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La prima de mi padre, virgen y cuarentona
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Tiempo de lectura: 13 minutos

El sol daba fuerte. Los escarabajos y sus larvas habían acabado con las hojas de las patatas. El azadón entraba en la tierra levantando un polvo que secaba la garganta. Mucha, con una pañoleta en la cabeza, y sudada, levantó los brazos de su vestido de asas para echar un trago de vino tinto de la bota. Vi el negro vello de sus sobacos y mi verga reaccionó levantando la cabeza. Le quitó el pitorro. Bebió. Por la comisura de sus labios cayó el vino tinto, bajó por su canalillo y se perdió entre sus grandes tetas. Limpió la boca con el dorso de su mano derecha y después me pasó la bota. Yo, con una visera protegiendo mi cabeza del sol y con mi torso moreno y musculado al descubierto, bebí, le devolví la bota y seguimos sacando patatas mientras petirrojos, gorriones, verderones, palomas, mirlos, y otras aves se hartaban de comer bichos. De cada pie sacábamos más de dos kilos de patatas. Eran patatas grandes, muy grandes. Daba gusto recogerlas.

Mucha era una solterona de 44 años y era prima carnal de mi padre. Decían las viejas de ella que le gustaban los coños más que el chocolate. Era una mujer morena, alta, fuerte, de pelo largo, recogido en una coleta, de ojos negros y labios a la Jolie. Era guapa y con todo más que bien puesto. Buen culo, espectaculares tetas y anchas caderas.

Yo tenía 18 años, y tenía vacaciones. Levantando aquellas patatas me ganaba unos dineros para salir el fin de semana.

Cuando estaba sacando patatas detrás de Mucha mis ojos no se apartaban de su tremendo culo y cuando estábamos frente a frente del canalillo de sus enormes tetas. Ella sabía que le miraba para las tetas y no me decía nada, al contrario, echaba vistazos al bulto de mi pantalón y a mis pectorales. Llevé media tarde con la verga morcillona, y es que a veces, cuando me miraba al paquete, me parecía que estaba deseando meterme mano, y no creo que esta impresión la causara las ganas que tenía yo de meter mi mano entre sus piernas.

Me preguntó por los estudios. Me habló de lo gamberro que fuera cuando era niño. Me habló de todo menos de lo que yo quería que me hablase, de chicas.

A las seis de la tarde paramos para merendar. Puso un mantel sobre la hierba de un pequeño campo que había cerca de la huerta, al lado de una gran roca y bajo un roble. De la cesta sacó el pollo frito, un garrafón de vino tinto de cinco litros, con el que nos lavamos las manos, y el pan… Comiendo, le pregunté:

-¿Por qué no tiene novio con lo guapa que es?

Me sonrió, y me respondió:

-¿Crees que soy guapa?

-Mucho. Por eso no me cuadra que esté sola.

-Mejor sola que mal acompañada. -su rostro se puso serio- La vida puede ser muy jodida si una persona está mal acompañada.

-¿Puedo hacerle una pregunta delicada?

-Puedes.

-¿Son verdad esos rumores de que le gustan las jovencitas?

Volvió a sonreír.

-Esa no es una pregunta delicada, es una pregunta indiscreta, y viniendo de quien viene…

-¿Qué quiere decir con eso?

-Digamos que sé que tienes mucho peligro.

-¿No le gustan los rumores que corren sobre mí por la aldea?

Se echó un trago largo del vino del garrafón, y después me dijo:

-No son rumores, Quique, son verdades. Lo que no entiendo es porque te da igual follar a una vieja que a una chica de tu edad.

-Las dos tienen el chocho cerrado.

-¡¿Y no haces distinciones?!

-No, yo lo mismo le hago el favor a una vieja como se lo hago a una chavala. Todo es comer y meter. Todo es disfrutar.

-Visto de esa modo…

-¿Cuantas mujeres le hablaron mal de mí?

-Ninguna, todas me hablaron maravillas de tus… habilidades.

-¿Y aun así me contrató para levantar las patatas sabiendo que podría intentar levantarla a usted?

Se echó a reír.

-Peso mucho, calamidad.

Ya metido en harina, tonto sería si no intentase comerme aquel bollito.

-Al calamidad le encantaría comérsela al acabar la jornada. ¿Qué dice?

Mucha estaba hablando conmigo como si lo estuviera haciendo con una amiga íntima. Se echó otro trago largo del vino del garrafón. Trabajaba como un hombre y bebía como tal. Me preguntó:

-¿Comerme qué? -comió un trozo de pollo-. ¿La boca? -pasó la lengua por los labios- ¿O es otra cosa lo que me quieres comer, picarón?

