Este es un relato acerca de Eduardo, un hombre de cincuenta y cinco años, de un metro sesenta de estatura, delgado, sin tripa, moreno, de pelo cano, ni guapo ni feo, de los que les dicen del montón, que llevaba vida de monje putero.
Vivía en su pazo ubicado en la costa gallega a escasos cien metros de la playa.
Eduardo, desde que lo dejara su esposa por un camionero cuando él trabajaba de barrendero no quería saber nada de mujeres que no fueran de pago. Ni de mujeres, ni de su madre, ni de su padre, ni de su hermana Camila, que se casara en Madrid con el señor al que estaba sirviendo.
Paso a contarlo en primera persona.
La suerte me había sonreído en forma de bono loto y ya no daba un palo al agua. Era el típico lobo solitario que disfruta de su soledad.
Una tarde de verano llamaron al timbre de la puerta de mi pazo. El sol ya estaba de retirada. Fui a abrir, ya que no tenía más servicio que el de una mujer mayor que venía tres días a la semana a limpiar, a lavar y a planchar. Abrí la puerta y vi a dos hermanas gemelas. Un taxi con una taxista al volante parecía estar esperando por ellas. Aún no lo sabía, pero mi tranquilidad, afortunadamente, se iba ir a la mierda.
-Si creyera en Dios diría que se lució haciendo tanta belleza por duplicado. ¿Qué queréis, criaturas? -les pregunté, sonriendo.
-¿Podemos pasar, tío? -Me preguntó una de las muchachas, devolviéndome la sonrisa.
-¡¿Tío?! -dije, poniendo cara de ¿¡qué dices?!
-Somos tus sobrinas, las hijas de Camila -me respondió la otra.
-Pasad -les dije, sin darles un beso, y poniendo cara de palo.
Las llevé a mi salón. Un salón con las paredes de piedra, pintadas de blanco, (como el resto del pazo) en el que en el techo colgaba una lámpara de araña. Tenía dos sofás blancos y dobles, detrás de uno de ellos, en la pared, colgaba un cuadro con una foto mía, ampliada, vistiendo un traje gris y con el bastón en la mano. En la pared de detrás del otro sofá doble colgaba otro cuadro con otra foto mía, ampliada, en la que estaba con una funda y una escoba en la mano. Al verla me recordaba de donde venía. Había cuatro sofás más de color rojo, una pequeña mesa, un mueble bar, una enorme televisión de plasma, cuadros de marinas por las paredes, unas cortinas blancas de seda en las dos ventanas y algunas cosas más que ahora no recuerdo. El piso era de madera.
Les señalé con la mano dos sillones. Esperé a que se sentasen y me senté el enfrente de ellas.
-¿Cómo os llamáis? -les pregunté.
-Yo soy Nina -dijo una.
-Yo Bea -dijo la otra.
-¿Quién os manda, Camila o vuestro padre?
-No nos manda nadie. Nos independizamos el año pasado. Venimos a Galicia por negocios y queríamos conocerte y saber porque no te llevas con la familia. No te preocupes que no vamos a molestarte mucho. Ya tenemos un hotel reservado -me respondió Bea.
Examiné a las gemelas. Tendrían veinte años, si los tenían. Vestían dos trajes marrones con blusas blancas y zapatos marrones. Eran rubias, más altas que yo, delgadas, su cabello era largo, tenían ojos azules, eran muy bonitas. Si no fueran mis sobrinas, y quisieran, hacer un trio con ellas se debía parecer mucho a estar en ese cielo del que hablan algunos.
-Eso se explica en pocas palabras. Estaba en el paro. Cogí un trabajo de barrendero y dejaron de hablarme. Se avergonzaban de mí.
-¡Qué sinvergüenzas! ¿Qué querían, que te murieses de hambre? -me preguntó Nina.
-No sé lo que querían, pero que trabajase de barrendero, no.
-Si no hubiese barrenderos nos comería la basura.
-Ya sabemos lo que queríamos saber. Nos vamos que la taxista nos está esperando para llevarnos al hotel -me dijo Bea, levantándose del sofá.
