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Segundas vidas
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Se había pasado toda la mañana escogiendo los regalos adecuados, quería tener a su familia contenta; para ella tenía pensarle regalarle una blusa para el verano, la niña algún juguete y para el recién nacido, con apenas dos meses, algún sonajero, o algo por el estilo. Estaba contento consigo mismo, tanto en el aspecto familiar como en el laboral; su empresa lo había enviado a gestionar la unidad de redes de la zona, por eso había tenido que desplazarse; era sinónimo que sus superiores ya confiaban en él. Se sentía capacitado, por algo tenía estudios universitarios, su formación era inmejorable. Todo eso con una capacidad de don de gentes (como le dijo antes de partir su jefe) superior a sus colaboradores. De hecho se conocía algo la zona, no era una de las primeras veces que la visitaba, quizá por ese motivo se le confiaba el trabajo, ¿quién lo hubiera dicho dos meses antes, cuando estuvo en esta misma localidad? De hecho, había almorzado con el presidente de la empresa junto a su mujer, causando – aparentemente – una buena sensación, ya que le prodigaron muchos elogios, dejando claro, que era con él en persona que a partir de ese momento deseaban negociar. Procedía a descansar en ese pequeño hotel, el cual le gustaba porque quedaba cerca del local que le gustaba tomarse algo cuando acababa la jornada. A sus treinta y tres años Esteban se sentía un hombre muy seguro. Eran las once de la noche y se disponía a saludar a Lucas, el camarero de dicho local, ya que les unía una pequeña amistad de ir alguna que otra vez cuando estaba por la zona. Ya habiéndose puesto cómodo, en vaqueros y su camiseta sport de marca, engominado y con buena planta salió para adentrarse en el local.

Amaya de un tiempo a esta parte se sentía más segura lejos de su casa, de los suyos, le agradaba relacionarse con gente desconocida, debido a temas laborales estaba en esa localidad alejada, ya que su marido debido a su enfermedad tenía que guardar reposo Se dedicaban al trabajo de la ferralla abandonada, con eso se ganaban el sustento. Amaya fue madre de joven, tenía dos hijos y una hija. De padres gitanos y marido medio gitano, lo cual conlleva a ese carácter especial a veces no entendido por la gente. Recogían toda la ferralla de construcciones ya inservible y la vendían. Conducían una furgoneta, y lo que no se podían llevar, lo encargaban a un camión. Sus hijos ya mayores no seguían la tradición de dicho trabajo y trabajaban en mercadillos vendiendo ropa de segunda mano. Amaya, era una mujer recia, alta y tetuda y muy vertical, de muslos potentes, algo culona, pero como si estuviera levantado con dos puntales, apretado; a pesar de su envergadura era compacta y muy prieta, lo que junto a su cara algo gastada, pero de ojos vivaces y españoles y unos labios carnosos tenía una apariencia felina. Sin estudios y curtida por la vida se desenvolvía como tal. Al cumplir los cuarenta medito sobre su vida, solo había estado con su marido Rafa el ferrallero, se dijo a si misma que el arroz se le pasaba, tuvo esa reacción que tienen algunas mujeres que se reactivan y vuelven a la mentalidad de los dieciocho y quieren aprovechar lo máximo el tiempo perdido. De eso ya han pasado cinco años, el mismo tiempo de sus primeros comienzos de infidelidades. Todo coincidió con la enfermedad crónica de su marido debido a su afición a la bebida. Tuvo que hacerse cargo de la ferralla en una playa poco concurrida, tan solo se observaba un surfer entre esas aguas, un jovencito rubio que tabla en mano y echándole una mirada se hizo al mar para surfear; Amaya, llevaba consigo el bikini de topos de leopardo que le había regalado su hija; debido al calor se echó un chapuzón; el surfer no la dejaba de mirar, se cruzaron las miradas… una hora después era tumbada y gozada tras unos matorrales en las dunas de la playa. Aún recuerda como el joven de apenas veinte años le dijo “nunca me había tirado una tía con pelos en el coño”. Se sintió más viva, más Amaya, más mujer deseada. Esperaba ansiosa el próximo viaje a dicha playa, lo cual aconteció tres días después. No estaba el chico, en cambio una auto caravana estaba aparcada al lado de las dunas cerca de los matorrales. Estaba en tensión, impaciente, entró en el agua, ni siquiera había recogido la ferralla. Se sintió observada por un hombre con tabla, está vez era un veterano surfer, entrecano con barba y coleta; tras haber surfeado se fue al lado de la auto caravana, puso la música a toda castaña, la miraba fumando, con sus gafas oscuras; al poco rato se levantó y se cogió los testículos mirándola. Esta vez fue en la auto caravana, fue otra vez tumbada, gozada y enculada; estuvo toda la tarde dándole pollazos; al encularla la puso en cuatro patas y le dijo que mirara por la pequeña ventana ya que de esta manera “vería mundo”. Le había puesto el culo en adobo (envaselinado) para “un mejor acabado” como dijo él. En cada embestida era empujada hacía el cristal, dejando su aliento en él. Gritaba y le decía que era una puta, que tenía el honor de profanar su culo, partirlo y que no cesaría de encularla hasta que de él saliera la mismísima mierda. No ceso de – al mismo tiempo que la penetraba – decirle que tenía el aspecto de una camionera vulgar, otra vez se le hizo hinca pie en su vello púbico diciéndole que “se podía barrer el suelo con el”. Regreso casi de noche a su casa, apenas podía sentarse. Desde esa perspectiva se nos presenta Amaya, cinco años después, sentada en un local de copas de una localidad alejada de su casa y observando como el camarero y un hombre, engominado, con camiseta sport de marca y vaqueros parecen cuchichear en voz baja acerca de ella.

