-Teresita… mira lo que tengo aquí… -canturrea Mateo a la espalda de la mujer. Teresa no tiene ni que darse la vuelta para saber qué es lo que tiene Mateo para ella, y sonríe y se relame de gusto antes de girarse y contemplar la exuberante desnudez del macho.
-¡Ay, Jesús! -exclama Teresa en voz bajita. La natación que practica hace que Mateo tenga los hombros anchos y un cuerpo espectacular en general, pero el timón que luce entre las piernas es desmesurado. Y más grande parece porque no hay nada de pelo molesto que enturbie la visión del magnífico cipote del chaval. ¡Y esas pelotas! Grandes como nueces. Y colgantes, que cuando Mateo se la folla, el golpeteo de los cocos contra la carne de la mujer es un aliciente más que no ha sentido con ningún hombre. –No sé cómo me puedes meter todo eso… -gorjea Teresa limpiándose las manos con un trapo de cocina.
-¡Bájate las bragas que te voy a reventar! -amenaza Mateo dando un paso en dirección a Teresa. La mujer recupera la sonrisa zalamera al escuchar al brutote de Mateo, porque mira que la ha visto veces, y todavía la asombra el tamaño del don que tiene el chaval entre las piernas.
-¿Qué bragas? -contesta picarona mientras se sube lentamente la falda del vestido cómodo. Es una costumbre recién adquirida, eso de ir de comando por casa, porque Mateo tiene la sana manía de empotrarla en cualquier momento y rincón del hogar. Así que… ¿para qué poner trabas? A Teresa le encanta la fogosidad del muchacho, y como ya le ha fastidiado unos cuántos pares de braguitas, mejor ir sin ellas.
-¡Fuuu, Tere! -bufa Mateo cuando el peluche de la casera asoma por debajo de la falda. Una perfecta montonera de pelos castaños, con algún reflejo plateado, impide ver la rajita de Teresa, aunque eso no supone ninguna molestia para Mateo. Es más, la visión del perfecto coño de su casera lo pone más verraco si cabe. -¡Golfa!.
-¡Guarro! -contesta rápida la mujer, sujetando la falda a la altura de la cintura y moviendo un poquito las caderas. Siente la raja húmeda, y los pezones se le han erizado nada más darse la vuelta y contemplar la polla firme de Mateo. Teresa baja la mirada, fascinada por el movimiento de los huevos del chico mientras acorta la distancia en dos pasos. Teresa está más que dispuesta para recibirle, pero lo que no espera es que Mateo, después de comerle la boca con saña y manosearle los muslos hasta dejarle marcas rojizas en la piel, la voltee, la doble un poco y se agache detrás de ella. -¿Qué… qué haces? -pregunta Teresa entre gemidos. -¡Uf, SÍ! -chilla cuando nota la lengua del chico abriéndose paso entre sus carnes. Las manazas de Mateo le abren las cachas, y ella ayuda separando las piernas, exponiendo la almeja a los lametones de Mateo. -¡Ay, niño, me matas! ¡No pares, joder!-. Teresa se lleva una mano al pecho, intentando liberar un pesado y cálido cántaro de leche. Imposible. ¡Mierda! ¿Por qué se habrá puesto ese vestidito? Porque tiene mucho vuelo, se pregunta y se contesta Teresa. La ventaja es esa accesibilidad a las partes bajas, como bien le demuestra Mateo a base de unos lengüetazos que abarcan desde el ojo del culo hasta el mismísimo clítoris. ¡La virgen! ¡Este chico lo tiene todo grande! Teresa nota los tirones que le provocan los pelos del chichi cuando Mateo los arrastra con ese apéndice largo, rosado y húmedo. ¡Qué cabrón!
-¿Te gufta, Tede? -farfulla Mateo, abriendo y levantando las cachas de la señora.
