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La intrusa: infidelidad lésbica con otra mujer
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Todo comenzó con un intercambio estudiantil.

Esperábamos recibir a una estudiante de 12 años a cambio de nuestro hijo por un tiempo de 8 meses, pero algo sucedió en el trámite y terminó llegando una jovencita desde Europa más grande, de 19 años.

Cuando me enteré de esto, me preocupé un poco. Pero me dije a mi misma: tranquila, seguro sigue siendo una niña.

El día llegó, mi esposo iba a ir por ella al aeropuerto, pero decidí acompañarlo.

Mas vale – me dije.

Al verla no pude evitar preocuparme aún más, ¡de niña ya no tenía nada! Era una mujer. Una mujer joven, delgada y atractiva. Me recordaba a mí cuando yo tenía su edad.

Mi esposo y yo sonreímos al darle la bienvenida. Su nombre era Daniela.

Mientras íbamos en el auto, no dejaba de pensar si le había gustado a mi esposo.

Me sentía tan… celosa.

Lo peor de todo es que la chica era realmente bonita: ojos azules, nariz respingada, cabello negro, piel blanca…no podría culpar a mi esposo por percibir su belleza.

De pronto recordé que había leído en una revista que tenía el dentista en la sala de espera que las mujeres europeas eran más despiertas sexualmente y que iniciaban su vida sexual a muy temprana edad.

Creo que me voy a desmayar – pensé dentro de mí.

Muy a mi pesar, le dimos la bienvenida a nuestro hogar. Le mostramos su habitación y ella parecía sentirse cómoda estando con nosotros.

Durante las primeras semanas ella se enfocó en sus estudios y nosotros en apoyarla en lo que fuera necesario.

Los fines de semana ella llegaba tarde, pero era algo normal en las chicas de esa edad.

Fuera de eso, todo transcurría de manera normal. Pero las cosas empezaron a cambiar.

Un día pase por su cuarto y tenía la puerta entreabierta. Creía que no estaba.

Al ver por la abertura, pude ver que se estaba peinando, pero no traía sostén.

Pude ver su espalda y parte de su seno izquierdo. Me fui de ahí antes de que se diera cuenta de mi presencia.

Qué raro, – pensé. Debería de ser más cuidadosa.

Mi esposo y yo procurábamos no hacer ruido cuando nos entregábamos el uno al otro, para que no nos escuchará, pero esa noche pensé en lo que había visto y me facilitó estar humedita mi esposo me hacía suya. Su miembro resbalaba tan rico dentro de mí.

En una ocasión en la noche pase por su cuarto y escuche lo que parecía ser como gemidos.

Me acerque a la puerta con cuidado y sí, al parecer ella estaba gimiendo.

Me quedé ahí parada en la puerta escuchándola. Me pareció algo muy erótico y sentí como me humedecí al imaginármela desnuda y acariciándose.

Al regresar a mi cuarto, me sentía tan excitada que le pedí a mi esposo que me hiciera el amor. Mientras me tomaba por el culo y me penetraba no dejaba de pensar en Daniela ni en la forma en como gemía y esta vez fui yo la que estaba gimiendo delicioso.

Al día siguiente pensaba mucho en ella, y en lo que pasó en las recámaras.

Me pregunto si se toca seguido o de vez en cuando – pensé.

Espero que no me haya escuchado, porque nuestra casa no es muy grande.

Los días pasaban. Nunca le había sido infiel a mi esposo, mucho menos con una mujer.

Pero por alguna razón, fantaseaba mucho con ella, lo cual me llevaba a tener orgasmos muy ricos a solas. Pero al final sabía que solo era una fantasía, que nada pasaría entre ella y yo.

A menos que yo hiciera algo.

Un día vi que se metió al baño y abrió la llave del agua. Estaba por ducharse.

No sé qué me pasó pero me armé de valor, me desnude y entré a la regadera con ella.

