Hacía un calor de los mil diablos ese día. A pesar de que ya se había metido el sol el calor aún reverberaba en el ambiente. Yo sudaba hasta por lugares por los que jamás había sudado antes y la banqueta estaba caliente como sartén. Caminar en tacones en ese clima era una verdadera tortura y solo pensaba en llegar a casa, darme una ducha bien fría y recostarme en mi cama. Tal vez para no levantarme hasta el día siguiente. Gracias a Dios ya era viernes, y solo esperaba que el sábado el calor no fuera tan inclemente.
Subí las escaleras del edificio hasta mi departamento en el segundo piso. El aire en el cubo de las escaleras estaba tan caliente como sauna y yo solo esperaba que a mi hijo Manuel se le hubiera ocurrido abrir todas las ventanas del departamento para dejar salir este calor infernal.
No solo abrió las ventanas, también prendió los tres ventiladores de la casa y los puso en la sala para refrescarse mientras hacía los deberes de la casa, lo que no me esperaba era encontrarlo casi desnudo, solo con su bóxer y calcetines mientras barría la casa con la música a todo volumen. Ni siquiera escuchó cuando abrí la puerta así que tuve tiempo para ver el espectáculo tan insólito que se me ofrecía al entrar a casa.
Estaba incrédula al pensar que mi hijo ya era todo un hombre. Pero al verlo en ese momento me di cuenta de que esos veinticinco años no habían pasado en vano. Mi hijo es un hombre guapísimo, varonil y musculoso. ¿Y cómo no? si es idéntico a su padre, y además juega futbol americano lo cual le ayuda a tener ese cuerpo de adonis. Cuando entré lo primero que vi fue su espalda musculosa y sus brazos anchos y fuertes. Al darse la vuelta pude ver su pecho velludo, su abdomen marcado y el sudor corriéndole desde la frente hasta la cintura. Lo primero que sentí fueron unos celos enormes, me imaginaba lo orgullosa que debía de estar su novia al tener a un hombre como mi hijo y me daba algo de rabia, pero supongo que eso es normal en una madre que como yo, lleva casi 15 años viviendo sola con su único hijo.
Después de saludar a mi apuesto hijo con un tierno beso en su mejilla me dispuse a tomar esa ducha fría que tanto ansiaba desde que había salido de la oficina. Me metí a mi recamara y comencé a desvestirme, las zapatillas salieron volando con dos ágiles movimientos de mis pies, me quité la blusa y la falda en cuestión de segundos y me senté en la cama dispuesta a quitarme las medias y la ropa interior. Mis pantaletas estaban húmedas de tanto sudar y caminar el día entero por la oficina. Ser secretaría ejecutiva es un trabajo arduo para una mujer de 45 años.
Me envolví en una toalla y salí directo al baño con la misión de abrir la regadera y olvidarme del calor. Sin embargo no contaba con mi hijo dejaría el recogedor a medio camino y me tropezaría con él. Caí de rodillas y solté un grito tan fuerte que se oyó incluso con la música a todo volumen. Manuel corrió de inmediato a auxiliarme y yo en mi dolor no me había dado cuenta que estaba en cuatro patas y con la toalla totalmente suelta. Mi hijo debió de llevarse la impresión de su vida al ver a su madre en esa posición, pero pudo más la urgencia de verme necesitada y me ayudó a incorporarme sin hacer ningún comentario. Fue cuando me puse en pie que caí en la cuenta de mi situación. Recogí la toalla del piso y me tapé torpemente mientras cojeaba. Manuel me llevó al sillón y me ayudo a sentarme en él. Una vez pasada la primera impresión me di cuenta que mi rodilla me dolía, cuando le dije a mi hijo él comenzó a sobarme un poco con la esperanza de aliviar el dolor. Yo no podía pensar, tenía nublada la mente en parte por el dolor, pero más por la vergüenza de haber dejado que mi hijo me viera de esa forma, pero a él no parecía importarle pues solo se preocupaba por mi bienestar, o al menos eso creía yo.
Una vez pasado el dolor Manuel me dijo que me bañara y que él buscaría la crema de árnica para sobarme mejor después haber tomado un baño. Estuve de acuerdo y al fin me metí al baño. Colgué la toalla y me metí bajo la regadera, cuando el agua helada toco mi piel no solo el calor del clima se fue alejando sino también el calor en mi mente, pero había algo que me atormentaba, y no era el dolor de mi rodilla, que de hecho no era gran cosa, sino que estaba segura de haber alcanzado a ver un bulto enorme bajo el bóxer de mi hijo mientras me sobaba la rodilla y me tenía así, vulnerable y prácticamente desnuda frente a él.
