Subimos a El Alto en el auto de Felipe, ella en el asiento del copiloto. Él había sido bien instruido en su libreto y le verdad es que no le iba a costar mucho, tenía varios años de experiencia llevando una doble vida. Incluso había inventado una afición al bicicross para justificar los moretones y raspones que le podían ver sus padres en las reuniones familiares o en alguna de las visitas sorpresa que le hacían. Compró una bicicleta cara y se la dio en usufructo a una joven promesa de ese deporte, con la condición de que la guardara en su bodega. La madre no tenía ningún interés en ver a su primogénito arriesgar su vida en peligrosos descensos, pero vivía con el temor de que su padre fuese a visitar un evento, preguntar por él y destapar la farsa. Por eso le urgía casarse y finalmente encontró con quien.
Estacionamos al frente de la casa. Tenían su buena Ford Ranger afuera, en vez de en su patio, bastante grande y con un cobertizo. Solo le faltaba el cartel “No somos pobres tras tu plata”.
Su hermana menor salió a saludarnos, radiante, era su principal aliada. La segunda estaba dispuesta a dejarnos demostrar nuestras buenas intenciones. Entramos por la entrada frontal, la menos usada. La entrada más común era el portón, por ahí también entraban los inquilinos de los pisos superiores. Le habían pedido que viviera en esa semi-independencia y bajara todos los días a trabajar, como tantos otros. Su sueño de que se fuese a instalar allá una vez casada y tener a los nietos cerca se desvanecía. La entrada daba al amplio living-comedor, con muebles raramente descubiertos de sus plásticos protectores, solo para ocasiones especiales como estas. La cara de los padres lo decía todo, no aprobaban de nosotros, para nada, y no estaban a punto de cambiar de opinión. Mientras la madre entró a preparar los platos con la hija menor, el padre nos agasajó con un Johnny Walker etiqueta negra, al que no estaban invitadas sus hijas. Yo con uno quedé listo, pero Felipe se la pudo con uno más y compensó por mi frugalidad.
El caballero no esperó a que empezara la cena para cortar las trivialidades introductorias con un escueto “Bueno…”
“Don Fermín, si me lo permite…”
Asintió con la cabeza.
“Don Fermín, mis intenciones con su hija son serias…”
El hombre era parco en palabras. Lanzó un sonido de baja intensidad en su garganta con la boca cerrada. Un claro “No te creo”.
“Don Fermín, ella es una profesional exitosa, se ha ganado una posición en la sociedad. Este fin de semana la voy a presentar a mis padres.”
Ese anuncio le hizo inclinar la cabeza al lado, en señal de interés.
“Si papá, este sábado en la noche, en la casa de ellos.”
Salió la señora.
“Pasemos a la mesa.” dijo el patriarca. ”Don Felipe, don Matías, adelante.”
Nos sentamos. Andrea nos indicó nuestros puestos. Su padre a la cabecera, Felipe y yo a la diestra, Andrea a la siniestra, luego la hermana del medio, la madre y la menor.
Mientras la señora y la niña nos ponían los platos delante de nosotros el aire se podía cortar con un cuchillo. Carraspeó un par de veces antes de empezar a comer.
Tome la iniciativa alabando su cocina, pero las gracias de la señora, aunque amable y acompañada de una sonrisa, no dejaba la cuña para seguir la conversación. Simplemente cumplimos con nuestra obligación, agradable por lo cierto, de dejar limpios nuestros platos. Ni se me pasó por la cabeza mencionar mis restricciones.
Nuevamente el caballero estaba dando inicio a las tratativas con otro “Bueno…” cuando sentimos el estruendo del motor de un camión.
“¡Jason!”
La madre salió caminando apurada a prevenir a su hijo, que ya sabía de la reunión. Andrea mostró inquietud en su cara. Sabía que venía una parte difícil de mis deseos.
“Buenas tardes, provecho, provecho.” Lo cortés no quita lo valiente.
La madre le colocó otro plato.
“Van a disculpar, tenía algo urgente con un cliente.”
“Jason, él es Felipe. Felipe, Jason, mi hermano mayor.”
Nos atravesó con su mirada, como decidiendo si nos iba a dejar hablar antes de sacarnos la mierda.
Llegó su plato y se puso a comer. En una clara indicación de que había que esperar que terminara de comer se puso a conversar con Maricel, la hermana del medio. Le preguntó por los estudios, los amigos, los conocidos, las proyecciones laborales. Felipe tomó aliento para ofrecerle en la empresa de sus padres, pero una sutil mirada de Andrea bastó para que se contuviera. Nada se le escapaba a la señora, aunque no me imaginaba cómo le iba a precisar la pregunta. Probablemente sólo quedó registrado para conectarlo con observaciones posteriores.
Jason terminó su segundo y se lanzó al ataque.
“¿Quiénes son ustedes?”
“Jason, yo soy Felipe Cortínez… prometido de Andrea.” Por fin. El padre frunció el ceño aún más y las mujeres abrieron la boca, con sonrisas de distinto grado.
“Pero… y ¿Quién mierda es este? El que…?“
“Jason, más respeto, está la mamá.”
“Respeto…?“
“Sí, respeto. Papá, mamá, escuchen a Felipe por favor.”
“Don Fermín, doña Juliana, después de presentar a Andrea a mis padres, vendremos a visitarlos, si es que ustedes están dispuestos a recibirnos.”
