Después de cenar con los demás criados, Gabriel sintió la necesidad de asomarse al gran salón. La curiosidad le podía. Y el Marqués, que buscaba al capitán mirando de un lado a otro, lo vio apoyado en una columna mirando como terminaba el rondó.
Aprovechó que sus miradas se cruzaban para, con un gesto de la mano, indicarle que se acercara.
– ¡Gabriel!, ¿has visto al capitán Salazar?
– ¡No!, excelencia. Pero, si lo deseáis, yo podría buscarle.
– ¡No!, mejor vamos a hacer otra cosa.
Lo único que necesito, por ahora, es que subas a mi alcoba y le digas al sargento Díez, que ya puede dejar que sus hombres vuelvan al cuerpo de guardia.
Pero, eso si, luego deberás ingeniártelas para que se quede contigo en mi alcoba hasta que yo llegue, ¿me entiendes?
– ¡Si!, excelencia.
Gabriel subió hasta la alcoba, y puso al sargento al tanto de la situación. Pero, cuando se disponía a bajar al cuerpo de guardia con sus hombres, el cabo llamó su atención tirándole de la manga de la casaca. Y el sargento, enseguida entendió que quería hablar con él, a solas.
– ¡Tu dirás, cabo!
– ¡Mi sargento!
Y miró a los soldados; que empezaban a bajar la escalera mientras empujaba la puerta de la alcoba del Marqués…
– La alcoba está vacía, mi sargento. ¿No creéis que podríamos aprovechar este momento?; y le guiñó un ojo…
El sargento, que no podía evitar sentirse atraído por él, lo miró perplejo…
– ¡Vamos a pasarlo bien!, mi sargento; y se dio la vuelta, colándose dentro de la alcoba…
El sargento, no terminaba de decidirse. Pero, terminó siguiéndole.
– ¡Me gustáis mucho!, sargento. Y lo sabéis…
El sargento dejó su fusil apoyado sobre el respaldo de un sillón, y se quitó la casaca. Era un hombre extraordinariamente sexy.
– ¿No os gustaría, que siguiéramos con lo que dejamos pendiente?.
– Díez, se acercó y le echó mano al culo
– Nunca había visto uno como este, cabo. Y, ¡si!… ¡me gustaría mucho!
Gabriel, bajó la mirada y la fijó en su entrepierna…
– ¡Que buen pedazo!
– ¿Os parece?
Le metió la mano dentro del calzón para palparla; y después, levantando la mirada se relamió, sin dejar de mirarle a los ojos. Y arrodillándose, le bajó los calzones, y se la agarró para chupársela con verdadera ansia.
El sargento, miraba al techo, con los ojos cerrados; poniendo toda su atención, en la agradable sensación que le proporcionaba la boca del cabo.
– ¡Mmmmm!… ¡seguid, cabo!, ¡seguid!…
Gabriel, le estaba dando una mamaba de las buenas; y mientras, le pasaba la mano entre las nalgas y disfrutaba de esas formas y volúmenes…
… y de la dureza de esos músculos tapizados de suave bello bordeando la cálida hendidura, que le incitaban a hurgarle con vehemencia en el ojete.
Pero, el Marqués, que acababa de llegar, y había entrado en la alcoba con mucho sigilo; al ver ese culo, manoseado con tanto atrevimiento y desvergüenza, no pudo evitar exclamar:
– ¡Vaya!, ya veo que en este castillo nadie se priva de nada.
El sargento se movió bruscamente y empujó al cabo; tirándole al suelo. Y dándose la vuelta, colorado como un tomate y asustado, intentó disculparse.
– ¡Lo siento!, excelencia…
El Marqués, absolutamente complacido con el cabo por lo bien que había realizado su encargo, se sintió con ganas de ejercitar su mas vistosa benevolencia.
– ¡No os asustéis, sargento!. Me complace lo que aquí veo…
… ¡seguid, por favor!, la diversión no hace daño a nadie ¿no creéis?
Y quitándose la casaca, se acercó a él, para abrazarle y meterle las manos en el calzón.
– ¡Mmmmm!, que buen culo tenéis, sargento.
Entonces, Gabriel se reincorporó y siguió con lo que estaba; y el sargento, más tranquilo, se abandonó a la lengua del Marqués y a la tremenda mamada que ya le estaba dando el cabo, otra vez.
Pero en la torre, Salazar había empezado a aumentar el ritmo de sus embestidas; y le daba tremendos chupinazos a un Sarasola, que completamente despendolado pedía cada vez mas… comportándose como una verdadera puta.
– ¡Ah!, cabrón. Que bien me trabajáis, decía; sacando el culo, y empujándolo hacía atrás.
El capitán sentía ganas de morderle en el cuello y tirarlo al suelo; para quitarle los calzones y follárselo a saco, sin ningún tipo de miramientos. E, incluso, estuvo tentado de llamar a algunos de sus compinches del cuerpo de guardia, para follárselo al alimón.
