Cuando salí de mi casa a las 8 de la mañana a la parada del autobús para dirigirme a la Universidad, jamás pensé que el día acabaría de esa manera. La mañana comenzaba como cualquier otra mañana de febrero en época de exámenes. Me levantaba con mucho sueño por las horas intempestivas a las que me retiraba a descansar, me dirigía a la parada del autobús, tomaba el autobús y, finalmente, llegaba al campus. Una vez allí, me llevaba horas y horas encerrada en aquella pequeña sala de lectura de mi facultad estudiando la asignatura que tocara. Siempre me sentaba en el mismo lugar: al fondo de la sala, en la esquina izquierda mirando hacia la puerta.
Pasadas algunas horas, siempre acababa extasiada de tanto derecho, ¡maldita idea mía de matricularme de esta carrera! Si no fuera porque me encanta. No obstante, he de reconocer que transcurridas unas dos o tres horas necesitas un descanso mental y como nunca iba con ninguna otra compañera con la que compartir mi ánimo, acababa siempre escribiendo relatos. Uno de esos relatos que escribí fue "el examen". Sin embargo, se trataba de plasmar una fantasía que, realmente, no podía tener nada de malo y, ni siquiera nadie se enteraría o eso pensaba yo.
Como siempre estaba rodeada de montañas de papeles, libros y legislación, nunca me preocupé de guardar y esconder adecuadamente la historia. No obstante, mis apuntes eran míos y nadie los miraba, ¿no?
Así transcurrió toda la mañana sin ningún problema. Estudio, estudio y más estudio. A la hora de almorzar, como siempre me llevaba mi equipo de estudio en una mochila, abandoné los apuntes en mi mesa y me dirigí a la salida de la facultad para almorzar tranquilamente.
Todo parecía un día normal como cualquier otro hasta que volví a la sala de lectura.
16.30 horas.
-¡¡Hola Sofía!! -me saludó un compañero de clase antes de entrar en la sala.
-¡¡Hola Miguel!! ¿Qué tal? ¿Cómo te va con los exámenes? -le respondí con énfasis y con alegría de verle.
-Pues bien, la verdad. Un poco harto de tanto examen pero bueno. ¡Ah! ¡Se me olvidaba! Te he cogido tus apuntes de administrativo para que el de administrativo me explique una cosa como me coincidía el examen de administrativo con el de mercantil II. Tómalos.
En ese momento, me tendió su mano con los apuntes y yo le sonreí con gesto de aprobación. Miguel era un compañero de clase muy simpático que estaba en quinto curso pero que había suspendido algunas asignaturas de mi curso, cuarto, y acudía a algunas clases con nosotros. Realmente el chico se me antojaba atractivo, guapo y gentil. He de reconocer que bebía los vientos por él y era capaz de ceder a cualquiera de sus pretensiones si así me lo pidiera. Sin embargo, él era un chico alto, con unos enormes ojos azules, unos labios finos apetecibles, un cuerpo cuidado por el gimnasio, con el pelo corto y de un negro azabache, etc. Era un chico con gran éxito con las chicas con el que, sin duda, no tenía ninguna posibilidad.
Absorta en mis pensamientos, en mi alegría por haber visto y hablado con mi querido amigo Miguel me dirigí, apuntes en mano, a mi lugar en la sala de lectura. En ese momento estaba estudiando otra asignatura y ni siquiera recordé que entre los apuntes de administrativo tenía el relato erótico. Seguí con mi estudio pues.
Unos días después, cuando las clases ya se habían reanudado, los exámenes habían quedado atrás y la vida volvía a transcurrir por sus cauces normales, en una clase con mi profesor Diego, el de administrativo, la mirada de mi profesor era penetrante y fija hacia mí. Parecía escudriñarme con la mirada, examinarme exhaustivamente por medio de ella. ¿Qué le pasaba? Realmente, el relato de "El examen" era una fantasía que había plasmado en un papel mientras estudiaba. Una fantasía erótica que solo compartía con mis folios y mi bolígrafo azul.
