Completamente abandonado al placer que le proporcionan ambos con sus caricias, el coronel se siente cada vez mas excitado; y su deseo de ser penetrado es ya algo imperativo.
– ¡Ah!, Sr. Duque…
…¡folladme de una vez!, os lo suplico.
Etienne, esta encantado saboreando las mieles de su boca y disfrutando de la calidez de su cuerpo; acariciándole el pecho y jugando con sus dedos alrededor del ombligo.
Pero, el Duque, enérgico y no demasiado romántico, en cuanto le oye, deja de comerle la polla, levanta sus piernas para cargarlas sobre sus hombros y se la enchufa hasta el fondo, sin contemplaciones…
– ¡Ah!, cabrón… si, ¡así!…¡así!… ¡dale fuerte!
El coronel empieza a sentirse en la gloria; ultrajado y utilizado por esos dos viciosos…
Por el contrario, en el cuarto del cabo, todo esta tranquilo; aunque, Yago, con el cuerpo dolorido, no ve el momento de salir de su escondite.
Gabriel está lavando su cuerpo con mucho esmero, y procura exhibirse ante él; que lo mira con curiosidad desde su sitio, levantando los faldones, de vez en cuando, con una u otra excusa.
Naturalmente, el cabo (que se las sabe todas), se siente halagado; y cuando sale del agua, lo hace perezosamente…
Se seca minuciosamente, y deja que Yago le mire…
Pero, unos golpes en la puerta le obligan a mirarle a los ojos e indicarle, con un gesto, que baje los faldones de la cama y no haga el mas mínimo ruido.
– ¡Esta abierta!…
… ¡pasad!, ¡pasad!, capitán…
Salazar, que terminaba el registro en ese pasillo, había colocado un par de soldados a ambos lados de la puerta.
Pasó, mirándolo todo… Y luego, se dirigió a Gabriel…
– Me ha dicho el Marqués, que ayer estuvisteis en su habitación. ¿No visteis nada que os llamara la atención?… ¿algún ruido, extraño?…
– ¡La cama!, mi capitán. Me pareció demasiado desecha.
El capitán le miró muy serio, y con cara de pocos amigos.
Y decidió explicarse mejor.
– Estaba muy cansado, capitán. Me caía de sueño.
Entonces, se dio la vuelta (con toda la intención) y simuló ir a dejar el lino, con el que se estaba secando, en una pequeña percha que había junto a un par de sables que colgaban de la pared a ambos lados de un escudo.
El capitán, se dirigió a los solados, les ordenó continuar con el registro y cerró la puerta.
– ¡Que buen culo tenéis, cabo!, le dijo, cogiéndole por los hombros y dándole la vuelta, para empujarle sobre la cama.
– ¡Levantad esas piernas!, que quiero veros el ojete…
… Y le cogió las piernas, para levantárselas.
Gabriel se revolvió…
– ¡Dejadme!, capitán. El Duque está al llegar.
– ¡Ah! ¿si?.
Volvió a cogerle por los hombros; y obligándole a apoyarse sobre la mesa, se lo apalancó a la cintura y se la colocó entre las nalgas.
– ¡Decidme!. ¿Acaso nos os gusto?
– ¡No es, eso!, capitán. ¡Vos sabéis, que si!… pero, como os he dicho, estoy esperando al Duque.
El capitán, desoyendo las palabras del cabo, se bajó el calzón y sacándosela, la colocó adecuadamente…
– ¡Aquí la tenéis!, cabo. Si la queréis, este es el momento. No volveré a ofrecérosla
Y se la enchufó hasta el fondo…
El cabo, al sentirla en su interior sintió un gran placer; y no pudo decir que no…
… así que, se dejó hacer…
… hasta que oyó un fuerte golpe, detrás de él; y vio al capitán en el suelo…
Yago, todavía desnudo, completamente rígido y con el escudo en las manos, miraba al capitán que yacía tendido en el suelo…
– ¿Que has hecho?, le dijo el cabo
– ¡Estaba violándote!
– ¡Si!. Pero…
… ¿y, ahora?… ¿que hacemos?
El cabo se puso muy nervioso; pero, no por eso, dejó de cavilar, mientras se metía el calzón.
– Ponte ese uniforme; dijo, señalando la silla del rincón. Creo que te quedará bien. Yo voy a por ayuda ¿vale?…
… métele algo en la boca y átalo a la pata de la cama; y también, véndale los ojos.