Me cayeran bien las gemelas.
-De eso nada. Decirle que se vaya y después anular la reserva del hotel. Os quedáis aquí el tiempo que os haga falta -les dije con voz autoritaria.
Las gemelas se miraron.
-O. K. -dijeron al Unísono.
Hablamos de todo un poco… Les enseñé las habitaciones donde iban a dormir… Deshicieron las maletas… Picaron un poco de jamón y bebieron vino Albariño… Les enseñé la casa y poco de la finca, ya que empezaba a anochecer… Llegó la hora de cenar.
-¿Qué pido para cenar? -les pregunté.
-¿Traen almejas a domicilio? -me preguntó Bea, imitando a la perfección la voz del pato Donald.
-A mí, si -le dije, sonriendo.
-Pues nos vamos a poner cuadradas -dijo Nina, imitando a la perfección la voz del pato Lucas.
Voy a abreviar. Con las almejas puse tres botellas de Albariño. Yo la acabé y estaba contento. Ellas dejaron la mitad, pero para quien no está acostumbrado, media botella de Albariño mete un buen pedal.
Acabamos espatarrados en tres sillones de la sala de estar. Y como el vino hace hablar por los codos, por los codos íbamos a hablar.
-Decía mamá que en tu juventud fuiste un Casanova -me dijo Nina.
-Pensé que no hablaba de mí.
-Hablaba. Nos habló muchas veces de ti. ¿A cuántas mujeres te tiraste?
-Prefiero no hablar de esas cosas. Metí muchos cuernos y como todo se paga, me los acabó metiendo mi mujer.
-A nadie le metiste los cuernos con ellas. Cuéntanos lo de las marquesitas -dijo ahora Bea.
-Eran dos hermanas.
-Gemelas. Cuenta. ¿Qué hiciste con ellas?
-No sé si debo.
-Si nos cuentas te contamos. Te sorprenderás de todo lo que hicimos. No somos monjas, aunque a veces nos disfracemos.
Me habían sorprendido.
-¡¿Os disfrazáis de monjas para follar?!
-¿Te excita ver a dos monjas jugando?
-No me desagrada. Debe ser porque…
Nina me interrumpió.
-Porque ves mucho porno.
-Eso también. ¿Es que vosotras no lo veis?
-¿Habrá alguien mayor de edad y sin perjuicios que no se haya hecho un paja mirando porno?
Aquello me interesaba.
-Contad…
-Cuenta tú lo de las marquesitas si quieres que te contemos.
Ya retomaría la conversación de las pajas. Empecé a recordar y a hablar.
-Estábamos en Septiembre. Yo estudiaba COU y me ganaba unos duros de jardinero en un palacete. Aquel día, el marqués y la marquesa se fueran a un compromiso adquirido. Sus hijas, Eva y Nuria, que eran dos gemelas, morenas, delgaditas… con cuerpos perfectos, llegaron al jardín, descalzas y luciendo dos bikinis blancos. Unos bikinis que casi no dejaban nada para la imaginación. De los melones que tenían tapaban poco más que los pezones, y en la parte de abajo, para ponerme más enfermo, les sobresalían de la braguita los negros pelos del coño. Era como estar en el jardín del Edén con dos Evas.
-"¡¿Vais a ir a la playa enseñando el vello del pubis?!" -les pregunté.
-"No, los vamos a afeitar. ¿Te molesta vernos así?" -me preguntó Eva.
-"No, estáis divinas, pero…"
-"Pero te ponemos cachondo" -dijo Nuria.
-Me perdió el subconsciente.
-"Sí. ¡No!" -balbuceé.
-Eva, bajó un poquito la braguita ceñida del bikini.
-"¿Crees que deberíamos afeitarlo totalmente o solo los pelos que se ven?" -me preguntó mirando para los pelos del coño.
-No sabía que decir.
-"A los hombres les gusta más los chochos afeitados, para pasar la lengua y no arrastrar pelos. ¿Verdad, Quique?" -me dijo Nuria.