En el descanso de las dos horas que le correspondía a la asignatura, el profesor se acercó a mi mesa con una mirada desafiante y una sonrisa nerviosa con pretensiones de ser pícara.
-Sofía, cuando termine la clase, ¿puede acercarse a mi despacho? -me pidió el profesor con cordialidad.
-Sí, claro -afirmé extrañada mientras mis compañeras a medida que se alejaba el profesor me preguntaban la razón por la que me había citado para una tutoría particular. Yo, tan confundida como ellas, no cesaba de preguntarme la razón por la cual mi atractivo profesor Diego me habría citado.
Inmediatamente después, mi mente añoraba la fantasía escrita, mi profesor cerca de mí, mirando aquel examen suspenso por algunas décimas con el único fin de conseguir mis favores, de dominarme por mucho que la figura del acoso sexual estuviera presente en la fantasía. Sin embargo, en el fondo, no lo era. Necesitaba que me acariciara, que me besara, que me dominara con el fin de hacerme suya. En realidad mi imaginación volaba, viajaba a miles de kilómetros de aquella clase de administrativo mientras mi cuerpo reaccionaba a mi sugestión mental. Cada vez me excitaba más y más…
12.00 horas. Segundo cuatrimestre.
La clase de administrativo había terminado y por fin descubriría cuál era la razón. Conforme salía de mi clase, tras mi profesor, mi excitación subía y cada vez sentía más húmedo el tanga que llevaba debajo de mis pantalones vaqueros. Sin embargo, intentaba pensar en alguna razón lógica por la que me había citado: el examen, que no estaría atendiendo en la clase, aunque eso no podía ser, ya no era una cría y, con respecto al examen, ya había pasado la revisión y ni siquiera acudí porque en la realidad había aprobado. ¿Entonces? ¿Qué ocurría?
Una vez que salimos de maxiaulario donde impartían las clases, bajamos las escaleras hacia la acera, cruzamos la carretera inundada de coches aparcados a ambos lados de las aceras y formando una línea en medio de ambas, pasamos un pequeño "parque" de cemento con un par de bancos debajo de las ventanas de la sala de lectura, entramos en la facultad y nos dirigimos a las escaleras para llegar a su despacho.
Una vez en su despacho, me rogó que me sentara y me explicó que el motivo de la cita no era con nada relacionado con las clases de administrativo ni el examen. En ese instante quedé totalmente confundida y preguntándome qué desearía ese bombón de mí, pero pronto lo sabría.
-Sofía, verás, hace unos días, un compañero vino a consultarme unas dudas del examen y se olvidó unos apuntes tuyos en mi despacho. Por esa razón te he llamado. Para devolverte los apuntes.
Aún perpleja por la petición de mi profesor y preguntándome el motivo por el cual no me había dado los apuntes en clase delante de mis compañeros, en breves instantes lo comprendí.
-A ver dónde los dejé. A ver -dijo mi profesor buscando entre las pilas de papeles que rodeaban su mesa de trabajo. Por fin pareció encontrarlos y me los facilitó.
-¡Ah! ¡Muchas gracias, Diego! -agradecí cordialmente el gesto de devolverme los apuntes de manera nerviosa por estar con ese hombre en su despacho. No podía evitarlo, el simple hecho de verle me excitaba y estar los dos solos en su despacho como en mi fantasía me deleitaba.
A continuación, recogí mis cosas e hice el amago de levantarme de la cómoda silla. Sin embargo, en el intento de levantarme de la silla me percaté que el semblante serio de mi profesor se había transformado y en su cara se dibujaba la picardía y la excitación en su máximo grado. No obstante, no presté atención.
-Espera, Sofía. No he terminado
-¡Uy! Perdón, creí…
-No creíste nada, ¿entiendes? -me cortó la frase sin permitirme terminar mis disculpas- Entre los apuntes también encontré otros apuntes
-¿Cómo dice? ¿Otros apuntes?
