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Mi adolescencia (Capítulo 46)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Por lo que al final dije un anodino: “Bueno, vale”. Él sonrió. No dijo más. Solo me abrazó y me empezó a besar. Pero yo no saboreaba sus besos pues mi mente se puso a pensar en los riesgos que conllevaba todo ello. Cierto que todos los riesgos eran para él pero había una cosa que me daba más miedo de todo esto. Y es que Pilar le pillase robando su camisa y pantalón y eso la llevase a pensar, con toda lógica, que Iñigo la seguía deseando, la seguía queriendo y que quería volver con ella. Es decir, que había un riesgo altísimo de que la fantasía acabase fastidiando el buen rollo fetichista que había entre Iñigo y yo. Y eso me asustó. Me asustó mucho. Por lo que bruscamente me separé de él y le dije: “Bueno, vale, hazlo pero hazlo con mucho cuidado y tacto, no te vaya a pillar, es importantísimo que no te pille”. Él me sonrió y con una tranquilidad pasmosa me dijo: “Descuida. Yo soy el primero que quiero que ni se dé cuenta. Seré súper hábil y discreto. No se dará cuenta. Te lo juro. Lo haré mañana mismo”. Al escuchar ese “mañana mismo” me acojoné un poco. No esperaba que fuese todo tan pronto. No estaba preparada. Pero antes de que pudiera decir nada de mis inseguridades ya estaba Iñigo dándome un beso de despedida mientras salía por la puerta. Las siguientes 24 horas hasta que tuviese esa ropa en mis manos iban a producirme muchísima ansiedad.

Como me conozco muy bien a mí misma, sabía que lo que debía a lo largo de ese día distraer mi mente con todo lo que fuese posible para no pensar en ello. Por lo que tras salir de clase quedé con las amigas para tomar un café, ir a casa de Sara a escuchar música, a enredar por Internet y a lo que fuese hasta que la llamada al móvil de Iñigo me sobresaltó. Mi plan había funcionado, porque me había distraído tanto que no pensé nada en ello a lo largo de todo el día y hasta se me olvidó que Iñigo me tenía que llamar. Como era de espera su llamada fue clara y concisa pues solo me dijo: “Ya lo tengo. ¿Quedamos ahora en tu casa?”. Yo titubee. Incluso creo que hasta me sonrojé al escuchar eso, hasta Sara creo que se dio cuenta de mi sofoco. Al final le contesté: “Sí, ahora voy para allá. En unos 15 minutos estoy en mi portal”. Por lo que algo azarada salí hacía mi casa y cuando me fui acercando le vi en mi portal con una bolsa de deporte al hombro. Era evidente que la ropa estaba dentro de esa bolsa. Todo había salido bien y no tenía motivos para preocuparme. Aunque todavía quedaba la segunda parte del plan, es decir, devolverla al día siguiente al armario de Pilar sin que ella la echase en fatal y con la misma discreción y sutileza con la que había sido cogida. Desde luego todo era muy morboso, pero ay, que nerviosa me ponía todo esto.

Subimos juntos en el ascensor y a ambos se nos notaba algo nerviosos. No me atreví ni a preguntarle qué tal le había ido en casa de Pilar, si había habido algún problema, aunque claro, supongo que no hubo ninguno y que todo salió perfectamente porque sino no estaría él ahí. Era evidente que todo había ido como la seda y que había podido guardar la ropa sin problemas en su bolsa de deportes sin que se enterase Pilar. Al llegar a mi cuarto, sin ninguna dilación ni decir nada, abrió dicha bolsa de deporte y sacó la camisa azul a rayas, el pantalón blanco, el pañuelo rosa e incluso hasta el cinturón marrón. Tanto la camisa como el pantalón estaban perfectamente planchados y no se habían arrugado nada a pesar de llevarlos dentro de la bolsa. Yo me quedé quieta sin saber qué hacer. Solo reaccioné cuando Iñigo me dijo: “Venga, quítate esa camiseta que llevas y ponte esta ropa, ¿a qué esperas?”. Me quedé algo nerviosa y agobiada tras estas palabras. Cierto que Iñigo y yo habíamos hecho ya múltiples de fantasías juntos pero esta era especial porque conllevaba el hurto de ropa a una amiga común. Cierto que se la íbamos a devolver al día siguiente, pero aun así me sentía que estaba haciendo algo malo e indebido. La conciencia me agobiaba con todo esto y aunque el fetichismo de la fantasía era muy jugoso no estaba convencida del todo.

