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Tía viuda por el viagra (2): finde, sexo a full
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Tiempo de lectura: 8 minutos

La situación en concurso ideal de necesidades, la justificación moral que anestesia las posibles culpas, todo está cubierto para dar rienda suelta a nuestras necesidades sexuales insatisfechas.

Después de ese primer encuentro a todo dar, las ganas de repetirlo se incrementan, nunca nos damos cuenta de cuanto necesitamos algo hasta que volvemos a probar que tanto lo necesitamos.

Luego de nuestro primer acto de sexo, el acuerdo tácito en repetirlo, corregido y aumentado era la idea que cada uno fue dándole forma desde el mismo momento que intercambiamos los números del teléfono móvil, agregarlos con nombres cambiados era la forma de estar presentes. Precisamente antes de completar las dos cuadras que me separaban de mi casa recibí ese inquietante mensaje de Elina con una imagen desnuda “esto está esperándote…” en la imagen la palma de su mano sobre la nalga con el culito levantado en pompa.

Claro que los siguientes mensajes fueron llegando con la prudencia y prevención de no caer en momentos comprometedores, un envío de prevención y la respuesta del vía libre era la clave para recibir esas fotos que necesitaba enviar para calmar la hoguera que dejé encendida al retirarme de su cama.

En la mañana siguiente salí a realizar la corrida matinal, como ese finde largo la hija no estaría era el momento propicio para hacer un rapidín.

Le avisé cuando salía de modo que estuviera “preparada”, más y mejor de lo fantaseado. Elina lo había preparado hasta el último detalle, como en las películas escribió “la llave esta debajo de una piedra en el jardín”, siguiendo las instrucciones entré para sorprenderla, pero me la encontré con una bata sujeta por un cinto de lazo bien grande y con el café humeando al calor del deseo.

La escena erótica se completó cuando desatando el lazo de la bata, abrió la desnudez, los labios de abajo ligeramente aletean con un brillo nacarado, dijo “te estábamos esperando!” . Adelantó el cuerpo, sacando el pecho bien al frente como para resistir esa lamida feroz, tanto que no pude contener el arrebato de tomar su teta izquierda, estrujada entre mis manos y comerme su pezón.

Tragando, lamiendo y chupando con el frenesí propio de quien viene buscando el agua vital luego de una travesía por el desierto de la abstinencia sexual. El abrazo, se descontextualizó de todos los preparativos, tomada en mis brazos la coloqué sobre la mesada de la cocina, recostada contra la pared, las piernas flexionadas se elevan y reposan sobre mis hombros, voy decidido a comerme su “boca” brillante, moviendo los míos hacia un lado y otro, hago el espacio necesario para comenzar esa lamida que la dejó sin palabras.

Los gemidos vibran y se agitan en su vientre, los movimientos incontrolados se replican en creciente agitación. Las palabras salen mordidas y estranguladas por la calentura que la invadió, la sorpresa de la tremenda mamada la descolocó, que le hicieran sexo oral era algo inédito, menos aún imaginado que esta forma de hacérselo alcanzara los niveles de excitación que transitaba en ese instante, subiendo del infierno de no saber qué o cómo manejarse, como contener esa creciente y veloz espiral de sensaciones, el hormigueo y la corriente eléctrica que moviliza todo su cuerpo sin poder controlarse. Sus manos se agitan buscando algo para agarrarse, primero fueron estrujarse los pechos como forma de sostener la increíble sensación de no saber cómo soportar tanta excitación, luego la lujuria moviliza sus manos como aspas de un molino para adueñarse de mi cabeza, presionar con fuerza, agitando su pelvis para producir el movimiento del coito.

Elina se siente movilizada, agitada desde adentro con la fuerza de su libido puesta a tope, mueve la pelvis con decisión y descontrol, aferrada de mis cabellos. Somos dos contrincantes en una lucha feroz, mis manos asidas con fiereza a las nalgas y mi boca lamiendo y chupando hasta colmar su capacidad de resistir este asedio de la desmesura del acoso a su conchita.

