Nos habíamos quedado en el momento que Ethel, la señora madura me había confesado, que se había despertado en medio de la noche viendo la tv en el canal porno, que descubrió como unas mujeres disfrutaban de “cosas” que nunca había conocido y ahora… ahora estaría dispuesta a saciar su “curiosidad”. Eran los eufemismos de una mujer que sintió por primera vez el placer del orgasmo con un hombre, espera iniciar el día con el “mañanero”…
Habíamos pernoctado en un hotel para parejas, en medio de la ruta por la contingencia de una fuerte tormenta de verano, sumado al mal funcionamiento del limpiaparabrisas. El viejo adagio dice que “la oportunidad hace al ladrón”, propuse detenernos y pasar la noche en ese sitio, con la prevención de rutina en esos casos “no pasará nada que no quieras”, lo que en buen romance significa, “buscaré que pase todo lo que quiera de vos”…
Nos habíamos dormido en el dulce relax de un polvo que ella jamás hubiera imaginado, disfrutado del descubrimiento de unos orgasmos inéditos, del mismo modo ese descubrimiento produjo en mí la sensación de poder y lujuria como pocas veces antes.
A medio despertar, sentía su carne madura, trémula y ansiosa por saber qué más podría descubrir en manos de un hombre que tiene la mitad de su edad pero doble de conocimiento de las delicias de la carne.
Nos habíamos dormido en la posición de “cucharita”, sentía la carne trémula al contacto de mi brazo derecho rodeando su cintura, avanzando la pelvis para pegarme más a sus nalgas, ella su cuerpo hacia atrás, moviéndose para que la erección matinal acomode entre sus cachetes. Mi mano apodera de un opulento pecho, produciendo erizar el pezón.
Los primeros gemidos fueron simulando el despertar a la vida, mi mano izquierda repto debajo de su cuerpo para atrapar al otro seno huérfano de caricias.
Tomada desde atrás dio inicio el movimiento de los cuerpos, frotando mi pija en la humedad que destila su vagina.
Sin demasiados preámbulos, volteó, boca abajo, esperando la urgencia de su hombre, desea repetir su primera experiencia transgresora, sentirse bien hembra por segunda vez. La “experiencia” del primero le permite disfrutarlo más y mejor, montado, desde atrás haciéndole sentir el rigor el macho dominante, sentir la indefensión de ser tomada por la fuerza masculina.
Se agita, parecían de un animalito salvaje debatiéndose bajo su depredador. Mi cuerpo cubriendo su espalda, los brazos tendidos sobre los de ella y mis manos cubriendo las suyas, el miembro entrado a tope con rigor de la extrema calentura.
Demoré lo necesario hasta que sus gemidos delatan un prolongado orgasmo. Aprendió a expresarse, sin los pudores de la noche anterior.
– Ah, ah!… qué lindooo, divinooo….
Es momento de acelerar, de meter todo y bien adentro, prolongar la magia de sus latidos. El abrazo intenso, besos y mordidas en la nuca prolongan el éxtasis, espera mi tiempo.
– Ya! ya estoy, me voy… me vengo… dentrooo…
La eyaculación mañanera, abundante
– Qué caliente! ufff… cuánta lechita!!!
Esperé que cesaran para sacársela. Levantó de la cama, la mano en la conchita retiene el semen escurriéndose. Entré para orinar, ella seguía ahorcajada sobre el bidé, de espaldas a la pared, sacó la mano, ahuecando la palma para mostrarme el profuso contenido del semen reciente eyaculado dentro. – Todo esto es tuyo.
Arrimé el miembro aún húmedo de jugos y restos de ese mismo esperma, empujé la pelvis hacia adelante, insinuándole a un beso.
Aceptó el envite, beso suave, se miró en mis ojos, entendió el gesto, invitando ir a más, otro beso, otra mirada, otro gesto. Tomé su cabeza, guiando hacia el objetivo… apoyé en los labios, empujé su cabeza, despegó los labios, el pene entró suave hasta sentirme entre los labios, moví despacio, tímida lamida. Primera lección, comienzo de una de sus fantasías, sentir el sabor de la calentura del hombre: saborear su semen.