-Mi polla quería romper el calzoncillo. Me pitaban los oídos. En mi pantalón salió un bulto que antes no estaba y ellas lo vieron.
-"¿Sabes afeitar con maquinilla, brocha y jabón?" -me preguntó Bea.
-"Sé"-le dije, a punto de tocar las palmas con las orejas.
-"¿Nos afeitas tú los chochos? Son cinco minutos".
-"Afeito".
-Fuimos al palacete. Eva trajo al salón una palangana, mediada de agua, una maquinilla, hojas, la brocha y el jabón… y hasta aquí puedo leer.
Las dejé con ganas de saber más.
-Continúa que ya no somos niñas, tío -me dijo Bea.
-Os escandalizaríais.
-No digas tonterías. Acaba la historia y te contamos como follamos a papá.
El que se escandalizó fui yo.
-¡¿Os acostasteis con vuestro padre?!
-Y acabó dejando a mama, y… y hasta aquí puedo leer. Cuenta tu primero, con detalles.
Sentí una curiosidad como nunca antes había sentido.
-Vale, os cuento. Eva y Nuria se quitaron la braguitas ceñidas de sus bikinis y se sentaron en un tresillo rojo con las piernas abiertas. Sus coños eran pequeñitos. El del ojo solo se me puso tieso como un palo y comenzó a llorar.
-"¿Por quién empiezas, Quique?" -me preguntó Eva.
-Me dejé de caralladas y fui de cara.
-"¿A comerlos o a afeitarlos?"
-"A afeitarlos, goloso, a afeitarlos".
-Me arrodillé delante de Eva. Le mojé el interior de los muslos junto al coño peludo.
-"Déjame a mí echarle agua" -me dijo Nuria.
-Nuria se arrodilló delante de su hermana y cogiendo agua con las manos en la palangana le mojó todo el coño y el monte de venus. Eva echó la cabeza hacia atrás. Nuria le pasó el dedo por la raja y acarició su pequeño clítoris. Repitió la operación hasta que le salió el dedo mojado de jugo.
-"Moja la brocha. Llénala de jabón y extiéndelo sobre los pelos de su coño" -le dije.
-Le cubrió la matita del vello del coño de espuma.
-"Extiéndelo bien con la brocha".
-"¡Méteme mano, coño, que pareces tonto!" -Nuria me reprendió mi actitud pasiva.
-Me agaché. Le toqué el coño. Lo tenía mojado. Le metí dos dedos y la masturbé. Eva se quitó la parte de arriba del bikini, y se magreó aquellas grandes tetas con enormes areolas rosada y pezones pequeñitos como lentejas. Al terminar de extender la espuma con la brocha, me puse en el lugar de Nuria y comencé a afeitarle el coño. Nuria se sentó a su lado y besó a su hermana. Vi como sus lenguas entraban y salían de sus bocas. Como las chupaban y luego como Nuria le comía las tetas. Los gemidos de Eva eran tan sensuales que el del ojo sólo lloraba sin parar. Con el coño rasurado y seco, Nuria se volvió a arrodillar delante de su hermana y le pasó la lengua por la rajita de abajo arriba lentamente, sin llegar a rozar sus labios. Volvió a hacerlo metiendo un poquito la lengua dentro del coño. Al sacarla un hilillo de flujo hizo de liana entre la lengua y el coño. Volvió a pasar la lengua. Sabía bien lo que hacía. Aquella no era la primera vez que se lo comía. Eva, jadeando, cogió la cabeza de su hermana y empujando su coño contra ella hizo que la punta de la lengua entrase en su coño. Nuria se lo folló. El pequeño coño de Eva, chorreando, ya estaba abierto con sus labios hinchados. Al rato, Nuria, me besó con sus labios y su lengua mojados de flujo.
-"¿Te apetece comérselo? -Me preguntó Nuria- Está a punto de correrse".
