Debí viajar al campo con mi hermana, para solucionar un tema pendiente de la sucesión de mi padre… Mi hermana tiene 29 años y está divorciada de hace 2 años. Soy su hermano menor y tengo 22 años. Desde chico, no me llama Daniel, sino que me nombra "hermanito".
No sabíamos de este campo, así que cuando nos enteramos de este campo en la provincia de Bs. As., encomendamos a una inmobiliaria del pueblo próximo que se ocupara de la venta. Conformes con los valores, acordamos ir a una escribanía del lugar para finiquitar el papelerío.
Decidimos ir con el auto nuevo de Patricia, para ver cómo funcionaba en ruta. Ella no tiene hijos y al separarse, el marido interesado en tener los papeles de divorcio acordó que le cediera el 75 % de la empresa, 2 automóviles y un par de departamentos en Puerto Madero.
Salimos un viernes, sin saber que la escribanía no actuaría hasta el lunes, por tanto debimos buscar alojamiento en el pueblo y lo único que conseguimos fue un par de habitaciones, pero con la particularidad originalidad de que el baño era compartido en suite en el que una vez que uno entraba en él, cerraba la puerta que conlleva al otro dormitorio con pasador interno para privacidad personal.
Esa noche decidimos ir a cenar a un restaurant frente a la plaza central recomendado por el conserje. Como quedaba a unas pocas cuadras, dejamos el coche en el garaje del hotel y fuimos caminando.
Mi hermana, realmente es muy bonita y tiene un cuerpo maravilloso, notándose las horas de gimnasio. Su cabello abundante le cae sobre los hombros y vistiendo una falda corta llama las miradas de varios en el local.
—La comida era rica y abundante —observó Patricia.
—Si —dije— a mí me pareció bien —y agregué— tomaremos un café ya que no tenemos apuro y disfrutaremos unas mini vacaciones.
—Hace tiempo que no tomo descanso. La Empresa me ocupa bastante y no quiero descuidar lo que me dejó Claudio.
—¿Extrañas a Claudio? —pregunté.
—No —dijo con firmeza— pero a veces me siento sola. No es fácil vivir sin afecto ni sentirse deseada por un hombre.
—Bueno, te comprendo —y bajando la voz, dije:— No te faltarán pretendientes ni interesados. Eres una mujer muy deseable.
—El ambiente en que me muevo, no es propicio —dijo mirando el fondo de la copa que bebía— por otra parte no me es fácil la relación con extraños. Ya no soy una jovencita como las que sales tú.
—¿No estas saliendo con nadie? —pregunté asombrado.
—Por ahora me conformo sola, sin nadie —agregó— y mejor nos vamos antes que se largue a llover.
Salimos del restó y no habíamos caminado una cuadra que se largó una lluvia tremenda. El agua caía a baldes y no había donde protegerse. Nos cobijamos en el desván de una puerta en una casa. Ya a esa hora no había gente en la calle y menos aún con la torrencial lluvia que caía.
El lugar era estrecho y apenas entrabamos los dos bajo el alero. Prácticamente estábamos pegados uno al otro y nuestros cuerpos se tocaban entre sí. La cercanía de mi hermana, el perfume de ella me embriagaba y me empecé a sentir excitado.
Ella lo notó y mirándome a los ojos me dijo:
—¿Te estoy excitando? —Y dijo— ¡soy tu hermana!
—No soy de madera —dije sonriendo— y tú eres una hembra que está buenísima.
—Mejor vamos al hotel —y aseveró— no quiero enojarme contigo hermanito, sabes que te quiero mucho y no soy una de tus chiquillas.
Salimos corriendo bajo el aguacero que caía y llegamos al hotel chorreando agua y empapados. El conserje no estaba en su puesto y subimos a nuestros cuartos. Patricia me dio un beso ligero, nos despedimos y entramos a las habitaciones.