– Me alegro mucho por ti, veo que todo te va viento en popa, un nuevo retoño, pero hablemos de lo nuestro, ¿cómo fue la última vez que estuviste aquí? – pregunto, Lucas el camarero.

– Muy bien, siempre aciertas, triunfé con la hembra que me dijiste, todo termino en una buena follada.

– Es merito tuyo, siempre consigues levantarlas, si mal no recuerdo la antepenúltima vez también te tiraste a la jovencita esa.

– Era pan comido, ni merito tiene – dijo Esteban en tono triunfador – aunque esta noche, veo todo el ganado vendido, todas las jamelgas están adquiridas.

– Te aconsejo ese ejemplar del fondo de la barra.

– ¿La madurita, esa milf? Tiene un aire vulgarzote, pero tiene ese atractivo y como sensualidad bizarra, viste sin estilo, con ese vestido que parece de mercadillo, pero quizá eso la haga más apetecible.

– Esteban, Esteban, eres increíble, siempre tienes las palabras apropiadas – dijo, Lucas.

– ¿Referencias sobre ella? – pregunto Esteban.

– Hace una semana que suele venir, desconozco de donde viene, pero en ese tiempo se la ha tirado el ligón Marcos, el gran Aurelio también la cipoteo dos noches y anteayer nuestro jovencito camarero nos dijo que flipo colores con ella. Dicen que es infatigable y que se regala con todo, encima no pide funda: folla a pelo.

– Al parecer, es la mujer apropiada para darse un buen revolcón y de paso probar las bondades de una señora madura, ¿no crees?

– Pues sí, de hecho, también tenía ganas de cepillármela, pero tengo que madrugar para dejar los niños en el cole. En fin, solo decir que puede presentártela.