-Sí, eso he dicho. Pero no son apuntes de mi asignatura.
-¡No me diga que he mezclado apuntes! ¡Qué desastre soy a veces! -exclamé divertida y tranquila al ver que la situación no tenía mayor importancia que el devolverme mis propios apuntes.
-Tampoco son de otra asignatura. Parece ser un relato… mmm -dijo fingiendo que buscaba un adjetivo para clasificar mi relato- erótico.
La palabra "erótico" la pronunció de forma pausada y lenta, saboreando cada una de sus letras. Se sentía fuerte. Sentía que la situación era dominada por él. Él era el amo.
-Yo, yo, yo -tartamudeé muy nerviosa mientras sentía que mis músculos se contraían y mi corazón palpitaba cada vez con más y más fuerza. Poco a poco, me ruborizaba y sentía que aquello era un mal sueño, una pesadilla que deseaba terminar, ¿o no?
-Tú, ¿qué? -me preguntó divertido mientras se levantaba de su asiento y se acercaba a mí. Yo lo miraba nerviosa y, rápidamente, bajaba la mirada. Apenas me había dado cuenta que portaba el relato consigo.- Querías decir que este relato no lo has escrito tú, que yo no soy el profesor de administrativo, que no insinúas que presiono a mis alumnas para que aprueben los exámenes ¿Eso es lo que querías decir Sofía? -afirmó con autoridad mientras parecía leer unas líneas del relato.
-Yo, yo, yo… No quería decir que fueras de ese tipo de persona…
-¡Ah no! A ver. Leamos: "No me llames Diego, zorra. En este momento soy tu profesor y si quieres aprobar el examen vas a tener que demostrarme que eres una buena putita -afirmó con aire triunfal y autoritario mientras me penetraba con los dedos y me tocaba el clítoris con el pulgar. Yo estaba absorta en mis pensamientos y no digería toda aquella situación. Sin embargo eso pronto cambiaría." -recitó el relato que yo había escrito apoyado en la esquina de la mesa y a escasos centímetros de mí.
Yo
"Yo quería mi aprobado por méritos propios y no así. ¡Qué ruin! Eso pensaba mi cabeza. Pero mi cuerpo temblaba de placer y terror a la vez. Había sido una de mis fantasías durante meses y meses. Desde que el año anterior, Diego nos había dado parte del temario de Administrativo I había soñado con él. Con aquel hombre alto, fornido e increíblemente seductor con sus pantalones vaqueros y su blusa de cuello vuelto ambas de color negro. Y estaba en esa posición junto a él." -siguió recitando concentrado en la lectura.
En un arrebato de una mezcla de orgullo y vergüenza porque el protagonista de mi relato erótico lo estuviera leyendo delante de mí y en el mismo escenario donde se desarrolla la historia, me levanté velozmente y le despojé de los folios escritos de mi puño y letra de manera violenta, después de lo cual rompí los folios en mil pedazos encima de la mesa del profesor. Mi cara estaba ruborizada no sólo por la vergüenza sino también por la ira.
-¡Ja, ja, ja! -rio ampliamente mi profesor mientras volvía a su asiento y con los codos apoyados en la mesa ponía una pose autoritaria a la par que divertida.
Aquella situación le había insultado cuando comenzó a leer el relato pero, a medida que leyó el relato, se excitó y observar cómo la autora de esa fantástica historia se avergonzaba le resultaba divertido. Entonces, modificó su posición unos instantes para revisar a Sofía de arriba abajo, sonrió y le advirtió:
-El relato que has roto es una copia. El original lo tengo a buen recaudo. No te preocupes. No voy a avisar a la Junta de Facultad o al Decano o cualquier otra persona. Voy a dejarlo correr, pero pórtate bien, ¿de acuerdo zorrita? -le dijo a una Sofía perpleja que apenas pestañeaba. Sin poder reaccionar se levantó de su silla, se encaminó hacia la puerta y se fue con su cara pálida.