La ducha nos dispuso para iniciar el día, ella comenzó a vestirse, pero mi calentura dista mucho de estar satisfecha, verla con la bombacha puesta volvió a excitarme, moverse de espaldas superó mis expectativas, la calentura se me subió a la cabeza… del pene. Tomarla desde atrás superó todo, la lujuria colma mis sentidos.
De un golpe, la tiré sobre la cama, volcada, de bruces, mientras me deshacía del bóxer, corrí la prenda entre las nalgas, se la apoyé justo en el centro de la vulva. El gemido confirma una situación previsible, casi esperado, arrodillada, en el borde del lecho, las manos apoyadas en la cama, echando sus nalgas para exponerse al contacto de mi sexo.
El encuentro fue con la brutalidad y la urgencia de pensar que pueda ser la última cojidota, la prisa controla mis sentidos, tomado de sus caderas, presiono con fuerza, intensos y profundos envíos, entro todo en ella, sus manos agarrotadas sobre la ropa de cama. La calentura la domina, el espejo duplica las imágenes eróticas del gran polvo. Me muevo de manera que pueda apreciar en detalle la penetración, el efecto es devastador, su excitación se multiplica al verse desde los distintos ángulos que la muestran encastrada en mi verga.
Emocionada y caliente, comienza a gemir y moverse, dejándose llevar en los enviones por la fuerza de mi empuje, el orgasmo tan intenso como descontrolado, la derrumbó sobre la cama, con su macho empotrado en su vagina. Sacudiéndose, agitada la carne y revolucionado el ánimo, no para de gemir, y aferrarse a lo que puede para poder sobrellevar ese momento supremo.
Ralenticé el metisaca, no quiero venirme, necesito prolongar al máximo este momento de tanto placer, regulo con envíos intensos y profundos, acentúan y reavivan el orgasmo, sostenido en cada golpe de pija quiero que mi venida sea parte de su orgasmo.
La cambié de postura, tendí de espaldas, almohada bajo la cadera, piernas flexionadas, mis manos en sus muslos, volcado sobre ella, entrando a fondo en su vagina, retomamos el vaivén de la penetración, en dos o tres metidas el ritmo vuelve a pleno, sus gemidos se hacen escuchar sin pudores, expresando sus emociones, las piernas en mis hombros y todo entre sus piernas. El polvo adquiere dimensión de explosiva emoción, sus manos se agarrotan en mis brazos, la penetración intensiva y urgente, sus gemidos y mis bramidos se acoplan para el momento supremo de correrme. Un nuevo orgasmo comienza a estremecerla, la excitación me supera, la urgencia de eyacular no admite demora, no puedo prolongar más el placer, me dejé llevar… el bramido acompaña el primer chorro de semen, los siguientes, con la verga empujando bien en el fondo de la vagina. Eyaculé durante la agitación y estremecimiento propio de su orgasmo.
Ethel se aferra a mí, quiere sentirse parte de mi cuerpo, sus músculos vaginales se contraen contra mi sexo, toda ella es un abrazo, siente ese momento como el objetivo final de un momento de pasión. No sabe pero aprende a sentir ese momento, un arrebato de lujuria.
Nos quedamos inmóviles, la imagen del huracán pasional se multiplica en los espejos del techo, la pasión toma vida en los cristales, grabado en nuestros cuerpos sensaciones que ni sabemos vuelvan a repetirse.
Lunes, de mañana, desayuno, con el tiempo justo para realizar las actividades del día, yo en la oficina, ella en la gestión bancaria. El whatsapp nos mantiene en contacto, encontrarnos en la tarde antes de volver. La invité a mi casa, comida frugal y la despedida, con la promesa de que estas emociones no fueran las primeras.
