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Astas destapadas
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Prefacio

Las astas crecen y se caen en relación al ciclo reproductivo de cada hombre, mientras que los cuernos no se caen y siguen creciendo durante toda la vida.

Tenían tiempo de sobra, las vacaciones solo habían empezado, les gustaba frecuentar sitios desconocidos, Fabiolo sabía que era una cuestión de técnica y astucia ya que los primeros recelos estaban superados. Aún se acuerda el día que se conocieron, se la habían presentado, ella bailaba en Esteleponia en un show para turistas. Era una mujer en miniatura, no rebasaba el metro cincuenta, pareciera una Barbie tuneada, agraciada de cara y leve como una pluma de peso, quizá si no hubiese sido por ese joven tan simpático ni se hubieran conocido, ese encuentro fortuito mirando el espectáculo marco un antes y un después.

– ¿Viaje de placer? – pregunto Fabiolo.

– No, para nada, estoy pendiente de un material, mi empresa me ha enviado a revisar el transporte. ¿Y tú? Perdone que te tutee.

– Para nada hombre, casi soy cuarentón pero eso no quita que no puedas tutearme; y si, estoy aquí por temas familiares, mis padres, papeleos, tienen una edad.

– Si, la familia se echa de menos, yo de hecho he elegido este trabajo más cercano en contra de otro, no hace mucho hemos tenido un nuevo retoño, también estamos en temas del piso nuevo.

– Ya ves, yo en contra estoy separado, no se puede tener todo en la vida.

– Si, son cosas que pasan, supongo que cada persona es un mundo… yo vengo aquí para pasar un poco el rato, pasa mejor el tiempo viendo como bailan esas animadoras.

– Veo que la pequeña te saluda – dijo Fabiolo.

– Si, es una chica muy simpática.

– Por lo que veo la conoces, espero no ser indiscreto…

– Faltaría más, de hecho la conozco hace tres días, tampoco es ninguna estrecha amistad.

– Parece muy maja – dijo Fabiolo

– En verdad que si, es pura deferencia la chavala de hecho hace tres días que me la estoy ensamblando.

. – Entonces… sabes de lo que hablas.

– Si, claro, es una chica que sabe manejar un rabo y te hace deslefar cuando quiere, encima se entrega con todo, no son todas las chicas que te ponen culo. A destacar que es muy manejable.

– Tuviste suerte de encontrarla.

– Fue una recomendación de un compañero de trabajo mío. Sabes, hoy por la tarde tengo un vuelo de vuelta a casa, después te la presento si quieres.

A partir de ese día Alba y Fabiolo congeniaron, fueron presentados por el simpático desconocido y no tardaron en vivir juntos una nueva etapa de su vida. De eso ya había pasado un año y medio, por tanto, hacía dos meses que Fabiolo, debido a su inconstancia con las mujeres buscaba alternativas. Su matrimonio anterior había fracasado, se cansaba rápido, ya tocados los cuarenta se encontraba ante Alba, una chica de apenas treinta años con cara de niña. Neutralizado por la monotonía buscaba alternativas, desde no hacía mucho le daba vueltas al mundo de los cornudos, quizá por eso no tardo en sentir los placeres de ver a su pareja con otros; al cabo de un mes ya se consideraba un cornudo de perímetro y en las distancias cortas llevaba la cornamenta destapada. Por eso se encontraban en ese local de copas de la comarca, ella vestida para la ocasión con sus pinturas de guerra – ojos pintados, labios rojo sangre, falda corta, medias negras y botines de plataforma. No pasó desapercibida, nada más entrar se encontraban dos individuos de la tribu de los Raptors y pusieron su detector de ondas en marcha.

– Has visto lo que yo tío, jo pedazo de putanga… la hostia consagrada.

– El pedazo tronco va con ella ya tendrá sus cuarenta buenas castañas, me cago en la puta de oros si no es un puto voyeur.

– Los trapitos que lleva la putanga son de pedir caña, solo le falta el letrero que diga FOLLAME.

– Vamos a coger posición, que me aspen si hoy no follamos…

Alba empezó a bailar algo desenfrenada, pronto tuvo moscones, los cuales fueron neutralizados por los dos jóvenes anteriores mencionados, por el sistema de rodeo uno delante otro detrás, se la veía complacida, sacudía con vigor sus caderas y su melena; por su parte ellos con sus pañuelos de pirata y los pantalones caídos le daban un contraste salvaje. Fabiolo apoltronado en la barra miraba con deleite, a su lado se encontraba el clásico cincuentón que la follaba con la vista; un señor calvo de ojos achispados, algo barrigudo, de aspecto muy ordinario y vulgar.

– Juventud – dijo Fabiolo dirigiéndose a dicho señor

– Si, ni que lo diga… ¿viene con usted, no?

– Me gusta que se divierta. Por cierto, viene a ligar o algo… perdone que sea indiscreto…

– No, yo… vengo… miro la peña… ya me entiende.

– Ya, tranquilo, ¿pillas?

– Uno ya tiene una edad, a veces viene alguna puta… necesito…

Los dos chulaperas junto con Alba salieron a escape hacía los baños, el señor con que Fabiolo había entablado conversación se dio cuenta de la maniobra, ya se sentía algo nervioso, no cabía en su taburete, intuía la jugada.

– Perdón voy al baño – dijo de manera nerviosa.

– Vaya, vaya – contesto Fabiolo.

En los baños tenía lugar una pequeña disputa entre los dos jóvenes, ella en el baño orinando y afuera los dos junto con el maduro que terminaba de entrar. Cada uno defendía su posición.

– Oye, no te pongas así, me toca ser el primero.

– Por qué tú lo digas, siempre haces igual…

– Echémoslo a suertes carajo; ¿no cree usted? – dijo uno de ellos dirigiéndose al maduro que meaba.