-¡Ay, joder, sí! Como sigas… me voy a… -Teresa cierra los ojos, conteniendo el orgasmo que ya pugna en el bajo vientre. No miente. Entre la visión de la asombrosa polla de Mateo y el uso que hace de la húmeda, la mujer está por partirse en dos en cero coma.
-¡Ah, ah! -Mateo separa la lengua de los labios carnosos de Teresa, aspirando el aroma de hembra cachonda que expele la entrepierna de Teresa. -¡Todavía no, Tere!. Sin que la mujer lo vea, Mateo se saca un pelo castaño de entre los dientes, uno de esos hijoputas que pueden arruinar un polvo memorable. Le encanta el peludito de la casera, aunque a veces echa de menos que lo lleve arregladito, como Pilar.
-No quiero, no tan rápido -suspira Teresa, notando que el estallido de placer se va alejando. Menea el culo, pidiendo más caña, y asoma la cabeza por encima del hombro. Mateo le devuelve la sonrisa con la barbilla brillante de los fluidos de la propia Teresa, cosa que a la mujer llena de orgullo y un poco de vergüenza. ¡Cómo puede soltar tanto líquido, por Dios! -¿Por qué no has venido ésta mañana? -pregunta Teresa entonces, coqueteando con el trasero casi pegado a la nariz de Mateo. –Te hemos echado de menos -continúa con tono mimoso. -¡Hostis! -exclama la señora, y la amenaza de orgasmo vuelve a presentarse de golpe después del traicionero lengüetazo que le suelta el chaval. ¡La madre que lo parió!
-Me he quedado dormido -contesta Mateo, otra vez abriendo las cachas femeninas. Teresa se muerde el labio, encantada con el manoseo y los lametones.
-¿Estabas cansadito? -Teresa reprime una risita, súper orgullosa de haber dejado al semental machacado. Claro que para eso necesitó la ayuda de Concha y de Pili, pero entre las tres parece que lo dejaron agotado.
-Digamos que tenía que recuperar fuerzas… -La “s” final silba y vibra entre los labios y el clítoris de Teresa, que alza sin querer los talones porque el hijoputa del niño la tiene a punto de caramelo. Y eso, sin metérsela.
-¡Espera Mateo! -ruega Teresa, hurtando el culo de la cara del chico. Se toma un segundo para respirar y controlar las contracciones que le suben por las piernas. –Vamos a la cama, que quiero que me folles como Dios manda -añade, flipada con el tamaño que tiene el cipote del chaval.
-Negativo -responde Mateo alzándose. El macho atrapa la cara de Teresa, haciéndola desaparecer entre sus manos, y le planta un beso que casi la devora, todo labios y lengua. Esos besos la ponen en órbita tanto o más que los lametones en los bajos, y por un momento teme que se va a correr con la manera que tiene Mateo de comerle la boca. ¡Ay, madre!
-¿Ne… negativo? -farfulla Teresa cuando Mateo separa los labios. La pregunta es un poco tonta, porque tal y como está, le importa un pepino dónde quiera joderla, el caso es que la parta en dos.
-Ven aquí -Mateo pone las palmas de las manos de Teresa contra la mesa del desayuno, rebozando el miembro contra la tela suave del vestido de la casera. Teresa vuelve a morderse el labio, porque definitivamente, que se la tire desde atrás es su postura favorita. Así le puede amasar las tetas, que las tiene faltas de atenciones.
-¡Joder, Mateo! -susurra Teresa cuando el chico coloca la polla entre las nalgas y aprieta contra el ojete. La mujer canda las cachas, aprisionando como puede la verga del chico, sintiendo que el calor que emana casi le quema la sensible piel del rodete del trasero, y empieza a menearse arriba y abajo, ufanándose con los gemidos de placer y sorpresa que se escapan de la garganta de Mateo.
