Parecía como si Iñigo hubiese planificado todo con gran detalle, pues se aseguró en todo momento que no había nadie por los pasillos y que todo el mundo había entrado ya en las restantes aulas. Finalmente dio el paso y nos metimos en mi clase. Colocó un par de sillas en la puerta para que impidiesen, aunque solo fuese unos segundos, que nadie entrase. Yo estaba muerta de miedo, he de reconocerlos, todo esto me ponía muy nerviosa, pero por otra parte me daba mucho morbo estar con mi guapo novio en mi propia clase. Él me preguntó: “¿dónde te sueles sentar siempre?”. Yo se lo señalé y él me contestó en un tono jocoso y distendido: “Anda, en la primera fila, pero que empollona y lista es mi novia”. Ese comentario desenfadado hizo que me relajase un poco y que se mermaran un poco los nervios. Iñigo me dijo en tono amable pero que sonó a orden imperativa: “Siéntate en tu silla”. No tenía ni idea de qué tenía planificado hacer ni cuáles eran sus intenciones pero, fuese lo que fuese, la situación era morbosa y especial. En increíble como puede condicionar tanto el entorno y como, a pesar de haber estado antes cientos de veces sentada en esa silla, ahora notaba la silla más fría y extraña que nunca, como si no fuese la mía y como si nunca hubiese dado clase allí. Iñigo me dio una nueva orden: “Mira hacía la pizarra, como si estuvieras atendiendo a clase”. Yo, en plan novia sumisa y obediente, lo hice. Él siguió hablando: “Haga lo que haga no dejes de atender a la clase, como si yo no estuviese aquí, tú como si estuvieras concentrada en clase”.
Yo me encontraba sentada posando fijamente mi mirada en la pizarra como si de verdad estuviese en clase cuando noté como Iñigo pasó sus manos por detrás hasta abrazarme los pechos por encima de la camiseta. No sé si eran los nervios o el entorno o qué, pero sentí un escalofrío y como si esas no fuesen sus manos. Iñigo me había tocado y acariciado miles de veces desde que éramos novios, pero en esos momentos sus manos parecían las de un extraño, y me hacía sentir un escalofrío tras otro. Además, como me dijo que no mirase para atrás y solo me centrase en la pizarra, entonces no podía mirarle a los ojos y eso aportaba mucho más misterio, excitación, intriga y morbo a sus caricias por detrás. Mi respiración se volvió más acelerada, no solo por la excitación sexual, que también, sino por el riesgo de que alguien pudiese entrar en ese momento y pillarnos haciendo esas cosas. En esos momentos sentí un subidón de adrenalina porque el cocktail de estar realizando todo eso en mi propia aula me excitó de tal manera que noté como mis pezones se pusieron duros. Iñigo debió notarlo también porque eso fue la excusa que necesitó para levantarme bruscamente la camiseta y tocarme los pechos primero por encima del sujetador, y luego por debajo de él, y yo todo el rato mirando ensimismada la pizarra como si de verdad estuvieran explicando algo allí.
Sé que ese es el momento que debería haberle parado pues ya nos estábamos pasando mucho y el riesgo a que entrase alguien cada vez era mayor. Yo no hacía más que pensar que iba a estallar, de un momento a otro, el ruido de las sillas al abrirse la puerta de forma repentina, y lo peor de todo es que a mí no se me ocurriría ninguna excusa lógica ni razonable que dar a lo que estábamos haciendo allí los dos solos. Y menos excusa iba a tener cuando noté a Iñigo que me levantaba de la silla hasta ponerme de pie, para acto seguido empezar a jugar y a desabrocharme el cinturón con intenciones de bajarme el vaquero. Ahí sí quise reaccionar, eso sí que era el mayor de los riesgos habidos y por haber y traté de pararle, pero me desabrochó y bajó con gran habilidad el vaquero, y empezó a restregarse contra mis braguitas.
