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El polvo de mi vida
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Allí estaba yo, sola, rodeada de tanta gente pero tan sola… envuelta en un silencio que acallaba todas las voces que escandalosas flotaban en el aire. No sé por qué me eché a andar, a las tantas de la madrugada, ni se por qué había acabado allí, en una discoteca abarrotada de personas exultantes por el alcohol y la noche. Ese momento era tan extraño… la tristeza que me pesaba tanto se mezclaba con una confusa euforia que no sabía de dónde provenía. Y ambas luchaban fuerte, para ver quién sería la vencedora. Me rendí. Decidí que ese momento sería sólo y exclusivamente mío. Me sentí libre de cargas por un instante. Quería dejarme llevar. Pero claro, para ello necesitaba un empujoncito. Definitivamente tenía que beber algo. Inconscientemente fui a pedirle al camarero más guapo del bar. Guau, vaya ojazos verdes, piel morena, cuerpo de infarto… me subió la temperatura en un segundo y sin querer. Le pedí dos chupitos de tequila, esperando que me concediera el honor de acompañarme en tan fuerte trago. Y así fue. Dos golpecitos en la barra, sal en la mano y limón preparado. Dulce amargor. Mientras tragaba, sentía su mirada intensa, ardiente, como si con ella pudiera tocarme, como si con su boca pudiera besarme, aun estando a cierta distancia.

-Cómo te llamas? -le pregunté atreviéndome demasiado, esa no era yo.

-Soy Mike, y tú?

Madre mía, era posible que hasta con su voz me excitara tanto?

-Me llamo Mara, me pones otro más por favor? -Me sonrió. Me hizo temblar de arriba abajo. Necesitaba algo frío sin lugar a dudas. Sentía que podía emanar humo de un momento a otro.

Enseguida tenía otro vasito a mi lado, el cual engullí en un segundo. Y así hasta 4 seguidos. Ahora sí me sentía totalmente libre, feliz, desinhibida, atrevida… hasta caliente.

Mike iba y venía, pero no me quitaba ojo, a pesar de todas las bellezas que allí había, tan maquilladas, descotadas, lujuriosas… ya sabía yo que no era la única que se había fijado en él. Todas le sonreían como muñequitas vacías. Uf, no podía con aquello, me haría vomitar. Eran como ganado a la espera de que una sola tuviera el privilegio de ser la elegida. Yo no era un objeto para la colección de nadie.

Me dirigí al centro de la pista, y empecé a bailar como nunca lo había hecho, sin tener nada ni a nadie en mi mente, sin importarme en qué pensaría la gente, en quién me estaría mirando… y cerré los ojos. Me dejé llevar. Sonaba una de mis preferidas, “We found the love”… buena música del momento. Estuve un buen rato a la deriva, disfrutando, relajada. Cuando abrí mis ojos, allí estaba él, a lo lejos, frente a mí pero separado por una marea de gente que hacía cola tras la barra para saciar su sed. Su mirada sobresalía de todo lo demás, sentía que quería estar ahí conmigo, bailando, rozándonos, besándonos… definitivamente necesitaba echarme agua fría por todos lados de mi cuerpo. Así que me dirigí al baño.

Entré y no me lo podía creer, dada la hora que era y que debería haber una cola de cojones, está vacío. Perfecto, un poco de intimidad para bajarme el calentón… preciado regalo. Allí sola, frente al espejo, me observé con mucha atención. Definitivamente esa noche tenía dos yo, mi persona real y su completa desconocida. Era como un ángel que reflejara al mismo Satanás. Me llené las manos de agua y me la eché en la cara desesperadamente, intentando borrar a la que no debía estar ahí, apagar el fuego que esa intrusa desprendía en mí…

Mi cara no estaba nada mal, dado que no me había preparado para la ocasión. Todo surgió improvisadamente. Pero estaba, como se suele decir, potable. Morenita por el sol, ojos verdes, labios carnosos, cabello moreno y rizado… A los tíos les solía gustar bastante. Eso se nota en sus miradas. Mi cuerpo tampoco estaba nada mal, pechos grandes y firmes, delgada pero con curvas y carne donde coger. Quizás podría ser más alta. Pero no había nada que unos buenos tacones no pudieran arreglar. En ese momento llevaba sandalias de cuña, por lo que no enseñaba mi estatura. Buena forma de engañar un poco a la realidad.