Luego, salió del cuarto, remetiéndose la camisa; y sin dejar de mirar, a un lado y a otro… Hasta que vio que podía llegar a la puerta del cuarto en el que se alojaban los criados del Duque, sin llamar a atención.
Llamó a la puerta, y…
– ¡Holáaa!…
Era, Benoît, que salía, en ese momento, con bastante prisa, hacia las caballerizas.
– ¡Ahoga no puedo atendegos!… Pego, ¡pasad!… Alfonse está ultimando los pgepagativos.
– ¿Preparativos?
Efectivamente, al entrar se encontró con Alfonse, ordenando las mudas del Duque y metiéndolas en un arcón, no demasiado grande.
Pero, el criado del Duque, al ver al cabo tan arrebatado…
– ¿Ocugge algo, mon ami?
– ¡Alfonse!, si’l vous plaît. Solo vos podéis ayudarme… ¡venid conmigo!, rápido. Hoy, necesito vuestra ayuda más que nunca.
Y Alfonse, que se había encariñado del cabo, en las últimas semanas, dejó lo que estaba haciendo; y le acompañó…
Cuando entraron en el cuarto del cabo, Yago se había convertido en un apuesto oficial, pero sin galones, y con el bicornio de soldado.
– ¿Quien es?, le preguntó Alfonse.
– ¡Un amigo!. ¡Luego os contará él!…
…pero, ahora tenéis que sacarlo de aquí, lo antes posible.
Y ¡lo más importante!…
… tenéis que esconderlo muy bien. Lo están buscando; y no deben encontrarlo… ¡por favor!, Alfonse.
Alfonse, le miró; y no daba crédito…
– ¡Que guapo es!, se dijo a si mismo.
Estaba encantado de llevárselo. Le parecía un verdadero un bombón.
– ¡Esperad!, dijo Gabriel… Necesito que me ayudéis.
Tiene que parecer, que hemos sido atacados, mientras el capitán revisaba el cuarto.
– Golpeadme con la empuñadura de uno de esos sables, le dijo a Yago
– Necesito que cuando despierte (y señaló al capitán), crea que nos han atacado a los dos.
Y se desnudó…
Miró a Yago; que había cogido uno de los sables que había junto al escudo.
Y se tumbó junto al capitán. Le sacó el pañuelo de la boca, le quitó el que le tapaba los ojos… Y le también lo desató; y esperó a que Yago le golpeara, con la empuñadura.
Yago, no vaciló…
Y Gabriel empezó a sangrar…
Luego, Yago volvió a colocar el sable en su sitio; mientras, Alfonse, con la puerta entreabierta vigilaba el pasillo.
– ¡Ahoga!, ¡vámonos!.
Ese era el momento para sacarlo del cuarto de Gabriel.
Corrieron un poco, y entraron en el cuarto de Alfonse…
– ¡Desnudaos!…
Alfonse, abrió su pequeño arcón, en el que guardaba su ropa, le dio uno de sus uniformes y se colocó a su lado…
– ¡Póntelo!… ¡cgeo que te quedagá bien!…
Yago, se puso un calzón negro, una camisa muy desgastada, blanca amarillenta y una casaca negra, muy bonita. Luego, se colocó un pañuelo, liado a la cabeza, como si le doliera una muela y se puso el sombrero negro que le había dado Alfonse.
– ¡Parfait!…
Terminó de ponerse los zapatos; y volvió a posar erguido, para que Alfonse diera su opinión…
– Ahoga, no puedes hablag, ¡eh!… ¡nada de nada!… ¿vale?. ¡Ya sabes!… te duele mucho la muela.
Y en ese momento entró Benoît, que estaba coordinando el trabajo de los mozos de cuadra y los criados que se encargaban del carruaje del Duque.
Se dirigió a Alfonse; y empezó a hablar muy excitado… Pero Yago no pudo entender nada.
Alfonse, le presentó como un criado cedido por el Marqués, para revisar al trabajo de Pierre, en las caballerizas.
Se extraño un poco de ciertos comentarios; pero, sabía muy bien, que Alfonse nunca hablaba en balde.
Se lo llevó con él a las caballerizas, procurando no llamar la atención, como Alfonse le había indicado; y no pasaron frente a la puerta del cuerpo de guardia. No era necesario.
