Cuando conocí a Bety, ambos rondábamos los 28 años, siempre me gusto su carácter, ella es una mujer súper alegre, fiestera, con todo mundo se lleva bien, es la típica jarocha (nativa del estado de Veracruz), pero, además, súper cariñosa, romántica, le encanta cocinar y muy unida a su familia.
Físicamente, Bety también hace honor a las nativas del puerto, morena, de pelo largo y negro, ojazos grandes y que dicen mucho con la mirada, labios gruesos y carnosos, cuerpo voluptuoso, de senos generosos, caderas anchas y piernas gruesas y torneadas. Un coño de campeonato, tupido de vellos, recortados solo en las ingles y unas nalgas espectaculares. Y a la hora del sexo, mi pareja se convierte en una mujer poseída, le encanta gritar, gemir, arañar y mostrar abiertamente el placer que siente en ello.
Nuestro noviazgo duro poco más de un año, cada uno de nosotros traía ya historia sobre la espalda, ambos éramos conscientes de eso, pero ya como matrimonio, mi mujer resulto una excelente ama de casa. Rentábamos una pequeña casita de dos niveles y dos recamaras en las afueras de la ciudad, no teníamos plan de ser padres todavía, por lo que mi señora, continuaba cuidándose con anticonceptivos orales, mismos que usaba desde hace más de 10 años.
Cuando apenas cumplíamos seis meses de casados, y sin esperarlos, nos llegaron de visita sus padres, ellos ocuparon la habitación contigua a la nuestra. Pasaron tres o cuatro días acompañando a mi esposa, algunas veces salían a pasear, pero principalmente se quedaban en casa. Cuando yo llegaba por la tarde noche, salíamos a caminar o a cenar cerca de casa y así pasaban los días. Aquí debo mencionarles, que mis suegros deben tener una edad aproximada entre 60 él y 55 ella, mi suegro es de estatura media, delgado y de complexión fuerte, marinero de toda la vida. Mi suegra es una copia idéntica de Bety, pero con unos 25 o 27 años más. Y así como llegaron, sin avisar, una noche llegue a la casa y ya no estaban, la visita había terminado.
Pasaron otros cinco o seis meses, para que se repitiera la visita, sin ningún aviso previo. Bety me hablo a la oficina, solo para avisarme que sus padres habían llegado por unos días. Igual que la vez anterior, a los tres o cuatro días, mis suegros se retiraban. Esa segunda vez, si me molesto la visita, mi esposa y yo, estábamos en una temporada de harta calentura, llevábamos más de una semana, cogiendo todos los días, solo era llegar a casa y mi esposita caliente, ya me esperaba con los brazos y piernas abiertas. Y de la noche a la mañana, se acabó el placer, al llegar a casa, solamente me esperaban Bety y sus papás, para cenar y platicar y al acostarnos, mi mujercita siempre usaba a sus padres como pretexto para no cumplirme en la cama.
Yo le cuestionaba a Bety, el proceder de sus padres, y solo me contestaba, que era algo que hacían con ella y con sus otras dos hermanas, así sin avisar, solamente se presentaban en sus casas para pasar algunos días. Y sin darme oportunidad de mayor queja, ella recalco, que le encantaban las visitas de sus padres y que por ningún motivo haría algo para evitarlas.
Y así llego la siguiente visita, poco antes del cumplir seis meses sin verlos, mis suegros estaban nuevamente en casa. Esta vez, lo tome con mayor calma, decidí pasarla bien durante su estancia, es más, aproveche las sobremesas, para observar a mi suegra y a mi señora y compararlas, no se podía percibir ninguna desigualdad, estaba seguro que solo viendo a ambas desnudas, se notarían las diferencias.
Al segundo día, estando un poco aburrido en el trabajo, por la falta de quehacer, decidí regresarme a casa, tal vez, pudiera convencer a mis suegros de salir al centro. Pero nunca imagine lo que pasaría al llegar. Cuando entré a la casa, encontré a mi suegra, en la sala, recostada en el sillón, abierta de patas y con ambas manos en su panocha, dándose una gran sobada. Mientras en la parte superior, podía escuchar a mi señora, bramando de placer. Subí corriendo la escalera y al asomarme a nuestra habitación, pude ver a Bety, en cuatro patas, con el culo expuesto, recibiendo tremenda cogida de parte de su padre, no podía creer lo que veía, sin poder emitir sonido alguno por la impresión, observaba como mi suegro sacaba y volvía a hundir, su negra y tumefacta verga, dentro del cuerpo de su hija, mi esposa y ella con la mayor puteria del mundo, disfrutaba aquellas embestidas cual vil animal en celo.
Después de unos minutos de observarlos, me di cuenta que en realidad estaba fascinado, me deleitaba ver a mi esposa insertada hasta los huevos por otro hombre, mi verga en ese momento, ya estaba totalmente llena de sangre, me dolía de tenerla dentro de mis ropas, no podía dejar de observar y al mismo tiempo deseaba unírmeles para poder descargar mi calentura. Necesitaba una hembra en celo y con asombro me di cuenta que un cuerpo desnudo me abrazaba, mi suegra empezaba a desnudarme con manos ávidas y deseosas, la tome entre mis brazos y la lleve hasta la recamara vacía, mientras me despojaba del resto de mi ropa, pude admirar aquel cuerpo maduro, con algunas lonjas de más, con las tetas de sus chichis, negras y bien paradas, pero viendo ligeramente hacia abajo y aquella pelambre entre sus piernas que me recordaba el de mi esposa, y al abrir sus piernas como invitándome a poseerla, pude ver aquellos labios gruesos y húmedos, en el margen de aquella obscura cueva que me estaba esperando con anhelo.
Sin más, me acomode entre sus muslos y de un solo golpe, le encaje toda mi verga, hasta que mis huevos chocaron con su culo, provocando el ruido típico de dos cuerpos húmedos chocando entre sí, iniciando un concierto de golpes fuertes y profundos, el coño de la madre de mi esposa, estaba cada vez más inundado de los copiosos jugos que emanaban de él.
Mi suegra al igual que su hija, gritaba a todo pulmón en cada una de mis arremetidas, pidiéndome que aumentara la potencia y profundidad de mis acometidas. Si Bety era una fiera en la cama, su madre era una bestia sexual. Mi excitación daba para mucho y la señora supo aprovecharla, se dejó coger a cuatro patas, me monto como diestra amazona, se habría de patas y recargándolas en mis hombros, suplicaba más dureza. No menos de tres orgasmos antecedieron a una gran venida de mi parte, llenándole toda su vagina de mis mocos, imploraba para que yo no me retirara, quería sentirme dentro, la mayor cantidad de tiempo y cuando por fin mi polla desgastada salió de su húmeda guarida, me hablo al oído para decirme “Ojala mi marido, tuviera una verga como la tuya”.
Cuando abandone el cuarto de mis suegros, mi esposa me esperaba en nuestra cama, dispuesta a ofrecerme las explicaciones de lo sucedido. Me conto, que cuando su padre se enteró, de su actividad sexual, antes que golpearla o insultarla, la obligo a tener sexo con él y aunque al principio no le gusto, la experiencia y el buen falo que tenía su padre, terminaron por agradarle. Y lo mismo había pasado con cada una de sus hermanas. Las visitas que acostumbraban a hacer mis suegros, no eran otra cosa, que la forma de mantener a sus niñas, gozando de la verga de papi. Pero a diferencia de lo que pensaba yo, ocurría en casa de sus otras hijas, en mi casa, a partir de esa fecha, mi suegra seria gratamente a-cogida.