– No sé… yo… solo…

– Jejejeje… si se te conoce tío, eres un viejo verde, putero y vicioso, vienes a mirar; siempre estás igual.

– Estoy en mi derecho…

Lo echaron a suertes de pares o nones. Decidido quién la sableaba primero uno se quedó de guardia mientras el otro se desabrochaba los pantalones y entraba en el habitáculo de la taza del wáter. No tardaron muchos minutos en oírse vaivenes de mete sacas, palmadas sonoras.

– ¡Dale caña! Date prisa, no tenemos toda la noche – dijo al mismo tiempo que abría la puerta y se pudo ver como Alba con la cara contra la pared era follada.

– Toma vergajo ¡por puta! – decía mientras la bombeaba el otro.

Los movimientos eran rápidos, no tardo en lefar y entrar el segundo turno y nada más entrar sin cambiarla de posición el otro joven como si fuera un transbordador se la cepilló. El maduro volvió a la barra.

– ¿qué tal por ahí dentro?

– Se la están jalando de lo lindo, se oyen los aullidos de la potra en todo el baño – respondió con tono timbrante y excitado, al mismo tiempo que sus ojos estaban vidriosos.

– ¿Y usted? No ha…

– La pava estará hecha pocilga, con esos dos…

– Bueno, si es por eso cuando salga vamos a mi coche y siempre puede arrear una mamada, encima le saldrá gratis…

– Si me pone boca de acuerdo.

Del baño salieron a escape los dos, podía observarse como se subían las cremalleras de sus braguetas y al pasar al lado de Fabiolo este pudo oír como con un acento chulango al mismo tiempo que se tocaban sus braguetas exclamaban “ ¡Muuuu so toro “. Tras ellos venía Alba algo descompuesta.

– No te había visto, ¿qué tal?

– Estaba en el baño…

– ¿Te ha gustado?

– Si a ti te gusta que me entregue yo encantada.

– Si, es más este señor que tenemos al lado estará encantado que le apliques una mamadita, en el coche nuestro mismo – dijo Fabiolo, mientras el señor miraba subrepticiamente con ojos feroces, sin llegar a entender de que hablaban.

– Es algo mayor, pero… – dijo Alba.

– Así te sentirás más puta si cabe, quiero que te comportes como una autentica guarra.

Una vez afuera se dirigieron al coche, ella se sentó atrás, el maduro esperaba afuera, Fabiolo le indico que subiera al mismo tiempo que ponía el coche en marcha. Nada más sentarse en la trasera se quitó los pantalones, se le notaba ese protocolo de estilo putero. Por su parte ella tenía subida la falda y los pequeños pechos afuera. Ya se notaba algo de más soltura al maduro, su cipote ya apuntaba al techo, sus huevos le colgaban como si fueran murciélagos durmiendo, alrededor una buena mata de vello canoso. Con mirada escrutadora hacía Alba le dijo:

– Te han dado bien ahí dentro, eh…

– ¿Estabas de mirón? – Al mismo tiempo que abría las piernas con el tanga al lado.

– ¡Por dios! La lefa te sale del coño, vas empapada de leche, apestas a macho. Succióname la tranca ya so cerda.

– Vaya, era cuestión de que te soltaras, ya vas cogiendo confianza – dijo Fabiolo mirando por el retrovisor – toda tuya, úsala como quieras.

El habitáculo trasero del coche no daba para mucho, el ambiente era cargante, el olor a semen era evidente, sobre el asiento trasero las manchas de lefa que iba goteando Alba dejaban claro que la habían gozado no hacía mucho tiempo. Se inclinó y empezó una mamada, empezó lengüeteando el tronco y el prepucio para tragarse el pene hasta la base, le hizo el vacío, cloc, cloc, cloc; al mismo tiempo masajeaba los testículos, los cogia incluso a una mano. El agraciado gruñía bramaba como un poseso, le volvió a obsequiar con una comida de testículos al mismo tiempo que lo pajeaba, los engulló hasta la campanilla, se podía observar la bolsa testicular rugosa y peluda como era tragada hasta la campanilla de Alba. Los estertores de él fueron a más, transpiraba a cascadas, su respiración era pesada, su voz desarticulada. Al mismo tiempo desesperado le busco el coño, la dedeó. La raja era viscosa, salía esperma en cada dedeada.

– ¡Qué hija puta eres! ¡quiero coño ya! ¡¡dame coño!! ¡¡pon coño!! –dijo como un poseso.

– Pensaba que solo querías que te la mamara – dijo Fabiolo.

– ¡¡Quiero coño!! ¡¡que ponga coño!! arggg, uffff, uffff.

– Bueno, me pararé en este descampado y podrás descargar a gusto – dijo Fabiolo.

Nada más parar, con los faros encendidos y Fabiolo sentado al volante la tumbó sobre el capo y, apartándole el tanga la embistió como un toro salvaje. La polla entraba y salía pudiéndose observar que en cada embestida su pene salía con restos de lefa, incluso al bombearla a fondo su vello púbico se iba impregnando de dicho elemento. Bufaba, resoplaba, estaba en fase de descarga. Mientras la bombeaba a rabiar decía:

– ¡Toma, por puta! ¡por viciosa!

Los movimientos pélvicos fueron a más, como contracciones al mismo tiempo que el coño emitía, chof, chof, cloc, cloc. Terminando en un Argggg. El clítoris quedo goteando. Fabiolo no cabía de gozo.

El maduro en el camino de vuelta se sentó al lado del copiloto, su sensación de plenitud era evidente, no articulo palabra, al bajar del auto de su monedero saco un billete de un dólar y lo tiró donde estaba ella diciendo “me gusta dejar las cuentas saldadas, y eso es lo que vales”.

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