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El cura vicioso
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Sebastián, cincuentón, alto, doble y tirando a feo, después de haber confesado a Gerardo y a muchas más personas, de decir misa y de arreglar unas cosas, se fue a su casa. Aurora, su sobrina y criada, una treintañera, morena y con todo muy bien puesto, o sea, que tenía un polvazo, le puso la comida en la mesa.

El cura, después de comer, estuvo esperando por Gerardo, pero Gerardo no apareció. Se cagó en su puta madre, en sus muertos y en todo lo que se movía, hasta que ya entrada la noche recibió una llamada de Adelita preguntándole porque no fuera a su casa, en ese momento se cagó en su propia madre.

A media noche, la criada entró en la habitación del cura. Había cortado la luz. Traía un quinqué en la mano. Llevaba puesto un vestido blanco de novia, un largo velo y estaba descalza. Puso el quinqué sobre la mesita de noche. Sebastián, vestido con su sotana, se arrodilló al lado de la cama. Aurora se acercó a él. El cura le besó los pies. La criada comenzó a hablar con voz dulce y pausada.

-Levántate y desnuda a tu aparición virginal, Sebastián.

El cura, le abrió la cremallera del vestido de novia y el vestido cayó al piso de la habitación. Aurora llevaba puesta lencería antigua… un corsé y unos pololos del mismo color que el vestido. Sebastián le desató los cordones del corsé y unas tetas grandes con pezones erectos quedaron al descubierto. Aurora, le dijo:

-Mira pero no toques los impolutos senos de una virgen.

-Como mandéis, virgencita.

-Acaba de desnudar a tu angelical señora.

Sebastián le quitó los pololos. Volvió a besar los pies de Aurora, subió besando y lamiendo los muslos hasta llegar a su coño peludo. Aurora, lo cortó de nuevo.

-No profanes mi sagrada cueva con tu lengua pecadora.

-¡¿Qué clase de virgen es esa que me dice que la desnude, que la mire, pero que no la toque?!

-Una santa mujer.

-¡Pues maldita sea mi suerte!

-No maldigas, Sebastián. ¿Has pecado de pensamiento, palabra u obra?

-Sí, señora.

-Dame la fustigadora.

El cura cogió debajo de la cama una zapatilla negra con el piso de goma del mismo color y se la dio.

-Date la vuelta y levanta la sotana, pecador.

El cura, empalmado como un asno, se dio la vuelta, levantó la sotana y se inclinó. No llevaba calzoncillos. Su culo estaba blanco como la leche, aunque por poco tiempo, Aurora, se lo iba a poner rojo como un tomate maduro.

-¡Plas, plas, plas!

Aurora, dejó caer la zapatilla, y le dijo al cura:

-Reza…

El cura ya estaba como un toro.

-¡Reza tú, calienta sotanas!

-Respétame, Sebastián

-¡Échate sobre la cama!

-No abuses de mí, por favor.

El cura cogió la zapatilla y le largó a su sobrina cuatro veces en las nalgas:

-¡¡Plas, plas, plas, plas!!

Aurora se echó sobre la cama y tapó su cuerpo con el velo. El cura abrió un cajón de la mesita de noche y sacó un spray con aceite perfumado. Apartó el velo y le echó aceite sobre una teta, sobre el brazo, en parte del vientre y por una pierna y un pie. Aurora se volvió a tapar con el velo. El cura, primero masajeó el brazo, y después, con las dos manos, por debajo del velo, masajeó esa teta por ambos lados, Aurora, al principio, ponía una mano sobre ella para que no le masajease el pezón, pero poco después. Cuando el pezón rayaba acero, se quitó el velo de encima, estiro los brazos a los lados de su cuerpo, cerró los ojos y se dejó hacer. El cura masajeó su otro brazo, su otra teta y después las dos. Echó más aceite y masajeó su vientre y sus costillas para luego masajear sus pies, dedos, plantas, tobillos… Subió masajeando sus muslos, los lados de la vulva y le besó el clítoris, que ya estaba fuera del capuchón. Aurora, juntando las piernas, exclamó:

-¡Ay que me corro!

Sebastián, puso una mano de canto entre sus piernas, Aurora las abrió de par en par. Con tres dedos acarició su coño abierto. Los movimientos horizontales de los dedos fueron lentos al principio. Cogieron velocidad poco a poco, y cuando ya iban a toda hostia, Aurora, chilló:

-¡¡¡Me corro!!!

Al acabar de correrse, el cura le dio la vuelta. Masajeó su cuello, sus hombros, su espalda, sus costillas, y su culo. Masajeó sus nalgas, su periné y su ojete… Aurora ya no paraba de gemir. Unos veinte minutos más tarde, le metió un dedo en el culo y otro en el coño. Aurora, le dijo:

-¡Sigue y haz que me corra de nuevo, huevón!

El cura sacó los dedos, cogió la zapatilla, y le dio:

-¡¡ay ay ay ay… -se quejaba Aurora- plas plas plas!!

-¡¿Quién es un huevón, puta, más que puta?!

Se ve que le gustara, ya que le respondió:

-¡Tú! ¡¡Huevón, huevón, huevón!!

El cura, le volvió a dar.

Sebastián, caliente como un perro, dejó de largarle y se la metió en el culo. Aurora, que aún estaba más caliente qué el, no tardó en tener un orgasmo anal, diciendo:

-¡¡¡Llego al cielo!!!

Después de que disfrutara Aurora, el cura, se la quitó del culo a su sobrina y se la metió en el coño. Con una docena de clavadas, se corrió, diciendo:

-¡¡Toooma, zorra!!

Al acabar la faena, le preguntó el cura a Aurora:

-¿Te gustaría echar unos polvos con Adelita, Marta, Gerardo y conmigo?

-¿Gerardo, el ciego, su hija y Marta, la hija del farmacéutico?

-Sí.

-¡¿Quieres hacer una orgía?!

-Quiero.

-La cosa promete. Cuenta conmigo.

Se agradecen los comentarios buenos y malos.

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