Unas semanas después…
-¡Buenos días! -saludó Sofía a los compañeros que estaban en clase cuando llegó a primera hora de la mañana.
-Buenos días, Sofía. Cuando hemos llegado había un sobre en tu sitio con tu nombre -le dijo su compañera Micaela.
Sofía, extrañada por encontrarse un sobre en su mesa con su nombre, se lo guardó en su mochila de cuero marrón y, en el primer descanso de la clase, se fue al servicio con la carta para leerla a solas. No quería abrirla delante de su compañera porque era muy cotilla y, quién sabe, podría ser una carta de amor.
A las 10.30 horas deberás dirigirte a la biblioteca central y buscar la taquilla número 10. Dentro te encontrarás con una bolsa con algunas cosas que necesitarás. En el sobre tienes la llave de la taquilla. Ve sola y no lo comentes con nadie, zorrita.
Tu amo
A la hora prevista Sofía se dirigió a la biblioteca y abrió la taquilla indicada. Ya sabía que detrás de esa nota se encontraba su profesor. Aquel relato erótico se estaba comenzando a convertir en una pesadilla, ¿por qué me tenía que ocurrir esto a mí? Era la chica más desgraciada del mundo.
Cuando cogí la bolsa, me dirigí a los servicios que se encontraban a final del pasillo y, sentada en la taza del wáter, nerviosa y excitada como nunca lo había estado abrí aquella bolsa. En su interior me encontré un vestido blanco con vuelo que apenas rozaban mis muslos acompañado de una carta que me imponía dos deberes: ponerme ese vestido con amplio escote sin ropa interior y dirigirme al hotel AC que estaba cerca del campus, aunque al otro lado del mismo y antes de llegar al cual habría que cruzar una gran avenida. ¿Estaba loco? ¿Cómo iba a recorrerme todo el campus y esa avenida vestida de esa manera? Entonces decidí pedir un taxi para que me llevara. Me coloqué mi abrigo y, cuando llegó el taxi, le indiqué al lugar que debía llevarme.
Cuando llegué al hotel, pregunté por el número de habitación que estaba en la tarjeta magnética que se encontraba en el sobre. Para que nadie se fijara en mí y para terminar cuanto antes con aquel suplicio, decidí montarme en el ascensor que se encontraba solitario en aquel momento. Subí a la segunda planta y busqué la habitación 354, como indicaba la tarjeta.
Mientras buscaba la habitación, me cruzaba con muchos hombres que se quedaban mirándome, los cuales parecían devorarme con la mirada. La verdad es que a pesar de llevar puesto mi chaquetón iba realmente atractiva, un vestido corto blanco que denotaba mis pezones duros con unas medias de rejilla que llegaban a los muslos con unos tacones.
Las miradas de aquellos hombres suscitaban en mí un aluvión de emociones y sensaciones. Me sentía libre mientras caminaba por el hotel, el aire rozaba mi sexo y eso me provocaba oleadas de placer. Era imposible. No debía de estar excitada siquiera. Sabía que era Diego quien me había citado en el hotel y que no tenía otra opción que ceder a sus deseos, pero el dilema moral seguía ahí: quería ceder a sus deseos o, por el contrario, me veía obligado a ello.
Inmersa en mis cavilaciones llegué a la puerta de la habitación indicada. Saqué la tarjeta de la habitación de mi mochila y la introduje en la banda magnética. Inmediatamente, la puerta se abrió. Detrás de aquella puerta encontré una amplia habitación bastante lujosa. En el primer detalle que reparé fue en la amplitud de la cama que poseía barrotes de hierro de una belleza indescriptible y una colcha de color rojo pasión. Después reparé en la presencia de un amplio armario frente a la cama y, a su lado izquierdo, se podía observar un buró en madera de cerezo alumbrado por la luz cegadora proveniente del balcón.
