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Loly, hija perversa (Parte 2)
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Tiempo de lectura: 7 minutos

En el primer relato “Loly mi nena perversa”, había narrado la génesis de esta historia prohibida, provocada por Loly, y su exacerbada compulsión a disfrutar el sexo, como sigue siendo virgen y el complejo de Edipo, tan intenso, encontró la forma de manipular mis debilidades humanas y gestionar las estrategias hasta conseguir sus objetivos, supo aprovecharse de un momento de crisis de mi pareja para hacerme caer en la trampa de su seducción, me necesitaba para que fuera su primer hombre, quien la haga sentir mujer, el elegido para romper la flor de su virginidad, su primer momento de placer único e irrepetible.

La promesa de que sería solo esa vez, quedó sólo en promesa, esa primera vez culpamos al exceso de cerveza y la abstinencia forzada de sexo. Ahora quería más y no hubo forma de esquivar y evitar todas las artimañas de insinuación y acoso, demostró pasión y tenacidad hasta conseguir sus propósitos.

Demasiado tarde para lágrimas, el placer erótico superó el tabú de una relación incestuosa, la satisfacción del disfrute de su sexo, lavó el sentimiento de culpa transformando lo prohibido tan solo en permisivo. Con esas prevenciones llegamos al punto de no poder gambetear por más tiempo la perentoria amenaza de que volviera a tener sexo con ella, que no le bastó esa única vez, su voluntad y tenacidad me obligó a complacerla.

Se había convertido en manipuladora, me exigía tener sexo, al mismo tiempo de sus exigencias la madre se había puesto como en estado de alerta, como si hubiera descubierto algún rastro, durante un tiempo no le perdía pisada. La muchacha no perdía oportunidad de insistir, urgiendo una satisfacción, el desvirgue no había sido suficiente para sentirse mujer plena, solo el comienzo.

Siempre encontraba un momento a solas para acosarme con el mismo propósito: Coger. En un par de oportunidades zafamos de la vigilante madre, solo nos dio tiempo para meterle mano y una mamada furtiva en dos oportunidades, en la tercera la forcé sosteniendo la cabeza con la verga bien dentro hasta venirme dentro de su boca, así aprendió a saborear el semen, dijo: – Saladito, pero no sabe mal la lechita de mi papito. Me gustó que me forzaras, me la voy a tomar siempre.

Pero eso no le bastó, quería más, no cejó en acosarme y hasta amenazarme con que si no era yo se haría coger por cualquier tipo. Sus métodos eran contundentes, sabía manipular, celarme respecto de las atenciones que tenía con su madre, llegó hasta fingir pláticas telefónicas, haciendo insinuaciones con algún ignoto amante, todo fue llevando la situación hasta límites imposibles, los celos y las amenazas de entregarse a cualquiera hizo mella en mi resistencia, sin contar la forma cada vez más atrevida de insinuarse.

Había adoptado el método de exhibirme su sex-appeal y maestría en erotismo, todo en ella destilaba osadía y atrevimiento, desde andar sin ropa interior hasta mostrarme su desnudez en cada rincón de la casa, jugar al erotismo durante la comida familiar, “caérsele” el cubierto y pedir que se lo levante para que vea sus piernas abiertas sin bombacha, jugar con su pies descalzo frotando mi pene, meterse el dedo en la conchita y dármelo a lamer ese dedo simulando que probara si “su salsa estaba bien”.

Cada vez se me hacía más difícil sustraerme a la perversión de sus juegos eróticos, su trampa había surtido efecto, me tenía enredado en su telaraña de seducción y deseo.

En esa ocasión que llevé a su madre a realizar un trámite, me llamó al celular diciendo que vuelva de inmediato para tener sexo con ella, caso contrario llamaría al primer amigo que encuentre para cogérselo, así de contundente, así de autoritaria. Fingí estar hablando con un empleado, hablando fuerte para que mi esposa escuchara, manifestaba que estaría de inmediato para ver el desperfecto, esa fue lo que le decía para responder a sus exigencias y entendiera que estaría de inmediato con ella.

Armé la excusa de qué debía volverme por la urgencia del llamado, y para evitar que se apareciera de improviso en la casa y pudiera pescarnos infraganti, me aseguré que me espere, que tan pronto me desocupe pasaba a buscarla, de ese modo me garantizada tener un tiempo para calmar los deseos de Loly.

Tan pronto abrí la puerta me recibió solo con un babidoll, bien cortito y transparente.

– Papi, te estábamos esperando. –dijo mostrándome la conchita, separaba los labios con los dedos

Sin darme tiempo a nada mientras me descalzo, ella me saca el pantalón y bóxer en un solo movimiento, enlazado sin soltarme la verga me lanzó sobre el sofá, se sentó encima y monto. La sostuve de las nalgas mientras se abría los labios de la vulva, dejarse caer hasta penetrarla hasta el fondo. Aún despacio acusó la dilatación del grosor de la poronga, abriendo paso en la estrechez de sus carnes.