– Ella al verme se tapó los senos con sus brazos pero su vello púbico estaba al descubierto.

Daniela me observaba asombrada.

– Daniela, eh… solo quería decirte que eres muy bonita y yo… este… no, no me hagas caso.

Creo que mejor me voy. Discúlpame.

– Espera. – Me dijo tocándome el hombro. Bajo los brazos, quedando sus pechos al descubierto.

– ¿Sabes? El otro día te escuche mientras disfrutabas con tu esposo. – Me comentó mientras se acerca a mí.

– Que pena, debimos ser más cuidadosos. En esta casa todo se oye. – Le dije sonrojada.

– Solo quería decirte que me agradó lo que escuché. – Me dijo sonriendo pícaramente.

– ¿Te gusta mi cuerpo? – Me preguntó al tiempo que se acariciaba el pezón derecho.

– Eh… si, eres muy guapa – Le respondí.

– ¿Y si nos dejamos de juegos? – Me preguntó al tiempo que se hincaba ante mí

Me tomo por los tobillos y se acercó a mi entrepierna.

De pronto comencé a sentir sus besos en mi zona íntima. Mi piel se erizó al sentir sus labios.

– No Daniela, no – Quería que se detuviera, pensaba que eso no debería de estar pasando, pero yo lo propicié, y es que en el fondo si quería que me hiciera suya.

Daniela comenzó a combinar sus besos con su lengua y fue ahí cuando ya no pude resistirme más. Comencé a gemir y a gemir… muy fuerte y muy rico.

Coloqué mi mano en su cabeza para indicarle que continuara. Que me estaba gustando su lengua ahí, en ese punto tan especial.

Se puso de pie y comenzamos a besarnos apasionadamente mientras nos acariciábamos las nalgas y los senos.

Después de aquel día comenzamos a tener encuentros sexuales casi a diario. En la ducha y en las camas.

Todo parecía ir bien para mí. Durante al día disfrutaba del sexo con una linda chica y durante la noche con mi esposo.

Pero aun así, no podía quitarme de la mente que mi esposo podría estarme engañando con ella.

Un día me arme de valor y lo confronté.

– ¿Te gusta Daniela verdad?

– Eh, este… no

– No mientas, ella es muy bonita y lo sabes.

– Bueno, sí, es muy atractiva. Me dijo.

– ¿Y serías capaz de engañarme con ella?

– Eh, no – Me dijo mientras miraba hacia otro lado. Ahí fue cuando me di cuenta que algo había pasado entre ellos.

– No mientas. – Le dije molesta.

– Tienes razón… te he fallado, me siento muy mal. – Me dijo con voz entrecortada.

– ¿Qué fue lo que pasó?

– Un día tú estabas durmiendo. Yo estaba en el baño afeitándome cuando de pronto entró y se quitó la bata quedando completamente desnuda. Después se hinco y comenzó a acariciarme con sus manos y su boca.

Quería que se detuviera pero me sedujo con sus caricias. Poco después se dio la vuelta y se inclinó hacia adelante. Me acerque a ella por detrás y…

– Si, entiendo, ya no sigas.

– ¿Fue la única vez que lo hicieron?

– No, después pasamos a la regadera y lo hicimos varias veces más.

Estaba muy molesta y a punto de decirle hasta de lo que se iba a morir cuando recordé que yo había hecho exactamente lo mismo con ella.

No me quedó otra opción que confesarle todo.

– Yo también te he fallado… con ella.

– ¿Con Daniela? – Pero… ella es mujer – Me replicó

– Si, lo sé. Lo peor es que yo propicié todo al meterme con ella desnuda en la ducha.

Decidimos pedirle amablemente que se fuera de nuestra casa y así lo hizo a la mañana siguiente.

Tratamos de continuar con nuestras vidas como si nada hubiera pasado pero… ya fue muy difícil.

No supimos como procesar la experiencia y a los seis meses nos separamos.

FIN

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