Albina era una mujer de 38 años, morena, muy guapa. Medía sobre un metro setenta y andaría en los ochenta kilos. Tenía unas tetas fenomenales y un enorme trasero. Era una mujerona, una jamona… un polvazo con preciosas patas.
Paso a contar en primera persona la historia que me contó mi amigo Javier, que era moreno, guapote. Medía metro sesenta y pesaba cincuenta kilos, pero eso sí, tenía un cipote gordo y de algo más de veinte centímetros de largo.
Era miércoles de ceniza, Albina estaba haciendo calceta en un banco de piedra que había delante de su casa, mi abuelo y yo limpiábamos unas mimbres para atar los brazos de las cepas.
Albina era una de las pocas mujeres de la aldea que llevaba la falda por encima de las rodillas. Yo le miraba para las piernas, y ella, con la cabeza baja, lo sabía. Cada vez que mi abuelo se ponía de lado, abría las piernas y me dejaba ver sus bragas blancas. Mi polla, que nunca había entrado en un coño estaba dura como una piedra.
Cuando Albina entró en casa, mi abuelo, que tenía 70 años, pero que se conservaba bien, me dijo:
-Tienes que echarle un polvo a Albina. Te tira los tejos.
-¿Tú crees?
-Si te abría las piernas era por algo.
Se ve que mi abuelo estuviera al loro.
-Visto así…
-¿Ya te estrenaste?
-No.
-Pues no hay mejor manera. Te va a enseñar lo que no está en los escritos.
-No sabía que fueras tan libertino, abuelo.
-¡Y una mierda! Yo llevo más años sin joder que ella.
-¿Y?
-Y si la jodes tú, después la jodo yo.
-¿Vas a chantajear a tu nuera?
-No, la voy a joder. Ella lo necesita y yo también. Así que mejor tú y yo que alguien de fuera.
-¿Si me deja le vas a decir que si no te deja a ti cuentas por ahí que folló conmigo?
-No, sólo le diría que sé que folló contigo, el resto ya lo sabe ella.
-Chantaje.
-¿Vas a joderla o no?
-Hombre, si me deja, la follo hasta dejarla espatarrada.
La voz de mi abuelo tenía un tono sarcástico, cuando me dijo:
-¡Vas a dejar, vas!
A las diez de la noche, mis padres y mis abuelos se fueron al cine, de diez a doce. Yo fui a la casa de mi tía a pedirle azúcar para echarle a las filloas, ya que así me dijo mi abuelo que le dijera. Albina abrió la puerta y cuando me vio con el pocillo en la mano, miró para los lados, y al ver que no venía nadie, me dijo:
-Pasa.
Cerró la puerta detrás de ella, y me preguntó:
-¿Qué quieres, sal o azúcar?
-Azúcar para las filloas que hizo mi madre.
Estábamos en la cocina. Albina me echó mano a la polla por encima del pantalón. Mi polla, al sentir su mano sobre ella, se puso tiesa. Albina, me preguntó lo que yo creo ya sabía:
-¿Tu padre, tu madre y tus abuelos se fueron al cine?
-Sí.
Fue al grano, y con toda naturalidad, como si se tratase de echar una partida a las cartas, me preguntó:
-¿Echamos un polvo?
Le respondí:
-Echamos los que quieras.
Me sacó la polla empalmada, y al verla, larga y gorda, exclamó:
-¡Qué delicia!
Se agachó. Metió la polla en la boca. Su lengua lamió el capullo, y mirándome, preguntó:
-¿Te gusta así?
-Si.
Me la meneó.
¿Y así?
-Si.
Me chupó el glande.
-¿Y así?
-Uuuuuf.
Me chupó el glande masturbándome muy lentamente.
-¿Y así qué tal?
-Así me voy a correr.
Lamió el glande, meneó la polla con rapidez, chupó y me corrí. Un chorro de leche fue a parar a su boca. Con la lengua al lado de mi meato fue recogiendo la leche y se la tragó.
Al acabar de correrme, cogió un plátano en un frutero, una tarrina de nocilla y otra de margarina en la alacena, y me dijo:
-Ven conmigo.
La seguí a su habitación, meneando la polla, flácida, mientras miraba para su tremendo trasero. ¿Qué querría hacer con el plátano, la nocilla y la margarina? De momento no lo iba a saber. Puso todo encima de la mesita de noche.
Al lado de la cama, se quitó el vestido, las medias, el sujetador y las bragas. Yo me desnudé en un plis plas.
Aquella mujer era un bicharraco, un toro de Mihura en mujer. No tenía michelines. Era pura fibra. Sus tetazas tenían unas areolas marrones inmensas y unos pezones que parecían pequeños cuernos. Ei coño tenía una espesa mata de pelo negro, también tenía pelo en los sobacos y en las piernas, aunque los de las piernas eran muy finos. Mi gaita se hinchó. Quería tocar diana. Albina se echó en la cama boca arriba, y me dijo:
-Coge la margarina y úntame las tetas.