Se aferra del respaldo del sofá para cabalgarme, me llené las manos con sus nalgas, urgiéndole que por esta vez no me pida que haga demorara mucho, cuestión de poder retornar a buscar a su madre y no despertar más sospechas. El ritmo se tornó violento y compulsivo, los movimientos con la urgencia y contundencia de una penetración que la hacía estremecer, cada descenso era sentir tocarle el fondo de su mar interior, sujetarla de la cintura para empalarla más allá de la posibilidad anatómica, elevarla en mis manos y dejarla caer. Este acto no estaba exento de vehemencia exagerada, hacerle sentir el rigor de la penetración para que sienta en carne propia quien lleva el mando.

No es fácil de arrear, redobló la apuesta, fue por más, comenzó a tomarse del respaldo del sofá, elevarse hasta dejar el glande en la puerta de la vulva e impulsarse hasta que le llegue al fondo del útero, repetir la hazaña de dejarse empalar olvidando la desarmonía con el grosor de la verga, nada le importa, entendía sintiendo el rigor de su macho agradecía mis atenciones.

La cabalgata fue una relación épica, digna de una sesión de porno salvaje, montando como una potra desbocada, dejándose abrir toda, haciendo breves pausas para darme a beber sus “limoncitos” exprimiendo en la oferta de succionar los pezones, retenerlos entre los dientes, embriagarme con el placer de la suave rugosidad, volver a galopar en una carrera desbocada hasta ese orgasmo que me había prometido conseguirle.

Los primeros estremecimientos producían pausas, retomaba el ritmo y otra contracción la detenía, cada vez más seguido hasta que los estremecimientos subieron de tono e intensidad. De improviso, detuvo los movimientos, paralizada, la espalda recta, cabeza echada hacia atrás, boca abierta, respiración entrecortada, los ojos mirando al vacío, el pecho erguido, encogida de hombros. Toda ella había entrada en un estado de suspensión de los sentidos, en estado de trance, que me hizo pensar en un desmayo.

El lapso que demoró el estado de éxtasis fue el prólogo de un gemido y expiración, la sonrisa trajo alivio y encendió de luz su rostro ruborizado y turbado por la magia benefactora del orgasmo. Sin decir palabra, comenzó a moverse, agitándose, volviendo a cabalgar con pausas para volver a retomar el ritmo, así durante no sé cuántas veces.

Durante las pausas aprovechaba para elevar la pelvis y quedarme bien incrustado, acompañar sus revoluciones en el subibaja. Agotada en las convulsiones internas retornó la calma, dejarse estar, tumbada sobre mi cuerpo, reposa la cabeza apoyada en mi hombro. Su pecho agitado, pegados, el sudor fundía nuestra piel, sus latidos repercutían en mi pecho como un llamado a la contención.

Nos habíamos convertido en una metáfora del erotismo, conectados en un mismo deseo, contenidos en un mismo objetivo: La pasión por el sexo.

Separada de mi pecho, ensartada, mirándome, sin palabras, todo había sido dicho por su cuerpo, porfiando por llegar al orgasmo conseguido por su propio esfuerzo, también descubrir esa capacidad, no tan común de tener más de un orgasmo.

– Gracias papi!! fue delicioso, muy delicioso. Y ahora es tu turno de venirte, pero no podes hacerlo dentro, no, en esta fecha.

– No hay problema, cuando este por venirme te la saco y te la doy en la boquita.

Sin haberse salido de mi verga, comenzamos a movernos, colaboraba en buscar mi eyaculación. La posición no me permitía muchas variantes en la penetración demorando la eyaculación, necesitaba acción y empujar con más vehemencia, estábamos al límite del tiempo, necesitaba cambiar de posición.

Levantó las piernas para desmontar, la pija salió con los vestigios de sangre, obviamente esta profunda y contundente penetración provocó la destrucción de los restos del himen maltrecho durante la desfloración previa. Arrodillada en el sofá, tomada del respaldo, se ofreció para ser tomada desde atrás en la plenitud de la entrega.

Limpié los restos sanguíneos y el exceso de lubricación, necesitaba sentir a pleno el rigor de la estrechez vaginal. Entré en ella, empujando, despacio pero sin pausa, hasta llegar al fondo, agarrado a sus caderas comencé a impulsarme dentro de Loly, bombeando con renovados bríos, ardor y calentura increíble, lástima no disponer de más tiempo para un disfrute óptimo.

