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Mi gusto por los maduros comienza así
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Tiempo de lectura: 19 minutos

Hace tiempo que venía queriendo escribir algo. Esta vez me he animado a contar parte de mi historia, un suceso real del que guardo un agradable recuerdo. He estado escribiendo otras cosas que espero compartir muy pronto y que en algunos casos serán cosas de fantasía. Cuando así sea, te lo haré saber. Mientras tanto, espero que disfrutes leyendo esto que preparé.

**************************

 

Había pasado los primeros 18 años de mi vida al lado de mi madre y mi hermano menor. No recuerdo a mi padre y es muy poco lo que mi mamá ha querido contarme de él. Yo no insisto mucho en el asunto, porque cada vez que toco el tema, mi mamá se pone melancólica y no me gusta verla así.

Los tres vivíamos en un pequeño departamento, en un viejo edificio al sur de la ciudad. Mi mamá es enfermera en una clínica pública y sus horarios siempre han cambiado constantemente. Cuando yo era niña, y para poder ir a trabajar, mi mamá nos dejaba encargados a mi hermano y a mí con una vecina ya algo viejita, y que nos consentía como si fuéramos los nietos que nunca tuvo. Así fue hasta que doña Evangelina, la viejita, se mudó para pasar sus últimos años en su tierra natal, en el estado de Veracruz.

Para cuando eso sucedió yo estaba en la secundaria y tuve que hacerme cargo de mi hermano, al que le llevo tres años. Aprendí a cocinar y a cuidar del hogar desde que tenía catorce. Mi hermano siempre fue muy tranquilo y algo tímido, así que cuidarlo era cosa fácil y en cuanto él terminaba su tarea, pasaba las tardes en silencio jugando con una vieja consola de videojuegos que le había regalado uno de mis primos. Recuerdo que en esa época, los veloces cambios que trajo mi pubertad me abrumaban mucho. De niña, fui muy delgada, así que la adolescencia le dio a mi cuerpo una bonita figura, de la cual, lo que más me gusta es mi trasero y mis muslos; aunque no tengo mucho busto, tengo suficiente como para que se dibuje la línea de mi escote si junto un poco los senos.

Descubrí que no solo a mí me gustaba mi cuerpo. Lo supe sobre todo porque en la escuela, mis amigos comenzaron a pedirme que fuera su novia y muchos otros más atrevidos, me llevaban “a lo oscurito” y nos poníamos a fajar como los adolescentes calenturientos que alguna vez somos todos. A mí me halagaba mucho que se fijaran así en mí y aunque luego descubrí que no estaba del todo bien, hubo un tiempo en que tuve más de dos novios a la vez. En esa época perdí mi virginidad, debo decir que no fue la mejor experiencia, pero aun así, lo disfruté.

Antes de tener mi primer encuentro y aún tiempo después, por las noches, me gustaba fantasear con que todos los actores y cantantes que me gustaban se iban turnando para penetrarme. Había en mis fantasías quienes me cogían dulcemente y otros que lo hacían con violencia. Yo me masturbaba en silencio mientras esas escenas se desarrollaban en mi mente y me tocaba con cuidado de no dejar escapar los suspiros que provocaban mis orgasmos, pues compartía la recámara con mi hermano.

Cuando cumplí 18 decidí que estudiaría enfermería, como mi mamá. Yo cursaba el primer semestre cuando al departamento de al lado se mudó una pareja joven. Yesenia, de unos veintitantos y su novio Manuel, de 35. Él, aunque no era especialmente guapo, me atrajo desde que lo vi.

Casi todos los fines de semana los recién casados recibían visitas y yo aprovechaba cualquier pretexto para salir y ver a Manuel, aunque fuera de pasada. Para llamar su atención, me ponía alguna falda cortita y una blusa pegada y esperaba verlo salir de su apartamento para fingir que nos encontrábamos por casualidad. Me agradaba notar que su vista se desviaba discretamente de mi rostro a mi cuerpo cuando me saludaba. Y por la forma discreta en que lo hacía, se notaba que era un hombre respetuoso de su mujer y eso lo hacía más atractivo para mí. Me imagino que debió costarle mucho trabajo no decirme algún piropo o lanzarme alguna mirada más impúdica cuando nos topábamos solos en el pasillo o en las escaleras del edificio.

Un día que yo volvía a casa luego de la escuela, por casualidad, me encontré a Manuel en el metro. Al principio, yo no lo había visto y no pude evitar sonrojarme cuando se acercó a saludarme con un beso en la mejilla. Al tenerlo cerca, noté que mi vecino olía delicioso y era más atractivo que visto de lejos “-Qué suerte tiene su mujer.” Pensé, intentando no demostrarle lo nerviosa que me ponía al tenerlo tan cerca.