Pero, no podía ni imaginar lo que seguiría…
Después de ultrajarlo, casi con desprecio; usando sus peores modales, y follárselo salvajemente durante casi dos horas, Sarasola se levantó muy serio, y lo agarró de la cara con fuerza…
– ¡Sois precioso, capitán!
Y empezó a comerle la boca, con ganas; y a meterle la lengua hasta el fondo, a punto de ahogarlo.
– ¡Mmmmm!, me gustáis mucho…
Mientras le metía una mano entre las nalgas desnudas y le introducía los dedos en el culo…
– ¡Uhhh!… ¿todavía sois virgen?, capitán…
Luego, empezó a morderle en el cuello, mientras continuaba metiéndole los dedos en el culo, cada vez con mas fuerza
Y el capitán, que había empezado a quejarse en cuanto sintió los dedos en el culo…
Ahora empezaba a revolverse; inútilmente, ¡claro!… porque el coronel, mas corpulento, ejercía un control absoluto sobre su cuerpo.
Le giró, violentamente; y le obligó a inclinarse.
– ¡A ver esta hermosura!, dijo, con cierta sorna.
Y el capitán pareció relajarse un poco…
Apoyado en la pared, el capitán dejaba su culo a disposición del coronel, que le mantenía bien sujeto.
Salazar no pensaba que el coronel tuviera tanta fuerza; y en el fondo, confiaba en que moderaría el trato que estaba empezando a darle.
De repente, sintió cierta humedad en su ano y un calorcillo muy agradable; que le gustó mucho.
Y, en ese momento, se dio cuenta de que, aunque había gozado de numerosos machos, y disfrutado de ellos con todo tipo de juegos ideados por el Marqués y él mismo. Jamás había sentido el placer que proporciona una lengua en el ojete.
Ni, tampoco, lo que se siente cuando te la clavan en el culo.
Pero, justo en ese momento, un par de dedos de Sarasola entraban con fuerza atravesando su esfínter; y aunque le molestó un poco, al principio, la sabiduría del coronel, moviéndolos en su interior, logró convertir la molestia en placer.
– ¡Ahhh!… ¡llevad cuidado coronel!…
– ¡No os preocupéis!, capitán. Ya sé que sois virgen…
… pero, ¡os aseguro!, que de esta, terminaréis siendo la puta del castillo.
Sarasola, se escupió en la mano, y se la restregó entre las nalgas. Y luego, se colocó adecuadamente para empezar a introducírsela; empujando suavemente y apretándolo contra si mismo, para empezar a mover la pelvis con toda la intención…
A los diez minutos, el ritmo de sus embestidas era endiablado.
– ¡Agghh!… ¡cabrón!… ¡me vais a destrozar!…
Sarasola, le tapó la boca con una mano, y aumentó la fuerza de sus embestidas…
-¡Callad!, puta… y ¡disfrutad de este macho!.
El inevitable dolor de las primeras embestidas, poco a poco se iba a convertir en un gran placer; y ya estaba pasando. Ahora, ese placer le inundaba por completo; y le mostraba una forma distinta de goce…
… y empezó a pedir más.
– ¡Seguid, coronel!… ¡seguid, así! … ¡fuerte!,… si, ¡mas fuerte!
Esta puta ya está a punto, pensó el coronel. Y se la sacó de una vez…
– Ahora, capitán, vais a regresar a vuestros aposentos, y a lavar bien vuestro cuerpo. Hacedlo a fondo, ¡os lo ruego!. Quiero que cuando volváis a mi alcoba, lo hagáis bien limpio y perfumado… y dispuesto a gozar durante toda la noche. ¡Os espero!.
El coronel se puso el uniforme, y se recompuso como buenamente pudo. Salió de la torre; y procuró no ser visto.
Llegó a sus habitaciones, y se desnudó para bañarse, antes de que Blanca llamara a su recámara.
En las caballerizas, Pierre ya se había bañado; y ahora tenía sus manos sobre las tetillas de Nandillo, que desnudo le miraba impacientemente.
– ¡Vais muy lento!. Y, tengo frío, Pierre.
– ¡Clago!, toda la tagde jugando con el agua…
… ¡ya ves, que todavía viene muy fgía!.
El francés procuraba frotarle enérgicamente mientras terminaba de ayudarle a lavarse; ya llevaba casi una semana sin hacerlo.
– ¡Venga!, que ya nos queda poco, Nandi…
Y le dio una palmada en el culo
– ¡Ayy!… ¡no empieces, ya!, ¡eh!
Y Pierre empezó a reírse
– Te gusta ¡eh!
Nandillo le miraba de reojo; y se la meneaba.