-Esto es nuevo -dice el chico, ayudando a la mujer a apretar las nalgas con sus fuertes manos. Enardecida, Teresa procura acelerar el ritmo de la paja que le está haciendo a Mateo con las rotundas posaderas. -¡Qué rico, Tere! -alaba Mateo. ¡Platch! La sorpresa hace gritar a Teresa, que sabe que en nada caerá un segundo azote que le pondrá la nalga correspondiente del color de las mejillas de Mateo. ¡Platch! Teresa rezonga, alternando el arriba y abajo con círculos amplios que consiguen que los huevos gordos de Mateo le rocen los labios hambrientos del coño.
-¡Fuuu, Mateo! -gruñe Teresa, a la que le empieza a faltar el aliento. No está acostumbrada a menear tanto las caderas, pero si tiene que coger fondo, no se le ocurre una manera mejor.
-¡Fuu, Tere! -imita Mateo, soltando las nalgas. La presión disminuye, y Teresa deja de notar tanto la polla pegada al ojete. No le importa porque siente que Mateo casi cae encima de ella, abrumándola con su presencia. El chico hunde la cara en el pelo de Teresa, que a estas alturas está como el nido de una cigüeña, y Mateo empieza a soplarle la nuca, y a morderle el lóbulo de la oreja, a resoplar y a decirle esas cositas que hacen que Teresa pierda el control… que no hace falta porque está más cachonda que una perra en celo. Y cuando Mateo le agarra las tetas por encima de la ropa… ¡Ay, madre! Teresa empuja hacia atrás, buscando el paquetón del chico, y con una de sus manos aprieta la que Mateo usa para agrandar el escote del vestidito, que para qué habrá elegido ese modelito.
-Lo siento, Tere… – ¡Rasss! Teresa nota las chicas libres de repente, y entonces cae en la cuenta de que Mateo le acaba de rasgar el vestidito. Antes de que las peras puedan coger frío, la manaza de Mateo se ocupa de protegerlas, las dos al mismo tiempo, sin dejar de besar el cuello y la oreja de la mujer.
-¡Para, cabrón! -murmura Teresa, escupiendo uno de sus propios cabellos. -¡Fóllame o para! -pide la hembra, contorsionando el cuerpo para evitar el golpeteo de la vara y las pelotas de Mateo en el centro de sus placeres. La mano de Mateo acaba de soltar a las chicas, y empiezan a entretenerse con los pezones de la mujer. -¡No pares, Mateo! -urge Teresa, buscando el cipote de Mateo alargando la mano entre sus piernas. Lo primero que toca es, obviamente, los cojones del chaval, bamboleándose adelante y atrás. Teresa los acaricia entre los gemidos de Mateo, que frena un poquito el ritmo agradeciendo las atenciones de la mujer. -¡Joder, qué gordos los tienes!-.
-¡Y están cargaditos, Tere!-. Lo de Mateo es un gruñido gutural, seco, que eriza los vellos de Teresa.
-Ya procuraré vaciarlos, nene -promete Teresa, raspando la delicada piel de la bolsa con una de sus uñas. Los huevos escapan de la caricia, pero a Teresa le parece sentir que la polla del macho palpita con más fuerza contra su ojal.
Teresa maniobra, con cierta dificultad, resiguiendo el gordo tallo con los dedos, en una postura difícil que Mateo no facilita, porque sigue manoseando las tetas de Teresa. Consigue tirar de la palanca hacia abajo, y alzando los talones, deja la herramienta embocada. Ese es un momento sublime, piensa Teresa aguantando el aliento. El momento en que siente el capullo de Mateo justo a las puertas, acariciando los labios con delicadeza, casi pidiendo permiso para entrar… -¡Venga, Mateo! -susurra Teresa, abriendo el coño con dos dedos. Más permiso no puede tener. -¡Uuuuhhh! -suspira la mujer. El ariete del macho entra lento, degustando el coñito caliente y suave de Teresa. La manaza de Mateo abandona a las chicas para atrapar la mano de la propia Teresa, ayudándola a mantener el conejo abierto. -¡Asiiii! ¡Despacio!.