Iñigo, viendo que me sentía incómoda, me besó en la frente y dijo para quitar hierro a todo este asunto: “Voy a saludar y a charlar un rato con tu madre mientras tú te vas cambiando”. Y sin esperar respuesta salió de mi habitación. Yo, a pesar de esta ya sola, aún tarde varios segundos en reaccionar, y no dejaba de mirar la ropa de Pilar sobre mi cama. Al final me convencí a mí misma que era una fantasía como otra cualquiera y que no era nada malo lo que estábamos haciendo. Por lo que me quité la ropa que llevaba y me puse esa camisa azul a rayas con los pantalones blancos. Salí de la habitación. Me encontré a Iñigo hablando distendidamente con mi madre (hay que ver que bien sabe ganarse Iñigo la confianza de todo el mundo, si mi madre llegase a imaginar la de fantasías sexuales y morbosas que hacíamos juntos). Él al verme me dijo irónicamente: “Vaya, que guapa te has puesto”. Lo dijo con una espontaneidad y naturalidad asombrosa, como si no supiese que iba a salir así vestida. Desde luego, cuánta ironía y sarcasmo había en esas palabras, y qué actor más fabuloso y convincente era. Yo contesté: “Gracias, bueno, ¿nos vamos?”. Él asintió con la cabeza y salimos por la puerta. Notaba que me miraba de manera diferente. Mucho más lujuriosa que de costumbre. Estaba claro que esta fantasía era especial para él.

Antes de montarnos en el coche, sacó su cámara digital y me hizo varias fotos vestida así, me dijo: “Para el recuerdo. Verás que excitante será recordar el día que te hice estas fotos”. Nos montamos en su coche. Por un momento pensé que nos dirigíamos a su chalet pero cuando vi que tomó otra dirección por la carretera le pregunté: “pero ¿a dónde vamos?”. Iñigo ni giró la cabeza para responderme, solo dijo: “tranquila, es una sorpresa”. Al cabo de unos 20 minutos llegamos a nuestro destino. Era un pueblo (omitiré decir aquí el nombre del pueblo para que nadie pueda identificarlo). A pesar de ser un pueblo relativamente conocido yo nunca había estado antes allí. Le pregunté: “Pero, ¿qué hacemos aquí?”. Esta pregunta ni me la respondió. Solo me cogió de la mano y me llevó por una serie de calles. Hasta estar al lado de una ventana con unas rejas grises. Yo seguía sin comprender el porqué teníamos que estar justo en ese pueblo y al lado de esa ventana con rejas. Por fin Iñigo se dignó a explicarse: “La explicación es bien sencilla. La foto que tiene Pilar en su habitación vestida así es justo aquí. Junto a esta ventana de esta casa. Esa es la razón de hacer la fantasía aquí”. Yo muy extrañada le pregunté: “¿y cómo sabes que es justo esta casa?”. A lo que me respondió: “Pues porque en su día le pregunté dónde se había hecho esa foto y me dijo que en casa de su abuela, y ésta es la casa de su abuela”. Saber eso me puso mucho más nerviosa. No es que fuese a aparecer su abuela de repente diciendo: “Oye, esa es la ropa de mi nieta”, pero aun así me agobió mucho más saber la verdad y las intenciones de la fantasía ideada por Iñigo.

Fueron unos momentos angustiosos para mí y me agobié cantidad, tanto que estuve a punto de decirle a Iñigo: “Vale, muy bien, ya hemos recreado esa foto, vámonos ya de aquí”. Muy serio me respondió: “No. Hay que hacerlo bien del todo”. Yo no comprendía ni tampoco quería comprender. Él siguió hablando: “Agárrate con la mano derecha a la reja, tal y como Pilar está en esa foto. Y sonríe como si posaras para una foto”. Yo algo temerosa lo hice. Cierta que era una fantasía morbosa pero también me ponía muy nerviosa y por tanto no la estaba disfrutando. Estaba ya agarrada a la reja gris cuando de repente noté como Iñigo se pegó a mí por detrás. Hasta conseguir restregar su entrepierna contra mi culo. Yo le veía las intenciones. Era evidente y no iba a consentírselo. Por lo que dije: “No, Iñigo, no, venga, que por esta calle puede pasar gente, no hagas el tonto, que puede pasar cualquiera y vernos”. Ni siquiera me respondió, solo al cabo de unos segundos dijo: “solo un momento más, déjame restregarme un poco más contra este pantalón blanco que en tu culito te queda de maravilla”. Cuando pensé, al cabo de unos segundos, que ya había acabado y que nos íbamos me demostró que no tenía ninguna intención de hacerlo. Pues con brusquedad cogió el pañuelo rosa y lo tiró al suelo y empezó a besarme el cuello por detrás mientras seguía restregándose contra mi culo. Yo volví a insistir ya muy agobiada: “Iñigo, joder, que va a venir alguien, que va a pasar alguien”. Ni siquiera me oyó. Solo se dedicó a disfrutar de estar recreando ese momento.

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