Comenzamos a platicar y a cada estación, el vagón se fue llenando más y más, hasta que fue inevitable estar muy juntos. Todavía faltaban 3 estaciones para llegar a nuestro destino. Y en algún momento, un viejo oportunista se quedó muy pegado detrás de mí. Manuel, al darse cuenta, me atrajo hacia sí y en voz baja me dijo –Ven, yo te cuido. Ya casi llegamos- Me colocó delante de él a una distancia prudente y me hizo sentir como una princesa protegida por su héroe. Yo quise premiar su caballerosidad pegándome a su cuerpo, con toda la intensión de dejarlo sentir mi trasero en su paquete. Pero Manuel se hacía para atrás tanto como podía. Sin embargo, al final, no pudo evitar que le frotara la verga con mis nalgas hasta ponerla durita. Llegamos al edificio y nos despedimos como siempre, aunque debo confesar me sentía muy tentada a darle un buen beso en la boca antes de dejarlo ir.

Por aquellos días pensaba muchísimo en mi vecino, creo que comenzaba a obsesionarme, pero aun así, sabía que no tenía mucho chance con él y poco después, acepté ser novia de René, un compañero de mi universidad. Llevábamos pocas semanas de iniciada nuestra relación, cuando René empezó a insistir en que tuviéramos sexo. Yo no quería ponérselo tan fácil, así que al principio, René tenía que conformarse con besarme y acariciarme en la semioscuridad del vestíbulo de mi edificio cuando pasaba a dejarme en las noches después de clases. Lo malo fue que con el tiempo, yo iba deseando más y más darle gusto a sus peticiones. Sus besos me calentaban horrores y una vez en que me puso muy cachonda, dejé que me dedeara. Hacía tiempo desde que un hombre me metía los dedos, así que sentir de nuevo las caricias de un chico en mi vagina, me puso súper mal, me calentó tanto, que cuando me pidió que le diera sexo oral, no lo pensé mucho y me incliné para complacerlo. Su verga estaba con una erección riquísima y me la comí toda hasta topar con sus testículos. Era la primera vez que mamaba, así que me sentía muy nerviosa. Pero al parecer, lo estaba haciendo muy bien y mi novio estaba excitadísimo, sin perderse un solo detalle de la timidez con que practicaba mi primera felación. Al notar que a René estaba encantado con lo que mis labios estaban haciendo, me animé a darle más acción al asunto y me puse a chuparle la verga en serio, “como una puta” como suelen decir. Jamás me imaginé que me fuera a gustar tanto. Mi saliva acabó escurriendo por sus huevos como mis jugos estaban inundándome las braguitas.

Estaba en eso, subiendo y bajando la cabeza como toda una profesional, cuando nos vimos interrumpidos por el ruido del zaguán, que se cerraba luego de que Manuel y Yesenia entraran al edificio.

-Buenas noches- Saludé, apenada, tratando de disimular. Mi novio y yo estábamos sentados en el suelo mientras yo chupaba su verga, así que me incorporé de su entrepierna rápidamente, esperando no haber sido vista.

-Hola, Samantha ¿Cómo estás?- Preguntó Manuel, haciéndome sufrir por tener que responderle a pesar de mi estado de excitación.

-Bien ¿Usted cómo está?- No sé por qué, pero le hablaba de usted solo porque me parecía mayor. Y como él nunca me corrigió, yo lo seguí tratando con esa innecesaria muestra de respeto.

Obviamente Manuel y su mujer se dieron cuenta de lo que estábamos haciendo René y yo. Pero para mi sorpresa, más que avergonzarme, el hecho de haber sido descubierta precisamente por el hombre al que tanto deseaba, me resultó la cosa más excitante del mundo. A partir de entonces, tuve la idea de guardar la mejor parte de mis fajes con René para cuando mi vecino llegara, con toda le intensión de exhibirme para él, y claro, también disfrutar de mi novio. Mi plan daba mejores resultados cuando mi vecino llegaba sin su esposa, porque entonces, hasta se quedaba haciéndonos la plática por un rato, como si supiera cuánto me excitaba que me sorprendiera su llegada mientras estaba con mi novio.

Una noche, René me dijo que no podía más. –Vamos a coger- Me pidió. –Mañana podríamos irnos a un hotel y así no estaríamos pasando vergüenzas con tus vecinos.

René tenía razón. Yo también me estaba cansando de la situación y mi vagina suplicaba por ser penetrada de verdad. Así que pensando rápidamente, recordé que mi mamá trabajaría doble turno ese mismo fin de semana y le propuse a mi novio que fuera a verme el sábado en la tarde. –No quiero ir a un hotel. Pero yo tampoco aguanto las ganas de coger. Podemos decirle a mi hermano que se dé una vuelta en lo que tú y yo nos desquitamos en mi cama ¿Qué te parece?