¿De verdad mi propio hijo se había excitado al verme desnuda? De seguro había sido mi imaginación, tal vez los celos que sentí al verlo yo a él semidesnudo me hicieron sugestionarme e imaginar sandeces ¿o eran mis propios deseos impuros los que me hacían pensar esas cosas?
El agua fría no me ayudaba en nada a aclarar mi mente, estaba temblando y dudo mucho que haya sido la temperatura del agua la que me tenía así. Pero tras unos minutos de darle vueltas a ese pensamiento en mi cabeza decidí olvidarlo todo y dejarme de locuras. Sería una insensata si creyera por un segundo que mi amado Manuel podría siquiera desearme a mi sexualmente y yo estaba totalmente enferma de mi cabeza al ponerme a pensar en los celos que me daba imaginar a mi hijo con otra mujer, o imaginarme a mí misma siendo su pareja de mi hijo. Los años de abstinencia me estaban empezando a pesar.
Y es que en los 15 años que llevaba de viuda nunca pude establecer una relación seria con otro hombre, los primeros años me la pasé de luto y cuando por fin me animé a salir con otros hombres fui coleccionando fracaso tras fracaso. Cada hombre que me encontraba me dejaba un mal sabor de boca, ninguno le llegaba a los talones a mi marido, ni en personalidad, ni en inteligencia, ni en guapura, pero sobre todo en la cama, nadie me hacía el sexo como él. Al final decidí dejar de intentarlo y llevaba ya casi 7 años sin siquiera acercarme a un hombre, para mí la vida sexual había terminado ya. Pero mi subconsciente me traicionaba de vez en cuando.
Salí de la regadera y me fui directo a mi recamara sin mirar atrás, con la esperanza de que a mi hijo se le hubiera olvidado sobarme la rodilla. Me puse mi babydoll y mi bata para dormir y decidí no salir siquiera a cenar si podía evitarlo.
Pero me equivocaba, Manuel tocó a mi puerta a los pocos minutos de que me había terminado de vestir. Lo dejé entrar algo nerviosa y pude ver que se había puesto una bermuda y una camiseta. Tenía la crema de árnica en la mano y me pidió que lo dejara sobarme mi rodilla para evitar que se inflamara. Yo accedí por supuesto, no podía dejar que mis ideas perversas alejaran de mi lado al único ser querido que me quedaba en el mundo. Mi hijo es un sol, un ángel; siempre fue buen estudiante, ahora está comenzando su maestría, además de que es hacendoso y responsable en la casa. Mientras sobaba mi rodilla lastimada me ponía a pensar si es que Manuel tenía algún defecto, algo que arruinara esa imagen idealizada que tenía de él. Pero nada me venía a la mente. Si tan solo hubiera encontrado un hombre como él en mi vida, no estaría sola como lo estoy ahora.
Mi mente viajaba a años luz de distancia, el olor del árnica me ayudaba a relajarme y dejarme llevar por ese hilo de pensamiento, mi hijo era idéntico a su padre en todo sentido, era perfecto y en mi nacía un deseo impuro de tenerlo dentro de mí, de entregarme a él, de fornicarlo, de ser suya. Definitivamente estaba enloqueciendo.
Pero de pronto volví al mundo real, como de rayo me di cuenta que mi hijo ya no me sobaba la rodilla sino el muslo. Yo tenía las piernas abiertas de par en par ¡y me había olvidado de ponerme pantaletas! Ante ese espectáculo mi hijo no apartaba la vista de mi coño húmedo, su mano se acercaba a mi entrepierna lentamente y yo no podía moverme, estaba como hipnotizada y Manuel también, no hacía falta hablar, ahora me daba cuenta de que no había imaginado esa erección de mi hijo, él me deseaba a mi tanto como yo a él.
Lo primero que pensé hacer fue alejarlo de mí, cerrar las piernas, darle una bofetada, empujarlo lejos, decirle que estaba loco, que yo era su madre y me tenía que respetar. Pero eso hubiera sido lo más hipócrita del mundo, yo me sentía halagada y excitada de provocar en un hombre como Manuel algo semejante y la idea de entregármele a mi hijo me ponía muy cachonda, no podía negarlo. Tienen que ponerse en mi lugar y pensar si serían capaces de resistir esa tentación.
