo. No te preocupes por el dinero…”
– Ya me pagó tu esposa – me interrumpió en un tono neutral, con un deje de negatividad implícito
– Más a mi favor – dije con un orgullo que desconocía – Te repito, si estás aquí sólo por el dinero, puedes retirarte. Si te quedas, tienes que ser honesta. ¿Qué quieres hacer? Ambos tenemos límites también y cosas que no hacemos. ¿Te gusta dominar o el sadismo? Aquí te ofrezco a mi esposa o a mí mismo – de lo último no estaba muy seguro, pero se me salió antes de poder pensarlo bien – ¿Te gusta ser dominada? Elena o yo podemos hacerlo, pese a que no somos expertos ni nada de eso. ¿Simplemente eres normal? También eso lo puedo hacer yo o mi esposa. ¿Prefieres a las mujeres o a los hombres? Puedes hacerlo con los dos o sólo con uno. Reitero, mi petición principal es que seas honesta. Lo demás sobre la marcha.
– Vaya que los tienes bien puestos, ¿eh? – dijo después de unos instantes de mirarme a los ojos. Elena se había detenido y me miraba con honesta curiosidad, pero seguía con las piernas abiertas obsequiándome uno de los más deliciosos “tacos de ojo” que pueda haber contemplado. – ¿Todo o nada? ¿Es en serio? – Asentí
– Tú dices si te quedas o te vas – sentencié – pero, antes que nada, desátame ya – ordené
La pelirroja se quedó parada unos momentos. Su cara no expresaba nada y continuaba con su mirada fija en la mía. Un tanto retadora, puedo decir. Me costó infinitamente tratar de descifrarla, pero quiero pensar que se encontraba decidiendo. Me la estaba jugando y no quería perder, pues de verdad ansiaba coger con aquél monumento a la belleza. Tras unos angustiantes momentos de indecisión, se acercó y me soltó de mis amarres. Agradecí el gesto y moví mis brazos un tanto doloridos. Elena se enderezó, expectante.
La pelirroja, contrario a lo que anticipaba, volvió a hincarse y continuó con la mamada. Posó sus ojos en los míos y puedo asegurar que aquella mirada significaba un: “me quedo”. Solté un suspiro de alivio y placer al sentir la experta boca de la mujer que se encontraba a mis pies cuando engulló mi endurecido pito. Le ordené a Elena acercarse para que acompañase a la mujer que me estaba llevando al quinto cielo.
El hecho de ver cómo mi hermosa esposa alternaba la mamada con una exuberante belleza y que, además, alternara la felación con besos y lengüetazos juguetones me hicieron llegar a un morbo que creía inconcebible. Les avisé que en cualquier minuto terminaría, por lo que Elena se apartó un poco y dejó que la pelirroja se tragara todo mi semen. ¡Vaya placer! Tenía muchísimo tiempo que no estallaba de manera tan brutal con una mamada. La corrida fue normal, pero la tipa se la tragó entera sin compartir nada con mi esposa.
Debido a la gloriosa pastilla azul, yo seguía completamente erecto y en pie de guerra. Elena se enderezó y me besó. “Te amo” le susurré y ella me sonrió. La pelirroja se quedó hincada y nos miraba con expectación.
– Hagan lo que quieran – soltó con urgencia – yo obedezco.
– ¿Segura? – insistí no muy convencido de su resolución ella asintió – Muy bien, a cuatro patas en la cama y con las nalgas levantadas, le comes el culo y la concha a mi mujer. Ya – ordené
Ambas se colocaron con prontitud como les había ordenado. Ante mí, un cuadro de lo más voluptuoso: un soberbio (aunque el adjetivo se quede corto) par de nalgas bajo el cual asomaba un coño rosadito y sin un pelo, y más adelante, una deliciosa piel morena que se retorcía ante la hábil lengua de una pelirroja. Escupí y palpé un coño caliente y húmedo y sin más, la penetré lentamente. ¡Uf! Estaba apretadísimo. En verdad que parecía virgen. ¡Qué placer! Comencé a moverme lentamente para tratar de disfrutar al máximo ese coño mientras escuchaba los gemidos de placer de mi esposa gracias a las caricias que recibía.
– ¡Más rápido! – me suplicó la pelirroja en un suspiro mientras sentía cómo es que me lo pedía su cuerpo.
Le solté una nalgada y aumenté el ritmo. Ni siquiera lo notó. El cambio fue abrupto, pero fue recibido con un grato gemir. Había pasado de un ritmo lento a un frenético mete y saca. Yo amasaba ese perfecto par de nalgas y de vez en cuando soltaba una nalgada. Mi mujer disfrutaba bastante del oral que la pelirroja le hacía. Estuvimos así cerca de 10 minutos hasta que mi esposa estalló en un profundo orgasmo, se separó de ella y se hizo un ovillo, disfrutando. La pelirroja seguía gimiendo bajo mis envites, pese a que mi orgasmo se encontraba muy lejos. Aun así, disfrutaba inmensamente de todo aquello.