En mi cuarto, tomé un toallón y me desnudé entrando al baño. Me estaba secando el cabello y de pronto, entro mi hermana y me encontró desnudo en medio del baño…
—¿No pusiste el pasador cerrando el baño? —pregunto mi hermana.
Ella estaba también con el toallón envolviendo su cuerpo y me miraba interrogante.
—No digo que lo lamento, por haberme olvidado de poner el pasador —dije— eso me da la oportunidad de ver una mujer como tú semidesnuda y excitándome a lo loco.
—¿Te excito a pesar de ser tu hermana, hermanito?
—Antes de ser mi hermana —murmuré aproximándome— eres una mujer muy deseable.
—Eres un degenerado hermanito —se rio Patricia.
La abracé tiernamente y bese sus cabellos húmedos. Ella aceptó mi abrazo y acurrucándose entre mis brazos, dijo:
—Te aprovechas porque dije que me sentía muy sola —dijo con voz tenue.
La puerta que daba a mi cuarto estaba abierta. Con mi brazo en sus hombros, la llevé lentamente a mi habitación y me detuve frente al lecho. Deshice el nudo de su toallón.
—Esto no está bien hermanito —dijo ella.
—Deja de sentirte culpable. Eres mi hermana, pero también eres una mujer con tentaciones y deseos contenidos.
—Trátame bien hermanito. Necesito sentirme querida. —pidió suavemente.
Desprendí su toallón y le hice sentar al borde del lecho. Me arrodillé frente a ella y acariciando su mejilla le dije:
—Deja que te muestre cuanto te quiero. —susurré junto a su oreja…
—Hermanito, te veo como hombre y me haces sentir como mujer.
Desnuda de la cintura hacia arriba, sus hermosos pechos llamaban a mi boca a besarlos. Lo hice y ella entrecerró los ojos y dejó que mis labios recorrieran sus pezones, sus manos acariciaban mi nuca con ternura.
—Hermanito, por favor hazme sentir plena. —pidió con voz apasionada.
Dejé mi toallón de lado y lento, muy lento fui inclinando su cuerpo en la cama… mis manos acariciaban sus caderas y suavemente mordía su cuello y sus pezones morados. Me tendí a su lado. Mi mano acariciaba su pubis y sus manos aferraban las sabanas y con respiración agitada gemía moviendo la cabeza a ambos lados.
—por favor, por favor hazme tuya. Quiero sentir un hombre sobre mi cuerpo. —Pidió— Hermanito, quiéreme con pasión y olvidemos que eres mi hermano, Hazlo ya. Por favor.
—Te quiero Patri. Te haré todo lo que deseé tanto tiempo.
Mis besos fueron a su vientre y besaba su monte de venus y mi boca en su vagina penetraba con lengua explorando sus profundidades. Ella tiraba de mis cabellos y pedía:
—Sigue. Sigue. No te detengas. Me estás volviendo loca. —Rogaba— Claudio jamás me besó de esta manera. Penétrame, quiero sentirte dentro de mí. Dios mío, cuanto te quiero.
Fui lentamente arrimando mi miembro rígido como un fierro a sus labios vaginales. La humedad de su vagina, junto a mi saliva lubricaba la penetración que lentamente sucedía.
—Así. Así. Por favor no te detengas. Quiero ser tu puta. Quiero sentir tu miembro en mi interior. —decía con lujuria.
Su pelvis tenía un vaivén desesperado y con brutalidad sus uñas se clavaban en mi espalda. Yo empujaba queriendo hacerle sentir en lo más profundo de su vagina la rigidez de mi miembro.
Llegamos al orgasmo deliciosamente en un éxtasis salvaje. Transpirados pero felices del incesto impensado. Quedamos tendidos en el lecho. No tan agotados, como para no hacerlo nuevamente, sin culpa y con pasión salvaje. Tanto deseo insatisfecho merecía esta realización.
Fueron 2 días cargados de sexo y pasión descontrolada. Descubrimos ambos algo escondidos mucho tiempo. De regreso a nuestros domicilios, repetiremos estos encuentros sin culpa y con amor fraternal.