Le fue presentada y, como bien le había informado su compañero, tras unas copas no tardó en darse cuenta de que su triunfo era inmediato, por eso desarrollo un lenguaje, directo, tosco y efectivo, sin necesidad de ningún esfuerzo de más. Ya le hablaba en corto, con alguna broma, se mostraba atrayente, seguro y muy compacto, adoptando la postura de amante gallardo con ese toque hortera sensual. Por su parte ella se mostraba estoica, de pocas palabras, dispuesta, muy aposturada, su vestido se le ceñía, dejando entrever tanga; sus muslos ajamonados, pero muy sólidos; sus pechos estaban acoplados a un sostén, como si de dos grandes melones envueltos se trataran. Su decisión final fue al verla caminar hacía el lavabo, sus pasos firmes y largos y el movimiento de su culo en cada movimiento.

– Oye Lucas, ya me la llevo al pilón… ¿sabes dónde puedo encontrar algo…? Es por…

– Tranquilo, te comprendo, no te la cepillaras en el hotel que te alojas; justo arriba el jefe tiene pequeños apartamentos y uno de ellos está vacío, de hecho lo usamos de follodromo, jejejeje

Sin compromiso ninguno te dejo la llave, puedes dejarlo abierto, yo me encargo de ello mañana, ahora tengo que irme, y bueno, ya me contaras.

– Sí, mañana voy, pero paso a despedirme cerca de donde vives, paso a tomar un café y me despido. Mil gracias, ya te cuento la jodienda.

Le informo a Amaya que se dirigía a ese apartamento arriba, que si quería una mejor charla no dudara. El plan estaba establecido, la historia siguió su curso: Amaya diez minutos más tarde llamaba a la puerta de ese apartamento. Ernesto le dijo que pasara, ya estaba en bolas sentado en un pequeño sillón con las rodillas en cada uno de sus reposabrazos, sus testículos le colgaban y su pene estaba erecto y se daba algunos pajotes con los dientes apretados, al mismo tiempo le dijo, “agítese antes de usar” y acto seguido “quiero ver ese potencial, ponte cómoda, tu misma quítate el vestido”. Quedó una mujer corpórea, una hembra con garra, su cuerpo era muy tensionado, sus pechos delataban una edad por su ligera caída, pero no le restaban nada, a ese aire de furia salvaje; dotada de un espeso vello púbico. Como un feligrés ante el altar, como si la polla fuera la cruz y los testículos el soporte ella se arrodillo para dar paso a una diligente mamada, chupaba con ganas, le lamia el tronco; Esteban empezó sus primeros gemidos de gozo, se recreó en los testículos, succiono cada uno de ellos, los masajeo con sus manos rudas de ferrallera, sus ojos miraban directo a los de él.

– ¡Dios! La mamas como una estrella del porno, sigue así puta…

Bajó hasta la zona anal, le abrió las nalgas y empezó a lamer, la metía bien adentro, daba lengüetazos de abajo arriba; le comía literalmente el culo mientras lo masturbaba. Esteban no daba de si, bramaba de placer, ronroneaba, gemía, convulsionaba. Lo hacía con ganas, cada vez más adentro la lengua.

– ¡Si! ¡Si! Voy… voy… me vengooo.

La mamaba cuando se vino, los hilos de semen le goteaban por las comisuras, glup, glup, glup; iba tragando lefa, los ojos le lloraban. Esteban quedo rendido ante semejante alarde de vicio quedando postrado en el butacón, tuvo que recuperarse de semejante faena. Transcurrido un espacio de tiempo para fumarse un cigarrillo mientras ella hacía gárgaras en el baño se puso otra vez en acción el resorte fálico exclamándole a ella “vamos al catre, quiero penetrarte”. Nada más lejos de la realidad ya que ella se montó encima dándole la espalda solo pudiéndose ver su delantera por el espejo frontal de la habitación. Amaya se puso a horcajadas y empezó un boteo sobre la polla de Esteban, se podría afirmar que ella llevaba el peso de la jodienda: arriba, abajo, al centro y para adentro. Repetimos: arriba, abajo, al centro y para adentro, así sucesivamente; los muelles de la cama chirriaban, ñic, ñac, ñic, ñac; Esteban jadeaba, su respiración era acelerada, estaba en trance, emitía sonidos guturales “pu… pu… puta”. En una de las subidas del boteo volvió a venirse, quedando mucho semen en vello púbico de Amaya, emitiendo un “arg, ohhhh”; por su parte ella también se corrió, dejando la polla empapada, de su coño salía semen y flujos. Quedaron rendidos y jadeantes, los dos cuerpos uno al lado de otro con suspiros de cansancio, abierta ella, él se rascaba los testículos. Se adormilaron unos minutos, no habían intercambiado ninguna conversación, como si de un plan preestablecido se tratara. Esteban tenía su orgullo algo tocado, lo habían manejado. Si bien estaba configurado en modo varonil y su sensor interior dio signos de retroactivación.

