La cama del dormitorio del motel de carretera estaba iluminada con luz roja del neón de un puticlub que había enfrente. Encima de una mesita de noche un maletín cerrado con los 100 mil dólares producto del atraco al banco. Sobre la cama estaba Mónica Galán, una joven morena, con media melena negra, con cara de no haber roto un plato y era de las que rompían vajillas enteras. Tenía unas buenas tetas y un culo precioso. Mónica, desnuda, arrodillada y con el culo en pompa, tenía todo el coño de Valentina en su boca, un coño pequeñito, empapado y totalmente rasurado. Su lengua chapoteaba en sus jugos y luego subía, chupaba, mamaba y lamía su clítoris. Detrás de ella, Akanni, un negro de 35 años, todo músculo, que habían cogido en su auto robado cuando hacía autostop, también desnudo, la follaba con una verga descomunal, que al entrar y salir del coño brillaba con el jugo que la cubría… Era el jugo del tremendo orgasmo que Mónica acaba de tener y tras el que Akanni, le siguió dando caña, al tiempo que azotaba sus nalgas con sus grandes manos:
-¡¡Plas. plas, plas…!!
El hijo puta del negro, que era un sádico, sacó la verga del coño y le metió el enorme capullo en el culo. Mónica, chilló:
-¡¡Qué me rompes, maricón!!
Akanni no le hizo ni puto caso. Tenía el culo de Mónica a su disposición, y cogiéndola por las caderas, la siguió clavando, y nalgueando.
Akanni, le preguntó a Mónica:
-¿Quieres mamármela? Debe tener un rico sabor a mierda.
-No, cerdo, prefiero que me sigas rompiendo el culo.
-La mierda de negro sabe a plátano.
-¡Qué la coma tu madre, hijo puta!
El puto negro se la clavó con fuertes arreones, y la nalgueó con más fuerza con sus grandes manoplas.
Valentina, que era una rubia de 20 años, delgada, tetona y con un culito respingón, le dijo al negro:
-Tú no sabes con quien te estás jugando los cuartos, maricón depravado.
Akanni, le respondió:
-Con dos putas blancas. Cuando acabe con ella te voy a romper el culo a ti.
-¡En la selva debías estar, mono!
A Mónica, que ya había sido enculada multitud de veces, le estaba empezando a gustar que el mono la enculara. Lamió el clítoris de Valentina con celeridad.
-No sigas, Mónica, que me vengo -Mónica aún aceleró más las lamidas- que me vengo, que me vengo, que me vengo que me vengo que me vengo. ¡¡¡Me vengo!!!
Valentina se corrió torrencialmente en la boca de Mónica. Akanni le metió tres dedos en el coño a Mónica y la masturbó a toda mecha hasta que el coño de la mujer apretó los dedos y los encharcó con el jugo de su corrida. Akanni, con los ojos en blanco y con la verga clavada hasta el fondo del culo de Mónica, se lo llenó de leche. Mónica, se sacudía y jadeaba como una perra.
Se les iba cortar el rollo al oír una voz que venía de un megáfono.
-Salgan con las manos en alto.
Akanni, corrió la cortina de la ventana de la habitación y vio una docena de autos de la policía de Charleston, con dos agentes apostados tras ellos y con sus armas desenfundadas, y les preguntó a Mónica y a Valentina, que ya había empuñado sus pistolas.
-¡¿Qué coño habéis hecho?!
Le respondió Valetina, con su Walther P99 en la mano.
-¡Calla, negro de mierda, o te meto la pistola por el culo y te reviento de un tiro!
Mónica, nerviosa, le dijo a Valentina:
-¡Pégale un tiro en los huevos!
-Pégaselo tú. A mí no me rompió el culo.
Mónica apuntó con su pistola a los huevos de Akani. El negro recordó como la tratara y comenzó a mear por él con el miedo. Mónica, le dijo:
-¡Largo antes de que cambie de idea y te vuele los huevos negro cabrón!
Akanni, temblando, abrió la puerta de la habitación, llegó a la puerta de salida del Motel, y salió con las manos en alto y la tremenda verga colgando.
Valentina le preguntó a Mónica:
-¿Nos entregamos o salimos pegando tiros?
-¿Cuánto nos puede caer?
-Depende del juez, pero podían ser un par de años al devolver el dinero… o veinte. Voy a echar de menos tu coño.
-Te sobraría coño en una cárcel de mujeres, coño y polla de los guardias. ¿Qué hacemos?
Lo que hicieron fue entregarse.
Fueron condenadas a cinco años y enviadas a cárceles diferentes.
Ya cayera la noche cuando Mónica llegó a la cárcel. Un guardia la fichó, la fotografió, le tomó las huellas, le dio un uniforme naranja, unas sábanas limpias… Toda esa parafernalia, y después, adrede, la metió en una celda con una reclusa llamada Lidia, que era muy alta y muy fuerte. Al cerrar la celda el guardia, Lidia, empotró a Mónica contra la pared, le echó una mano al cuello, se lo apretó, le echó la otra mano al coño, y le dijo:
-¿¡Vas a ser mi puta?!