Abrí la caja. Con tres dedos quité margarina. Volví a poner la caja donde estaba. Extendí la margarina por las tetas y se las magreé. El tacto de mis manos con sus tetas, hacía que mi polla latiese y echase aguadilla. Minutos más tarde, cuando ya Albina empezaba a gemir, me dijo:
-Fóllame el culo con un dedo.
Mi dedo medio entró en el ojo de su culo como un tiro. Vi como su vagina se abría y se cerraba y cada vez que lo hacía su ojete apretaba mi dedo. Albina tenía el coño empapado de jugo. Con la voz entrecortada, me dijo:
-Dame la nocilla.
Se la di sin dejar de follarle el culo con el dedo. Albina abrió el tarro. Cogió una poca con el dedo. Untó los pezones y las areolas de las tetas, y me dijo:
-Lame y chupa.
Lamí y chupé hasta que se hartó de untar pezones y areolas con nocilla. Luego hizo una línea con la nocilla desde el medio de sus tetas hasta su ombligo. Lamí su vientre y su ombligo… Después echó nocilla en su clítoris, y me dijo:
-Lame de abajo arriba.
No era tonta, sabía que yo no tenía puñetera idea de cómo atacar un coño y me iba a enseñar.
Con mi dedo follando su culo, lamí la nocilla… Echó más, y más y más. Sus gemidos eran dulces, sensuales. Paró de gemir, y me dijo:
-Bebe mi jugo para acompañar la nocilla.
Sólo había un sitio donde beber. En su coño abierto. Lamí y bebí el jugo. Albina, era una viciosa de cojones.
-Mete la lengua dentro para aprovechar.
Le metí y saqué la lengua en el agujero de su coño. Albina movía la pelvis de abajo arriba y de arriba abajo.
Al ratito quitó con su mano mi dedo del ojo del culo y metió un de los suyos untado en nocilla. La verdad es que parecía que se había cagado, pero yo le limpié el culo con mi lengua. No era lo que Albina quería, y me dijo:
-Mete la punta de la lengua en el agujero para limpiar la de dentro. Hazlo como me lo hiciste en el coño.
La muy… viuda, metió el dedo untado de nocilla media docena de veces más y mi lengua acabó follando su ojete bien follado. A Albina le encantaba, ya que sus gemidos subían de tono. Al final untó de nuevo el clítoris de nocilla, y al comenzar a lamérselo me dijo:
-¡Lame más aprisa… más aprisa… ¡¡¡Me corro, Javi, me corro!!!
Albina se corrió, retorciéndose y temblando. De su coño salió abundante jugo. Se lo lamí y un gemido desgarrador salió de su garganta.
Me eché a su lado, empalmado como un burro. Me besó por vez primera. Al sentir su lengua en mi boca, mi polla quería explotar. Me chupaba la lengua como si fuese un delicioso manjar y me metía la suya hasta la garganta. Me estaba comiendo vivo. Cuando se hartó de picotear mi pico de gorrión con su pico de águila me dijo:
-Dame la margarina.
Se la di. Masajeó tetas y pezones con ella, y después me dijo:
-Fóllame las tetas.
Poco se las pude follar. Mi polla, entre las tetas, no aguantó ni una docena de resbalones. Me corrí. Los chorros de leche fueron a parar a su boca y a su cuello.
Se limpió con el sujetador. Me dejó descansar. De lado, mirándome, me dijo:
-Buena la idea de venir a pedirme azúcar para las filloas.
-¿Cómo te diste cuenta que lo que venía era a follar contigo?
-Porque las filloas ya llevan azúcar. ¿No te daría la idea tu abuelo?
-Él no sabe nada.
-Mientes muy mal. Sé que ese viejo verde me tiene el ojo echado
-¿Y si lo sabías por qué follaste conmigo sabiendo que te podría chantajear?
-Porque yo también le tengo el ojo echado él. Tu abuela presume mucho de haberle quitado la cama hace ocho años.
-A ver si les vas a joder el matrimonio.
-No te preocupes por eso, una cosa es follar y otra querer a alguien. Además, ya lo jodieron hace años. Ahora sólo se aguantan.
Me volvió a besar, largamente, después me dijo:
-Ponte a cuatro patas que te voy a ordeñar.
Quise hacerme el machito.
-Los toros no se ordeñan, tía.
-Ordeñan, ordeñan.
Me puse a cuatro patas y sentí su lengua lamer mi ojete. Su lengua hizo círculos en él y después metió y sacó la punta. Me vino a la cabeza el plátano. ¿Me iría a follar el culo con él? Al dejar de follarme el culo con la lengua me lo untó con margarina. Luego me agarró la polla con la mano y me masturbó como si estuviera ordeñando una vaca. Su lengua lamía mi espalda. Como quien no quiere la cosa, me metió el dedo gordo en el culo y me lo folló con él. Para que mentir. ¡Me encantó que me diera por culo con aquel dedo pringado de margarina! Tanto me encantó que en poco tiempo eché un pedazo de corrida como nunca había echado. Si sería grande que cuando Albina la iba a limpiar con sus bragas y la vi me parecía imposible que fuera mía.
