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Mi adolescencia (Capítulo 47)
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Me tenía totalmente paralizada. Además, me tenía agarrada la muñeca derecha y no me dejaba despejarme por tanto de la reja gris de la ventana. Iñigo no quería dejar de recrear la pose de la foto de Pilar y hasta me estaba haciendo daño por lo agresivo de su acción. En esos momentos empezó a chispear y a llover lentamente. Esto me dio un motivo más que razonable para obligarle a parar y a continuar la fantasía en otra parte que no fuera allí. Pero a pesar de la llovizna, Iñigo no se disuadió de la idea de irse, y siguió restregándose contra mi pantalón y agarrándome la muñeca con fuerza para que no soltase la reja de la ventana. Solo cuando la lluvia se volvió mucho más agresiva y abundante reaccionó. Y no era para menos, porque en solo unos minutos se puso a diluviar de forma terrible y a llover descomunalmente (tampoco era tan raro, estábamos a principios de Abril). Por lo que se soltó de mí, cogí el pañuelo rosa del suelo y nos fuimos corriendo a guarecernos de la lluvia. Avanzamos muy poco, solo unos metros de dónde estábamos pero, aunque seguíamos estando en la calle, era un sitio donde poder cobijarnos y protegernos de la intensa lluvia. Y, justo en ese momento, pude notar que aunque yo estuviese hecha un desastre con el pelo mojado y la ropa empapada no era motivo para que Iñigo dejase de desearme.

Debo decir que la lluvia tiene algo de embriagador y afrodisiaco, pues el estar así los dos tan mojados y agitados (por la mini carrera que echamos para guarecernos del agua) nos sentimos más atraídos que nunca el uno por el otro. Había cierto erotismo en todo eso y aunque hasta ese momento yo no había disfrutado absolutamente nada (lo de estar agarrada a la reja de la ventana excitó muchísimo a él pero no a mí) ahora sí que lo estaba. El debió percibirlo perfectamente, pues me giró y me puso contra la pared y volvió a restregar su entrepierna contra mi culo al tiempo que me acariciaba por detrás los pechos por encima de la camisa. Por supuesto seguía habiendo riesgo de que alguien nos viese, al fin y al cabo seguíamos estando en esa calle del pueblo, pero dado lo mucho que estaba lloviendo mis miedos se disiparon, ya que era muy improbable que alguien pasase por allí y si pasara lo haría corriendo que ni se figaría en nosotros. O a eso al menos es de lo que me autoconvencí a mí misma para persuadirme de que nadie nos vería haciendo eso. Por lo que me dejé llevar y disfrutar por los restriegos, tocamientos y caricias de Iñigo.

Todo iba de maravilla cuando di un pequeño sobresalto cuando noté que Iñigo empezó a acariciar con su mano mi culo por encima del pantalón. Lo acaricio con fuerza al tiempo que decía para sí mismo: “Umm, como te queda este pantalón blanco, te queda de vicio, te queda mucho mejor de lo que le quedaba a Pilar”. Siguió metiendo la mano y llegó a mi entrepierna, la cual acarició con más intensidad. Esas caricias por encima del pantalón eran muy eróticas. A mí me excitaron y, como suele ocurrir siempre en estos casos, todo se empezó a acelerar. Pues cuando quise darme cuenta Iñigo estaba desabrochándome el cinturón marrón que llevaba y abriendo el pantalón. Me puse muy frenética con esto. Quise pararle. Era una locura. Una locura total. Estábamos en medio de una calle de un pueblo y cualquiera podía vernos. Vale que diluviaba muchísimo pero eso no era motivo suficiente para pasarnos tanto y desmadrarnos tanto. Intenté quejarme. De nada sirvió. Cuando quise ya pararle los pies ya me había bajado el pantalón y me estaba colocando para introducir su pene erecto dentro de mí. Y así fue. Empezó a embestirme por detrás una y otra vez al tiempo que no dejaba de tocarme las tetas por encima de la camisa. Todo era muy erótico y embriagador: la incesante lluvia, el morbo de llevar la ropa de Pilar en esa foto, el hacerlo casi en el mismo sitio que la foto y, sobre todo, el riesgo de que alguien nos pudiese ver. Visto objetivamente era un riesgo grandísimo, ahora me parece una locura total, pero en su día me dejé llevar y no pensé en la posible gente que pudo pasar por allí bajo la lluvia.

