Mi hermana estuvo enamorada durante años de un chico de Colombia llamado Alejo. Era muy atractivo, todas se morían por él, pero él sólo se fijó en mi hermana. A mí me parecía demasiado viejo para mí, por lo que no le presté atención. Él era bastante tímido y nunca se atrevió a pedirle salir a Tania, mi hermana; ni ella a él porque era muy orgullosa. Sólo se liaron en algunas ocasiones y ya. Alejo hizo llorar a mi hermana, porque ella lo quería pero él era tan tonto y cobarde… Al final mi hermana intentó pasar de página y comenzó a salir con Sergio. Alejo se volvió con su padre a Colombia unos meses después e hizo llorar de nuevo a Tania.
Después de muchos años yo viajé a Colombia y me lo encontré, no me acordaba de él pero estaba igual, no había cambiado.
Nos saludamos y charlamos un poco. Nos contamos muchas cosas. Yo le conté lo que había sentido mi hermana por él y cómo se había comportado. Después me preguntó si cenábamos juntos y eso hicimos. Charlamos por horas aunque en España ni nos habíamos dirigido la palabra. Luego me quedé a dormir en su casa, ya que era tarde y ambos estábamos ebrios. Ahí comencé a verlo como las demás chicas: realmente era atractivo. La edad, ahora que los dos éramos adultos, no importaba e intercambiamos miradas que terminaron con una aprobación y un largo beso que fundió nuestras húmedas lenguas.
Fuimos a su dormitorio, a tientas, ya que estaba oscuro, sin dejar de comernos la boca el uno al otro. Nos arrancamos la ropa, ferozmente y lo tiré sobre la cama.
No había cambiado nada, sólo que ahora había espabilado y se lanzaba cuando quería algo, ¿o sería a causa del alcohol? No lo sé, ni pensaba en eso.
Aprisioné en mi boca su miembro endurecido. ¿Estaba esto bien? Abracé con las manos el pene mientras lamía la punta y él miraba al techo gimiendo. Subí acariciando su torso desnudo, parando en sus hombros y erizando después la piel de sus brazos. Sonreímos y con sus fuertes brazos en mis caderas me subió sobre él. Dio la vuelta y ahora fue él el que me tiró a mí sobre su cama. Su pene casi estallaba y mi clítoris estaba deseoso de entrar en contacto con él. Quedó encima de mí y me aprisionó las muñecas. Sin palabras, mirándonos a los ojos, entró en mí. Grité relajando las muñecas que había intentado liberar y con mis piernas lo empujé hacia mí para que siguiera. Soltó mis muñecas y agarró mis caderas, que se sacudían pidiendo otra embestida. Y ahí vino otra más fuerte. Su gruesa polla era exquisita. Me hizo arquear la espalda tras muchas embestidas aceleradas y empapados en sudor y flujos nos corrimos en cuanto él llegó al clímax de mi agujero. Nos dormimos, muy cansados y empapados.
Al día siguiente tocaría resaca y ducha… Y quizá más de lo de hoy.