― Buenos días― dijo la contable al ver entrar a Róber.
― Buenos días, señora ―Róber la miró severidad, como lo hiciera tiempo atrás uno de sus profesores de universidad o su propio padre cuando era niña― Tome nota. Hoy, y quiero decir “hoy” irá en persona a visitar a cada director, subdirector y consejero. Primero, les informará de que los pagos realizados con esas malditas tarjetas de crédito los asume la compañía. Sin embargo, dichos pagos han generado un fraude a Hacienda que en ningún caso asume la compañía. Es decir, los impuestos y recargos derivados les serán descontados en la siguiente nómina, ¿entendido Yeimy?
― Por supuesto ― confirmó ésta.
― Segundo, solicitará amablemente a todos “sin excepción” la devolución o destrucción inmediata de dichas tarjetas, informándoles de que en cualquier caso el banco ha procedido a su anulación a las 8 a.m. de hoy mismo ¿OK?…
― Claro que sí, Don Roberto― respondió con cierta indignación por su real o fingida desconfianza.
― Muy bien. Por último, custodiará esas tarjetas hasta entregármelas a mí personalmente… y muy importante, no mencione nada sobre esté… malentendido, en emails, llamadas telefónicas o Whatsapp. Nada, ni una palabra a nadie. Solo en persona y en privado ¿estamos?
― Sí, Don Roberto.
Al levantarse, Róber dejó sobre la mesa el documento que la acreditaba para llevar a cabo todas las diligencias necesarias para llevar a cabo con discreción aquel importante cometido. Es más, aquel escrito decía explícitamente que Yeimy actuaría en representación de él mismo, con su misma autoridad y facultades en lo concerniente a ese asunto, asumiendo él toda responsabilidad. Róber confiaba ciegamente en ella.
― ¡Pues a trabajar!― Concluyó el Delegado. ―Vendré a por esas tarjetas mañana miércoles “señora Villaescusa” ―Yeimy se quedó helada cuando escuchó a Róber emplear el apellido de su marido.
La estirada secretaria invitó a Yeimy a entrar en el espléndido despacho del Delegado. La delgada colombiana había hecho un buen trabajo y a pesar de ser mucho más baja que la secretaria entró triunfal en aquella selecta estancia. Ese día había escogido un discreto traje de falda y chaqueta con unos tacones tan comedidos como el tema a tratar.
― Buenas tardes, señora Villaescusa. ¿Todo bien? ―Dijo Róber con una pizca de mala leche.
― Buenas tardes, don Roberto. Sí todo bien.
― Pensé que me llamaría, que quizá alguien pondría algún reparo a entregarle a usted esas codiciadas tarjetas. De hecho me asombra que no fuese así. ―confesó el delegado.
― Bueno, lo cierto es que al parecer los rumores vuelan y salvo los dos o tres primeros afectados, el resto parecía estar esperando mi aparición.
A Roberto le cambió la cara. ― Le advertí claramente sobre la necesidad de discreción, señora Villaescusa…
―…y así se lo advertí a todos, pero algunos estaban claramente al tanto. Unos la tenían preparada en un sobre esperando que pasase a recogerla, y otros confesaron sin tapujos saber que iría.
―Entonces o no explicó usted suficientemente claro que no debían comentar nada a nadie, o no tomaron en serió su advertencia… ―Le recriminó Roberto a la colombiana.
― O alguien filtró este asunto hace meses desde Madrid, o lo comentaron a la hora del almuerzo, o como dijo el encargado de exportación “era algo que olía mal”… ―se defendió Yeimy.
Un tenso silencio invadió el despacho. La contable y el delegado se estudiaron con la mirada.
― Bueno, más tarde le pediré que señale a tres de esos “enterados” para poder hacerles un par de preguntas. Por cierto, ¿le resultó de ayuda el documento que le entregué? ― Preguntó Roberto para enfriar un poco el ambiente
― Sólo en un par de casos, la verdad. Aunque si le soy sincera ese documento me resultó especialmente útil a mí misma, para sentirme respaldada y darme confianza para tratar con toda esa gente con tanta rosca.
― ¿Con “tanta rosca”? Imagino que se refiere a tener buenos contactos, ¿no?
― Sí, es verdaderamente lamentable la cantidad de sueldazos que esta empresa se podría ahorrar.
― Eso pasa siempre, alguien debe tomar las decisiones y supervisar cada departamento. ―explico Roberto.