El primer mensaje fue para decirme que había llegado bien, los siguientes de esa semana fueron subiendo el contenido, del atreverse a insinuarse, de animarse a exhibirse, las imágenes fueron subiendo de tono, de osado a desnudo total, el deseo a full.
– Hola! Sí, síiii por favor, te espero ansiosamente.
Acordamos en bajarme en el kilómetro… de la ruta 11, ella estaría esperándome.
Estaba esperándome, recorrimos esos dos kilómetros hasta la casa de campo, había dispuesto todo para aprovechar lo que quedaba de la tarde y la noche, para poder acercarme en la mañana del sábado.
Había dispuesto todo para este encuentro, unas cervezas frías calmaron el calor y suavizaron la excitación, nos dieron tiempo a procesar las emociones, disponernos a vivenciar ese momento mágico, que ella había estado fantaseando desde que nos dijimos “hasta la próxima”!
Me senté en el sofá, sugerencia a verla desnudarse para su hombre, intuía que se había “producido” (arreglado de modo especial) para ese momento. Al mejor estilo de una desnudista, fue deshojando su cuerpo, los botones de la camisa fueron desprendiéndose, lento y pausado, mostrando como los opulentos pechos estaban difícilmente contenidos por un soutién de encaje transparente, solo cubrían parte de los pezones. Moviendo los hombros y dejó caer la prenda, sus manos sopesan, elevan y juegan con los senos grandes y redondos. Los pezones erizados presionan el encaje, desafiando ser lamidos.
La falda cubría sus piernas hasta la rodilla, ajustada, marcando las formas de sus nalgas, gira moviéndose, se arrimó para que deslice el cierre, vuelve a tomar distancia, moviéndose con armonía para dejar que se deslice hasta el suelo, subida en sus tacones altos mueve con gracia para deshacerse de ella. El meneo de sus caderas ofrece el espectáculo de las caderas al desnudo, el delgado hilo perdido entre ambas presagia que la tanga solo cubrirá una mínima parte de su sexo.
Había colocado un gran espejo, orientado para poder verse reflejada, multiplican su lujuria, la voluptuosidad de la visión frontal es algo para recordar, los vellos recortados a la medida justa del pequeño triángulo de tela, y la tira de cola para no permitirse un solo vello dicen cuan ocupada estuvo en producirse para la intimidad.
Dejó de cubrirse el triángulo del deseo, acercándose para que enganchara mis dedos en la cintura de la tanga para descorrer el telón y mostrar el escenario como promesa del mejor de los placeres. Sentada en el sofá de enfrente, piernas abiertas, tocándose me ofreció el espectáculo de acariciarse toda, sabe que me gusta verla tocarse, lo hace lento y explícito, abrirse los labios de la vagina, pasar el dedo y lamerlo, jugar con sus pechos es algo que conmueve y eleva el deseo a niveles inéditos. El acto final, recoger la tanga y colocársela.
Me llevó al dormitorio, tendida sobre el lecho elevó las piernas para despojarla de la prenda aromática, colocada en mi cuello a modo de trofeo, siento sus aromas de hembra.
Reptó hacia arriba en la cama, mi boca se adueñó de su sexo, mis labios en los suyos sorben el ardor del deseo, las piernas se mueven al influjo de mis lamidas, los gemidos irradian la calentura que produce mi boca en su sexo.
Se aprieta los pechos, los pezones entre sus dedos, los gemidos, agitada en convulsiones por la calentura que el produce mi boca en su sexo, los dedos aceleran e incrementan los gestos y el descontrol de sus acciones, la electricidad de la tensión emocional se desmadra, angustia y desesperación cuando el bullir de emociones sube por su cuerpo. Aprisiona mi cabeza contra su sexo, atenaza sus rodillas en mis oídos, aprieta con la fuerza de quien está habituado a andar a caballo, puede apretarme y mover sus caderas, elevar su pelvis hasta frotármela en mi boca.
