Una tarde calurosa de primavera iba de visita a casa de una amiga en Galicia. Yo llevaba mi falda negra de tubo favorita y una blusa roja con buen escote.
Llego al portal de mi amiga, entro y me dispongo a coger el ascensor cuando llega un bombón rubio que me resulta familiar pero no recuerdo de quién se trata. Entramos los dos en el ascensor sin hablarnos hasta que, de repente, el ascensor se para y nos quedamos atrapados. Intentamos pedir ayuda pero nadie nos oía. Yo no llevo bien los espacios cerrados así que pronto empecé a ponerme nerviosa. Él intentaba calmarme hasta que al fin caí en la cuenta de que aquel bombón era uno de mis grandes amigos músicos. Le pregunté y, tan pronto como descubrimos que nos conocíamos, empezamos a acercarnos.
Al momento nos olvidamos de nuestro alrededor y empezamos a besos cada vez más intensos. Nuestras manos recorrían nuestros cuerpos apartando la ropa de por medio para estar más cerca. Él comenzó a besarme el cuello y pronto siguió bajando a mis pechos mientras yo me dejaba llevar y empezaba a gemir. Entre tanto, mis manos se colaban en su pantalón en busca de su polla hasta acariciarla y llevármela lentamente hacia mi boca. Enseguida empecé a notar cómo disfrutaba de mis caricias y de mi mamada, especialmente cuando hacía garganta profunda, mientras le echaba una mirada traviesa.
La temperatura estaba subiendo descontroladamente hasta que le rogué que me penetrara contra el cristal del ascensor. No tardó en atender mis súplicas y rápidamente me cogió, me puso contra el cristal y suavemente me metió su polla en mi coño mientras me besaba. Poco a poco subí la intensidad junto con los gemidos mientras le pedía que me azotara. En ese momento, ya nos habíamos olvidado que estábamos en un ascensor, y no nos importaba nada más que nuestro disfrute.
Un buen rato después de varias posturas, dejé que se corriera en mi boca mientras me tragaba parte de su semen y el resto resbalaba entre mis labios bajando hacia mi pecho mientras le echaba una de mis fugaces miradas traviesas.