Se siente vulnerable, incapaz de contener toda la energía femenina que genera mi trabajo bucal, el ardor desatado produce entusiasta agitación, intranquilidad por no poder soportar el nerviosismo de ser llevada al punto máximo y demorarme en darle final, quería llevar la excitación al máximo, estirar el estado de inquietud para lograr el estallido final a toda orquesta, darle un momento único e irrepetible. El ingenioso combo de novedad y habilidad para explorar la virginidad del sexo oral, lograron con creces el objetivo de este hombre joven que pretendía hacerse un lugar entre sus deseos más ardientes.

Los gemidos van en aumento, la intensidad contagia al volumen de la expresión…

– Ahhh…, por favor, por favor! Ten un poco de piedad, me gusta, me gusta… muuuucho… pero me estás matando.

– Te gusta? (mientras tomo aire)

– Sí!!! Síiiii, mucho, mucho, mucho, pero ya no aguanto. Dos o tres veces me llevaste hasta el delirio y me soltaste. Por favor, por favor! Déjame venirme… No puedo amor, no puedo mássss

La excitación llegó al límite de sus fuerzas, podía sentir con nitidez la rigidez de su cuerpo, quietud a cero, como ese momento previo de alcanzar la altura máxima, alcanzar el momento de total quietud, para dejarse caer en un gemido que la arroje al vacío. El gemido estrangulado en su garganta era la respuesta a ese orgasmo que la puso al borde de perder el sentido, aflojarse en mis brazos y volver a la vida en un instante, agitarse al máximo para yacer sostenido por mis manos y reposando sobre mis hombros.

Ese orgasmo, solo uno, pero con todos los ingredientes de un momento que no supo explicar, las sensaciones de ahogo e indefensión. Se vino en mi boca, ahogando sus latidos vaginales estrujando mi boca contra ella, siguió moviéndose, refregando su conchita contra mis labios totalmente irritados por el frotamiento de sus vellos púbicos.

Terminado el acto de amor, agotados, exhaustos, felices. Tomé distancia para contemplar la obra terminada, recostada contra la pared, las piernas, abiertas, colgando de la mesada de la cocina, exhiben a esa hermosa vagina jugosa boqueando los últimos latidos de un orgasmo feroz.

Mientras se reponía no podía dejar de observar la notable excitación de mi verga. Tan pronto la bajé se colocó entre mis piernas para desnudarme y darme una suculenta mamada de pija, sus caricias y lamidas me llevaron a tomarla de la cintura, elevarla y sentarla en el borde de la mesa, con las caderas bien al borde para entrarla de un solo envión, elevó sus piernas sobre mis hombros para dejar su conchita totalmente abierta. No hizo falta mucho trabajo, la excitación de Elina seguía al tope de su capacidad, mi calentura venía a destajo de mi capacidad de demorarla mucho más.

Los golpes profundos urgidos por la inminencia de la eyaculación se anunciaron con un ahogado bufido que se confundió con el gemido postrero del orgasmo de ella. Se dio ese momento tan deseado y pocas veces alcanzado de conseguir que el orgasmo y la eyaculación fueran un acto simultáneo. Vibraron sus músculos vaginales acoplados con los latidos de la verga al venirse con todo el semen generado por la tremenda calentura. Tendida sobre la mesa recibió los chorros de leche tibia, el mejor desayuno de su vida.

– Yo te llamo, voy a tenerte una sorpresa antes que te vuelvas a Buenos Aires.

Un beso con sabor a poco fue la despedida de esa mañana.

Pasaron dos días sin que se nos diera la posibilidad de un encuentro, pero la noche previa al último día de permanencia recibí el llamado de Elina:

– Mañana tienes que salir a correr, estaré esperándote, tengo un regalito para vos…

– También tengo un regalo para ti.

Esos dos días sin sexo fueron interminables, ese llamado se completó con el recordatorio del whatsapp y foto de un gran moño de seda roja. La calentura me acompañó toda la noche al levantarme para la última sesión de footing, tenía una erección tal que me costó bastante en retomar la condición normal.

Le avisé en el momento previo a salir, las pocas cuadras que me separaban de “mi regalo” las convertí en la carrera hacia el deseo.