A René le gustó la idea y para cuando llegó el gran día, me había puesto un vestido negro, ajustado y muy cortito, tanto, que lo tenía que estar acomodando cada vez que me sentaba para que no se me viera la tanga. Como en el edificio hay vecinos que son muy chismosos, quise disimular un poco los planes que tenía con mi novio, así que decidí invitar a mi mejor amiga y a otros dos amigos al departamento, para que todo pareciera una reunioncilla.

Cuando le conté a Claudia que mi vecino me traía loca, ella me contestó -Pero es casado, Samantha. ¿A poco no te importa?-

-No me importa. Es que me encanta. ¿Y sabes? Llevo como un mes fajando con René en las escaleras para que mi vecino me vea y se le antoje- Le confesé a Claudia.

-Ay, Sami. No sé si ese sea un buen plan para conquistarlo. Yo digo que tienes que buscar una manera de acercarte a él y que no precisamente exhibiéndote así- Y luego, como si acabara de tener una brillante idea, me dijo -¿Crees que esté ahorita en su casa?

-Sí, llegó hace poco ¿Qué estás pensando, Claudia? ¿Qué lo invite con nosotras?

-No tonta. Solo invéntate algo para ir a buscarlo. Yo te ayudo. Vamos.

Claudia y yo pusimos manos a la obra y cuando René me preguntó a dónde iba, le dije que tenía que acompañar a Claudia por toallas femeninas, para que él no se ofreciera a acompañarnos. Cerré la puerta detrás de mí y me planté frente a la entrada del departamento de al lado, me sentía ridícula y como no me animaba a llamar a la puerta, Claudia lo hizo.

-Hola, Samantha- Dijo Manuel cuando apareció frente a nosotras luego de unos segundos.

-Ho… Hola… Yo…- Me sentía como una niña frente a la clase intentando exponer un tema que no preparó. Entonces Claudia actuó rápido.

-Te llamas Manuel ¿verdad?- Preguntó mi amiga, con total confianza en sí misma. –A Samantha le da mucha pena pedirte que le compartas tu contraseña de “wi-fi” solo por esta noche, es que venimos a tomar unas cervezas con ella y como en casa de Sami no han pagado el internet, no podemos poner música en YouTube.

Mi vecino asintió y luego de invitarnos a pasar, fue por lápiz y papel para anotarnos la clave de su servicio inalámbrico.

Claudia, que siempre fue más despierta y atrevida que yo, siguió adelante con su plan, del que apenas si me había dado detalles antes de ponerlo en marcha. –Gracias, eres muy amable. ¿Te parece si a cambio te traigo una cerveza?… Por las molestias- Dijo mi amiga y Manuel aceptó de buena gana.

Al quedarme a solas con él, no supe cómo comenzar una conversación, así que cuando nos sentamos en su sala, le pregunté por su mujer, a la que no se le veía por ninguna parte.

-Yesenia se fue a un curso. Todos los sábados tiene clase y cuando termina, se va a visitar a su mamá. ¿Tú tienes fiesta hoy? Te ves muy bonita. Como si fueras a salir a bailar.

Yo me sentí halagada y luego de agradecerle el gesto, le dije -No es una fiesta, solo invité a unos amigos y a Claudia a pasar el rato. Ellos sí irán a bailar después, pero yo no puedo acompañarlos, porque tengo que cuidar a mi hermano y mi mamá no me dio permiso.

-Qué pena que no vayas. A tu edad deberías pensar solo en divertirte- y luego de una breve pausa en la que noté que su mirada me recorría el cuerpo discretamente, agregó -¿Qué música te gusta?-

-Escucho de todo, pero me gusta más la música que se puede bailar ¿A usted le gusta bailar?

-No, y nunca aprendí. A ver si un día me enseñas.

Deliberadamente, Claudia tardó más de lo que debería en volver con la cerveza. Tanto que me hizo temer que me hubiera abandonado o que René hubiera sospechado algo. Pero al final le agradecí que tardara, porque mientras tanto pude platicar muy a gusto con Manuel.

Cuando por fin apareció mi amiga, me sorprendí mucho al ver que se había despojado de los mallones negros que llevaba esa noche y se había quedado solo con su suéter largo y ajustado, luciendo la hermosa piel de sus jóvenes muslos con total descaro.

Claudia había llevado tres cervezas consigo y se sentó en el sofá cruzando las piernas frente a Manuel, que se resistía como podía para mantener sus ojos fuera del cortísimo atuendo de mi amiga y del mío.

-Disculpen. Es que hace mucho calor y la tela de mis mallas me picaba- dijo Claudia, para justificar la ausencia de sus mallones.

Con la llegada de mi amiga, la conversación se desvió a temas más interesantes y cuando la atrevida de Claudia comentó que le gustaban los hombres maduros, Manuel evidentemente turbado, casi se ahoga con su cerveza. -¿A ti te gustan jovencitas, Manu?- Preguntó ella.