Mónica, con aquella manopla en el cuello, se asustó, y le respondió:
-Sí, no me hagas daño.
El guardia, un negro gordito, sonrió al imaginar lo que iba a pasar, y se fue. Sabía que esa noche habría fiesta.
Lidia le comió la boca a Mónica. Le quitó la parte superior del uniforme. Le comió las tetas. Su lengua se posaba sobre los pezones y con ella le pegaba unas mamadas que hicieron que Mónica se mojase y comenzase a gemir. Lidia, le dijo:
-Me gusta que te guste, zorra.
Lidia le bajó a Mónica la parte de abajo del uniforme, el tanga, los calcetines y los tenis. Se agachó, le dio unas lametadas en el coño, y le preguntó:
-¿Te vas a correr para mí, ramera?
-Síííííí.
-Sí, ama.
-Sí, ama.
-¡Dilo en alto, que te oigan todas mis amigas!
-¡¡Sí, me voy a correr para usted, ama!!
De una de las celdas del módulo, se oyó la voz de otra reclusa:
-¡¡Hazla chillar de gusto, Lidia!! ¡¡Quiero hacerme una paja!!
Se oyó la voz de otra reclusa:
-Eso, y hablad en alto que yo también quiero pajearme.
Lidia iba a complacerlas.
.¡Desnúdame, nena mala!
-¡Sí, ama, la desnudaré!
Mónica, desnudó a Lidia… Tenía unas tetazas y una gran mata de pelo negro en el coño. Tenía tatuajes en cuello, en la espalda, en el culo, en las tetas, en el vientre… tenía tatuajes hasta en la orejas.
-¡Cómeme las tetas!
-¡Sí, ama! Le comeré las tetas!
Mónica, caliente como estaba, le comió las tetas con lujuria.
Al rato…
-¡Comes las tetas de maravilla! ¡Ahora come mi delicioso coño!
-Sí, ama, comeré su delicioso coño!
Se oyó la voz de otra reclusa.
-¡No se oye nada! ¡Así no hay quien se haga una buena paja!
-¡Vamos a la cama, conejita!
-¡Sí, ama, como mande, ama!
Otra de las reclusas, dijo:
-¡¡Subid el tono de voz, tú y el caramelito!!
Sentada en el borde de la cama, le dijo Lidia a Mónica:
-¡¡Acaríciame, bésame y lámeme los pies!!
-¡¡Sí, ama!!
Mónica, arrodillada, le cogió un pie izquierdo y le besó y le lamió la planta, le besó, lamio y acarició el tobillo, y el talón. Le besó, lamió y chupó cada uno de los dedos y entre ellos. Acabó con el pie izquierdo e hizo lo mismo con el derecho. Al ser de noche y estar todo en silencio, los gemidos de Lidia inundaban el módulo carcelario. Las reclusas se pajeaban y sus gemidos fueron acompañando a los de lidia… Hasta Carmen, una mujer de setenta años, se estaba haciendo un dedito y gimiendo.
-¡¡Sube besando mis piernas hasta llegar al coño!!
¡¡Si, ama! ¿Puedo tocarme, ama?
-¡¡Ni se te ocurra acariciarte, bicha!!
-¡¡No me tocaré, ama!!
Lidia, estaba que echaba por fuera. Cogió a Mónica por los pelos y le llevó la cabeza a su coño.
-¡¡Come coño, pécora!!
-¡¡Sí, ama!!
Lidia, se echó hacia atrás en la cama. Mónica, que comía el coño como nadie, hizo que Lidia se pusiese perra.
-¡¡Me vas a hacer correr, lagarta!!
-¿Quiere que le ponga mi coño en la boca, ama?
-¡¡No, tú te vas a correr cuando yo quiera!!
-¡¡Sí, ama!!
-¡¡No aguanto más!! ¡¡Hazme correr, puta barata!!
-¡¡Sí, ama!!
Mónica le hizo unos recorridos rápidos del ojete al clítoris metiendo la lengua en el coño, y al décimo recorrido…
-¡¡Me veeengo!!
Se sintieron los gemidos de siete u ocho reclusa que se corrieron con ella.
Al acabar, se oyó la voz de la reclusa de setenta años.
-¡¡A por ella, Lidia!!
Lidia, aun tirando del aliento, se echó a lo largo de la cama, y le dijo a Mónica:
-¡¡Pon tu coño en mi boca, guarra!!
Mónica se sentó sobre la boca de Lidia, que la cogió por la cintura y metió su lengua dentro del coño empapado. Mónica se acarició las tetas y movió su pelvis buscando el orgasmo. Minutos más tarde, decía.
-¡Me voy a venir, ama!
-¡¡Dilo en alto, puta!! ¡Qué te oigan todas!!
-¡¡Me voy a venir, ama!!
Lidia aceleró los movimientos de su lengua sobre el clítoris de Mónica y le metió un dedo en el culo.
-¡¡Me voy a venir, ama!!
-¡¡Mas, alto, furcia!!
-¡¡¡Me veeengo, aaama!!!
Al acabar de correrse se oyeron un rosario de gemidos de las corridas de las reclusas que se estuvieran masturbando.
Se agradecen los comentarios buenos y malos.