El vaivén de la penetración, intensa, la calentura es realmente alucinante, ver esas carnitas vírgenes y tan blancas, alucino de solo pensar de este instante de gloria, ese culito ahí esperándome, ni pensar en otra cosa que no fuera un acto sexual de calidad Premium, el culo me tienta como nada en el mundo.

– No te olvides que no podes venirte dentro

– No, vendré en tu conchita, tranqui, te la doy en la boquita.

Había mencionado que no utiliza ninguna protección, sobre la espalda o la boca es lugar indicado, pero… haciéndolo en la posición de perrito, el ano se presenta como la tentación para una acabada lujuriosa.

La forma compulsiva de forzarme a tener sexo estaba latente, el hermoso ano, cerradito y lampiño la invitación perfecta, el grosor del miembro sería el obstáculo, tomarlo por asalto era la única y válida opción, la sorpresa mi estrategia. Tomarlo por asalto sería hacer justicia, darle una lección, haciéndole sentir quien manda, revancha? Sí, la lujuria fue sabia consejera.

Sin pensarlo dos veces, masajearle el ano con el pulgar ensalivado, el primer reflejo fue de temor, fruncirlo, sospecha, inquieta, tal vez imaginó mis intenciones, me urge acortar los tiempos, sacarla de la vagina y “puertear” el hoyo, apoyando la cabeza en el centro del esfínter.

Al primer empujón, intentó resistirse, rebelarse, moviéndose con intención de zafar, sujeté con fuerza de las caderas, segundo intento, un par de palmadas, más sonoras que dolorosas, la hicieron olvidar el intento de salirse.

Seguía presionando, sin lastimarla pero poco éxito, un poco de su flujo vaginal y saliva lubricaron la entrada para el segundo intento, otro par de palmadas distrajeron su atención, aflojando la tensión del esfínter anal, de un solo envión le mandé la cabeza dentro. El grito de dolor y sorpresa fue el intento por escaparse, tomada de los hombros con fuerza evitaron sacarme de la posición dominante, un segundo envión y tenía la mitad dentro.

– Ay, papi! me dueeele, me duele. Sacala, está muy gorda, me dueeeleee

Con el final del “me dueeeleee” y sobre todo la gestualidad, una mezcla de molestia y malicioso sarcasmo, sacó de mí toda la perversión, dispuesto a romperle el culo a toda costa, en un arranque furibundo le llegué al fondo, se la enterré toda, me quedé quietecito, susurrando ser todo lo cuidadoso que necesitaba, que solo sería un momento, que me vendría enseguida, que lo disfrutaría.

Accedería a bajarle la luna si me lo pedía, todo para que me permita coger este magnífico y estrecho culito, por nada del mundo abandonaría el privilegio de desvirgarlo, ya no importaba quien era, solo importaba ese momento de placer que estaba disfrutando como nunca.

Seguía quejándose, pero entendía las razones de su macho le impone. La estrechez del ano y la fricción en el vaivén del miembro era una sensación que excede todos los calificativos para definir el placer de hacerle el culito virgen.

La sentía cada vez más dura, más ajustada, estímulos válidos y suficientes para no permitirme demorar por mucho más tiempo el momento de la magia masculina, eyacular. Su culito recibió la inyección de mi leche, caliente y potente, vertida dentro de este culito que me ofrenda su virginidad.

Los gritos de ella decían de la intensidad y potencia de la intrusión, más aún cuando sintió los chorros de semen expulsados por la poronga en épica sodomización, los bufidos de este hombre no fueron menos expresivos, con la eyaculación estaba creando una nueva mujer.

Fueron momentos breves en tiempo pero prolongados en sensaciones, cuando me salí de su estuche anal, diría que sentí como quien descorcha una botella de espumante, por lo ajustado de la poronga en la estrechez del esfínter.

Salí de su culito, las piernas temblando, por la tensión puesta en la ejecución del sexo anal, ella quedó estática, sin moverse, solo un tiempo más tarde juntó fuerzas para sentarse en el sofá. Sentada con las piernas abiertas, nuevamente gotitas de sangre asoman de la vagina, otras viscosas y blanquecinas del orificio anal.

La sostuve para llegar al bidé, un baño de asiento en agua tibia calmó en parte el lacerante ardor del desvirgado esfínter. Acompañé hasta que se calmaron sus molestosos latidos del ano, la dejé rumiando su malestar en la cama y volví a buscar a la madre.

En el camino me envió un whatsapp: “Papi me duele, siento como me late el culito. Ahora tendrás que hacer méritos para que vuelvas a metérsela por ahí a tu nenita. Me gustó, pero me sigue doliendo, hombre malo” Continuará…

Loly y el Lobo Feroz esperan conocer tu opinión, en [email protected].

Lobo Feroz

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