-La boca, también, es la más apetitosa que he visto, y las tetas, pero me refería al coño.

No me cayó la hostia que esperaba.

-¿Pero tú te oyes? -su boca dibujó una sonrisa- Me tratas de usted y hablas de comerme la boca, las tetas y el coño.

-Joder, es que beber de ti debe ser mejor que beber de un manantial de miel, y comerte la boca, las tetas y después montarte… bueno, montarte ya debe ser mejor que montar en una moto grande.

-¿Te gustan las motos grandes?

-Mas que muchas mujeres, pero menos que tú.

-Eres de lo que no hay.

-Y tú eres única. La más hermosa de la aldea, del pueblo… Ver tu cara cuando te corres debe ser como ver correrse a una diosa.

Me cortó.

-¡¡Ya está bien!! ¿Piensas que soy una cualquiera?

-No, pero no me culparás por intentar seducirte.

-No, no te culpo, si piensas que estoy tan buena, como te voy a culpar, gamberrazo. -se le estremeció el cuerpo. ¡Hostias, creo que el vino me va a hacer más efecto del que esperaba!

Sus palabras y su sonrisa me ayudaron a seguir, además, si no le gustara lo que le estaba diciendo ya me hubiera puesto la cara del revés.

-Cuando acabemos de recoger las patatas, si te animas, tengo condones. Nunca salgo de casa sin ellos.

-Calla ya, calla ya o te mando para casa sin cobrar.

Me había frenado en seco.

-Perdone. En el fondo sabía que era demasiada mujer para mí.

-¡Ay, Quique, Quique! De usted, de tú, de usted otra vez, de lanzado a cagado…

Me mosqueé. ¡A la mierda el jornal

-¡¡De cagado nada!! ¡Si te pillo te corres tres veces o no te corres ninguna!

Mucha, rompió a reír.

-Va a ser que no me voy a correr ninguna.

Media hora más tarde, levantando patatas, volvió la curiosa.

-¿Cuántas fueron, Quique?

Ahora el que se hacía el tonto era yo.

-¿Cuántas qué?

-Mujeres casadas.

-Tengo memoria de pez.

-¿Y chavalas?

-Los peces no tenemos memoria.

-Eso te honra, pero yo ya sé de tres, una vieja y dos casadas, y las tres se corrieron tres veces.

Me lancé al vacío.

-Si quieres echar un polvo no tienes más que decirlo. Al acabar de recoger las patatas te puedo poner mirando para Cuenca tres o cuatro veces.

Mucha sabía de sobras lo que significaba lo de Cuenca, pero me preguntó:

-¿Y eso qué es?

-Es dejarte los ojos como te quedan después de hacerte un dedo, uno mirando para un lado y el otro mirando para el otro.

-Yo no me hago dedos.

Me hice el enfadado.

-¡Puta manía tenéis las mujeres de negar que os la rascáis cuando os pica!

Me reprendió.

-¡Habla bien!

-Pues no faltes a la verdad, que todas las que me dijeron lo que me acabas de decir después acabaron tocándose mientras las follaba.

-¿Cuántas?

-No me acuerdo. ¿Qué ganarías con saberlo?

-Nada, es simple curiosidad.

-Pues por mí no vas a saber nada.

-¡Cabezón!

-Sí, lo tengo cabezón, gordo y largo.

-Lo sé. ¿Cuántas?

Se lo iba a decir para que dejase de marearme.

-Quince. Dos viejas, seis casadas y siete chavalas. ¿Contenta?

-Si me dieras los nombres…

-¿Me dejaría follar contigo?

-No, pero…

-Ni pero ni perola, ni comiéndote el coño ni chupándome la pirola. No te voy a dar nombres. ¿Quieres que me vaya?

-No, te necesito… para recoger las patatas.

-Una última pregunta, Mucha. ¿Es verdad que te acostaste con mi tía Camila?

Se puso colorada.

-¡¿A quién le oíste eso?!

-A mi padre un día que estaba riñendo con ella.

-Prefiero no hablar de eso.

-Entonces es que fue verdad.

-Coño, Quique, que es tu tía. Hay cosas que es mejor no saberlas.

-Un poco tarde para eso. ¿Estabais enamoradas cuando lo hicisteis?

Mucha, cedió.