-¡Cómo no me iba a apetecer! Nuria se apartó y ocupé su lugar. Nuria se sentó al lado de su hermana. La besó y le magreó las tetas. Lamí sin piedad, del ojete al clítoris y a toda mecha, el resultado fue una corrida impresionante que llenó mi boca de jugo. Nuria, que conocía bien a su hermana, sabía que a nada que se la siguiese comiendo, se correría de nuevo. Se arrodilló y siguió comiéndole el coño a Eva… Le levanté el culo a Nuria, me agaché, le pasé la cabeza de la polla por el coño mojado y después le clavé mi gran polla hasta el fondo de su húmedo y estrecho coño. Le quité la parte de arriba del bikini. Le agarre las tetas y le di canela fina. Al rato, Eva, agarrando la cabeza de su hermana, y sacudiéndose de gusto, se volvió a correr. Nuria, también se corrió. Apretó mi polla con su coño como si tuviera miedo de que se le escapase.
-"No te corras dentro" -me dijo, y después encharcó mi polla con el jugo de su corrida.
-Cuando acabaron de correrse quité mi polla y le llené de leche la espalda. Tocaba afeitarle los pelos del coño a Nuria.
-¿Se corrieron otra vez? -me preguntó Bea.
-Dos veces ellas y una más yo.
-Buena sesión de polvos -dijo Nina.
No noté ninguna excitación en las gemelas. Era como si les hubiese hablado del tiempo.
Ya me tardaba saber lo de las gemelas con su padre y lo de las monjas.
-¿Cómo pudisteis follar con vuestro padre? ¿Os disfrazáis de monjas?
-Cada cosa a su tiempo, ¿Quién empieza, Nina?
-Yo. Nuestro padre era un cabrón y un vicioso, tío. Esperó a que fuésemos mayores de edad para hacer lo que quería, y nosotras, por dos ferraris, lo complacimos en todo lo que nos pedía.
-¿Qué os pedía? -pregunté, intrigado.
-Lo primero fue ver cómo nos desvirgaban.
-¡¿Ver?!
-Sí, vendió nuestra virginidad y vio como nos desvirgaba detrás de un falso espejo.
-¡Qué hijo puta!
-Lo es. Pero bueno. Algún día teníamos que perderla. Nos dio 20.000 euros a cada una, y la verdad, perder la virginidad no es como dicen. No se sangra una barbaridad ni te rompen por dentro. Eso es un cuento de viejas para meter miedo. Si el que desvirga sabe lo que hace, calienta bien a la chica, y deja que sea ella la que suba y se vaya metiendo la polla a su aire, ya no es que sea doloroso, es que llega a ser tan placentero que la chica se acaba corriendo.
-¿Os desvirgó a las dos el mismo hombre?
-Sí, él llegó vestido de cura, nosotras estábamos vestidas de monjas.
-Rarito el tipo.
-Más rarito era nuestro padre. Le gustaba que nos vistiéramos de Catwoman, de Harley Quinna, de Scarlet Witch… El cabronazo era sumiso y le gustaba que le zurráramos la badana disfrazadas de villanas.
-¿Vuestra madre sabía lo que se estaba cocinando?
-Sabía, y con el sudor de nuestros coños se compraba joyas.
-¡Qué puta!
-Más que puta, alcahueta sin alma.
-¿Y ahora en que trabajáis?
-Cada cosa a su tiempo. Te contaba lo de mi padre.
-¿Se lo acabo de contar yo, hermana?
-Cuenta, Bea. Cuéntale la última vez con papá. Esa tiene su morbo.
Bea comenzó a hablar.
-En esos días ya mi hermana y yo éramos amantes. Nuestro padre, que era un cabrón y un vicioso, nos volviera viciosas a las dos… Aquella noche llegó a mi habitación y nos encontró haciendo un 69. Se sentó en un sofá, nos miró y se masturbó hasta que yo me corrí en la boca de mi hermana y ella en la mía. Él no se corriera y estaba caliente. Lo llevamos a la cama. Lo desnudamos. Hicimos que se pusiera de rodillas. Nina le puso las esposas. Tenía las manos en la espalda. Con la cabeza apoyada sobre la cama, le echó en el ojete spray anal relajante. Yo me puse un arnés con una polla de 16 centímetros, la lubriqué y le follé el culo, el cabrón, decía:
-"¡Más, puta, más, más, más! ¡Dame, dame más, más, perra asquerosa!"