De repente Iñigo paró en seco, y me giró, tiro del pañuelo rosa hacía abajo para forzarme a arrodillarme, estaba claro que quería una felación pero ahí yo me puse firme y le paré los pies. Le dije un rotundo “No”. Eso le paralizó. Más que por el medio grito que le pegue por la mirada que le eché. Porque le eché la misma mirada que el día del incidente en el ascensor y le di a comprender, solo con mi mirada, que si seguía en ese plan iba a cabrearme como aquel día y que es posible que esta vez ya no hubiese arreglo. Sentí su miedo. Pude ver su miedo en sus ojos. Se paralizó. Lo cierto es que estaba un poco ridículo empapado por la lluvia y con el pene erecto apuntando hacia mí. No quise darle tiempo ni para que se lo pensara. Ya habíamos tenido suficiente morbo para una tarde. Ya había complacido de sobra el morbo por la foto de Pilar vestida así en ese mismo sitio. Ya no iba a consentirle más. Una cosa es que nos dejásemos llevar por las fantasías y otra que se ciegue tanto que me obligué sumisamente a hacer cosas que yo no quería. Por lo que me subí las braguitas y el pantalón blanco, me metí la camisa por dentro, me abroché el cinturón marrón y volví a mirarle. Él tardó en reaccionar. Estaba frustrado aún con el pene erecto que no menguaba pero mi determinación era firme. Por lo que empezó a vestirse. Y vaya que sí le costó, porque el pene no dejó de estar muy erecto todo el rato y le costó meterlo por dentro del pantalón. No me gustaba frustrarle sexualmente, pero había ciertos límites que no había que pasar.

Era inevitable que al cortarle el rollo así se viene Iñigo abajo anímicamente y le diese un bajón. Pues durante todo el camino de vuelta en coche a casa no dijo ni una palabra. Aunque, a decir verdad, tampoco me apetecía mucho a mí hablar. Solo quería llegar a mi casa. Quitarme esa ropa empapada de la lluvia y darme una ducha caliente. Con el calentón sexual no nos dimos cuenta que habíamos estado mucho tiempo bajo la incesante lluvia y fue un milagro que no nos cogiésemos ninguno de los dos un buen resfriado. De todos modos, al llegar a mi portal y despedirnos, pude comprobar que ya no estaba tan enfadado y frustrado ya que nos despedimos con un sentido beso en los labios y quedamos para el día siguiente. Al día siguiente le tendría ya lavada, secada y planchada la ropa de Pilar para que volviese a colocarla de nuevo en el armario sin que ella se diese cuenta.

Al día siguiente le di la ropa ya planchada a Iñigo para que la volviese a dejar en su sitio y, tal y como era de esperar, me empecé a poner nerviosa y agobiarme por este tema, pensando que Pilar le pillaría y le exigiría explicaciones. Siempre he sido muy dada a comerme la cabeza y, aunque sabía que él estaba loco por mí, siempre tenía cierta inseguridad por Pilar por haber sido su novia antes durante tanto tiempo. Por lo que solo deseaba que volviese cuanto antes a dejar esa ropa en el armario y que saliese de su casa lo más rápido posible. Lo cierto, es que estas fantasías de la ropa de mis amigas estaba empezando ya a cansarme. Sé que a Iñigo le encantaba y las disfrutaba, pero a mí me estaban agobiando ya un poco y empezaba a desear que las fantasías entre él y yo se centrasen únicamente en mi propia ropa. Esa tarde, mientras esperaba que él volviese, me dije a mi misma que no haríamos más fantasías así. Y ya tenía preparada mentalmente cómo se lo iba a decir a Iñigo, es decir, de forma directa y clara.

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