-No, fue para experimentar, pero tu tía aún no estaba casada, ni siquiera tenía novio. Mi primo es un hijo puta por recordarle cosas que pasaron hace un porrón de años. ¿A qué no dice que a él lo mismo le iba la carne que el pescado?

-¡¿A mi padre le gustan los hombres?¡

-Ahora no sé, pero hace 20 años, de soltero, dio por culo y le dieron.

-¡Joder! Ya sé de donde me viene el instinto.

-¡¿También te gusta dar por culo?!

-Sí, pero a las mujeres.

Volvió a sonreír.

-Y a algún jovencito también le darías.

-A uno, sólo a uno.

-Una mujer pagaría por ver eso. Dos caramelitos comiéndose vivios. ¡Ummm!

-¿Pagaría, eh? Ahora entiendo porque la hermana se masturbó viendo como nos besábamos, como nos la chupábamos y como nos dimos por culo.

A Mucha le gustó lo que acababa de oír.

-¡Cooooño! ¿Se corrió la mirona?

-Cómo una fuente.

-¿Quiénes eran él y ella?

-¿Cuántas veces te tendré que decir que tengo memoria de pez?

-Acabarás contándome todo lo que quiera saber.

Tuve el presentimiento de que contratarme para levantar las patatas era una excusa para acabar follando conmigo. Había que esperar acontecimientos.

A las nueve, con todas las patatas recogidas, llegó el señor Pedro con su carro de bueyes. Cargamos y nos fuimos para casa de Mucha. Dejamos los sacos de patatas en el altillo. Pedro, se fue. Estábamos en la cocina y como Mucha me iba a pagar y no me entraba, le entré yo a ella.

-¿Quieres pagarme la mitad del jornal?

-¿Quieres comprar patatas con la otra mitad?

-Quiero verte desnuda y darte una ducha con una regadera.

Se hizo la ofendida.

-¡¿Te piensas que soy una puta barata?!

-Perdona, pero es que me muero por comerte el coño.

Se quedó mirándome, y después, me dijo:

-¡Vas a piñón fijo, sinvergüenza!

-Voy, pero tengo…

No me dejó acabar la frase.

-¿Tienes ganas de follar conmigo?

-Muchas, pero quería decir que tengo vergüenza, sólo que acostumbro a dejarla en casa cuando salgo de ella con la idea de follar.

-¡¿Ya te levantaste con esa idea?!

-Sí, y al despertar me hice una paja pensando en ti.

-¡¿Te corriste pensando en mí?!

-Y eché leche por un tubo.

-¿Entre mis tetas?

-En tu boca.

Se le escapó una sonrisa.

-Estás intentando calentarme, ¿a qué sí?

No podía negar lo obvio.

-¿Lo estoy consiguiendo?

-¡Eres tan joven!

-¡Y tú estás tan cachonda!

Ya la tenía en el bote.

-¿Y si te diese yo a ti la ducha?

Iba a mojar, fijo.

-¿Me desnudo ya?

-Desnuda. Yo voy a buscar la regadera.

Cuando Mucha volvió con la regadera llena de agua en una mano, una tina en la otra y me vio desnudo, vio el cuerpo de un joven de 18 años, musculado y empalmado. Sus ojos brillaron al decir:

-¡Desnudo eres más hermoso de lo que dicen! ¡¡Y vaya tralla tienes ahí!!

Sus palabras hincharon mi pecho.

-¿Quieres chuparla, preciosa?

Se puso colorada como si fuese una jovencita que oyera su primer piropo.

-¡Ay que me llamó!

-Te llamé por tu verdadero nombre. Repito. ¿Quieres chuparla, preciosa?

-No, y me encantaría hacerlo, pero sería peligrosa como una víbora si me llegase a calentar demasiado.

-Ya te dije que tengo condones, guapísima.

-Los condones se rompen. Métete en la tina. ¡Y deja de adularme!

Me metí en la tina. Me echó agua sobre la cabeza. Cogió el jabón de la Toja y lo pasó por mi cuello, por mi espalda, por mi pecho… Froté mis costillas y mis axilas, las pelotas… después de enjabonarme, me volvió a echar agua, me volví a frotar y me quité el jabón. Luego cogí la verga y empecé a menearla.

-Úntamela con jabón, reina.

-¿Reina?

-Reina, princesa… hoy serás lo que tu quieras ser.