Pocos segundos después de entrar en la habitación, oí una puerta abrirse y de ella salir mi profesor vistiendo únicamente con una toalla de baño. El servicio se encontraba al lado de la cama.
Buenos días, Sofía -la saludó su profesor.
Buenos días, Diego -lo saludó bajando la cabeza ante él. La vergüenza que le embargaba era máxima. Estaba en una situación con el profesor objeto de todas sus fantasías mientras ella solo llevaba un fino vestido blanco que se transparentaba.
Ya veo que me has hecho caso, zorrita -afirmó satisfecho mientras la revisaba de arriba abajo- dame tu chaquetón, tendrás calor, ¿no?
Preguntó retóricamente Diego a su alumna, su alumna favorita desde el momento en que leyó aquella historia. Entonces, se acercó a ella y le facilitó que se quitara el chaquetón dejándolo en el suelo.
Te sienta el vestido mejor de lo que creía. Me encanta mi zorrita -le dijo mientras la cogía por el mentón.
Gra… gra… cias -agradecí Sofía a su profesor. Se sentía orgullosa por gustarle al objeto de sus fantasías.
¿Gracias? -dijo enfadado dándole una bofetada- arrodíllate, zorra. A partir de ahora me llamarás amo. Nada de Diego ni profesor como en tu blando relatito.
Sí, mi amo -dije en un hilillo de voz mientras me arrodillaba
Bien así me gusta.
A continuación, Diego se acercó al armario, abrió la puerta y sonrió. Yo estaba de rodillas y cabizbaja. No veía qué sacaba de aquel ropero, pero tampoco me interesaba. Estaba tan excitada ante aquella situación que apenas me importaba lo que ocurriera. Luego, se aproximó a mí y se colocó detrás de mí. Me retiró el pelo que tapaba mi cuello en una coleta con su mano mientras colocaba algo en mi cuello.
A las putitas como tú tan cobardes como para suplicar que las follen un hombre de verdad se merecen esto -me susurró al oído mientras me amarraba un collar en el cuello.
Seguidamente, se levantó y tiró del collar para que anduviese, provocando que mi cuerpo se fuera hacia delante. Continuó tirando y consiguió que gateara durante unos minutos mientras me decía:
Yo domino muy bien a las perritas como tú, perritas calientes que no saben pedir lo que quieren.
Luego, se sentó en la cama y estuvo unos minutos observando mi figura. Seguidamente, amarró la correa a uno de los barrotes de la cama y me ordenó que no se me ocurriera moverme. Así, se puso detrás de mí y pasó su mano por mi coño.
Mmmm ¡Qué cachonda está mi perrita hoy! ¿Qué pasa? ¿Te pone que te traten como lo que eres, una zorra? -me decía con autoridad mientras me acariciaba el clítoris y veía como apenas me podía sostener a cuatro patas- te he dicho que no se te ocurra moverte, putita.
El hecho de que temblara y no me pudiera sostener de pie era algo que a Diego no le gustaba. Cada vez que intuía que me podría caer me daba un golpe en el culo con la palma de su mano. Yo gemía y gemía sin poder remediarlo.
Mmmm… Eres una buena zorra, ¿lo sabías? Te está encantado que te trate como una puta, ¿verdad? ¡Contesta! -me ordenaba mientras me acariciaba más fuerte el clítoris.
Mmmm… Sí, mi amo. Me encanta amo. Sigue.
No voy a seguir, zorra -negó Diego mientras retiraba su mano y la desplazaba hacia el consolador que tenía al lado. Lo cogió y, sin previo aviso, me lo metió en el interior de mi vagina.
¡¡¡Ahhhh!!! Señor…
¿Qué zorra? ¿Qué te pasa? ¿Sabes que en la planta que estamos los vecinos del otro edificio pueden verte desde su ventana? Así sabrán lo zorra que eres.
