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Madre, dos hijas: Los tres postres
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Tiempo de lectura: 8 minutos

La había visto en algunas dos ocasiones cuando en circunstancias que mi hermana por compromisos de fuerza mayor, no podía asistir a esa reunión mensual de la cámara de comercio. Ese mismo día cruzamos algunas palabras y me sorprendí lo claro y directo que era la Sra. Ortiz, pues a pesar de mis experiencias con mujeres de todas las clases sociales y de diferentes edades, esta mujer de 46 años y quizá la única contemporánea con la que me he involucrado a esa edad de mis 45, llegó sin los protocolos del coqueteo y no anduvo por las ramas para dejar en claro el propósito de su sorpresiva aproximación.

– Sr. Zena, sé que es un hombre de negocios y que siempre está muy ocupado. ¿Me permite un par de minutos?

– Diga usted Sra. Ortiz. – le he contestado viendo una viñeta con su nombre.

– ¿Tiene algo que hacer esta tarde? ¡Lo invito a cenar! – y se sonríe.

– ¡Cenar! ¿Una cena de negocios o que celebramos? –le he respondido.

– ¡No! Una cena para olvidarnos de los negocios… más bien, para relajarnos de los negocios. ¿A menos que se quiera saltar la cena y quiera ir directo a comerse el postre? – y vuelve a sonreír y esta vez coquetamente.

– ¡Me encantan los postres!

– En ese caso, le aseguro que le tendré los tres postres que imagino le encantan más. – y vuelve a sonreír.

– ¿Segura que sabe de qué le hablo?

– ¡Tenga el menor cuidado Sr. Zena! Se perfectamente de lo usted me habla.

Me da su teléfono y un domicilio y quedamos en ir a probar ese postre a las 6 de la tarde de aquel día. Ella da la vuelta y me deja ese olor exquisito de su perfume y ya de espaldas veo esa marca de su bikini que deja ver sugestivamente a través de una tela delgada de su pantalón negro ejecutivo. Tiene rostro agradable y muy bien cuidado, pero lo que llama mucho la atención son sus dos melones que imagino son operados y que deben ser sostenidos con alguna copa de medida D. Realmente esta es tercera vez que la veo y segunda donde hemos hablado brevemente, pero en esa plática insinuadora y de doble sentido, me estaba invitando a su casa para que me la llegue a follar.

Llegué a la hora especificada y Ana, pues así me pidió que le llamara, me esperaba con una blusa blanca donde realzaba sus dos preciosos melones y me permitía ver lo plano de su abdomen. Vestía un pantalón corto también blanco donde podía ver la señal de un bikini de color naranja y esta vez por primera vez puedo apreciar unas piernas sedosas y muy bien trabajadas. Podía constatar que tenía 46 años muy bien cuidados y ese día descubriría que tenía más de 3 años de divorciada, pero creo que la sorpresa más grande que me llevé, fue ver algunas de las fotos que colgaban en la sala.

No quise que notara mi sorpresa, pues aquel día descubría que me había cogido a su hija un poco más de un año antes. La otra chica que parecía menor, también me parecía conocida, pero no tenía la certeza que fuera parte de mis momentos deliciosos e íntimos con una bella mujer. No quise darle mucha importancia y no quería que notara en mí la sorpresa y solo me limité a preguntarle si vendrían esa tarde o noche a casa.

– Mi hija mayor cierra hoy el restaurante y la menor todavía sigue en la universidad y duerme en los dormitorios universitarios. Así que estamos solos toda la noche y si desea quedarse, le ofrezco la intimidad de mi dormitorio.

– ¿Usted es siempre así de directa?

– ¡Bueno! Si hay algo que deseo y quiero, soy así de directa. Antonio, ya no somos jovenzuelos, usted y yo sabemos lo que queremos y lo importante para usted y para mí, es que no hay ningún compromiso.

Se acercó a mi mientras me decía aquello, me dio un beso en mis labios y me puso esos duros pechos contra el mío y sentí esos dos pezones erectos, como esperando a ser succionados, lamidos, acariciados. Yo le tomé con una mano su cintura y con la otra ese redondo y firme trasero. Ella me mira con esa mirada seductora y me pregunta al oído:

– ¿Lo queres? ¿Te lo queres follar?

– Sí, me lo quiero coger…

– Te los voy a dar… te prometí los tres postres y te los voy a dar.

Apenas tenemos 15 minutos de nuestro encuentro y la primera copa de vino no la hemos terminado y esta linda mujer de aproximadamente un metro y sesenta centímetros y con un peso de unas 135 libras, me lleva a su habitación y me hace entrar. Huelo el aroma de inciensos de canela y fragancias exóticas, miro algunas velas encendidas y nos sentamos frente a una pequeña cantina que tiene en su habitación la cual es bastante amplia. Esta vez me sirve un whisky a mi petición y ella toma lo mismo.