Mucha, tímidamente, me enjabonó la verga. Luego su mano la cogió y me masturbó. Su boca buscó mi boca. Le planté un beso en los labios de su cara sucia. Ella seguía pelándomela. Le bajé la cremallera del vestido. El vestido, sucio, cayó al piso. Se quedó en sostén y bragas, que de su blanco original pasaran a color marrón con el polvo que tenían. Sus sobacos olían a sudor, era un olor fuerte, como a rancio. Esto hizo que mi verga latiese y que ella lo notase en su mano. Dejó de masturbarme. Se quitó el sujetador y las bragas, ¡Menudas tetas se gastaba, grandes y con areolas negras, inmensas, y con unos pezones que parecían puntas de lanza. Su coño estaba rodeado por una selva negra. Agarré las tetas y las mamé con lujuria… La mujerona, gemía. Estaba a punto de correrse y aún no le hiciera nada. Me agaché. Su coño peludo y mojado olía a bacalao. Con mi boca al lado de él, le pregunté:

-¿Te quieres correr, cielo?

Susurró:

-Sííí, vida mía.

Después de jugar un par de minutos mi lengua en su coño empapado empezaron a temblarle las piernas y desbordó. Una pequeña cascada de flujo salió de su vagina. Cogió mi cara con las dos manos, me miró a los ojos, y estremeciéndose, me dijo:

-¡¡Bebe, cariño mío, bebe de mí!!

Bebí el jugo que pude, el resto fue a parar al piso de madera de la cocina.

Cuando acabó de correrse, me incorporé, le eché las manos al cuello, -me quitaba una cabeza- bajó la cabeza, la besé, y después le pregunté.

-¿Siempre echas tanto jugo cuando te corres, princesa?

Ya le gustaba que la adulase.

-Es el jugo acumulado de un mes, -se soltó el pelo- Hacía un mes que no me tocaba.

Al final era como todas, al picarle, la rascaba. Hice como que no oyera lo de la paja.

-¿Es la primera vez que te corres con un hombre, cariño?

-Sí, es la primera vez que me corro con un hombre. ¿Por qué me dices cosas dulces?

-Mientras estoy con una mujer, es mi cielo, es mi amor… Me da igual que tenga 18 o 60 años.

La explicación le gustó.

-También es la primera vez que me besa un hombre. Fuiste el primero en todo.

Sabía que no estaba mintiendo. Paula, una mujer casada de 20 años, muy guapa, que había comido más coños y pollas que sardinas en conserva, mientras me enseñaba a comer coños, me había dicho que Mucha era lesbiana y que tenía uno de los coños más jugosos que comiera. Sabiendo esto, le pregunté:

-¿Aún eres virgen, bomboncito?

-Sí. ¿Cómo se hace una mamada, Quique?

-Cógela y menéala como estabas haciendo antes, palomita.

Se puso en cuclillas, cogió la polla y empezó a menearla.

-Lame desde las pelotas hasta la cabeza. -lamió repetidas veces- Pasa la punta de la lengua por el agujero. -la pasó y se bebió la aguadilla- Chupa la cabeza… Sacude y chupa, sacude y chupa…

Al rato, le dije:

-¿Te gusta la leche, hermosísima?

Mucha estaba tan cachonda que quitó la fiera que había en ella.

-¡Insúltame, maricón de playa!

Corriéndome en su boca, le dije:

-¡¿Te gusta la leche, hija de la gran puta?!

No me contestó, estaba demasiado ocupada tragando el semen de mi corrida.

Acabó de tragar, se levantó, y me dijo:

-Tienes la leche más rica que he probado, lame coños.

-¡Y tú eres la ramera más grande que me he encontrado!

-Sígueme, pichabrava.

Desnudos, fuimos a la bodega. Yo iba detrás de ella con la verga colgando. Mirando para sus grandes y duras nalgas, que iban de un lado al otro, din, don, din, don… en los 20 o 25 metros que había hasta la bodega, la verga se me puso gorda y a media asta. En la bodega, Mucha, le quitó el tapón de corcho de arriba a uno de los tres barriles que allí había. Metió una goma dentro, chupó, y cuando el vino llegó a su boca, lo tragó. Dobló la goma para que no saliese, me la dio y me dijo:

-Báñame, cabrón.

Con el tiempo sabría que era una fantasía que tenía desde jovencita.

-¿Quieres que te bañe en vino, apestosa?

Mucha, ya estaba a mil.

-Sí, quiero que me bañes en vino, puto, ¡puto, que no eres más que un puto!