-Como tú me digas -responde Mateo. Le fascina contemplar los ligeros temblores de las nalgas de Teresa mientras le va metiendo el rabo por primera vez. A veces, cuando se la empieza a follar con las patas para arriba, Teresa mueve una pierna como si fuera un perrete rascándose. Esas tonterías le hacen flipar, porque uno no se imagina nada de eso cuando piensa en cómo sería follarte a una hembra madurita como Teresa. También presta atención a las marcas rojizas que le ha dejado en las cachas, y a la blancura de las estrías que la mujer tiene en la parte alta y externa de los muslos. Y mientras tanto, sigue metiendo chicha lentamente, hasta que media verga queda enterrada en el interior de Teresa.
-¡Ahhh! -suspira la hembra. -¡No te muevas! -pide. Por una vez, Mateo le da el gusto. El chico permanece inmóvil mientras el chochito de Teresa se acostumbra al tamaño del cuerpo invasor. Puede que hayan follado cien veces, pero cada vez que entra es diferente. O acaso es que el coño de Teresa es súper elástico y recupera su tamaño en cuanto acaba de joderla… El chico espera, acariciando el bosquecillo de Teresa con su mano y la de la mujer, esperando el momento de empezar a moverse. Mateo está en la gloria dentro de casa, piensa, aunque es mejor entrar y salir. Siente la media polla que tiene dentro aprisionada, abrazada por la musculatura vaginal de su amante, y unos segundos después, Teresa empieza a moverse. -¡Qué grande es, por Dios! -murmura Teresa, halagando a Mateo.
-Y qué dura me la pones, Tere… -contesta Mateo, acompasando sus caderas a las de la casera. Teresa gime, y Mateo gruñe. Al poco, los chasquidos húmedos de la carne llenan la cocina, acompañados por explosiones sofocadas y gemidos guturales. Mateo procura ser suave, o al menos, se lo propone, porque luego es empezar el metesaca y se le olvidan los modales. Se folla a Teresa como si no hubiera un mañana, y la mujer acepta sus acometidas con todo el gozo del mundo. Nunca en la vida se siente más mujer que cuando tiene a Mateo perforándola.
-¡Mateo! -gruñe Teresa, aferrándose a la mesa para no caerse al suelo, porque el chaval le está metiendo unos meneos que pa qué.
-¡Teresa! -responde el macho a la espalda, agarrado a las caderas de Teresa para hacer fuerza cada vez que le endiña un pollazo.
-¡Que me corro! -constata la hembra. Quería avisarlo, pero el orgasmo llega antes, no inesperado pero sí adelantado. -¡Coño, que me estoy corriendo! -farfulla Teresa, que ya no tiene el control de sus brazos ni de sus piernas. Menos mal que Mateo la tiene bien agarrada, porque nota las rodillas y los tobillos de gelatina, y que los pies se estiran al tiempo que los dedos se le engarfian. Aprieta las mandíbulas, poniendo los ojos en blanco porque la llamarada de placer es tan brutal que apenas nota las acometidas del macho a su espalda, tan grande y ancho es el orgasmo.
-¡Tere… Tere…! -muge Mateo. Las pelotas se recogen por sí solas, el badajo se pone tenso y empieza a palpitar en el interior espásmico del coño de la casera. Observa el cerco blanquecino que tiene alrededor de la base de la polla, y la raja del culo de Teresa, y entonces aprieta los dientes, clavando la verga en el fondo del coño de Teresa, que bufa entre la sorpresa y la incomodidad que siempre siente después de correrse. Y acompañado de un bramido, se deja ir, llenado el conejo con su caldito espeso y calentito. Una, dos, tres veces, cada una de ellas acompañada de un golpe de cadera que obliga a Teresa a expulsar el poco aire que tiene en los pulmones con un chillido de angustioso placer. Mateo sujeta a Teresa, acabando de derramarse con otros empujoncitos, hasta que nota que no le queda nada.