Esta mujer es toda una revelación pasional, toda ella está inmersa en una expresión del orgasmo sin límites, desbordada, exacerbada en sus gestos y en sus expresiones, vocifera palabras inteligibles y sin sentido, el estallido emotivo la sube a la cima sacudida por la pasión, hasta el punto de casi perder el sentido. La calentura se va esfumando hasta quedar reducido a una mujer entregada a mis brazos, laxa, como una muñeca rota, arrasada por el tsunami del deseo que la atravesó por completo.
Babeándose, con lágrimas corriendo por sus mejillas, abrió los ojos, decían lo que su boca no podía articular, esa pasión se hizo orgasmos y ahora éxtasis, es la mueca de una mujer que está transitando ese momento inexplicable que deviene de vivir el frenesí que la subió a la cima, ahora se desliza al abismo del relax que reconforta el espíritu y renueva las ganas de volver a vivirlo.
Sin darle demasiado tiempo a perderse en su abismo, la volví a ponerse a escalar un nuevo orgasmo. Montado, entre sus piernas, lamiendo sus pechos, entrando en ella con las ganas de una semana de abstinencia, me muevo con ímpetu y profundidad, sus manos se alternan tomándose de sus muslos para favorecer más y mejor penetración con el abrazo para tenerme sobre sus pechos.
La pausa en la salvaje penetración, permite el beso, intensivo y profundo, con la lengua a todo dar.
Retomar la introducción vehemente y acerada de la pija, moviéndome con fuerza, mis brazos apoyados a los costados de su cara permiten una visión elevada de sus pechos y su cara, también moverme con mayor amplitud de movimientos, un breve orgasmo acelera mis sentidos. Un momento de lucidez de Ethel le hace recordar que la fecha no permite el riesgo de venirme dentro de ella…
– No te vengas dentro, estas fechas son peligrosas, por favor, dentro no.
Recordaba cuando me contó de sus fantasías producidas por la visión de una película porno, venirme en su boca ya lo habíamos hecho aunque tan solo en parte, el sexo anal está pendiente…
– Tranqui, déjate llevar, no voy a correrme dentro tuyo.
Retomé el ritmo, moviéndome con renovados bríos y motivaciones, tenía decidido venirme en su boca, pero esta vez completito. Seguí dándole verga, con fuerza, metiendo y empujando hasta el instante, me salí con la premura de llegar a tiempo para ponérsela en la boca, ahorcajado sobre su pecho, frotando mis testículos sobre sus tetotas, sabe y entiende que busco su boca para dejarle mi eyaculación, abre los labios, asoma la lengua. Apoyé la pija entre sus labios masturbando con intensidad para descargar hasta la última gota de mi semen dentro de la boca de mi mujer.
No hizo gesto alguno, solo quedé dentro de su boca, esperando… Sus ojos se fijaron en los míos, esperaba una orden, una sonrisa y el movimiento de afirmación fueron la señal que debía tragársela. Un movimiento de la glotis y se tragó todo mi semen, sin dejar de mirarme buscaba la aprobación de su hombre, ofrecí el resto, esa última gotita que asomaba en el glande, su lengua recogió esa perla, frotó sus labios para degustarla.
El beso de su hombre fue la calificación de su tarea, su fantasía había sido cumplida, mi deseo de vaciarme en su boca cumplió la mía.
Abrazados descansamos hasta que llegaron los emparedados, la cerveza reconfortó de los calores de la calentura.
Luego hubo otros dos polvos más, uno terminado en su boca el otro sobre sus pechos, la modorra y el relax no llevaron a un sueño reparador, enredados en los sueños futuros de volver a disfrutarnos.
Pero la pasión aún nos tenía deparado un último round antes de emprender el camino.
Mentalmente nos vamos preparando para regresar a nuestra propia vida, es momento del impasse, de prometernos volver a intentar una nueva oportunidad de disfrutarnos, su madurez ha sido satisfecha, mi deseo por ser dueño de sus tetas también, pero cuánto nos durará? Esa era la pregunta sin respuesta.