Cuando Pierre lo vio llegar con Benoît, abrió los ojos y llenó los pulmones de aire; y luego soltó un gran suspiro.
– ¡Ah!, si fuega más joven; y se quedó mirándolos.
Benoît, lo llevó para que viera el trabajo hecho por Pierre (el mozo de cuadra) y Yago simuló mirar atentamente esos cuatro caballos, preparados para el carruaje del Duque.
Hizo un movimiento de cabeza, para que Benoît supiera que todo estaba en orden y luego, haciéndose entender con gestos, le dijo que podía regresar para seguir con los preparativos del viaje. Le agradeció, y se despidió de él.
– ¡Se quedagá a pasag la noche, contigo!, le dijo a Pierre…
… así que, buscale un lugag para dogmig en el que no pase fgio; ahoga os tgaigo unas mantas…
Se acercó al puesto de guardia; y hablando con los soldados, espero a que hubiera una oportunidad para coger un par de mantas; y llevárselas sin que se dieran cuenta…
Luego, volvió a las caballerizas; y se las entregó a Nandillo, que apareció en ese momento con una sonrisa de oreja a oreja. Y, después de echar un último vistazo, y comprobar que podía regresar tranquilamente a su cuarto, se despidió de ellos.
Nandillo, era un muchacho de apariencia aniñada, del que nadie sabía la edad, por haber quedado huérfano muy pequeño. Ni él mismo, sabía cuantos años tenía. Pero aparentaba alrededor de los veinte. Y miraba a Yago con suma admiración y curiosidad. Era mas bien bajito, de pelo oscuro y tez parda. Y según Pierre, que se encargaba de él, “très beau” (muy guapo).
– ¿Quien es?, le preguntó a Pierre…
– Un cgiado de Monsieur le Marquis, que se queda con nosotgos esta noche.
Nandillo, volvió a mirar a Yago y sonriendo…
– ¡Venid conmigo!, que os voy a preparar un sitio para que durmáis esta noche; estareis muy cómodo.
Subieron los peldaños de una escalera de madera, que subía a un falso primer piso; y Yago pudo ver varios fardos de alfalfa, muy bien colocados en un rincón.
Se tumbó sobre uno de ellos; y no tardó mucho en quedarse dormido.
Pero, Pierre y Nandillo vigilaban para que nadie entrara en las caballerizas…
Y así, fue pasando la tarde…
En la habitación del Duque, seguían a lo suyo…
Sarasola y Etienne le daban su merecido a Choisely…
… Pegándole grandes zambombazos y comiéndole la polla, a un Duque, entregado al placer que le proporcionaban, brutalmente, ellos dos.
Pero, como el coronel necesitaba un buen rabo en el culo, con mucha frecuencia. Volvió a sentir ese vacío que le producía tanto desasosiego; y reclamó para sí, el rabo del secretario.
– ¡Con mucho gusto!, monsieur…
Le pidió que bajara de la cama; y cogiéndole de las caderas se la colocó… Y se la enchufó, poco a poco… Hasta que la tuvo en el fondo; entonces, le pegó un buen empujón.
– ¡Ah!, ¡monsieur!… ¡que placer!. Seguid ¡por favor!… si, ¡asi!, ¡así!…
El Duque, se reincorporó; y también bajó de la cama. Se acercó a Sarasola; y empinándose le metió la lengua en la boca, mientras le manoseaba con ansia.
Lo del Duque no eran besos, era extrema lujuria…
Luego, se colocó detrás de Etienne, y le obligó a parar los brutales zambombazos, que le pegaba al coronel; para poder enchufársela… Y cuando ya la tenía dentro, empujó; y se la coló hasta el fondo. Para follárselo con verdadera furia…
Mientras tanto, Gabriel se había quedado dormido junto al capitán, que todavía no había recobrado el conocimiento.
Los solados del capitán ya habían terminado el registro de ese piso y no sabían si bajar abajo o registrar el piso superior; los aposentos de la damas.
– ¡Arriba, no podemos seguir, sin el capitán!, dijo un sargento, recién llegado.
– ¡Lo dejó, bien claro!, mi sargento…
– ¡Voy a ver que pasa, en el cuarto del cabo!… ¡tarda demasiado!.
El sargento, llamó varias veces a la puerta del cuarto de Gabriel, pero no obtenía respuesta, ni escuchaba nada. Así que, se atrevió a empujar; y al entrar…