-Le di, pero quien le dio más fuerte fue mi hermana. Le arreó con la fusta en las cachas y en las espalda, ¡¡plas, plas, plas!! Dándole, se corrió sin tener que tocar la polla para nada.
-Se ve que le gustó que le dieran por culo.
-¡Vaya si le gustó! Le gustó tanto que dejó a mamá por otro hombre.
-¡Cooooño! ¿Y ahora de que vive tu madre?
-Vive con lo que le damos nosotras. Tres mil euros al mes. Nuestro padre la había dejado bien, pero un chulo la dejó sin nada. Sin dinero, sin joyas… Suerte tuvo que nos compadeciéramos de ella.
-¿Y vosotras de que trabajáis para poder darle tres mil euros al mes a Camila?
Ahora sí, ahora me lo dijo:
-Trabajamos de putas de lujo, tío.
Me quedé con cara de tonto.
Bea, se levantó, y me dijo:
-Bueno, nosotras nos retíranos, mañana, después de otros vinos, seguiremos hablando, si te apetece.
-Hasta mañana.
Bea, se acercó a mí, se inclinó y me dio un beso en la boca. Sus labios eran tan frescos que me la pusieron morcillona.
-Hasta mañana, tío -dijo Bea después de besarme.
Nina me plantó otro beso en la boca. Sus labios eran como los de su hermana, fresquitos. Tuve que tapar la polla con la mano.
-Hasta mañana -dijo Nina.
A la mañana siguiente estaba en la cocina dando cuenta de unos huevos con jamón y un zumo de naranja. Llegaron vestidas con una blusa blanca, pantalón negro y unas zapatillas de deporte blancas. Sin maquillar, y sin carmín en los labios, aún estaban más bonitas.
-Buenos días -les dije.
Buenos días, tío. ¿Dormiste bien? -me preguntó Nina.
-De maravilla. ¿Y vosotras?
-Acabamos durmiendo en mi cuarto.
-¿Teníais miedo de mí después de lo que hablamos?
-No, es que nos gusta dormir juntas.
-¿Qué queréis desayunar?
-Sólo zumo. Hay que guardar la línea.
Desayunaron y se fueron. Llevaban dos bolsas de playa, demasiado grandes para mi gusto.
Sabía que no estaba bien lo que iba a hacer, pero estaban tan buenas, que quise saber cómo era su ropa interior. Sus braguitas, sus sujetadores… Fui al cuarto de Nina, abrí el de la cajón de arriba de la cómoda y, ¡sorpresa!, en el cajón me encontré: Spray anal relajante, Lubricante, dos vibradores, uno en forma de polla y otro con un estimulador de clítoris. Un masajeador que tenía un mango largo y que en la punta parecía una maraca. Un consolador con ventosa. Unas esposas y un arnés con una polla importante… Abrí el armario y allí, entre vestidos, trajes y otras ropas, estaba el hábito de una monja, y un uniforme de policía con su pistola y todo. Una máscara veneciana… ¿Cuánto cobrarían? Ya no las veía como mis sobrinas, las veía como dos diablesas con rostros angelicales y cuerpos de infarto.
Estaba tan cachondo después de ver aquellas cosas que llamé a Lupe, la dueña de una agencia de contactos, y le pregunté si había alguna novedad interesante. Me dijo que llegara una morenita nueva, que aún no hiciera ningún servicio, pero que era cara, por su juventud y su inexperiencia. Me importaba una mierda rascarme el bolsillo.
Una hora más tarde llamaba la morenita al timbre del pazo. Le abrí, y me preguntó:
-¿El señor Follabien?
Aquel era mi mote de guerra.
-De maravilla. Pasa que lo vas a comprobar.