Nos vestíamos con la morosidad de quien se quiere demorar, alargar el momento al máximo. De pronto ambos nos vimos reflejados una vez más en el espejo, ese juez inapelable que volvía a pronunciar su veredicto: “los condeno a tener sexo una vez más”.
La imagen pareció ordenar un nuevo momento de lujuria por disfrutar. Sin palabras nos desnudamos en silencio, el abrazo compulsivo, el beso de lengua que nos llegó al alma fue el inicio el precursor de este polvo que comenzó cuando se giró y la tomé desde atrás, estremecida al besar su cuello.
Sentado en el borde de la cama, sentada sobre mí, piernas abiertas se introdujo la verga en la vagina, comenzó a balancearse, inclinándose apoyaba las manos en sus rodillas, ofreciendo el espectáculo de verme como la pija entra y sale de su estuche.
Un buen rato disfrutamos de este jugoso balanceo, sin salirme, levanté y giramos hasta ponerla sobre la cama, quedó precisamente montada en la esquina del lecho, de modo tal que mi cuerpo había quedado en una memorable postura, con facilidad de movimientos para penetrarla a gusto, oscilando con mi cuerpo para una penetración profunda y contundente.
La postura nos agradaba, ella giró la cara con la vívida expresión de una deliciosa cogida, movida con fuerza y contundencia, entrada a tope, elevo un poco más su cuerpo, como trepando al lecho, volvió su rostro para devolver en su expresión el place que le estoy haciendo sentir. Sus latidos reflejaron el tránsito de un orgasmo breve pero pletórico en intensidad, los músculos vaginales expresan la satisfacción de ser atravesados por mi verga.
Entrada desde atrás podía deleitarme con la exposición de su trasero, ver y tocar ese culito virgen, tentador de todas las tentaciones, el dedo ensalivado frotó el esfínter durante su orgasmo, los gemidos parecían dar el placer de ir por más.
Detuve los movimientos, abrí los cachetes, acaricié sus nalgas. – Qué vas a hacerme? Preguntó con voz temblorosa, tal vez un poco asustada, aunque acató la orden de quedarse quieta.
– Relájate! –fue el mensaje tranquilizador, aunque ella podía intuir mis pensamientos… que la había puesto así para penetrarla por detrás.
La verdad es que aún no estaba decidido del todo, pero ahora… sí convencido que no me saldría de esta postura sin haber desvirado ese culo, alzado e indefenso ante mi deseo.
– Eso no debe doler… -dijo con timidez, sobre todo creérsela.
– No te preocupes -dije para calmarla, aunque sentía el mismo nerviosismo que ella. – No te dolerá, te lo iré abriendo despacio, muy despacio.
– Nunca, nunca antes… -tímida y resignada-
Todo parecía más fácil, simplificado todo, unté bien la verga en sus jugos, ensalivé la cabeza, apoyé en el centro del hoyo. Llevé sus manos a tomarse las nalgas, mantenerla ocupada desatiende la penetración.
– Empuja hacia atrás, te ayuda a manejar tu placer.
Echó su cuerpo hacia atrás y comenzó el delicioso placer ser el primero en entrar en su culito virgen. Tomado de sus caderas comencé a empujar, en el primer intento me perdí, empujé demasiado, entró casi del todo. Ella encorvó su espalda y gritó.
Me detuve, aflojé un poco el ritmo de la penetración, moviendo solo lo que había metido dentro, enloquecía de calentura, pero necesitaba un poco de adaptación, sobre todo al grosor, que se su cuerpo aceptara el tamaño del perpetrador de su ano virgen, un poco más de saliva y de flujos tomados con el dedo favorecen deslizarse algo más suave. Muevo la pija dentro del “marrón” despacio hasta entrarla toda, pausa y volver a moverme dentro. Los gemidos se tornan más agudos, los ojos llorosos, la boca reseca humectada todo el tiempo con la lengua inquieta, expresan el malestar de su primera vez por atrás.
– Duele?
– Sí, duele…
– Te la saco?