-¡Qué cosas preguntas, Claudia!- La interrumpí -Estás loca. ¿No ves que es un hombre casado?

Y ella mirándome divertida, dijo –¿Qué tiene de malo? Que esté casado no lo vuelve de palo. ¿Verdad que no?- volteó a ver a Manuel al preguntar esto último –Confiesa, Manu ¿Te gustan más jóvenes que tú?

-Bueno, mi esposa es doce años menor que yo. Así que se podría decir que sí me gustan más jovencitas.

-Qué interesante- Dijo Claudia, acomodándose por décima vez en su asiento para atraer la vista de Manuel al borde de su suéter, que le llegaba apenas unos centímetros debajo de las nalgas.

Cuando Claudia comenzó a hablar de sexo sin ninguna inhibición, yo me sentí algo incómoda y celosa. “Se supone que la que se lo quiere coger soy yo, maldita zorra” pensé y un instante después, le dije a mi amiga que ya teníamos que volver con los demás.

Al ponernos de pie, cuando Claudia y yo nos íbamos, me di cuenta que Manuel tenía una visible erección debajo de su pantalón deportivo. Llevada por mi deseo, le di a mi vecino un innecesario abrazo de agradecimiento por el internet, queriendo sentir la dureza de su pene aunque fuera solo por un instante. Él me dejó acercarme y por unos segundos puso sus manos en mi cintura. Luego, le coloqué un besito muy cerca de su boca.

Más tarde, Claudia y mis otros amigos salieron de mi casa rumbo al antro, entonces me quedé sola con René y mi hermano, Cristian, quien como de costumbre estaba pegado a su videojuego. Ya era de noche y pedirle a Cristian que saliera a dar una vuelta, no solo sería extraño para él, sino algo peligroso, así que tuve que persuadirlo de que no le dijera a mi mamá que mi novio y yo nos habíamos quedado solos y encerrados en nuestra recámara. Cris accedió cuando le prometí que le compraría otro disco para su consola si me guardaba el secreto.

René estaba algo borracho y en cuanto cerramos la puerta del cuarto, me tumbó en la cama, se acostó encima de mí y comenzó a tocarme. –Así te quería tener, Sami… Oh, qué rica estás- Me iba diciendo mientras sus manos recorrían mi cuerpo y se internaban debajo de mi vestido. Yo le quité el pantalón y el bóxer con la misma ansiedad con la que lo besaba en la boca, nunca me había sentido tan caliente. René me bajó la tanga luego de despojarme del vestido y aproximó su verga a mi vulva; quería penetrarme sin condón, pero no se lo permití. –Si quieres al final te quitas el gorro y te lo mamo hasta que te vengas- Le propuse para convencerlo de usar protección.

Finalmente él aceptó y luego de ayudarle a ponerse el preservativo, me acosté en la cama y abrí las piernas para recibirlo. Él me penetró bruscamente, tomándome de misionero y haciéndome gemir más por el dolor que por placer. Procuré relajarme y al sentir su cuerpo sobre el mío y sus besos en mi cuello y mis senos, me puse tan cachonda que comencé a moverme debajo de mi novio al tiempo que su miembro entraba y salía a toda velocidad en mi vagina.

Cuando René me alzó las piernas y comenzó a cogerme más fuerte y más profundo pensé que tendría mi primer orgasmo de verdad. Pero para mi mala suerte, René no aguantó mucho tiempo antes de venirse. Ni siquiera pude cumplir mi parte del trato, de hacerlo eyacular con mi boca. Cuando acabó todo, pensé en lo bueno que fue pedirle que usara condón, porque cuando me sacó su pene, había una gran cantidad de semen atrapado en el látex. “Seguro me hubieras embarazado, cabrón”- Pensé.

Como un animal que satisfizo sus instintos básicos, René me trató con total indiferencia luego de acostarse conmigo y comenzó a vestirse, alistándose para alcanzar a los demás en el antro al que habían ido. Su prisa y su actitud hirieron mis sentimientos. Me hizo sentir utilizada, como si los meses que llevábamos de novios solo hubieran sido un trámite sin significado para cogerme.

-¿No te quedas? Podemos intentar más al ratito, si quieres. Mi mamá llegará hasta mañana- Le propuse, entregándole la última pizca de dignidad que me quedaba.

-Pues es que tengo ganas de ir con los otros. Tú deberías venir también. Tu hermano ya está grandecito como para cuidarse solo por una noche.

-¿O sea, que nada más estabas esperando a cogerme para poder largarte?- Le pregunté desconsolada.

-No digas eso, Samantha. Es solo que quiero ir a divertirme.