Tomamos un sorbo y ella se reclina contra mis pectorales y me levanta mi camisa deportiva y comienza a besarme y mamarme las tetillas. Yo estoy sentado en este banco giratorio y Ana me da esa mirada como pidiendo permiso para bajarme el cierre de mi pantalón. Lo remueve todo pues dice que no quiere que se me aje y quedo cas desnudo, solo vistiendo mi calzoncillo estilo bikini y Ana me llena de cumplidos con asombro:

– ¡Se mira potente y exquisito tu paquete! Creo que la que comenzara con el postre seré yo. –dijo.

Se fue por encima de mi calzoncillo y comenzó a besarla por sobre la tela y mi verga vibraba por salir, pues esta mujer además de llenármela de besos, ya había sacado un testículo, el cual comenzó a chupar como si de un dulce se tratara. Me miraba con esa luz encantadora de sus ojos negros y finalmente liberó mi verga y sin esperar mucho comenzó con una rica mamada y me sorprendió que con un esfuerzo sobrehumano, casi desaparecía entre su boca. Hizo varios intentos y aunque parecía tortura, Ana intentaba introducirse lo más que pudiese adentro. Me la pajeaba entre sus manos, la escupía y volvía a introducirla y mi verga desaparecía entre esos labios rubís una y otra vez. A los minutos, finalmente me limpia con una toalla mis huevos y la zona de mi perineo, pues su saliva es abundante y ha llegado por doquier, que hasta el cuero del asiento esta empapado.

Me pide que le asista con remover su blusa blanca y su pantalón corto, y queda solamente con su sostén negro que sostienen esas maravillosos tetas y su bikini naranja cuya humedad ya es evidente. Me pide que me ponga acostado de espaldas en su cama matrimonial y ella se viene sobre mí para montarme, y no se quita el bikini, solamente se lo hace a un lado y tomando mi erecta verga, se sienta por sobre de ella y cada centímetro de esta, desaparece en el orificio húmedo y caliente de esta mujer exquisita. Sigue con su sostén, pues con ese vaivén de sus caderas y en un movimiento bastante acelerado, aquella prenda le ayuda a mantener sus tetas sin que se golpeteen, mientras se lleva uno de sus dejos para masajear su clítoris. Ana, es salvaje con sus embestidas y su dedo sacude esa perla de su rica concha y se concentra a darme placer y sentir placer. Quizá habrá pasado unos diez o quince minutos así, y no me hace acabar, pues el whiskey en algo ha adormecido los sentidos.

Hace una pausa y esta vez se para por sobre la cama y mirándome con esos ojos oscuros me sonríe; se remueve el bikini naranja y se sienta por sobre mí y me pide que le mame su dedo, el mismo que ha usado para masturbar su clítoris. Siento ese sabor exquisito, vivo su aroma, para luego usar esa saliva en sus dedos y lubricar su ano. Mi verga está bien lubricada y ella se la lleva haciendo círculos en su apretado esfínter. No recuerdo cuanto duró el proceso, pero eventualmente se ha metido la punta de mi verga y haciendo una pausa me dice:

– ¿Qué le parece el tercer postre?

– ¡Exquisito! – le he contestado.

– ¿Es lo que usted esperaba?

– ¡Ni más, ni menos! –le he dicho.

Ana comienza con un vaivén y me muestra que a sus 46 años tiene todavía esos dotes atléticos. Eso de flexionar sus piernas en esa posición no es de cualquiera, ella se tomó el tiempo para cogerse mi verga y mientras tanto no dejaba de sacudirse el clítoris con alguno de sus dedos. Solo toma una pausa para ponerse a la inversa y ahora veo su espectacular culo, el cual, cualquier chica de 18 años pudiera envidiar. Cinco minutos después y viendo que brotan algunos hilos de sudor, ella me dice: Tony, me vengo, no pares, clávame tu verga con fuerza.

Yo asisto y le taladro con ímpetu su rico culo y ella explota con un orgasmo que hace pierda la coordinación de sus músculos. Ella se pone a reír a los minutos y mi verga sigue clavada en su rico culo. Vuelve con su vaivén de caderas y esta vez ella ya relajada pues ha tenido monumental orgasmo, y en ese movimiento de su culo de arriba abajo, viendo como mi verga entra y sale de su rico culo me dice:

– Tony, dale verga a mi culo, dame tu leche, quiero sentir que te vengas en mi ano, quiero sentir esa leche caliente salir de mis entrañas: Tony, dámelo, dámelo, rómpeme el culo mi amor.

Aquello fue repetitivo y con esos mismos gemidos que escuché cuando se venía, con esos mismos hizo que tocara el paraíso y me vine en su rico culo. Me dio el placer de ver como su ano quedaba reventado y como poco a poco, mi esperma blancuzco salía de su rico e íntimo orificio. Solo recuerdo su frase sensual o sexual: Tony, que rico es sentir tu corrida en mi culo.