– No! Solo muévete más despacio, lento…
Sus ojos, sus gestos decían del placer por sentirme dentro, de hacerme gozar, esos dolores que gustan, no quería que me saliera, que siguiera dentro de ella. El dolor anal fue dejando espacio para ese placer desconocido que la invade, estremecerse en cada envió, moverse y ser movida por mi cuerpo encimado. Elevó la rodilla izquierda sobre la cama, encimar la mía, movernos al compás de mi ritmo, girar el rostro para mirarme, ojos brillante y boca ardiente que recibe la caricia de mis labios y la humedad de mi lengua.
Me tiro hacia atrás para disfrutar del espectáculo de ver como mi poronga entra y sale, brillante de jugos, abriendo ese lugar prohibido. Ahora tomada de los cabellos, sujetada con la fuerza que un padrillo sujeta a su yegua, moviendo mis caderas en círculo, jugando con la verga, abriendo las carnes de mi mujer.
La fuerza la tiende hasta colocar la boca y morder la ropa de cama, aferrarse con fuerza clavar sus uñas en la tela a punto de rasgarla.
Tomada de la cintura, sin dejar de penetrarla, la retiré de la cama, me senté y ella sobre mí, empalada en su ano. Cedí el derecho de ser artífice de su placer, moverse y disfrutar. Sin salirme la llevé contra la pared, apoyada contra el muro mientras sigo penetrando su culito.
Los cambios de postura explorando nuevas sensaciones y sirven para demorar el acto, prolongar el placer y acentuar el erotismo del juego sexual.
Tendí boca arriba, al borde del lecho, justo en la esquina, las piernas elevadas, acomodo atrayéndola hacia mí. Entré todo de un solo envión, a fondo, tirando el torso encima de ella, comí sus labios, lamí y mordí sus pezones, volví a empujarme en ella, su pierna derecha sobre mi hombro empujando todo. Mis dedos en su boca humedecidos para apretarle los pezones. Gimotea, se inquieta, aprieta sus tetas y hasta lame sus pezones para agradarme.
El movimiento propio de la cogida la fue poniendo de costado, subiendo mi pierna sobre la cama hasta casi dejarla con el culito respingón y elevado, moviéndose acompasado con su macho. Sus manos se aprietan sobre la mía, siento la fuerza de una hembra que no puede controlar la ansiedad, excitada y dolorida transita un momento inédito, incapaz de controlarse, agitada y convulsionada por el bombeo intenso en su ano.
No puedo demorarme más, el deseo de eyacular me puede, el proceso de venirme es algo irreversible, sujeto con fuerza, apretando sus caderas. Solo atino a prevenirla que me estoy por venir, que le voy a entregar una parte de mi vida, regando ese culito con la mejor eyaculación.
– Me voyyy, ahhhh, toma, toma, mi lecheee.
Fueron las últimas palabras del guerrero que se desmoronó sobre la espalda de su hembra, entregándose en alma y vida en este polvo que desvirgo a una mujer que le quitaba el sueño…
Es tiempo de realidades, había expirado el tiempo de recreo, se imponía volver a la realidad, solo quedaba la promesa de otra vez.
En el trayecto de retorno, se detuvo en el primer peaje y dijo:
– Conduces hasta llegar, yo necesito sentarme de costadito, me duele el culo, me lo rompiste, malo…
– Si no quieres, no lo repetimos.
– Sí, sí, quiero, me duele, pero me gustó mucho. Y aunque no lo hubieras notado poco antes de venirte dentro había tenido un orgasmo, un tanto raro, pero muy disfrutado. Quiero que me lo vuelvas a hacer, la tienes gorda y soy estrecha, pero como dicen “lo que cuesta vale el placer”
Vueltos a la realidad, el contacto siguió. En el resto de la temporada nos hicimos un tiempo para el sexo y repetimos con viajes armados para vernos, así durante un par de años.
Estoy esperándote, saber que te pareció mi historia [email protected] y si quieres te sigo contando…
Nazareno Cruz