Horas después, al mismo tiempo que yo me resignaba a pasar la noche sintiéndome triste e insatisfecha; René conocía a Tania, una tipa pechugona con la que se acostó aquella misma noche. Claudia me lo había contado todo en sus mensajes y yo solo quería regresar el tiempo y haberme quedado con Manuel mientras su esposa no estaba, en lugar de haberme entregado al cabrón de René.

Más de una vez durante esa noche, estuve decidida a ir a buscar a mi vecino, sabiendo que estaba solo. “-¿Pero qué le voy a decir cuando abra la puerta?-“ Me preguntaba cuando ya casi estaba lista para salir de casa sin despertar a mi hermano. Pero al final no encontré el valor para hacerlo y me quedé dormida.

El lunes siguiente, terminé mi relación con René. Aunque intentó convencerme de seguir siendo novios, yo no quise y al acabar las clases, me dirigí a mi casa. Me sentía triste y desilusionada. En el metro, mi mente divagaba en los recuerdos de mi breve romance con René y no me di cuenta de que al otro lado del vagón, Manuel buscaba cruzar su mirada con la mía.

-¿Y su esposa, vecino?- Le pregunté cuando finalmente se acercó a donde yo estaba.

-Se quedará trabajando hasta tarde toda la semana. La esperaré en la casa- Me respondió con su tono amable de siempre. -¿Te pasa algo, Samantha? Te veo triste.

-¿Se me nota mucho? Porque sí estoy triste… Terminé con mi novio hace rato.

-Ah, ya veo. Pues no tendrías por qué estar triste. ¿Te digo algo? Él no se me hacía buen tipo para ti, porque eres muy bonita. Se nota que eres muy tierna y él un hijo de puta. Así que no te sientas mal, porque aquí el que perdió, fue él.

-Gracias… Me hace sentir mejor.

-¿Quieres que sigamos platicando? No tengo nada qué hacer. Bueno, al menos hasta que Yesenia me avise que vuelve a casa, porque quedamos de cenar juntos. ¿Quieres que mientras vayamos por un café? ¿O algo más fuerte? Ya tienes edad para tomar ¿o no?- Me hizo un guiño cuando me dijo esto último y entonces el hombre me gustó más que nunca.

-No tengo ganas de ir a ningún lado ¿Qué le parece si compramos algo en la tienda y nos lo tomamos juntos? Claro, si no hay problema con su esposa- Tal vez había ido demasiado lejos, pero nada perdía con intentarlo.

Para mi sorpresa, Manuel me dijo que sí –Es más, tengo un buen whisky para los momentos bajos, si quieres solo compramos algo para que lo acompañes, a menos que te guste tomarlo solo, como a mí.

Yo no estaba acostumbrada a beber mucho, así que cuando mi vecino me sirvió el tercer vaso de whisky en su departamento, me sentí alegre y con una rica sensación de mareo. Manuel bebía casi dos vasos por cada uno que yo consumía y entre su animada plática y el alcohol, me fui sintiendo mucho mejor; pero también comencé a experimentar unas inmensas ganas de besarlo. Además la manera en que me ponía atención y me consoló dándome ánimo por mi fallido noviazgo, me llevó a pasar un rato muy lindo con él.

-¿Quieres que te sirva uno más?- Me preguntó cuándo mi vaso estuvo vacío por cuarta vez.

-Yo me sirvo ¿Le traigo a usted también?- Le dije mientras hacía mi mejor intento por levantarme del sofá sin trastabillar.

Ese día yo llevaba el pantalón blanco de mi uniforme de enfermería. Normalmente me incomoda un poco que se adivine mi ropa interior debajo del pantalón, pero aquella noche, aproveché ese detalle y cuando estuve de frente en la mesa, me incliné de más al tomar la botella y así presumirle mi trasero a Manuel. El pequeño truco había funcionado, pues al mirar sobre mi hombro, me di cuenta que mi vecino tenía clavados los ojos en aquella parte de mi cuerpo de la que me sentía tan orgullosa.

Cuando volví con los dos vasos, me senté más cerca de Manuel. Él me pasó el brazo por encima de los hombros y yo me recosté en su pecho, poniéndole una mano en la pierna, muy cerquita de su miembro. -¿Alguna vez ha engañado a su esposa?- Me atreví a preguntarle.

-No. Aunque he tenido alguna oportunidad, pero al final nunca he hecho nada.

-Le quiero preguntar otra cosa, pero me da pena- le dije. Y luego que él me animara a hacer la pregunta, seguí. -¿Qué pensó cuando me vio con mi novio la otra noche que estábamos haciendo cositas malas?-

Manuel rio algo sorprendido. –Pues que ese tal René tenía mucha suerte.

-Lo mismo pienso de su esposa- Le respondí. -¿Ustedes lo hacen muy seguido?

-¿Sexo? ¿O sexo oral?… Bueno, en cualquiera de los dos casos, sí. Lo hacemos casi a diario.