Ana, como mujer de experiencia se tomó todo el tiempo, nos bañamos juntos, me aseó y limpió. En la tina me ha dado otra mamada y también descubrí lo de sus implantes. Tetas firmes de silicona, pero sensibles, pues disfrutaba cuando se las mamaba a placer. Ella debería haber estado tan sensible, que mientras nos caía agua caliente mi verga se hundía en su pequeña panocha y tuvo un orgasmo que solamente gimió sorpresivamente y grito: ¡Tony, que rico, que delicioso me has hecho acabar!

Después de aquello, hicimos de todo y Ana me mostró sus juguetes sexuales, los cuales usamos en diferentes segmentos de nuestro encuentro. Hicimos doble penetración: ya sea ella con mi verga en su culo, mientras se masturbaba con un consolador, o el consolador en su culo, mientras le taladraba su concha. La verdad que le eché cuatro palos en seis horas y ella tuvo orgasmos múltiples que no creo que ella tenía una cuenta exacta. Fue una noche de placer que no supe cuando llegaron las horas de la madrugada y me he vestido y he salido con un beso de Ana en los labios. Ella me ha acompañado hasta la puerta y me he ido con esa sensación de una buena faena hasta que de repente suena mi celular. No sé de quién se trata, pero al otro lado se escucha una voz femenina diciendo:

– ¡Tony, no lo puedo creer!

– ¡Disculpe! ¿Con quién hablo?

– Tony, soy Angie, la que te cogiste hace más de un año.

– ¿Angie?

– Sí, soy la hija de Ana, a quien te acabas de coger…

– ¿Y por qué dices eso?

– ¡Porque te he visto salir hace un minuto de mi casa!

– ¡Lo siento Angie, yo no lo sabía!

– ¿Cómo no te ibas a dar cuenta? ¡Mi foto está a la entrada de la sala!

– ¡Lo siento! No supe cómo evitar a tu madre.

– Era de solo decir: ¡Lo siento! y alejarte.

– ¡No quise que tuviera sospechas!

– ¿Qué importa ya? Te pido no pises ni la banqueta cerca de mi casa. Por favor, aléjate de mi madre.

Realmente no quería causar ninguna ruptura entre madre e hija, nunca lo deseé, no era mi intención: ¿Cómo imaginarlo? El problema es que no todo termino ahí… Un día meses después, voy con mi hermana a un restaurante y las veo. Veo a Angie y a su madre Ana y porque me ven con otra mujer me da la confianza que me van a ignorar, pero resulta que la otra chica, la hermana de Angie e hija menor de Ana, me reconoce y llega a mi mesa a saludarme, como queriéndole dar celos a mi hermana, que para ella será otra de mis amantes. Mi hermana simplemente se ríe y le dice a Karla: “Si mi hermano tuvo una aventura amorosa contigo, es muy de él y yo no intervengo en la vida de mi hermano. No hagas esta escena, que eres una chica muy linda para hacer un ridículo”.

Karla, a quien no reconocía por su cabello negro como el de su madre y hermana, pues yo la conocí con un tinte rubio, pensando que era una autentica rubia, pues su piel es más clara, por no decir blanca: hasta ese día supe que la otra chica de la foto en la sala de Ana, era Karla, de quien no recordaba su apellido, pues honestamente no los recuerdo. Comí en paz con mi hermana, pues minutos después ellas salieron por la puerta de aquel restaurante. Aquella noche tuve tres llamadas de Angie, Ana y Karla. La de Angie decía así:

– ¡No lo creo! ¿Te cogiste a mi hermana menor también!

– Angie, como lo podría yo saber… ¡No sabía que era tu hermana!

– Sabes que Tony… ¡Vete al infierno!

Minutos después, era Ana y con su voz sugestiva decía lo siguiente:

– Tony, ¡me sorprendes! ¿De verdad te cogiste a mi hija menor?

– ¡Lo siento Ana! Yo no lo sabía.

– Sé que eres honesto y no intento culparte. Tampoco es mi intención reprocharte nada. Sabes, ¿quién no se quería follar a mi hija? Es una chica bella y muy sensual y solo espero que ella haya vivido y descubierto ese placer que yo he vivido contigo. Tony, no hay mala leche, yo entiendo: mala suerte que fue con mi hija.

La llamada de Karla llegó casi al terminar del día y ella se disculpaba, como queriendo prolongar una relación que verdaderamente no existía. Ella dijo:

– Tony, ¡perdón! Tony, tuve celos y pensé que esa mujer tenía que ver contigo.

– Karla, no te preocupes… ¿yo pensé que tenías confianza en mí?

– Tony, ¡perdón! Me precipité.

– Está bien Karla, no te preocupes, demos todo por terminado.

– Tony, solo te hablaba para ver si nos podíamos ver una vez más…

Creo que Angie, sabe que me cogí a todas y creo que Ana piensa que solo me cogí a su hija menor. Karla, no tiene ni la menor idea de todo aquello: Su madre y hermana, al igual que a ella un día me las folle, sin pensar honestamente que eran familia.

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