De repente se abrió la puerta. Joder, con lo tranquila que estaba, ya se me había acabado el rollo. Mucho había durado mi soledad. Oh, oh, era él? Sí, indudablemente lo era, y se acercaba a mí con cautela, sin saber qué hacer realmente, sin saber qué haría yo. Simplemente me cogió la mano, y me sacó del baño. No mediamos palabra. Yo me dejé llevar.

Pasamos a través de una puerta negra que daba a una sala de estar muy chic, con su mesa de despacho, en la que había un portarretrato con una foto de él, guapísimo, debería ser delito… Deduje entonces que no era un simple camarero. Encargado quizás? O el dueño? Simples conjeturas sin importancia. Había un gran sofá rojo, parecía tan confortable como una cama. Los suelos eran de madera, las paredes blancas. Decoración minimalista. Debía estar muy bien insonorizado, puesto que no se escuchaba ni rastro de música.

Al entrar, echó la llave y la puso encima de una mesita. Aquello prometía y mucho. Se acercó suavemente, con fuego en los ojos. Sabía que me deseaba, y que yo lo deseaba a él. Qué más daba que no le conociera ni hubiéramos cruzado más de dos palabras? Tenía que acallar a esa loba que me comía por dentro. Y nos lanzamos. Al más puro estilo desesperado, como si nunca antes hubieras besado, acariciado, saciado… Me pegó de cara a la pared, quedando él detrás de mí. Yo llevaba una faldita corta con un poco de vuelo, en pleno verano de noches calurosas era lo más fresquito que podía llevar. Quién me iba a decir dos horas antes en casa, cuando me estaba vistiendo, que podría tener tantas ventajas. Deslizó sus manos tan suaves por mis muslos, me apretó el culo una y otra vez mientras nos besábamos de lado, ardientes, apasionados. Y me tocó en mi más preciado secreto, volviéndome loca de verdad. De pronto me dio la vuelta. Madre mía, que guapo era. Ya estaba fuera de mí. Empecé a desabrocharle los pantalones, impaciente, buscando como un niño su caramelo. Me quitó la camiseta dejando al descubierto mi sujetador, sacó mis pechos lascivos por encima y los lamió urgentemente. Se quitó su camiseta y pude deleitarme con aquel torso musculoso pero sin llegar a ser exagerado. Perfectamente marcado. No dejábamos de besarnos, mordernos, chuparnos, tocarnos… por todos lados… cuello, pecho, cara… no había rincón que no pudiera apetecer. Le cogí su poderoso secreto, acariciándolo mientras él me acariciaba a mí también. Me cogió en peso con sus brazos para que abriera las piernas alrededor de su cintura. Y me penetró suave pero duro, no sé si estábamos follando o haciendo el amor, pero aquello era perfecto. Me apoyó en la cabecera del sofá de manera que yo quedé sentada, pero seguíamos en la misma posición, el frente a mi de pie y yo con mis piernas rodeándole, apretándonos una y otra vez, queriendo fundirnos en uno solo. Aquello estaba muy pero que muy bien. Estábamos disfrutando el uno del otro, sin tapujos, sin reservas, dándolo todo… hasta que nos corrimos juntos, jadeantes, deseosos. Madre mía, sin lugar a dudas podía gritar a los cuatro vientos que había sido el polvo de mi vida. Increíble. Nos miramos a los ojos, nos besamos, y nos dimos un fuerte abrazo agradeciéndonos por ese perfecto momento que acabábamos de compartir. Por un instante sentí que quizás yo podía ser un trofeo en su vitrina, pero desde luego él también lo sería de la mía. Pudimos elegir esa noche, y nos elegimos mutuamente, de acuerdo en todo. Fue alucinante. Dos perfectos desconocidos compenetrados en un momento. Nunca pensé que eso fuese posible. Y rompimos a reír como niños pequeños…

¿Qué si nos volvimos a ver? Puedo decir que ese fue solo el primer encuentro del mejor sexo de mi vida. A día de hoy, cuando nos apetece, nos desahogamos como locos disfrutando del momento. ¿Mañana? Quién puede saberlo…

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