“Pero, ¿y él? ¡A él fue al que vi saliendo de tu cuarto, no a este otro carajo!“
“¡Jason!“
“¡Pero mamá! ¿No ve que estos jailones, este chileno, se están haciendo la burla de ella?“
“Mira Jason, si no quieres venir a la boda, ese es problema tuyo. Papá, mamá, ¿Usted me va a llevar al altar, o me tendré que conseguir a alguien por ahí que me tenga lástima de no tener a mis padres?”
“Hija, no sé… Esto es tan… Usted va a disculpar don Felipe, ella siempre ha sido así.”
“Y es justamente así como la amo a su hija don Fermín, así como usted la ve aquí.”
“¿Y tú chileno? ¿Qué tienes que decir? ¿Qué estabas haciendo en el cuarto de mi hermana? ¿Ah?“
“Don Fermín, su hija les tiene demasiado respeto como para mentirles…”
“Y demasiado respeto como para contarles cada detalle de mi vida privada.” Wow, me interrumpió. Estaba magnífica.
La madre se puso de pie y fue a su lado. Ella hizo lo mismo y se abrazaron.
“Hija, hijita, ¿Que estás haciendo hijita? ¿Qué estás haciendo?“
“Mamita, mamita querida, no estés triste, yo solo quiero ser feliz mamá, pero quiero que ustedes estén allí conmigo, no me dejen sola.”
La madre se separó de ella lo suficiente como para mirar suplicante a su marido. A él se le habían llenado los ojos de lágrimas. ¿Estaba actuando realmente?
“Hija, siéntate, no llores.” Su mujer no más estaba llorando, ella más que la cara de congoja no tenía. La señora se secó las lágrimas, sacó un pañuelo y se sonó ruidosamente. Las dos se acomodaron en sus asientos. El patriarca iba a dar su dictamen.
“Don Felipe, dígale a sus padres que con mucho gusto los vamos a recibir en esta casa. No se hable más. Hija, sírvenos otro whiskicito mamita.”
Ella nos sirvió. Felipe lo tomaba sin hielo pero ella lo sirvió al gusto de su padre, el vaso lleno de hielo. Yo temí los efectos que pudiera sufrir con este segundo vaso, nunca aprendí realmente a tomar.
“Don Felipe,” Le extendió el vaso para hacerlos sonar. “Sea usted bienvenido a la familia.”
“Don Fermín, no sabe lo feliz que soy, soy el hombre más afortunado del mundo.”
Yo realmente estaba pintado, así que a nadie le importó mucho que apenas mojara mis labios.
Vino entonces la trama. Eran mentiras que no iba a ser necesario recordar muy bien después de que el matrimonio estuviese consumado. Felipe y yo nos conocimos en Chile, en un campeonato de bicicross en el que participó mi hijo antes de irse a Australia. Incluso tenía algunas fotos de un joven que podía pasar por mi hijo en un podio en un tal campeonato, pero no vino al caso mostrarlas. A Andrea la había conocido en una cena de negocios, yo era abogado de un inversionista chileno, y ella, bueno, ella estaba en esa fiesta de puro exitosa que era, eso no era difícil de creer, con el ascenso y todo. Esa parte era inverosímil, pero alimentándoles el orgullo por su hija les pasamos la mula. Nos hicimos amigos y coincidimos en un bar. De ahí todo fue sobre ruedas. La madre bajó la cabeza avergonzada ante la implícita cercanía sexual que se insinuaba entre nosotros, pero ya no había nada que hacer.
Habiéndome vuelto presentable me hice merecedor de la conversación del padre, sobre política que para él consistía principalmente en lamentarse por la corrupción como fuente de todos los males, diagnóstico en el que no tuve ningún problema en coincidir y usarlo para volverme más activo que hasta ese momento.
Se nos había pasado el postre, pero por todo lo bueno que sinceramente había cocinado la señora, cuando llegó fue un pobre contraste ver uno de esos helados largos importado de Chile, de apariencia fina, pero poco más que eso. Curiosa elección dada la predisposición original.
El señor se había relajado tanto que hasta me insistió que tomará más de mi vaso casi lleno. Afortunadamente el hielo se había derretido y pude cumplir con sorbos más diluidos.
Andrea además anunció que con su nuevo cargo y con ahorros, omitió el aval de Felipe, había pagado el pie de un departamento en Sopocachi, cosa que los conmovió más por que veían como se les alejaba que por otra cosa. No les dio la dirección ni se la pidieron, pero era verdad. Igual sabían que la podían llamar cuando quisieran.
La despedida en la vereda antes de irnos fue la parte emotiva con total honestidad. El abrazo de las hermanas, una despedida.
“No te preocupes Marinita, voy a venir a ayudarte con tus exámenes.”
“No, tienes que estar con tu marido.”
“Ay pero como dices eso, pareces una señora.” La abrazó. “Claro que voy a venir, vas a ver. No deshagas mi cama.”
Eternos abrazos, como que se estuviera yendo al otro lado del mundo. En cierto sentido eso era lo que estaba haciendo.
Cuando íbamos bajando y pasamos por la ceja, todavía poblado a esa hora de la noche, me acordé de cuando nos conocimos.
“¿Por qué estabas bajando ese día si era martes?“
“Por lo que estábamos hablando, no ve? Me había quedado para ayudarla a Marinita con su examen. Es muy estudiosa, quiere ser como su hermana.”
Primera vez que usaba el no ve conmigo. Me daba lo mismo que lo usará el que lo usará, pero era la primera vez y no me pasó desapercibido. Se me tiene que haber notado pero no dijo nada. Le había hecho una pregunta en tono inquisitivo y me había respondido con ligereza.
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