-¡Joder, Tere! -suspira el chico. La casera todavía mueve las piernas sin control, chocándolas contra los muslos de Mateo. -¡Sí que me has exprimido bien!-.
-¡Mmmm! -gime Teresa, incapaz de hablar. ¡Qué orgasmazo, la virgen! De los mejores que recuerda, piensa la mujer. Es más, es que todavía la recorre de arriba abajo, como una descarga de electricidad que parece perder fuerza pero no. ¡Y ahí viene otra vez! Inconscientemente, Teresa aprieta los músculos de las piernas, notando el chocho gozosamente lleno de carne y espuma. La incomodidad ha desaparecido, aunque tampoco es que Teresa esté preparada ya para otra sesión de folleteo, pero el caso es que no le importa sentir dentro a Mateo, es más, no quiere que salga todavía. ¡Y menos mal que la tiene agarrada, que si no…! ¡Hala! ¡Y otra descarga! Teresa esconde la cara entre la superficie de la mesa y su propio cabello, mordiéndose los labios hasta casi hacerse daño, incapaz de controlar el contínuo orgasmo que está sintiendo.
-¿Estás bien? -pregunta Mateo. No es normal que Teresa esté tan callada después de un polvo memorable. Aunque claro, con ella, todos los polvos son memorables. Pero es muy raro que no lo haya sacado, ni que tiemble de esa manera, ni que apriete el chichi así… Teresa asiente con la cabeza, todavía incapaz de hablar, y Mateo empieza a comprender que su casera está gozando todavía. Alza las cejas, francamente sorprendido, y ahora ya notando que las piernas empiezan a acusar el esfuerzo de mantener el peso propio y el de la mujer.
-¡Madreeee mía! -es lo primero que consigue decir Teresa. -¡Madre de Dios! -repite, probando la seguridad de sus piernas. Todavía las tiene ligeramente gomosas, pero cree que ya puede aguantarse. Mateo la saca, casi flácida, sucia y pegajosa. Tiene en la base y en los huevos un moco blanquecino, de lo suyo y de lo de Teresa. –¡Poooor favooor! -canturrea la señora. -¡Qué polvazo, Dios!-. Teresa nota el semen de Mateo manando de la rajita, buscando un camino muslo abajo. Normalmente no es tan fluido, así que debe haberse mezclado bien con los flujos de Teresa. Le importa un pimiento. ¡Pero qué polvazo!
-¿Estás bien, Tere? -vuelve a preguntar Mateo, buscando una servilleta de papel para quitarse lo gordo.
-¡De puta madre! ¡Jolín! Creí que iba a perder el conocimiento-. Teresa se apoya bien sobre las manos, levantando el tronco con cuidado. Mantiene las piernas ligeramente abiertas, porque todavía no está muy segura de que puedan sostenerla. Es más, todavía le tiemblan.
-Perdona por lo del vestido -escucha que le dice Mateo. Teresa se mira el pecho, donde las domingas cuelgan libres, sin ver nada raro. Luego se da cuenta de que ése escote no permite sacar las tetas de ésa manera, y con la mano comprueba que, efectivamente, se ha rasgado justo por debajo de los pechos, más que suficiente como para arruinar la prenda. ¡Bueno! Solo se lo pone para estar cómoda por casa, así que… razón de más para volver a ponérselo. Así Mateo tendrá todo, pero todo, a su disposición.
-No pasa nada, Mateo… ¡Joder, qué bien me he quedado!-. Teresa busca una silla con la mirada, dejándose caer a continuación. Siente el pringue de Mateo empezando a secarse en la cara interna de los muslos, y los temblores de las piernas no remiten. El chico ya ha acabado su básico aseo, guardándose el rabo bajo el pantalón del pijama. –Esto es mejor que cuando me despiertas por la mañana, ¿eh?