Su nombre de guerra era Rihanna, y como la cantante, era morena, de ojos negros, con buenas tetas, labios sensuales… con un cuerpo diez. Vestía con una minifalda roja y llevaba un bolso, una blusa y unos zapatos de aguja del mismo color. Venía a que la pillase el toro y el toro la iba a pillar. A mí no me gusta ir a lio al instante. Y esa vez, menos, ya que la chavala, que no creo que pasara de los diecinueve años, estaba visiblemente nerviosa. Le indiqué con la mano un sillón del salón. Se sentó. Lo primero que hice fue darle los 200 euros por el trabajo que me iba a hacer. Los cogió, los metió en el bolso y me preguntó:
-¿Qué quieres que te haga?
-¿Un coñac? -le pregunté.
Puso cara de sorpresa. Sonrió, y se empezaron a esfumar sus nervios.
-¿Tienes whisky escocés?
-Marchando un Johnnie Walker.
Le serví el whisky y me serví otro para mí. Charlamos acerca de su vida, y después del tercer Whisky, me dijo;
-¿Sabes qué?
-¿Qué?
-Que tengo ganas de follar contigo.
-Y yo contigo.
Se vino a sentar a mi lado. Me abrió la bragueta y comenzó a meneármela. Era verdad que no tenía experiencia, ya que me la meneaba con dos dedos y sólo chupaba la cabeza descapullada. No iba a ser yo quien le enseñase. Cuando la puso dura. Se desnudó. Sus tetas eran grandes, con areolas negras y unos pezones más que generosos. Su coño lo tenía rodeado de una mata de pelo negro y rizado. Se sentó sobre mi polla y me dio las tetas a chupar. La chavala, en vez de follarme para que me corriese, me follaba para correrse ella. Me cabalgó como una fiera. Cuando sintió que se iba acorrer, paró, pero ya era tarde. Me miró, cerró los ojos, su coño apretó mi polla, me besó, y sacudiéndose y gimiendo de placer, puso mi pantalón perdido con el jugo de su corrida.
Se estaba corriendo Rihanna, cuando entraron en el salón Nina y Bea. Vi como sonreían, se tapaban la boca con la mano, y se miraban.
Al verlas, no sé por qué, pero me corrí dentro del coño de Rhianna.
-Uy. ¡Llegamos en un mal momento! -dijo Bea.
Rihana, al oírla, se asustó. Sacó la polla del coño. Se sentó en el sillón y tapó con una mano las tetas y con la otra el coño.
Quedé mudo.
-¡Qué situación -dijo Nina viendo caer la leche por mi polla abajo- Vamos a ducharnos, Bea.
Las gemelas se fueron.
-¿Eran tus hijas? -me preguntó Rihanna.
-No, mis sobrinas. Ya puedes irte.
Rihanna se vistió y se fue. Fui a mi habitación y encendí la pantalla de la cámara oculta que tenía en el baño. Era la única que había en el pazo, y la puse después de que una puta casi se muere allí con un pico de heroína que se metió. Así, la que veía que se metía algo, ya no volvía otra vez a follar con ella.
Las vi en la ducha, de pie, una frente a la otra, Bea y Nina se daban un beso… Se quitaron una a la otra la parte de arriba de sus bikinis negros. Sus tetas eran grandes, puntiagudas, con areolas rosadas y pequeños pezones. Se quitaron la parte de abajo. Tenían el coño totalmente depilado. Se echaron aceite en las manos y se acariciaron una a la otra las tetas, las nalgas y el coño… Al rato, Bea se arrimó a la pared y le dio la espalda a su hermana. Nina le acarició el coño. Cogió el cepillo del pelo, untó el mango con aceite y después, acariciándole las nalgas, folló muy lentamente a su hermana con él. Minutos después, Bea, se acarició el clítoris, y se corrió acariciando el cabello de su hermana.
Al acabar de correrse Bea, se metieron bajo la ducha, Bea se puso en cuclillas, agarró el culo redondito de Nina y le comió el coño hasta que se corrió en su boca.