Yo no hacía más que susurrar que parara, que nos estábamos pasando. No me hizo ni caso, porque cuando volvió a restregarse contra mí pude notar que no era su pantalón lo que ya restregaba sino directamente su pene y que se había bajado él también los pantalones y los calzoncillos. Solo de imaginar esta situación: ambos desnudos por completo de cintura para abajo me hizo excitarme y nubló mi mente por completo. Ya no pensé más en los riesgos. O mejor dicho ya no quise pensar más en ello. Solo quería disfrutar ese momento morboso fetichista cuanto antes y, sobre todo, que acabase lo más rápido posible porque me angustiaba la posibilidad de que nos pillaran. Iñigo debió pensar lo mismo porque de repente noté como me penetró por detrás de golpe y empezó a follar con gran velocidad y ansiedad. Era una locura. Una locura absoluta. Una demencia total. Además se aceleró tanto al hacerlo que al cabo de solo 2 minutos acabó eyaculando de forma bestial como si llevase horas conteniéndose en vez de solo 2 minutos. Eso me cabreó muchísimo porque eyaculó dentro de mí sin preservativo ni nada. Eso era una inconsciencia brutal y me enojó mucho. Trate de echarle la bronca pero solo pude ver en su rostro una cara totalmente sonrojada, extasiada y complacida y eso me aplacó un poco.
De todos modos enseguida recobré la compostura y me vestí rápido al mismo tiempo que le decía: “Venga, vístete, rápido”. Él de forma algo atolondrada (¿Por qué los chicos siempre se quedan atolondrados después de eyacular?) se vistió torpemente al mismo tiempo que sonreía muy satisfecho. Al cabo de unos pocos minutos los dos salíamos del aula como si nada hubiese pasado. Ambos nos fuimos a los servicios a limpiarnos porque la eyaculación fue muy abundante y los dos quedamos bastante manchados. Tras salir del servicio le confesé a Iñigo que me había encantado y que había sido uno de los momentos más morbosos y excitantes de nuestra relación, pero que me preocupaba que se hubiera corrido dentro de mí y que sería aconsejable ir a un centro de salud a solicitar la píldora del día después. No puso ningún reparo, le pareció lo más razonable y me juró que iríamos y que, además, no se volvería a repetir ya que siempre lo haría con preservativo o directamente fuera de la vagina. Fue una experiencia brutal que nos hizo gozar y extasiarnos de sobremanera, aunque solo fuese por el morboso hecho de hacerlo en mi propia silla de clase.
Tras esta excitante y morbosa fantasía en mi clase parecía como si el mundo de las fantasías entre Iñigo y yo no iba a tener nunca fin y que iban a ser todas igual de placenteras, gozosas, imaginativas y satisfactorias, pero en la siguiente que iba a plantearme iba a sufrir un gran revés sobre todo para él y una considerable frustración, pero lo contaré desde el principio. Tal y como comenté antes, cuando me estaba preparando para esta fantasía en la silla de mi clase le pregunté a Iñigo si quería que me vistiese de una forma especial y él me contestó que no, para luego recapacitar y matizar su respuesta con un “No. Nada. Eso mejor para otra fantasía. Ahora viste de forma normal, como quieras”. Eso de “otra fantasía” activó mi curiosidad y pregunté: “¿qué otra fantasía aparte de esta quieres hacer?” Por lo que ya era hora de preguntarle a qué otra fantasía se refería para así llevarla a cabo. Lo cierto es que él ardía en deseos de contármela tanto como yo de escucharla. Muy ilusionada y entusiasmadamente empezó a decir: “El plantear hacerlo en tu instituto me trajo a la memoria que cuando yo estaba en el instituto había una chica que me gustaba mucho y nunca tuve nada con ella. Me encantaba y sobre todo me gustaba mucho cuando iba vestida de determinada manera: chaleco negro, camisa blanca a rayas y falda larga negra. Por eso lo que quiero plantearte ahora es que hagamos lo mismo que hicimos ayer pero en mi instituto, en mi antigua clase de mi instituto, y tú vestida de esa manera”.