Mientras mi esposa se recuperaba, aproveché para voltear a la pelirroja y disfrutar de la vista de sus bamboleantes ubres. Las apreté con destreza y reconocí de inmediato que eran naturales. ¡Dios mío con aquella mujer! Era un sueño. Seguí penetrándola cuando mi esposa se me acercó y me dio un delicioso beso. “¿Disfrutando de ponerme el cuerno cabrón?” me soltó con una sonrisa cómplice observando como taladraba sin piedad a otra mujer. Eso me calentó más si cabe, pero no se quedó quieta. Se acercó a la pelirroja y comenzó a besarse con ella mientras le amasaba las bamboleantes tetas; la pelirroja correspondía con las mismas caricias e ímpetu en los besos, entre los cuales gemía.
Poco después, mi mujer se colocó atrás de mí y me soltó una tremenda nalgada, para después dirigirse a un pequeño closet que había al fondo de la habitación de donde extrajo una pequeña fusta. Se acercó a nosotros, que seguíamos en plena faena y me soltó un fustazo en las nalgas, algo fuerte. Lejos de incomodarme, me agradó, pese a que el dolor era intenso. Como no di muestras de haberlo notado, volvió a azotarme, ésta vez, un poco más fuerte.
No pude evitar soltar un gemido ronco de dolor que me hizo disminuir un poco el ritmo con el que me cogía a la pelirroja. Volteé la mirada hacia Elena e intenté hacerle saber con los ojos que estaba pisando terreno peligroso. Me sonrió como si nada hubiera sucedido y comenzó a darle leves azotes a las tetas de la mujer que se encontraba pintándole la cornamenta. Feliz ante el gesto, disminuí el ritmo e instantes después salí de la pelirroja. Alcancé a vislumbrar que la pelirroja tenía una pequeña vena masoca, así que decidí explotarla. Se me había ocurrido un pequeño juego.
Recorrí con la mirada rápidamente el sótano y sonreí ante la destreza de mi esposa. Había todo tipo de cosas que me llamaron la atención y moría por utilizar. La iluminación era tenue y descubrí cerca de las escaleras un pequeño panel en el que, intuí, se podía adecuar la intensidad. En esos momentos, había una luz tenue, pero suficiente. En diferentes lados del techo, había empotrados (o soldados, no lo sé decir) argollas de las que pendían cadenas o simplemente se encontraban ahí para colocar cualquier tipo de artilugio. Había un potro parecido a los de gimnasia, una silla de ginecólogo y una “X” de tortura lo suficientemente grande para inmovilizar a un hombre más alto que yo. También estaba la cama matrimonial, con dosel y cuatro postes pegada a una pared cerca de las escaleras. Había también una mesa normal, con 4 sillas acojinadas, un mueble para guardar algunas con dos cajones y un pequeño refrigerador. Enseguida estaba el closet de donde mi esposa había extraído la fusta y me dirigí ahí, dejando a las dos mujeres, confusas.
Tomé dos esposas y varias pinzas de metal unidas a cadenitas que encontré. Sonreí al ver que mi esposa había surtido muy bien el sótano y me imaginé torturándola posteriormente con diferentes cosas que alcancé a reconocer. Volví a su lado y las esposé con los brazos a la espalda. Después les ordené colocarse una frente a la otra muy cerca, pero sin tocarse. Procedí a adornar aquellos maravillosos cuerpos con las pinzas de metal que había traído, intentando que cada una estuviera casi exactamente en el mismo lugar, tanto en una como en la otra formando algo así como un espejo. Fue difícil porque tuve que compensar la diferencia de altura y otros aspectos, pero me agradó el resultado.
Cuando terminé, cada una tenía 6 pinzas en cada pecho incluyendo el pezón, una que otra distribuida en el abdomen, para continuar con dos en cada labio y coronar con la última en el clítoris de cada una. Finalmente, coloqué una cadena que unía las pinzas del cuerpo de la otra con las suyas propias. También había traído dos consoladores que tenían vibrador. Desgraciadamente no eran iguales. Uno de color rojo era un poco más grueso que el otro, de color verde. Extraje de mi pantalón una moneda y la lancé al aire. La pelirroja, muy avivada, gritó “sol”. Cuando la moneda dejó de girar en el suelo, comprobamos que ella había ganado.
– ¿Cuál consolador eliges? – le pregunté mostrándole ambos
– El verde – respondió sonriente. Mi esposa puso cara de cierta preocupación.
