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El hijo de la patrona
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Trabajo en una casa con los quehaceres domésticos desde hace 10 años, mi patrona, profesional médica, igual que su esposo, es una persona muy amable y que me brinda toda la confianza que por supuesto merezco. Vivo en la casa toda la semana y sábado y domingo, voy y me quedo en mi domicilio con mi marido. Tenemos al frente de la vivienda una despensa que atiende mi esposo. No tenemos hijos, pues mi esposo nunca quiso y pareciera que mi organismo tampoco lo permite.

Tengo 46 años, mi esposo es más grande que yo, tiene 62 años, pero con una salud delicada, que no le permite tener manifestaciones amorosas y eso hace que nuestro sexo sea espaciado y casi nulo.

El hijo de mis patrones es un muchacho de 18 años, que está por ingresar a la universidad. Está en plena adolescencia, de ahí que he notado más de una vez, espiando por la ventana de mi dormitorio (con baño interno) en la azotea. Consideré normal esa actitud. Me sé una mujer atractiva con un cuerpo armonioso y que gusto a los hombres.

Pero ayer sucedió algo que alteró las costumbres. Lejos de molestarme, el que Pablo me espiara no me molestaba. Casi diría que me excitaba el pensar que a un hermoso muchacho le atraía, me ponía muy cachonda y dejaba que siguieran las cosas así. Pero ayer noté que no estaba solo en la ventana. Había venido con un amigo de su edad. No dije nada y me mantuve cubierta sin mostrarme como lo hacía en otras ocasiones.

Los padres de Pablo, se marchaban aproximadamente a las 9 horas y regresaban después de las 20 horas, A la mañana siguiente, le miré severamente a Pablo y le dije:

—Necesito hablar contigo.

—Dígame Daniela. Qué pasa?

—En más de una ocasión, he notado que me miras cuando estoy en mi dormitorio —le dije, notando que se ponía pálido— No me molesta que lo hagas. Es casi normal a tu edad, esa curiosidad, pero no voy a aceptar que vengas con terceros a espiarme.

Se quedó mudo, sin saber que decir. Bajó la vista y ruborizado y avergonzado quedó con la cabeza gacha.

—Espero que tomes nota de lo que te digo —y agregué— No quiero verte con nadie, espiándome.

Es un joven alto, tiene un cuerpo apolíneo de tanto deporte que hace, muy buen mozo y me dio pena verlo tan humillado por la situación. Pasé la mano por su cabello y murmuré:

—¿qué pretendías cuando me espiabas?

—Nada. Solo quería verla. -musitó por lo bajo.

—¿Verme desnuda? —pregunté— ¿Nunca viste una chica desnuda?

—Nunca vi a ninguna. Y usted es hermosa. —me contestó.

Me sentí alagada por sus palabras inocentes. Y la ausencia de afectos en mis días me dejaba vulnerable.

Lo tomé de la mano y emprendí camino a mi habitación.

-¿Nunca tuviste sexo? —pregunté.

—No, nunca. Solo he visto películas porno y vi todo lo que ellas muestran. Se todo. Pero nunca lo hice. —contestó.

Llegamos a mi habitación y lo hice sentar en el borde del lecho, Cerré la puerta con llave. Estaba entusiasmada con tener un muchacho viril y virgen conmigo.

—ahora verás en vivo a una mujer. —y sonriendo le dije— sin espiar por las rendijas de una ventana.

Él asombrado, miraba con ojos enormes. Estaba con short y remera liviana y en la entrepierna empezaba a crecer un bulto prometedor. Yo también me estaba excitando con los hechos. La ausencia de mi marido en nuestras relaciones me dejaba presa de mis más bajas intenciones.

Lentamente, fui desabrochando mi blusa. Él no perdía detalle. Una vez abierta mi blusa, me deshice de ella lentamente y abrí el cierra de mi corta pollera. Estaba descalza y en ropa interior.

—¿Es así como te gustaba verme?

—Si. Me encanta. —es usted muy bella Daniela.

-¿Quieres que me saque el corpiño? —pregunté.

—Por favor, hágalo, por favor me gustaría mucho.

Lo hice y mis pechos en plenitud quedaron frente a sus ojos embelesados.

—Es tan bella —decía arrobado plenamente— ¿Me dejaría tocarla?

Asentí sin decir palabra. Sentía húmeda mi vagina. La situación me ponía caliente. Sentí sus manos acariciando mis pechos y le dije:

—¿Te gustaría besarlos?

—Si. Déjeme que lo haga. Dígame si lo hago bien —pidió.

El maldito los hizo tan bien que mis jugos inundaban mi vagina. Cerré mis ojos mientras el muchacho me bajaba la trusa y dejaba mi panocha al descubierto.

—Bésame ahí, —le pedí— pásame la lengua que me estoy calentando y me gusta lo que haces.

Las películas porno habían hecho buena escuela en él. Me estaba enloqueciendo con sus caricias. Tendida en la cama mis sentidos ya no podía controlarlos. Nuestras bocas se buscaron ansiosas y fundimos nuestras lenguas en besos salvajes. Mis gemidos por la calentura me sacaban de toda cordura.

Su miembro parecía de hierro. Lo sentía apretado junto a mi vientre, Mordía mis pezones y mi enajenación me hacía murmurar cosas incongruentes.

—Así. Guacho. No te detengas. —Casi gritaba yo— Quiero que me la metas. Dame tu leche. Quiero que me llenes con ese trozo enorme que tienes ahí.

—La quiero con locura Daniela —me decía en el oído— La amo. La quiero sentir dentro suyo. Quiero llenar su vagina.

Los labios mojados de mi pubis, dejaron entrar el miembro de Pablo en mi matriz hasta el fondo. Su mete y saca fue más lento que el que tenía cuando mi esposo me hacía el amor. Me enloquecía de placer, parecía un maestro del sexo. O sería que mi falta de uso me dejaba encantada con este acto.

Mi pelvis golpeaba su vientre con violencia pasional y descontrolada. Estaba fuera de mí. Él con ambas manos en mis caderas empujaba su miembro en mi vagina y mis quejidos al llegar al orgasmo hicieron que su eyaculación inundara mi sexo. Jamás había imaginado a este muchacho capaz de darme tanto placer y tanta lujuria.

—Dios mío. Me has dejado satisfecha hasta el máximo —le dije— Te agradezco el placer que me diste.

—¿Podremos hacerlo otro día nuevamente? —Pidió Pablo— Me gustó mucho, Daniela.

—A mi también, Pablo —contesté— Lo haremos más veces. Pero no debes mencionarlo a nadie ni contar a tus amigos.

Tendidos en la cama, agotados de placer, quedamos abrazados y desnudos. Colmados de sexo.

Danino

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