En aquel momento mi cara palideció por unos instantes. Recobré algo del sentido perdido. Mi excitación disminuyó. Sin embargo, las manos de aquel hombre, un hombre que rozaba la treintena, de fuertes brazos y con un olor penetrante que me enloquecía me dominaba con sus malas artes. Aquel consolador que me penetraba era demasiado ancho y, sin embargo, pobre de mí, me penetraba con facilidad. Además, mi coño no dejaba de estar mojado. En cualquier otra relación en aquel momento hubiese parado. Me hubiese levantado, le habría cruzado la cara a bofetadas y me habría marchado rápidamente. Por el contrario allí estaba.
Diego se percató que algo había cambiado en mí y paró en la penetración de aquel consolador. Comenzó a acariciarme el clítoris con una gran entrega y veía cómo a los pocos segundos me entregaba a él de nuevo y sin reticencias. Cuando me oyó gemir de nuevo hasta el punto de querer gritar, dejó su labor y se levantó. El muy cabrón quería tenerme caliente, excitada en el máximo grado.
Apenas podía asimilarlo. Mi fantasía haciéndose realidad. Sin pensarlo, al verlo de pie delante de mí, abrí la boca. Me sorprendía aquella situación. El hombre que tanto admiraba y deseaba me estaba poseyendo lentamente.
Cuando se percató de la apertura de mi boca me sonrió y se dirigió a aquel ropero donde parecía esconder algunas cosas. Nunca recordaré bien cómo era posible que todo lo que sacara de aquel armario jamás fuera percibido por mis ojos. Era realmente impresionante.
Así, con el consolador en la mano y el otro u otros objetos en su mano que apenas podía visualizar, se colocó detrás de mí. Notaba que en su cara se dibujaba una sonrisa maléfica. Entonces lo sentí. Sentí como introducía un consolador en mi vagina y otro en el culo con suma delicadeza.
Zorra, no quiero que se te caigan los consoladores, ¿me oyes? -me ordenó con autoridad- recuerda que te estoy haciendo un favor. Estás disfrutando como lo que eres, Sofía. Me debes una gran disculpa por tu relato.
Sí -afirmé en un susurro
¿Cómo dijiste, putita? -me preguntó en voz alta y clara tirándome del pelo violentamente
Sí, mi amo
Así me gusta. Recuerdas que me debes una gran disculpa y estás expiándolas por ser una alumna demasiado traviesa.
Entonces, Diego rio a carcajadas sintiéndose con un gran poder sobre mí. De repente, noté que mi vagina estaba tan lubricada que el consolador que se alojaba en mi interior se caería sin remedio. Inconscientemente, me llevé mi mano derecha a mi vagina y me lo introduje de nuevo.
¡Maldita zorra! -exclamó enfadado mientras recogía algo del suelo, me tomaba las muñecas hacia mi espalda y me las esposaba.
¡¿Qué es esto!? -espeté malhumorada, olvidándome que allí ya no mandaba yo
¿Qué le ocurre a la zorra de mi alumna? ¿No te gusta que te espose? Pues en tu relato, creo recordar que te esposaba y te penetraba encima de mi mesa -se burló de mí.
Enfadada, humillada y superada por aquella situación solo pude permanecer en silencio. Era cierto. Lo había escrito en mi relato y cuando me sentí esposada, privada de mi libertad de movimiento, a su merced, mi excitación ascendió rápidamente por todos los rincones de mi piel.
Abre la boca, zorra -ordenó Diego.
No -me negué.
Estás desobediente hoy, ¿eh? -dijo despojándose de su toalla de baño donde su pene erecto se notaba a través de ella.
Yo quedé sorprendida y anonadada por el tamaño y la erección de aquel falo. Entonces, lo acercó a mis labios cerrados y que no pensaba abrir por mucho que me dijera. No quería degradarme más. Sin embargo…
Zorra, abre la boca -ordenó sonriéndome. No sé porqué lo hacía, pero pronto me descubrí con la boca abierta, con mi lengua fuera chorreante de babas por mi irrefrenable deseo de cumplir sus órdenes.