-¿Ve por qué pienso que su esposa es una suertuda?-Me atreví a decirle.

-El afortunado soy yo. Es una mujer excepcional- Sentí que esto último lo dijo para poner una especie de barrera entre los dos, porque era obvio que yo quería algo más que estar conversando mientras él me abrazaba casi fraternalmente. Entendí el mensaje y aunque nada en el mundo haría desaparecer las ganas que tenía de acostarme con él, decidí que ya era suficiente, tenía que irme a mi departamento. Mi mamá y Yesenia no tardaban en llegar y lo último que yo quería era que alguna de las dos me encontrara ebria y caliente con Manuel o peor aún, en su cama.

-¿Le molesta si lo abrazo?- Le pregunté en la puerta, antes de irme. Y luego de que mi vecino dijera que no lo molestaba en absoluto, rodeé su cuello con mis brazos y disfruté de su cercanía mientras él correspondía mi abrazo. Pensé que cuando nos despegáramos, nos íbamos a besar. Al menos eso deseaba yo, pero él sólo me miró fijamente a los ojos y me dijo –Mañana nos vemos a la misma hora ¿Puedes?- Yo le dije que sí y salí de su departamento para ir directamente a mi cama para masturbarme sintiendo el aroma de aquél hombre en mi cuerpo.

Al día siguiente, cuando nos encontramos en el metro y tomé mi habitual posición delante Manuel, no me rechazó cuando busqué frotarme en su entrepierna. Yo estaba encantada sintiendo crecer su erección deliciosamente acomodada entre mis glúteos. Recuerdo que seguimos platicando como si no estuviera ocurriendo nada durante nuestro recorrido. Yo me paraba de puntitas levantando el culo, moviéndome despacio, hasta que llegamos a la estación en donde teníamos que descender.

 Me sentía ansiosa y emocionada, pero sobre todo, sentía un intenso deseo de hacer el amor con él. Durante el día había estado pensando tanto en eso, que no pude evitar sentirme húmeda muchas veces en la escuela mientras esperaba por volver a ver a mi vecino.

Cuando llegamos al departamento de Manuel, nos sentamos en su sofá y estuvimos conversando y bebiendo, no tanto como el día anterior, pero no importaba. En un momento, no pude más y me animé a decirle que me gustaba. –No quiero que piense mal de mí. Sé que no es correcto que le esté diciendo esto, pero desde que lo vi, usted me gustó mucho- Le dije, sintiéndome algo avergonzada.

-Gracias, Samantha… Me halaga saber que te gusto- Yo no sabía muy bien qué pensar. Su respuesta era tan amable como ambigua y estaba por desilusionarme cuando, Manuel añadió –La verdad es que tú también me gustas. Y ¿Sabes? Me gustas mucho cuando usas esas faldas coquetas que te pones los fines de semana.

-¿En serio? Siempre me las pongo pensando en que usted me mire- Le confesé, sintiéndome complacida.

-¡Vaya! Eso sí que no lo esperaba. Pues déjame decirte que tienes unas piernas hermosas. Me gustan, más de lo que imaginas- Y cuando dijo eso, colocó una mano en mi rodilla. Yo separé un poco las piernas, mostrándole que podía ir más arriba si quería.

-No pensé que yo le gustara. Y menos porque usted pocas veces me voltea a ver.

-Es que no te miraba descaradamente, porque antes que me dijeras tu edad, yo pensaba que tenías unos 15 o 16 años, tienes una carita muy inocente. Dime una cosa. ¿A los cuántos años fue tu primera vez?

-Se lo diré. Pero no me juzgue ¿Sí?- Yo sentía un poco de recelo por contarle algo tan privado, pero al mismo tiempo, me sentía cada vez más en confianza. –Tenía 14 años. Lo hice con mi primer novio de la secundaria.

-¿Y te gustó? ¿Cogía rico?- Sus preguntas habían subido de tono inesperadamente y eso me excitó.

-Pues la verdad me dolió mucho y aunque lo hicimos varias veces ese día, siempre me dolió. Supongo que así es la primera vez de todas.

-¿Así que lo hicieron varias veces en tu primera vez?

-Sí. Unas cinco o seis veces- Respondí algo apenada y sintiéndome avergonzada por mi confesión.

-¿Y tienes una posición favorita?- me dijo esbozando una sonrisa.

-No se…- Le respondí, riendo.

-No quise ofenderte.

-No me ofende, para nada. La verdad es que me gusta la clásica posición de misionero. Sobre todo porque me gusta que me besen mientras me penetran.

-Ya veo… Oye ¿Y así lo hiciste con René?

-Pues sí. Pero no lo disfruté.

-¿Por qué? ¿Volvió a dolerte?