Estaba esperándome en bata de baño, discretamente maquillada y los labios con rouge “para besar a mi hombre” dijo con su mejor sonrisa.

– Quiero ver mi regalo!

Entregué el biquini “animal print”, super mega mini. – Para que lo uses conmigo y guardes el aroma de tu macho hasta que vuelva para hacerte el amor. Quiero ver el mío!!

– Bien señor, este es tu regalo…

Se abrió la bata y apareció “vestida” solo con un cinta de seda roja, al voltearse tenía un gran moño que caía entre las nalgas…

– Deshazlo! Este es tu regalo. –meneando graciosamente las nalgas. – Notaba que no dejabas de tocarme el culito, en cuanto podías tus deditos estaban ansiosos por meterse dentro, sobre todo la última vez, cuando me tenías en la mesada de la cocina lamiéndome, sentía la curiosidad de tu dedo entrando y saliendo de mi culo, la tienes un poco más gruesa que la del finado, y la de él me dolió cuando me la metía, la tuya algo más gruesa y con tanto tiempo sin uso, uff, claro que me gustaría sentirla pero me asusta un poco. Ah, la demora fue que me hice la depilación con “tira de cola” para que encuentres el camino al “marrón” libres de todo pelito. Todo para mi amor, mi culito es tuyo…

– Voy a ser cuidadoso…

– Lo sé… bueno así dicen todos y cuando la tienen dentro se olvidan de todas las promesas…

– Bueno, te voy a creer, te lo voy a entregar, pero antes de hacerlo… porfa!!! Una lamida como en la mesada, porfa…

Con esos mohines quien se puede negar, sobre todo con lo que me gustaba comerle esa breva jugosa, ahora con los vellos delicadamente emprolijados. La mamada se extendió más de lo previsto, necesitaba llevarla al límite de su calentura y lo suficiente para poder demorar la mía y poder gozar de ese magnífico culito que había quedado sin atenciones.

Hacerle una mamada que la dejó colmada de placer pero me detuve un par de veces sin permitirle el orgasmo, necesitaba tenerla bien caliente, no fuera que se le ocurriera arrepentirse en el último instante. Con la última lamida, humedecí el dedo para tantear el hoyo, un acercamiento al gran premio. Era tiempo de colocarla de bruces, ella misma se colocó la almohada bajo el vientre, las nalgas bien en pompa, elevadas, la raja cubierta por el moño rojo…

Deshacerlo fue algo disfrutado, lento y saboreando el deseadísimo regalo, se veía tan prolijamente depilada como la piel de un bebe, se mostraba rosado e incitante, moviendo las cachas el hoyo parecía despertar del letargo del olvido, el movimiento muscular contrayendo y dilatándose semejaba los labios pronunciando el número dos.

No podía verme pero estaba consciente que ese delicioso “marrón” era movilizador de mis manos para poner el miembro en condiciones de penetrarlo.

– Por favor, suave, suave. Tengo un pote de crema en la mesa de noche.

– No es necesario, voy por delante hasta lubricarme en tus jugos, con eso bastará. Me gusta sentir como se siente el contacto sin la crema.

– Hmmm… pero porfa, suave, suave…

La última recomendación llegó justamente cuando abría los cantos para entrarme en su conchita, pletórica de jugos por el asedio de lengua. Quisiera seguir jugando dentro de su vagina, pero el deseo de hacerle el culo se imponía sobre cualquier otra cosa.

Los dedos enjugados en la conchita fueron el lubricante para frotar el círculo anal, un par de veces, hasta que la verga estaba en plena erección, la sentía dura como nunca.

– Abrete los cachetes para entrarte…

Sus manos desbrozaron la abertura, la cabezota brillante se apoyó justo en el centro, comencé a presionar despacio, lentamente, mientras mis manos movían las nalgas, en círculo, abriendo y moviendo para ayudar a relajar el esfínter. Necesité un par de intentos para poder abrirlo, la cabeza atravesó el desafío de atravesar el resistente anillo, los músculos cedieron a la presión de la verga.

El “Ahhhh” fue la primera respuesta de Elina a una penetración forzada, hice la pausa mientras prometía esperarla que se relaje.