No hice nada de eso que debía de haber hecho una madre decente y recatada; no cerré las piernas, las abrí aún más; no le di una bofetada a mi hijo sino que le acaricié el cabello mientras su mano comenzaba a acariciar mi coño empapado; no lo empujé lejos, lo dejé que se acercara a mí lentamente; no le dije que estaba loco ni nada por el estilo, me quedé callada y ni una sola palabra salió de mi boca, solo suspiros al sentir sus dedos acariciándome los labios vaginales. Lo que hice fue poner los ojos en blanco cuando sus dedos comenzaron a penetrarme; lo que hice fue buscar sus labios cuando los suyos comenzaron a besarme el cuello, para darle a mi hijo un beso tan magnífico que sentí que me robaría el alma; lo que hice fue jalar a mi hijo sobre la cama y abrazarlo con todas mis fuerzas mientras seguía besándolo con loca pasión, mientras nuestras lenguas se confundían en una sola y nos entregábamos sin pensar en otra cosa; lo que hice fue quitarle la camiseta y desabrocharle el pantalón, sacar su verga y acariciarla con ternura.
Mi hijo comenzó a alejar sus labios de los míos, sus manos estrujaban mis tetas que se habían salido del babydoll y sus labios fueron acercándose poco a poco a mis pezones que estaban duros como dos perlas para que el pudiera mordisquear. La forma como él mamaba de mis tetas, lo cálido de su saliva escurriéndome a chorros, lo suave de sus manos, todo me hacía sentir como si una corriente eléctrica corriera por mi cuerpo, me sentía hecha de energía pura mientras los labios y las manos de mi hijo me proporcionaban ese placer monumental.
Pero él apenas comenzaba, sus labios se alejaron de mis tetas y comenzaron a deslizarse sobre mi vientre. Levantó mi babydoll y su lengua jugueteó unos segundos con mi ombligo, pero se notaba que estaba bastante impaciente por alcanzar mi templo de amor.
Primero llenó de besos mis bellos púbicos y luego la punta de su lengua me recorría los labios vaginales, yo me retorcía sobre la cama delirando de placer, entonces su lengua y sus dedos comenzaron a penetrarme, el silencio se rompía con mis gemidos ahogados de placer, poco a poco la intensidad de ese cunnilingus iba alcanzando el clímax hasta que por fin me vine en la cara de mi propio hijo. No lo podía creer, no había tenido un orgasmo así en años, no recordaba la última vez que había estado tan alterada.
Tenía que devolverle el favor a mi hijo amado, de inmediato lo hice que se pusiera de pie, le terminé de quitar los pantalones con todo y bóxer y me arrodillé frente a su enorme verga. Aunque ya la había sentido en mis manos no fue hasta ese momento que me di cuenta por completo de lo bien dotado que estaba mi hijo. Era muy superior a su propio padre y a cualquier otro hombre que hubiera tenido en mi cama nunca. Tomé esa enorme verga de mi hijo con ambas manos y aun así parte de su cabeza quedaba fuera de mi alcancé. La empecé a besar tiernamente, primero la punta una y otra vez, podía sentir como palpitaba entre mis manos y más cuando sentía mis labios posándose sobre ella, fui bajando poco a poco, besando cada centímetro de esa enorme verga hasta alcanzar sus huevos. Comencé a chuparle sus pelotas, succionándolas tan fuerte como podía, hasta que ya no pude resistir las ganas de tragarme entera su verga, puse mi cara frente a la punta de su miembro y abrí mi boca tan grande como pude, fui metiendo su falo lentamente dentro de mi boca, pero me era imposible metérmela completa, tras media docena de intentos sentí las manos de mi hijo sobre mi cabeza pues él al ver mi ineptitud para mamársela había decidido tomar el asunto entre sus manos, literalmente.
Sentí como el garrote de mi hijo me entraba hasta la garganta, mi hijo estaba cogiendo mi boca de una forma casi salvaje, yo me sentía asfixiar por tremendo trozo de carne que me obstruía el paso del aire, pude sentir como mis ojos se ponían en blanco y estaba a punto de desmayarme, al ver eso mi hijo sacó su verga seguida de un tremendo chorro de saliva acumulada detrás de ella. Pero él aún no terminaba de usar mi boca, tan pronto como vio que tomaba suficiente aire volvió a clavarme su miembro dentro de mi boca para repetir la misma operación.
Cuatro veces hizo lo mismo con mi cabeza, entonces mi hijo rompió el silencio que había reinado hasta ese momento.
— Quiero cogerte madre. — Fue lo único que dijo, tan tranquilamente como si me pidiera la hora.
De rodillas frente a él, con mi saliva escurriendo por las comisuras de mis labios, así como estaba lo miré fijamente a los ojos, sabía que no podía negármele después de lo que habíamos hecho, pero a la vez sentía que no era lo mismo un faje, masturbarnos o hacernos el sexo oral comparado con una penetración. Titubeé un poco antes de contestarle.