– Lo siento amor – sonreí con malicia. Le introduje el consolador verde a la pelirroja y, con algo de dificultad, debido al tamaño, el rojo a mi esposa. Encendí a ambos en la máxima velocidad. Ambas gimieron
Me separé de ellas y esperé un par de minutos. Ambas se retorcían un poco de placer. Cogí la fusta y azoté con fuerza normal el culo de mi mujer. Ella gimió de placer y dolor. Sonreí y me coloqué detrás de la pelirroja (Dios mío, que culo…) y lo azoté de igual manera. Gimió, pero lo soportó un poco mejor.
– El asunto es simple – comencé y ambas centraron su atención en mí. – La primera que suelte el vibrador dos veces, pierde. La ganadora podrá deshacerse de sus pinzas y tendrá que ponérselas a la perdedora en donde mejor crea conveniente. La perdedora deberá mantener las pinzas por media hora más y recibirá un castigo de diez duras nalgadas en cada glúteo. ¿Entendido?
Ambas asintieron. Noté la determinación en sus semblantes y alcancé a percibir un poco de temor en el rostro de mi esposa. Aticé la cara externa del muslo de mi esposa y gimió de dolor, retorciéndose un poco, lo cual generó que las pinzas se estiraran, tanto en su piel, como en la de la pelirroja. Esperé unos instantes para azotar ahora, la espalda de la pelirroja, quien también se retorció, generando el mismo efecto. El sonido de los vibradores se mantenía constante.
– Ahora, deben tener en cuenta a su compañera en este pequeño castigo, porque no sólo sus propios movimientos les van a causar dolor, sino también los de ella – les expliqué con malevolencia.
Me alejé un poco y procedí a vendarles los ojos a ambas. Les ordené dar medio paso hacia atrás para mantener cierta tensión en las cadenas y les prohibí caminar hacia adelante. Azoté nuevamente ese hermoso par de nalgas blancas con un poco más de fuerza y la pelirroja se inclinó un poco hacia adelante haciendo gemir de dolor a mi esposa. Azoté de nueva cuenta su espalda para verla retorcerse ahora hacia arriba, infringiendo nuevamente dolor a mi mujer. Azoté ahora la espalda de Elena, la cual se retorció y le causó dolor a la pelirroja.
Después de cinco minutos de azotes intermitentes en diferentes partes de su cuerpo, ambas temblaban, pues no sabían de dónde vendría el siguiente azote. Los golpes no eran duros, pero sí firmes. Una observación detallada me llevó a notar que la pelirroja estaba haciendo un esfuerzo tremendo por mantener el consolador en su vagina, pero sonreí al notal un pequeño charco de flujos bajo las piernas de ambas. Un par de minutos después, la pelirroja no pudo más y el consolador que se alojaba en su coño, resbaló y cayó al suelo.
– Bueno, llevamos las de perder – le susurré al oído y me agaché para recoger el consolador. Con lentitud, se lo volví a insertar en la encharcada concha. Miré hacia mi esposa y noté que su consolador también estaba resbalando, pero aún le faltaba para caer.
Continué con el juego e instantes después, Elena fue la que soltó el consolador. Jadeaba por el esfuerzo y la pequeña azotaina que estaba recibiendo.
– No sé por qué pienso que quieres perder mi amor – le dije al oído a mi esposa, la cual sonrió tímidamente y exclamó de placer cuando sintió cómo le insertaba nuevamente el consolador, pero ahora con más facilidad. Continué cerca de tres minutos más, cuando nuevamente mi esposa soltó el consolador. – Al parecer, tenemos a una ganadora.
Le quité la venda de los ojos a la pelirroja y le quité las esposas. Le ordené quitarse las pinzas con cuidado y adornar como mejor le pareciera a mi hermosa esposa. Ella se fue quitando las pinzas una a una y cruelmente las fue colocando en la bella piel morena de Elena. Agregó unas cuantas a los labios y colocó otras en las axilas y chamorros. Deberían de doler bastante.
Llegados a este punto, yo estaba con la verga a reventar. Me acerqué a besar a la pelirroja y sobar nuevamente ese par de nalgas tan gloriosamente perfectas. Los besos aumentaron de intensidad hasta que nos vimos inmersos en un delicioso faje en toda regla. Era agradable sentir ese cuerpo tan perfecto y la pelirroja sabía perfectamente como corresponder a mis caricias. Sin embargo, no se comparaba a la delicia de mi esposa. Pero me abandoné al disfrute, viendo como mi esposa permanecía obedientemente quieta, soportando el dolor de las pinzas.
Debido a nuestro repentino furor, la pelirroja me fue llevando hacia la cama y la volví a penetrar. Fue delicioso volver a meterme en su concha. Ella comenzó a gemir y noté como mi esposa se retorcía un poco. Mientras tanto, yo acaricié cada centímetro de la piel que tenía a mi disposición, mientras ambos gozábamos del adulterio que cometíamos.