Al correrse, los gemidos de las gemelas fueran como suspiros. Ver como se corrieron fue como ver correrse a dos ángeles.
Me fui a jugar unas partidas al mus. Volví a las nueve para cenar. Cenamos carne al caldero y al acabar de cenar se jodió lo que se podía dar.
-No me encuentro nada bien. Creo que me sentó mal el vino. -dijo Nina – Me voy para cama.
-Voy contigo -le dijo Bea.
Se marcharon sin dar las buenas noches. La verdad es que no sé cómo le había sentado mal el vino si casi no había bebido.
Después de recoger la mesa fui a la sala de estar a mirar la televisión.
Eran las doce de la noche cuando me fui para cama.
Estaba con el primer sueño, durmiendo boca abajo, cuando siento que me destapan y un cuerpo desnudo y calentito se echa sobre a mí. Su tacto era suave como el terciopelo. Sus tetas en mi espalda me encendieron. Besó mi cuello, después, se sentó sobre mis piernas. Rascando mi espalda con sus uñas lamió mi espina dorsal, lentamente, de abajo arriba y de arriba abajo. Sentí la voz de Nina.
-¿Lo quieres para ti solita, hermana?
-Ven. Repartiéndolo bien hay macho para las dos.
Nina se metió en la cama y encendió la luz. Me dieron la vuelta. Las vi desnudas de nuevo. Eran la perfección hecha mujer. Cada una por su lado, y acariciándome una los cojones y meneándome la otra la polla, me lamieron las orejas, me besaron el cuello, me chuparon las tetillas, y después, Nina me chupó los cojones y Bea la polla. Al rato, Nina, dejó mis cojones y me dio sus deliciosas tetas a mamar, mamé, lamí, chupé y mordí sus pezones. Después me puso el coño en la boca y se lo comí… No tardó Bea en ser la que me diese sus tetas y su coño a comer mientras Nina me la chupaba.
Media hora más tarde de vaivenes. Nina se echó boca arriba en la cama. Bea, poniéndome el coño a tiro, metió la cabeza entre sus piernas y comenzó a hacerle un cunnilingus. Nina se magreaba las tetas. Cogí a Bea por su fina cintura y, arrodillado detrás de ella, le di canela fina. Tardó lo suyo, pero acabó por apretar mi polla con su coño y encharcarla de jugo. Se sacudió al correrse, pero sus gemidos eran como susurros. Al quitarle la polla, le lamí el coño para saborear el jugo que salía de él. Acto seguido, Nina, subió encima de mí. Me cabalgo buscando su orgasmo y el mío. El suyo al frotar el clítoris con mi pelvis, y el mío al hacerme en la corona remolinos con el culo. Aguanté hasta que ella quiso. Al sentir que se iba acorrer, me cabalgó moviendo el culo de atrás hacia delante a toda hostia. Cuando sintió mi leche dentro de su coño, la metió hasta el fondo, y frotando su clítoris con mi pelvis, moviendo el culo alrededor y besando a su hermana, se corrió como una bendita.
Al acabar de correrse tenía en los labios una sonrisa que jamás olvidaré.
Poco después…
-Te dejamos descansar, tío -Me dijo Nina.
-Mañana te llevarás otra sorpresa -dijo Bea.
-A ver si es verdad -dije viendo como aquellas dos diosas con celestiales traseros se iban alejando de mí.
Por la mañana las busqué, pero habían cogido sus cosas y se habían ido.
A las once de la mañana, leyendo el Faro de Vigo en la sala de estar, una noticia que venía en primera página me llamó la atención:
"Dos atracadores disfrazados de Monjas, con máscaras venecianas, armadas de pistolas, y hablando como el pato Donald y el pato Lucas, se llevaron ayer más de dos millones de euros del BBVA de esta ciudad. Su modo de huida fue en un taxi manejado por un conductor disfrazado también de monja y que como los otros dos atracadores llevaba la cara cubierta con una máscara veneciana…"
Se agradecen los comentarios buenos y malos.