— ¿Estás seguro hijito? Recuerda que soy tu madre. Podríamos arrepentirnos.
— Estoy totalmente seguro mamita, te deseo como no te imaginas.
Mientras me ponía de pie acerque mis labios a los suyos, lo besé con ternura y pasión, no como una madre besa a su hijo, sino como una hembra besa a su macho. Me despojé de mi ropa y le susurré al oído — Si en verdad me deseas, no lo dudes, hazme tuya hijo mío, folla a tu madre, ¡cógeme!
Manuel me empujó suavemente sobre la cama y yo lo jalé a él hacía mí, su cuerpo se posó sobre el mío que lo esperaba con las piernas abiertas, entonces en un segundo nuestra locura quedó consumada, él me penetró al instante, de lo empapada que estaba su enorme verga resbaló sin ningún esfuerzo dentro de mí, mi hijo me había hecho totalmente suya y yo estaba que no cabía de felicidad.
— Te amo mamita. — Me decía mi hijo mientras su verga se deslizaba por completo dentro de mi tan larga y gruesa como era.
— Te amo hijo. — Le contesté una vez que estuvo completamente dentro de mí. Nunca en mi vida una verga tan grande me había penetrado.
Entonces empezó a cogerme con ternura, lentamente pero con mucha pasión, cada estocada que me daba me arrancaba un suspiro, cada que sentía como tocaba fondo una corriente eléctrica me recorría la espina dorsal.
— ¿Se siente bien cariño? Dile a tu madre cuanto te gusta cogértela — Le dije de repente.
— Me encanta madre, me encanta cogerte. — me respondió al mismo tiempo que me daba una estocada más.
La intensidad iba en aumento, cada vez lo hacía más rápido y más bruscamente, era como si poco a poco se fuera transformando en una bestia salvaje, como si se fuera olvidando que era su madre a la que estaba fornicando y en su lugar fuera yo una puta cualquiera a la que podía usar y abusar a placer, pero yo no me quejaba, al contrario lo disfrutaba cada vez más. Nunca desde que había enviudado, un hombre me había hecho sentir así, como una verdadera puta en la cama, y mi hijo lo estaba logrando, me estaba convirtiendo en su puta particular.
Tras un rato cambiamos de posición, ahora me cogía de a perrito y sentía como me penetraba más profundamente que antes, lugares en mis entrañas que jamás habían sentido un hombre lo estaban sintiendo ahora y yo me venía una y otra vez sin control.
— ¿Te gusta así de profundo madre? ¿Te gusta que te coja tu hijo? — Me decía mientras me penetraba.
— Sí hijo, métemela bien profundo, métela en el coño de tu madre, cógeme, hazme venir otra vez, hazme tu puta. — Le dije dejando atrás todo pudor y toda sobra de recato y decencia. Solo quería sentir placer, venirme una y otra vez con mi hijo adentro de mí.
— ¿Eres mi puta? Dímelo que eres mi puta. — me gritó mientras comenzaba a nalguearme al mismo tiempo que me penetraba con más fuerza.
— ¡Sí hijo, sí, soy tuya, soy tu puta! — Le contesté entre gemidos de dolor y placer.
Volvimos a cambiar de posición, esta vez me tocó a mí montar a mi hijo. Estábamos frente a frente y comencé a brincar sobre su verga con un frenesí insaciable.
— No puedo creer que mi hijo me esté cogiendo. — Le dije mientras lo cabalgaba. — ¡Y me encanta! Tu verga se siente deliciosa hijo.
— Sí madre, podría cogerte todo el día y toda la noche. — Me contestó mi hijo mientras me apretaba las tetas con fuerza.
Mientras decíamos esas cosas y muchas más, mientras gemía, aullaba y suspiraba de placer mi hijo me hizo venir media docena de veces. Él era todo un semental, justo lo que había necesitado estos años y pensar que estaba bajo mi propio techo, no podía creer lo mucho que había desperdiciado a este hombre.
Mi hijo me hizo girar y darle la espalda, quería que lo cabalgara así para aumentar la intensidad, su verga palpitaba dentro de mí con cada uno de sus sablazos. Sentía como si un hierro candente me penetrara, el calor de verano había quedado atrás, mi hijo era un volcán que ardía de pasión y lujuria por su madre, ya no era el verano el que me hacía arder, era mi macho que ahora me hacía suya y me quemaba por dentro.
— Coges mejor que tu padre, — Le dije ya entregada por completo a mi locura — Eres más hombre que tu padre hijo.