Minutos más tarde, le avisé que estaba por terminar y me dijo que la sacara. Me aproximé a mi esposa, la hice hincarse y se la clavé en la boca para, un par de minutos después, terminar en su garganta. Para mi sorpresa, imaginé que ahora si bajaría la dureza de mi miembro, pero no fue así. Seguía tan duro como hace unos instantes. Sonreí nuevamente. La pelirroja me observaba con cierta indecisión.
– Ahora quiero que lubriques bien ese ojete mi amor – le susurré al oído mientras retorcía una de las pinzas de sus pezones. Gimió de dolor y placer. – Quiero que veas como me cojo a otra
– Cabrón – respondió sonriendo – ¿Te está gustando esto verdad?
Le ordené a la pelirroja colocarse a cuatro y guie a Helena para que le diera un buen beso negro. Ambas féminas estaban disfrutando hasta que consideré pertinente y aparté a mi esposa de un empujón que la tumbó al suelo. Procedí a introducir mi inhiesto miembro en el ojete de la pelirroja. ¡Uffff! Si su concha estaba apretada, su culo lo era aún más. Tardé un poco en enterrar por completo mi cipote en aquel glorioso par de nalgas, momentos en los cuales, mi esposa se retorcía de dolor, pues con la caída, varias pinzas se le cayeron. Mientras dejaba que el orto de la pelirroja se acostumbrara a mi verga, tomé por el cabello a mi esposa y la levanté con fuerza (a lo que ella gritó por el dolor y el maltrato), para besarla. Ella correspondió a mis besos y poco a poco le fui quitando las pinzas. Aquello debía dolerle, puesto que había empezado a llorar.
Una vez terminé de quitarle todas las pinzas a Helena, comencé un lento mete y saca en el culo de la pelirroja. Helena aún tenía la venda y las esposas, pero me buscaba con el rostro para que siguiéramos besando. ¡Vaya situación! Cogiéndome a otra mujer mientras besaba a mi esposa. ¡Qué idílico! Gradualmente iba aumentando el ritmo de mis envites y, al poco rato de besar y manosear a mi esposa, la despojé de la venda, pero la mantuve con las manos a la espalda aun sujetas. Yo estaba en la gloria. El culo de la pelirroja era deliciosamente apretado y me sentía acabar en cualquier instante. Helena me sonrió mientras observaba como era que penetraba a otra mujer y gozaba. De vez en cuando le soltaba una buena nalgada; sin embargo, la pelirroja no decía nada, al contrario, gemía como una loca.
Alargué mi mano para dedear a mi esposa y ella lo agradeció abriéndome las piernas con obscenidad. Estuvimos así cerca de cinco minutos e instantes después, la pelirroja estalló en un orgasmo que la tumbó en el suelo. Yo estaba casi a punto y mi esposa igual. Seguí dedeandola mientras observaba como la pelirroja se recuperaba retorciéndose en la cama. Aproveché para besar y amasar cada parte del cuerpo de mi esposa mientras seguía dándole placer con mi mano, hasta que, Helena terminó, desplomándose también en la cama.
De pronto, sonó un teléfono en algún lugar del sótano. La pelirroja se levantó, un poco tambaleante y se dirigió a un pequeño montón de ropa en el cual no había reparado. Sacó su teléfono y contestó agitada. Yo no podía apartar mis ojos de mi esposa. Era lo más hermoso que hubiera en este mundo.
– Lo siento, pero tengo que retirarme – nos dijo la pelirroja comenzando a vestirse – Era una llamada un tanto urgente
– ¿Todo bien? – pregunté un tanto decepcionado. Aún tenía varias cosas en mente, pero se esfumaron.
– Eso espero – respondió un tanto turbada – porque, de verdad, me la estaba pasando bien
– El trato era por más tiempo – le reclamó Helena
– Lo siento corazón – respondió sonriente la pelirroja – De verdad tengo que irme, pero tienes mis datos. La próxima no te cobro nada si me prometen que la fiesta será igual
– ¿Cómo sé que vas a cumplir eso? – preguntó mi esposa. En respuesta, la pelirroja se acercó a mi esposa y la besó de manera muy sensual
– Porque me ha gustado muchísimo coger con ustedes – dijo con una sonrisa muy sensual – Y eso, en mi profesión, está muy cabrón.
– ¿Necesitas que te lleve a algún lado? – le pregunté
– ¿En el estado en el que te encuentras? – preguntó con obviedad mirando mi erecta verga – es mejor que te quedes y te desquites con tu esposa – Se acercó a mí y me plantó un beso con mucha, mucha lengua que me hizo hervir la sangre.
Sin más, terminó de vestirse y se marchó. Por otro lado, Helena y yo, lo hicimos como conejos ese día.