Entonces, él divertido se separó de mí y me hizo ir de rodillas hacia él tirándome del collar. Apenas podía moverme con mis manos atadas y penetrada por dos consoladores. Luego se paró y comí aquella polla como si hubiese estado siglos sin hacerlos. La engullí sin apenas pensar en nada provocándole una oleada de placer. Mi amo gemía sin cesar y yo me sentía tan viva y tan complacida por mi comportamiento que continuaba con mi labor.
De repente, me detuvo y me ordenó que me levantara. Así lo hice. En ese momento me despojó de los consoladores, pero con mis manos esposadas.
Pídemelo -me ordenó.
No -me negué.
¡Te he dicho que así no se me habla, zorra! -me espetó dándome una bofetada y arrancándome el vestido blanco del que brotaron mis pechos botando con su forma redondeada y apenas caídos- tus pezones, tus pechos y tu vagina no dicen lo mismo.
Sí, amo.
Pídemelo. Pídeme que te folle, ¡vamos! -me ordenaba mientras se dedicaba a comerme uno de los pezones y a magrearme la otra teta. Yo apenas podía sostenerme en pie. Estaba a punto del orgasmo cuando su mano bajó hacia mi clítoris y me lo acarició con maestría.
Por favor.
Por favor, ¿qué? -preguntó sonriendo
Fóllame, amo. Folla a tu puta. Te lo suplico. Fóllame.
Entonces, me llevó a la cama tirándome del collar, se tumbó mirando al techo de la habitación y me dijo con sorna:
¿No quieres que te folle? Pues métetela tú solita.
Rauda y veloz me dirigí hacia él, me puse de rodillas en la cama y me metí su polla en mi chorreante coño de una sola vez. Comencé un acelerado mete y saca, entre gemidos y gritos de placer.
Mmmm. Zorra. Sigue, sigue. Follas como una profesional -decía con su voz entrecortada fruto de la excitación.
Mmmm. Sí amo. Soy tu puta -admití mientras le cabalgaba sin cesar.
Entonces, sin dudarlo, Diego cogió el consolador que tenía a su lado derecho y me dijo:
Pero a una zorra como tú no le basta con cabalgarme, ¿verdad? Necesita un rabo por detrás -dijo clavándome el consolador en el culo entre sus jadeos y los míos.
Pronto se cansó de que lo cabalgara, me quitó las esposas y me ordenó que me pusiera a cuatro patas mirando a un espejo:
Ahora te verás mientras te follo en el espejo y verás la cara de zorra y puta que tienes.
Seguidamente, me penetró con fuerza una y otra vez. Sentía que me iba a correr viendo mi cara y la suya en aquel espejo. La excitación era demasiada.
Amo, me voy a correr.
¡Ah, no! -se negó- te correrás cuando te penetre el culo que es lo que se merece una zorra como tú.
Rápidamente, sacó su polla de mi vagina, sacó el consolador y me la metió en el culo sin más dilación. Con grandes embestidas mientras me acariciaba el clítoris pronto sentí un deseo irrefrenable de correrme.
A… mo amo ¿me permite correrme?
No, hasta que no me pidas perdón y me supliques correrte.
Amo perdóname. Soy una zorra desesperada que escribió un relato porque sólo deseaba ser follada por ti, déjame correrme por favor.
Sí, córrete zorra… ¡Córrete para mí!
En ese momento, mi cuerpo reaccionó, noté esa excitación que se siente en el momento cumbre. En el clímax y tuve un enorme orgasmo que produjo de mi boca unos enormes alaridos. Sin embargo, Diego aún no se había corrido. Me ordenó que le comiera la polla para al cabo de unos segundos acabar corriéndose en mi cara.
Así pareces más una zorra. ¡Límpiamela! Espero que hayas aprendido la lección. Si quieres follar conmigo, me lo suplicas como una zorra y no lo escribas.