De repente, tras decir eso, mi hijo me tomó de la cintura y con todas sus fuerzas me levantó en vilo sin siquiera sacarme la verga de mi coño, me levantó de la cama y me hizo inclinarme sobre el buró, así inclinada siguió cogiéndome, yo sentía mis piernas como se debilitaban, como se iban haciendo como de gelatina. No podía siquiera soportar mi propio peso y con cada puñalada de la verga de mi hijo mis fuerzas se iban acabando.
— Eres mi amante madre, de ahora en adelante eres mía ¿Entendiste? — Me dijo mi hijo con autoridad, a lo que yo le contesté
— Sí mi amor, mi bebé, hijo mío, yo soy tuya.
Tan solo hablar me costaba trabajo, sentía como si me fuera a desmayar, pero mi hijo me sostenía con todas sus fuerzas y me mantenía de pie mientras recibía su verga dentro de mí.
— ¡Hazme venir mamita, hazme venir! — Me grito mientras me penetraba más fuerte que nunca
— Sí bebé, lléname, lléname toda. — Fue lo poco que alcancé a decir antes de sentir una explosión de líquido espeso y tibio dentro de mí.
Manuel dejó su verga adentro de mí unos segundos mientras le seguían saliendo chorros de leche tibia, era una eyaculación tremenda y podía sentir los espasmos de su miembro mientras se desahogaba en mí. Al final sacó su verga y detrás de ella un enorme chorro de leche y de mis jugos vaginales me escurrieron casi hasta las rodillas, con lo que le quedaban de fuerzas mi hijo volvió a penetrarme unas pocas veces antes de soltarme por fin suavemente sobre mi cama.
Estaba empapada de nuestros jugos amorosos, mi Manuel estaba igualmente empapado de todo tipo de fluidos. Yo me recosté boca arriba con las piernas aún abiertas de par en par. Mi hijo lo tomó como una invitación y de inmediato metió su cara entre mis piernas y me comenzó a lamer desde las rodillas hasta mi entrepierna que escurría aún la leche que él mismo había vaciado a litros dentro de mí. Yo ya no podía ni pensar, me disponía a desmayarme cuando mi hijo se incorporó sobre mi cuerpo y me dio un último beso apasionado. Nuestra saliva se confundió son el semen de mi hijo y nuestro sudor, si no hubiera estado tan cansada en ese mismo momento le hubiera pedido a mi hijo que me hiciera suya nuevamente, pero en lugar de eso cerré los ojos y me quede dormida como un bebé, lo último que recuerdo de esa noche fue la voz de mi hijo diciéndome. — Te amo madre.
Desperté el sábado casi a medio día, lo primero que pasó fue que una punzada me hizo recordar que tenía la rodilla ligeramente lastimada. Pero lo segundo que pasó fue que recordé las cosas que habían pasado anoche. Tragué saliva y me dispuse a levantarme para hablar con Manuel. Al salir a la estancia vi que el desayuno estaba servido. Mi hijo justo estaba terminando de poner la mesa cuando me miró sonriente. Me preguntó si me sentía mejor de mi rodilla y me tomó de la mano, me acercó al comedor, jaló la silla y me invitó a sentarme. Todo estaba perfecto y él actuaba como si nada hubiera pasado. Por un momento pensé que todo había sido un sueño, pero sabía que no era así, ningún sueño se podía comparar con las cosas que pasaron la noche anterior. Desayunamos juntos y al terminar él se levantó y recogió la mesa, cuando me disponía a levantarme él me tomó del brazo y me ayudó a incorporarme. Sus manos me hacían que la piel se me enchinara, sentirlo me hacía recordar todo lo que me había hecho y dicho la noche anterior. Una vez de pie me abrazó por la espalda y me susurro al oído: — Si te duele la rodilla te puedo dar un masaje como el de anoche mamita, con todo y final feliz.
Pude sentir su verga como rozaba mis nalgas al abrazarme de esa forma, yo de inmediato respondí: — Claro que sí hijo, creo que ahorita me está doliendo un poco. ¿Sería mucha molestia que me sobes en este momento?
Ese fue el comienzo del fin de semana más caluroso del año, en el noticiero dijeron que habíamos alcanzado los 35 grados centígrados a la sombra. Algunos culpaban al calentamiento global, otros decían que se acercaba el fin del mundo, pero para mí el calor tan intenso era culpa de la pasión y la lujuria incestuosa de una madre y su hijo que se entregaban a sus más bajos deseos sin importarle los tabús.
Algún comentario a [email protected]