Puse la goma sobre su cabeza. El vino rosado, que olía a fresa, comenzó a bajar por su cuerpo. Se agachó buscando mi boca. Echó la lengua fuera, yo eché la mía y puse la goma entre ellas… Bebimos. Nos besamos. Yo le comí las tetas y ella me chupó las tetillas, Volví a echar vino sobre su cabeza. Frotó todo el cuerpo, desde el cuello hasta los pies. Con el vino se quitó la suciedad de todo el cuerpo. Al acabar de lavarse, eché vino sobre mi cabeza y en mi polla. ¡La hostia como me escocían la verga y las pelotas! Su coño debía estar ardiendo. Doblé la goma para que dejase de echar vino y se la di. Me agaché y le comí el coño. Agradeció con gemidos sentir el frescor de mi lengua en él. Al ratito, sacó la goma del barril, apoyó sus manos en él, abrió las piernas, y me dijo:

-¡¡Métemela en el culo, maricón!!

Le magreé las tetas y le apreté los pezones… lamí su espina dorsal de arriba abajo hasta llegar al culo. Allí estuve más de quince minutos jugando con mi lengua y mis dedos en su periné, en su ojete, en su coño y nalgueándola. Paré cuando me dijo:

-¡¡Clávamela en el culo de una puta vez, perro!!

Mi verga cabezona, entró sin dificultad en su culo mientras tocaba el tambor con las palmas de mis manos en sus duras nalgas. Mucha, acarició su clítoris con dos dedos y fue metiendo mi verga en su culo empujando hacia atrás… Me folló un rato, y después me dijo:

-¡¡Dame duro, lame culos, dame duro!

¡La madre que la parió! Después de darle placer, me llama lame culos. Se la clavé con fuertes arreones y toqué la batería con las palmas de mis manos en sus cachas. Le gustó, tanto le gustó, que cuando le llené el culo de leche, chilló:

-¡¡¡Me mueeeero, alma mía, me mueeero!!!

Suerte que vivía en las afueras, si no se hubiese enterado toda la aldea de que estaba follando.

Después de corrernos, mirando para mi verga, flácida y colgando, Mucha, me besó, y me dijo:

-¿No decías que tenías condones, gorrioncillo?

Tocaba lenguaje dulce. Le seguí la corriente.

-Tengo, cielito lindo.

-Si me desvirgas y me haces correr sin hacerme daño te compro una moto grande de esas que valen para el monte.

¡Una moto grande! Si no le hiciera daño en el culo, ¡qué carallo le iba a hacer daño en el coño! De repente me di cuenta de algo. ¿Cómo podía regalarme una moto? ¿Qué le iba a decir Mucha a mi madre cuando me la regalase? Pensé que era mentira, pero yo quería follarla, y le dije:

-Eso está hecho, corazón.

Antes de volver a la cocina, puso el tapón de corcho en el barril, cogió una taza grande de barro que había encima de unos tablones, abrió la billa del barril, la llenó, cerró la billa y se mandó el vino rosado de un trago. La volvió a llenar y me la ofreció. No quise ser menos, la mandé de un viaje. Mi cabeza comenzó a hormiguear y me puse de un contento… ¡Qué contento me puse!

Volvimos a la cocina. Mucha se sentó sobre la mesa. Olía a fresa. Tenía su coño a la altura de mi flácida verga. Me besó y después se echó hacia atrás. Quedó con las rodillas flexionadas y los pies en el borde de la mesa. De pie, al lado de la mesa, la masturbé acariciando su clítoris con tres dedos, lentamente. Le comí y acaricié las tetas, tomándome mi tiempo al lamer, al chupar, al mamar, al magrear… De vez en cuando, Mucha, me cogía la verga y me la meneaba al mismo tiempo que echaba la otra mano a mi nuca y llevaba mi boca a la suya para pegarme unos largos y apasionados morreos… Cuando estaba a punto de correrse, le pregunté:

-¿Quieres correrte otra vez en mi boca, gacelita?

-Quiero que te pongas un condón y me metas tu verga.

No le hice caso. Comencé a comerle el coño. La punta de mi lengua se deslizó suavemente sobre el capuchón de su clítoris durante un par de minutos. El glande asomó tímidamente. Desplacé con dos dedos el capuchón hacia atrás y apareció el glande en todo su esplendor. Medía unos 4 por 4 milímetros. Lo lamí suavemente. Mucha, gemía sin parar… Al rato, se cogió las tetas, las apretó y elevó su culo unos 20 centímetros sobre la mesa. Supe que se iba a correr. Le cogí el culo con las manos, apreté mi lengua contra su clítoris y se lo lamí de abajo arriba con rapidez.

-¡Me corro, Quique, me cooooro!