Entonces, le pasó la mano por la espalda; y sintió que Nandillo esperaba que le tocara el culo.
– Ven que te seco, ¡anda!…
El lienzo que usaba para secarlo era lo suficientemente grande como para cubrir su cuerpo por completo; y como estaba empezando a tiritar, le envolvió en el… y lo abrazó.
– Vamos a dogmig, ¡anda!. Que mañana tenemos que levantarnos antes del alba.
Solo se oía el ruido producido por los cascos de algún caballo inquieto; y el que hacía el portón, por culpa de ese aire… y algunas veces parecía que se oyeran voces y risas femeninas, a lo lejos.
Pero, Nandillo se despertó; no conseguía quitarse la imagen de Yago de la cabeza. Lo habían dejado durmiendo en los fardos de alfalfa.
Miró a Pierre y se levantó con sigilo. Llegó hasta donde dormía; y se quedó mirándolo, como hipnotizado. La luz de la luna, que entraba por un ventanuco, iluminaba su cuerpo, a pesar del incipiente vendaval… y Nandillo volvió a sentir frío.
Se tumbó a su lado y se abrazó a él, buscando su calor; y poco a poco, terminó bajo su manta y bien pegadito. Le encantaba esa sensación.
Según avanzaba la noche, el deseo de Nandillo iba en aumento; y su atrevimiento le permitía correr ciertos riegos.
Había empezado a tocarle; metiéndole la mano bajo la camisa… pero, más que nada, porque no era capaz de controlar su deseo. Y claro, Yago, que llevaba durmiendo ya un buen rato, percibió la frialdad de su mano.
Quizá, porque todavía estaba algo dolorido, y no tenía cuerpo para nada, decidió no darle importancia. Sin embargo, si quería ver hasta donde era capaz de llegar. El chico olía a limpio, y no le importaba que se calentara pegándose a él todo lo que quisiera. Realmente, estaba empezando a hacer frío.
De repente se dio la vuelta y le abrazó; y Nandillo se vio envuelto entre sus brazos.
– ¡Mmmmmm!, ¡que placer!. ¡Que calentito está!, pensó Nandillo…
Se acurrucó bien y se dio la vuelta, dándole el culo…
Yago, le recibió entre sus brazos, de nuevo; y se adaptó a la nueva postura…
… pero notó la inquietud de ese culo buscando acomodo.
Se dio cuenta de que el chico estaba desnudo; porque, pusiera sus manos donde las pusiera, siempre sentía la frialdad de su piel. Y esto le fue despabilando, poco a poco.
Esperó atentó sus movimientos, ya que no dejaba de buscar una mejor postura; y observó, que desde hacía un rato, tenía el rabo descansando entre sus nalgas. El chico le acercaba el culo para sentir su bulto; y a veces tenía la impresión de que quisiera tenerlo dentro.
De repente, sintió su mano fría dentro del calzón; y decidido, le echó mano al culo.
Nandillo, se sobresaltó; y miró hacia atrás.
– ¿Estáis despierto?
– ¡Uhumm!… desde hace rato. ¿Porqué lo preguntáis?
– Es que tengo frío; y me he pegado mucho a vos. ¿Os molesta?
– ¡No!, estate tranquilo.
Yago empezó a acariciarle entre las nalgas; concretamente, a hurgarle con un dedo en el ojete. Y Nandillo se pegó mucho más a él.
– ¡Mmmm!… ¿os molesta?
Yago, no le contestó; solo empezó a morderle una oreja, mientras se bajaba el calzón y le dejaba el rabo entra las nalgas, bien calentito.
-¿Estás a gusto?…
… ¿se te pasa el frío?
-¡Si señor!.
Yago empezó a meterle un dedo en el culo; y vio que entraba sin dificultad…
– ¡Ay!, que gusto señor…
A ver, date la vuelta…
Nandillo, se puso muy contento. Sabía que ya lo había conseguido. Se metió bajo la manta y se colocó con la cabeza entre las piernas de Yago; que ya se había quitado el calzón y permitía que el chico pudiera disfrutar de él, sin ningún impedimento.
Por su parte, el chico completamente desnudo se abandonó entre sus manos.
Y allí, bajo esa manta, casi a oscuras y a las tres de la mañana; con un frío que pela y una ventolera de espanto. Los dos se pusieron manos a la obra.
Después de gozar de sus respectivos encantos, y demás… Yago le había dejado el ojete chorreando de saliva. Lo cogió y lo colocó adecuadamente, se lo apalancó entre las piernas; y se la enchufó, silenciosamente, para darle continuos y placenteros meneos, a la luz de la luna…
… abrazado a él y chupándole el cuello, con una calentura como hacía mucho tiempo no había tenido. Se lo estaba follando confortablemente, entre los fardos de alfalfa. Pero, Nandillo era feliz; no podía imaginar mejor manera de quedarse dormido.