– Sí, eso quiero, pero… me cuesta. La tienes bien gorda, la falta de uso y un poco de temor hacen el resto.

– Tranqui, espero que te acostumbres…

Moviéndome solo lo mínimo para poder contener mi ansiedad, momento interminable, ardiendo en deseos de atravesarla y enterrarme en su ano. Sin esperar el consentimiento comencé a moverme, despacio, los gemidos tímidos se hacían sentir como un rumor lejano, en la medida que fui tomando el dominio de la situación y la penetración comenzó a tener rítmico vaivén, los gemidos fueron tomando textura y volumen.

La calentura colma mis sentidos, las prevenciones se disuelven en la fragua de la excitación del macho poderoso que atraviesa el pasaje más ardiente.

Los dichos más obscenos y palabras soeces propias de esos momentos donde la libido y los frenos éticos pierden sentido, era el momento propicio del hombre haciendo gala de todo su poder de macho toma posesión de su hembra, ejerce todo el poder salvaje de la calentura y desmesura.

Las nalgadas formaron parte del amplio espectro y variedad de movimientos, entrar y salir, moverme con fuerza inusitada, volver a nalguear mientras la tomo de los cabellos para domarla. Entendió el mensaje y la provocación, respondió moviéndose, intentando salirse de la monta, apreté mis rodillas sobre la cabalgadura, besé en el cuello y hasta mordí en la nuca cual padrillo que está sirviendo a su yegua.

– Sí, sí, quiero así, muerde, muerde. Soy tu yegua, rebelde. Atrévete a domarme!!!

Entiende el juego, vociferando obscenidades, provocando que la penetración sea más enérgica, más salvaje, más profunda.

Disfrutamos este juego de animales en celo, dominados por las emociones vamos llegando al momento donde el jinete lleva a su cabalgadura hasta el borde mismo del abismo. Mi mano se juntó con las de Elina para acosar al clítoris, hurgar entre los labios vaginales hasta estallar en un sonoro y contundente gemido que preanuncia la inminencia del orgasmo. Fue el momento elegido para penetrarla con más intensidad, hundirme dentro del ano y venirme en un gemido ahogado venido desde el más allá de los sentidos.

Enterrado en su culito, fuertemente apretado contra su cuerpo, moviendo mínimamente las caderas para terminar de lanzar el resto de la eyaculación.

Luego… el silencio, los cuerpos sudados, el corazón latiendo a mil, la respiración entrecortada, tendido sobre su espalda reposa el cuerpo del guerrero inerte y vacío luego de descargar toda su energía masculina dentro de esta increíble hembra.

– No te salgas, por favor no te salgas, quédate hasta que pierda un poco de erección, si no me vas a hacer doler, más de lo que ya me hiciste.

Esos momentos son los que la hembra necesita el consuelo de su hombre, sus caricias para suavizar la molestia física y sedar las emociones.

Desmontado esperé su regreso, el rostro desencajado, ojos llorosos, el rouge de sus labios corrido por las mordidas propias y tanto frotarse con la lengua y morder la almohada.

– Eres un animal, me rompiste el culo… Ahhh, aún me sigue latiendo, y cómo late!!!

– Perdóname, pero… me calenté, nunca había sentido algo así, como el tuyo, y tan cerradito.

– Está bien… te perdono, sabía que me dolería, pero no tanto. Era mi regalo, te lo merecías…

– Y ahora…

– Y ahora…

– No sé, pero no digas nada, dejemos esto, hagamos una pausa hasta…, hasta que vuelvas por más?

Esa última palabra resumía todo, con la simpleza y contundencia de no saber que nos depararía el destino, o tan solo una pausa, un impasse, una promesa de algo que no nos animamos siquiera a pensar en voz alta.

Al momento de escribir esta catarsis estaba recibiendo un whatsapp de Elina, foto luciendo biquini en animal print que le regalé y un breve video masturbándose para mí.

Esta segunda parte de mi historia resume un fin de semana que abrió un montón de interrogantes y despertó un inmenso deseo de volver a poseerla. Eres una mujer madura como la tía que me ofreció su soledad, dime qué te pareció en: [email protected]

Lobo Feroz

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