Fue una corrida larga y dulce, muy dulce, sus gemidos eran como susurros y su cuerpo tiritó como si tuviese frío.

Su mirada, después de haber gozado, era la mirada de una enamorada mirando a su amado. Ahora fue ella la que me aduló a mí.

-Eres mejor amante de lo que decían. Estar contigo es como estar en otro mundo. Me encantó el modo de comérmela.

-Y a mi me encantó que te encantara.

Nos besamos, y entre beso y beso, volvió la curiosa.

-¿Quiénes era el chaval y la hermana?

-No te rindes, cariño.

-Después de lo que hicimos juntos no debería haber secretos entre nosotros.

-Te daré una pista. Su madre es pescantina.

-Sólo hay una… ¡No! Si es preciosa y tiene un cuerpo perfecto, y su hermano… ¡Puuuuf! Ya tengo ganas otra vez. ¿Te la follaste?

-Sí.

-¿Y a la pescantina?

-Sin comentarios.

-¡Cabronazo afortunado!

Le comencé a masturbar de nuevo el coño empapado.

-Cierra los ojos y piensa en él, en ella y en la madre.

Dicho y hecho. Mucha cerró los ojos. Echó otra vez las manos a las tetas y se comenzó a magrear. Diez o doce minutos más tarde de besos y de caricias, su respiración comenzó a acelerarse. En sus pensamientos… ¿Se la estaría comiendo a la zorrita? ¿Se la estaría comiendo a la pescantina? ¿Se la estaría chupando al mariconcito? ¿Se la estarían comiendo a ella? Le pregunté:

-¿Quieres que vuelva a beber de ti, cielo?

-¡Si, tigre mío, sí, sí, sí, y mil veces sí!

La había engañado, no iba a beber de ella. Le puse la cabeza de la verga en la entrada del ojete y la moví alrededor.

Su voz tenía tono dulce, cuando me dijo:

-Tramposo.

Se la metí hasta la mitad. Veía como su coño se abría y se cerraba. La metí hasta el fondo y le di por culo, le di bien dado. Dos dedos de su mano derecha se posaron en el clítoris. Le quité la mano, se la quité una y otra vez, hasta siete veces se la quité, y cada vez que se la apartaba, su coño soltaba jugo. Al rato largo le saqué la verga del culo y puse la punta en la entrada de su vagina.

Se alarmó.

-¡Ponte el condón!

De un golpe de riñón le metí la cabeza.

-¡¡Aaaay!!

Mucha, aún era virgen.

-¡Me vas a dejar preñada!

Ahora iba a ser yo el que pusiera las reglas.

-Tranquila, putona, me falta mucho para correrme, pero si quieres te la vuelvo a meter en el culo.

La saqué un poquito y cambió de opinión.

-Mete un poquitín más a ver qué pasa, abusón.

Se la metí un poquito más.

-¿Meto más?

-Sí, sigue metiendo despacito, muy despacito.

-¿Te gusta, zorra?

-Sí, me gusta sentirme llena. Sigue metiendo.

Con toda la verga dentro, Mucha, ya no se quejaba, gemía. Me abrazaba y llevaba mi boca a su boca… Casi media hora tardó en estar a punto, y cuando estuvo, la tuve sufriendo diez minutos más… Cada vez que sentía que se iba a correr, paraba de darle caña y si ella se movía para llegar, hacía amago de quitársela. Llegó un momento en que me imploró:

-Por favor, haz que me corra, por favor, por favor, por favor, ángel mío, necesito correrme.

Como no le hacía caso, me dijo:

-¡¡No pares más, hijo de la gran puta, no pares más que me va a dar algo!!

La follé sin prisa pero sin pausa, y esta vez, cuando sentí que la mujerona se iba a correr, le seguí dando canela fina. Al sentir que se corría, dijo:

-¡Jesús, que corrida, Jesús, que corrida! ¡¡¡Me cooorro!!!

Creí que se moría de gusto. Sus sacudidas eran peores que las de la niña del Exorcista. Sus gemidos de loca de manicomio, y sus ojos en blanco decían que estaba fuera de este mundo. Aguanté como pude. Con su último gemido, la saqué y me corrí entre sus tetas.

Dos meses le estuve partiendo leña, ayudando en la huerta, pintando su casa, para lo que llevé el último día dos ayudantes, la hija y el hijo de la pescantina…

A los dos meses me pagó todo el jornal junto, una flamante moto, era una Montesa king Scorpion de color rojo.

Se agradecen los comentarios buenos y malos.

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