-No fue eso, sino que duró muy poco. Y ya sabe el resto de la historia.

-Bueno. Hay mucho cabrón. Te topaste con uno. Tal vez la próxima vez elijas mejor.

Yo asentí tímidamente, bajando la mirada. Entonces él me acarició la mejilla y me levantó la cara. Mirándome fijamente me preguntó -¿Entonces nunca lo has hecho con alguien mayor que tú?- Yo negué con la cabeza mientras sentía que su dedo pulgar se aproximaba a mis labios. Cerré los ojos y disfruté de la caricia que me hizo.

Siendo yo la jovencita inexperta que era a mis 18 años, no pude dominar más mis ansias y me acerqué a Manuel, lanzándome a sus labios. Fue un beso largo y delicioso. Él metía su lengua lentamente en mi boca y yo le correspondía rodeándola con mis labios y enredando mi lengua con la suya. Me embargó una sensación tan deliciosa que inconscientemente empecé a gemir, despacito. Nunca me había pasado, pero es que tampoco me había excitado tanto con solo un beso. Quería sentir su boca por todo mi cuerpo y como si Manuel lo supiera, comenzó a besarme el cuello y yo me fui a sentar en su regazo, montándome en él, buscando frotar mi vulva en su pene. Manuel me despojó de la blusa y el sostén y si su boca hubiera permanecido dos segundos más en mis pezones, juro que me habría hecho acabar ahí mismo.

Me levantó del sofá y me colocó de pie, con las nalgas recargadas en el borde de la mesa y luego de desabrocharme el pantalón, metió su mano debajo de mis bragas. Miré hacia mi sexo y me volví loca de deseo al ver sus dedos húmedos de mis jugos dándome placer y su brazo con los músculos tensos por la fuerza con la que me estaba masturbando. –Quítatelo todo- Me ordenó. Yo lo obedecí y también me bajé las bragas. Luego, como si supiera exactamente cómo me gusta, Manuel comenzó a mover sus dedos dentro de mí, arrebatándome quejiditos que ni yo me conocía. Yo no paraba de besarlo en la boca, quejándome con lujuria por lo que me hacía, al mismo tiempo que me aferraba como podía de la orilla de la mesa, porque el intenso placer que sentía, hacía que me temblaran las piernas. Sentí su pulgar en mi clítoris moviéndose muy rico y entonces todo mi cuerpo se contrajo convulsionándose por la fuerza del primer orgasmo que un hombre me provocaba. Tuve que sujetarme de su brazo para no caer al piso, me temblaban las piernas y sentía que mis nalgas eran un flan que no paraba de sacudirse. Cuando todo pasó, me sentí súper mojada, más que nunca y cuando miré hacia abajo noté que un líquido blanco y espeso fluía desde mi vagina, era como si un helado de yogurt se hubiera derretido dentro de mi cavidad y escurriera en delgadas gotas por mis muslos.

-¿Qué fue eso? Estuvo riquísimo- Le dije, disfrutando las caricias que me hacía entre las piernas.

-Es que te viniste muy fuerte- Y cuando lo dijo, con la punta de sus dedos recogió un poco del fluido que el placer había hecho salir de mi vagina y me lo dio a probar.

Cachondísima como estaba, acepté sus dedos en mi boca y los fui chupando y lamiendo. –Qué rica boquita tienes- me dijo mirando cómo mi lengua recogía el resultado líquido de mi orgasmo. Yo entendí lo que él quería de mí, así que le bajé el cierre de su pantalón y me quedé impresionada por el enorme trozo de carne venoso que tuve frente a mí cuando me hinqué para lo que seguía.

Puse su glande entre mis labios y empecé a comérmelo a besos. Luego de unos minutos, Manuel me dijo que abriera bien la boca –Me encantaría ver tu carita tierna con mi verga en la boca-

Cuando abrí más los labios, él me empujó su instrumento hasta la garganta y no lo sacó sólo hasta que yo di un par de arcadas. –Disculpa pero me encanta que me lo mames así ¿Está bien?- Me preguntó.

Yo lo veía a través de mis ojos llorosos y le contesté que sí –A mí también gusta- y volví a abrir la boca para que ultrajara mis labios de nuevo.

Estuve mamando de esa forma enloquecida durante un rato, mirándolo a los ojos, sabiendo que le fascinaba la expresión que tenía al comerle la verga, al mismo tiempo que descubría lo mucho que a mí también me excitaba hacer eso.

Manuel se detuvo en un momento y de la mano me llevó hasta la recámara que compartía con su esposa. Nos acostamos en la cama, nos pusimos de lado, frente a frente. Con él me sentía hermosa y vulnerable mientras estaba completamente desnuda y él permanecía vestido.

-¿Por qué no me coge?- Le pregunté luego de estarnos besando. –Quiero que me tome como a su esposa.