– Has pasado muy bien el corte Amaya, pero ahora quiero acabarte con una merecida enculada, he observado que tu canal anal tiene dimensiones aceptables.

– Voy… debo lavarme antes…

– No importa, dame tu culo, pon ese culo en cuatro, quiero meterte churrasco ¡dame culo ya! ¡Quiero tu culo!

Se puso en posición, Esteban semiflexionado y escupiendo previamente sobre su zona anal la penetro con soberbia y rabia; tiraba de su cabello le cacheteaba las nalgas, rugía como un león herido, no tardo en volver a eyacular, eyaculo dentro y la saco despacio para que sus restos de lefa fueran visibles, como un pintor delante de su cuadro. Nada más terminar, se bajó de la cama, se ducho, ella seguía tumbada.

– Veo que llevas el anillo de casada, ¿tu marido no te da lo suficiente?

– Cosas de la vida… veo que tú tienes la marca de un anillo aunque no lleves.

– Estoy felizmente casado y con familia, hago eso como una necesidad fisiológica, como el mear o el cagar; y tú, la puta de turno a usar – dijo en tono ofendido.

– Por eso te duchas y te vas sin decir nada – dijo ella.

– Aquí he cogido la mierda y aquí la he dejado – dijo en tono orgulloso y se marchó dando un portazo.

Ya eran las once del día siguiente, como había prometido a Lucas se tomó a tomar un café con él, estaba con su mujer.

– Mi marido te prodiga elogios, eres tan… no sé, atento, tienes mucha perspectiva de lo que es la amistad, pero bueno, debo irme, os dejo.

– Me siento halagado, pero todas las personas valemos igual, no lo olvides es mi lema. Que tengas un buen día.

– Tienes una mujer muy agradable – dijo Esteban, al marcharse ella.

– Sí, la verdad es que si, aunque pasemos al tema de anoche, ¿qué tal te fue?

– Se me ofreció con todo, me corrí en cantidades industriales, hice el triplete: boca, coño y culo; su culo y coño eran tan grandes como una cochera, encima me comió el culo con ganas y se tragó mi lefa la hija puta. Es más guarra que treinta y seis cerdas. Solo decirte que la bonifiqué dejándola quedar a pasar la noche. Me permití esa licencia.

– Tu siempre tan deferente para con los demás, y por el apartamento no te preocupes, para eso está.

– Buen picadero, supongo que lo aprovecharas también.

– Como te dije la familia me ocupa mucho tiempo, he tenido mis tiempos de gloria eso sí, los otros lo aprovechan, yo solamente unas cuantas veces estos meses.

– ¿Algo especial?

– No, el sábado pasado, una niñata pedía guerra en la barra.

– ¿Y qué tal?

– Nada en especial, guapilla, joven, no mediría más de un metro y medio, me la folle en volandas a lo rápido, ni pensé en llevar condones.

– Cuidado con eso… estás niñatas te pueden complicar la vida.

– Leche fuera.

– ¿Tragó?

– No, lo intente, aunque le vacié en toda la cara.

Grandes amigos y grandes esperanzas, Esteban tras el café y la charla se despidió de Lucas y con tronío incontestable, arranco su BMW rumbo a su feliz vida.

¿Comienzo de una saga? Ustedes dirán…

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