Al acabar, se echó boca abajó en la cama, y me dijo:
-Te toca. Úntame las cachas con margarina.
Le masajeé las nalgas con las manos llenas de margarina, mejor dicho, le masajeé aquel tremendo culo, un culo duro, de trabajar en las huertas. No tardó en decirme que le volviera a follar el culo con mi dedo, pero esta vez, al rato, me dijo que se lo follara con dos, y al final con tres.
Albina estaba disfrutando como una loba. Sus gemidos así se lo decían a mi polla que ya volvía a estar dura. Le pregunté:
-¿Te vas a correr así?
-Podría, pero no quiero. Coge un condón en la caja que hay en el cajón de la mesita de noche.
Pensé que le iba a follar aquel coño empapado, pero Albina tenía otros planes. Después de coger el condón, se dio la vuelta, y me dijo:
-Dame el codón y el plátano.
Me empezó a temblar el culo. Albina me lo iba a follar con el plátano tan pronto como se la metiera… Otra vez estaba equivocado. Albina le puso el condón al plátano, y me dijo:
-Esta vez quiero que me des duro.
Se puso a cuatro patas, y casi ordenó:
-Dame por el culo.
No me lo tuvo que decir dos veces. La agarré por las tetas y se la fui clavando en el culo. A tenerla toda dentro del culo, la follé como me pidiera, con fuertes arreones. Albina, metió el plátano en el coño y dijo:
-¡Cuántas pajas cayeron imaginando este momento! ¡¡Dame caña, campeón!
Albina se metía el plátano en el coño y se lo follaba cuando yo la sacaba. La cosa iba así: Yo le arreaba duro diez o doce veces, y al parar, dejaba sitio para que ella se follara el coño con el plátano… Pasado un tiempo, dijo:
-¡Al cielo, voy a llegar volando al cielo!
Se corrió. Tembló y se sacudió como si tuviese un ataque epiléptico. ¡Pedazo de orgasmo tuvo mi tía la viuda!
Aquella mujer era insaciable. Al acabar de correrse se quitó el plátano del coño. Yo le quité la polla del culo. Se dio la vuelta. Me tumbó sobre la cama. Me montó. Metió mi gran cipote en su coño y me folló a su aire. Al rato, me iba a correr dentro de ella, y se lo dije:
-¡Qué la voy a dejar preñada, tía!
-Más quisiera yo, aunque me tuviera que ir bien lejos, pero no puedo tener hijos.
Me corrí dentro de ella mientras me besaba. Al correrme, mi polla se bajó. La quitó, me la chupó, y cuando estaba morcillona, como era gorda y larga, la metió en el coño. Me folló lentamente. Mi polla se volvió a poner dura. Poco a poco fue aumentando el ritmo de su cabalgada, al final, casi voló encima de mí. Sentí como su respiración y sus gemidos anunciaban que se iba a correr otra vez. Me cogió como si fuese un pelele y me puso encima de ella. Agarró mi culo con las dos manos, y apretando su pelvis contra la mía, la movió de arriba abajo, de abajo arriba y alrededor… Sentí como mi polla chapoteaba en su jugo. Mi tía cerró los ojos, buscó mi boca y chupó mi lengua mientras tenía un orgasmo largo, muy largo y muy intenso. Sin descansar, me volvió a dar la vuelta, como se le da a una pluma, y me dijo:
-Quiero que me la llenes de leche otra vez.
La follé durante unos cinco minutos, pero no de cualquier manera, a toda hostia y hasta el fondo. Al final sentí de nuevo el chapoteo de mi polla dentro de su coño. Mi tía Albina no pudo evitar volverse a correr. Al hacerlo hizo un puente con su cuerpo y me subió en el mientras temblaba de gusto. Me sentí importante, al notar como su coño apretaba mi polla, y le dije:
-Mira cómo se corre un macho, tía.
Albina abrió los ojos para mirarme pero no me vio, tenía los ojos en blanco. No sé cómo me quedarían los míos, pero la corrida que solté le llenó el coño hasta echar por fuera.
Con unas y con otras, ya pasaba de las doce. Volví a mi casa. Al rato llegaron del cine mis padres y mis abuelos. Mi abuelo me miró. Le guiñé un ojo. Sonrió y se frotó las manos. Mi abuela lo vio, y le preguntó:
-¿Tienes frío, calvito?
-¿Frío? ¡Nunca máis, Ramona, nunca máis!
Albina se fue de la aldea tres meses más tarde, antes de que se le notase la barriga. Si le tocase la lotería no se iría más contenta. ¿Quién sería el padre de la criatura que llevaba dentro?
Se agradecen los comentarios buenos y malos.