-Tengo muchas ganas de hacerlo. Pero no tengo preservativos. Yesenia y yo no los usamos y supongo que tú no estás tomando pastillas o algo. ¿Tienes condones en tu casa?

-No. No tengo. René se llevó los que nos quedaron.

Luego de pensarlo un poco, Manuel me preguntó -¿Has tenido alguna experiencia anal?

Su pregunta me sorprendió. Y solo atiné a decirle -¿Quiere entrar por atrás? No sé si pueda, nunca lo he hecho. Pero si usted quiere podemos intentar.

-Entonces date vuelta- Yo me acomodé a gatas en la cama y sentí cuando Manuel usó mis propios fluidos vaginales y su saliva para lubricarme el ano. Luego de hacer lo mismo con su pene, lo acomodó entre mis nalgas y empezó a presionar.

-¡Au! ¡Me duele mucho!

-Tranquila, tienes que relajarte.

-Es que no va a entrarme. Está muy grande… No creo aguantarlo.

Él trató de meter su pene varias veces más y sentí que su glande se deslizó hacia el interior de mi ano, pero cuando quiso meter otro poco, yo grité de dolor y le pedí que se saliera.

Me acosté boca arriba en la cama y Manuel se recostó sobre mí, acomodándose entre mis piernas. Seguimos besándonos y acariciándonos. Me volvía loca la forma en que me tocaba para consolarme por nuestro fallido intento. Sentir su miembro de hombre maduro en mis manos me hacía desear tenerlo dentro de mi coño. Supongo que en ese momento, Manuel luchaba contra el impulso de penetrarme sin usar protección, porque yo podía sentir cómo movía la cadera haciendo que su pene se deslizara en mis manos.

Como respuesta a las caricias que yo le hacía en su verga, Manuel me introdujo dos dedos en la vagina y mientras nos masturbábamos mutuamente, el deseo que yo sentía porque me cogiera, fue creciendo, hasta volverse incontrolable.

-Está bien si lo hacemos así. Ya no aguanto. Quiero ser suya… Métamelo ya, por favor- Le supliqué mientras mi mano dirigía su miembro a la entrada de mi sexo.

Manuel me miró a los ojos y para convencerlo de penetrarme, usé mi voz más dulce para suplicarle que me tomara-Hágalo, quiero que me lo meta. Él cedió y unos segundos después, me fue penetrando lentamente. -¡Oh, dios mío! Qué grande- Le dije jadeando cuando me tuvo completamente ensartada y me abracé a él sintiendo toda su hombría apoderándose de mi fragilidad de jovencita. Me fue imposible seguir expresándome con palabras, porque de mi boca solo salían gemidos de éxtasis al sentir su herramienta endurecida entrando y saliendo de mi vagina.

Al poco rato rodeé a Manuel con mis piernas y empecé a moverme debajo de él, como hice con René, haciendo que la fricción entre nuestros sexos fuera mucho más placentera. Apretaba los músculos de mi pelvis cada vez que él me clavaba su pene y así lo atrapaba en el abrazo cálido y húmedo de mi vagina.

La forma en que mi vecino me estaba cogiendo hizo que me viniera al poco rato, tensando todo el cuerpo mientras me tapaba la boca para no gritar. Y luego de mi orgasmo, cambiamos de posición. Manuel me puso en cuatro para cogerme desde atrás e inesperadamente, comenzó a nalguearme con fuerza mientras me ensartaba muy duro, haciéndome dar un grito cada vez que tenía su verga dentro de mí. Había descubierto cuánto me excitaba sentirme sometida y confieso que no me hubiera importado que él terminara dentro de mí, pero en un momento, Manuel se retiró de mi interior y arrojó su semen en mis nalgas.

A diferencia de mi ex novio, Manuel me cubrió de caricias y besos después de lo que hicimos. Desde esa tarde quedé fascinada por la forma en que me hacía sentir, como una amante sensual y al mismo tiempo protegida. –Gracias. Estuvo muy rico- Le dije, sintiendo que me estaba enamorando de él.

-Gracias a ti, Samantha. Espero que te haya gustado tanto como a mí.

-La verdad fue mejor de lo que pensé. Llevaba mucho tiempo queriendo que esto pasara. ¿Y sabe algo? Ninguno de mis dos novios me había tocado así, mucho menos me habían hecho alcanzar un orgasmo como lo hizo usted.

Platicamos otro poco y aunque lamentaba dejarlo, tuve que irme. Salí de su departamento cansada y feliz. Al llegar a casa, saludé a mi hermano como sin nada y pasaron varios minutos hasta que, desde mi recámara, escuché el familiar ruido de los zapatos de tacón de Yesenia cuando llegaba de trabajar.

Espero que mi relato te haya gustado. Es mi primer aporte y cualquier comentario será siempre bienvenido. Besos.

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