― Con un sistema de incentivos por objetivos para la gente que trabaja de verdad sobrarían la mitad de esos consejeros, supervisores y chupamedias que no hacen nada de nada.
― ¿”chupamedias”? ―pregunto el Delegado realmente hechizado por la perspicacia de la guapísima secretaria de contabilidad.
― Empleados que sólo se dedican a alabar y agradar a sus superiores, sobre todo a quienes movieron los hilos para que ellos entrasen en la empresa. Aduladores y recaderos que objetivamente no aportan nada a la empresa.
― ¡Ja! ¡Ja! ¡”Chupamedias”! ¡Quieres decir un “pelota” o un “lameculos”! ―rio el delegado.
― “Lameculos” ―Contesto Yeimy sonriendo en correspondencia.
Un nuevo silencio se abrió hueco en aquella conversación. Sin embargo, esta vez una mirada maliciosa apareció en el rostro del delegado.
― Sí, gracioso ¿verdad? ―comenzó el hombre a hablar al tiempo que se levantó― Pero sabes por qué, pues porque te imaginas a un hombre haciéndoselo a otro… ―aclaró caminando en dirección a la puerta
― ¡CLOK!
Yeimy escuchó con total claridad el cerrojo de la puerta.
― Pero… y si te imaginas a un hombre comiéndole el culo a una mujer o a ti misma, ¿también te resulta gracioso? o te resulta… interesante ―pregunto Roberto.
― Esto… no sé ―Yeimy no sabía cómo salir de aquella emboscada.
― ¿Le han lamido a usted el culo alguna vez, Yeimy?
― Creía que hablábamos en sentido figurado ―se excusó, fue la mejor evasiva que se le ocurrió.
― ¿En sentido “figurado”?… ―le recriminó Roberto― Parece mentira que sea usted la misma señora que tan “amablemente” me comió la polla cuando me ofrecí a acompañarla a casa.
Silencio. Ese mismo silencio que lo invade todo cuando la presa descubre al depredador, que precede al atropellado precipitarse de los acontecimientos.
―No hablo en “sentido figurado” hablo de que se suba usted a la mesa y se ponga de rodillas en el borde. Hoy me toca a mí comerle algo a usted, señora Villaescusa.
― Pero… por favor, Roberto. ―rogó Yeimy.
― Vamos, no tenemos toda la tarde ― y agarrándola del brazo la hizo ponerse en pie.
― ¡Don Roberto…! ― Sollozó desesperada viendo como ese potente hombre volvía a hacer lo que le apetecía con ella.
― ¿De verdad quiere marcharse señora Villaescusa? Pues váyase ahora mismo ―le indicó el delegado harto de sus reticencias.
Yeimy se quedó pasmada mirándolo, pero jamás saldría de aquel despacho sin que el Delegado la follase como había fantaseado bajo la ducha justo la noche anterior. Aquella breve vacilación bastó para que el delegado se hiciera con las riendas, las riendas de Yeimy.
― ¡Vamos! ¡Súbete!… y como te vuelva a oír gimotear… se te va a atragantar eso que tanto te gustó el otro día.
Siempre que le ocurría esto a Róber le venía a la memoria su candorosa prima Caridad. Una maestra de religión que cada año invitaba a Róber al cumpleaños de su hija y que cada año en un momento u otro de la celebración llevaba a Róber al trastero para que le ayudase a subir más cerveza, los regalos para su hija… y de paso comerle la polla a gusto. Curiosamente, esa ingenua tenía una cualidad que la hacía especial para él, su prima Caridad era la única mujer a quien Róber podía penetrar oralmente de forma completa, la única que se tragaba sus 20 gruesos centímetros de polla cada 3 de Agosto. Asimismo, lo más gracioso era que la muy puta culpaba a su marido de su faringitis recriminándole: “Siempre te pasas con el aire acondicionado”… El caso es que Róber gozaba de forma especial follando con verdadero ímpetu a la más remilgada y ñoña de la familia, y es que no había cosa que más cabrease al Delegado que una mujer con ganas de polla comportándose como una chiquilla idiota…
Yeimy le miró con ira pero renegando apretó los puños e intentó colocar la rodilla derecha sobre el despacho de Róber. Sin embargo, su falda era demasiado estrecha por lo que tuvo que sentarse primero sobre el borde para después girarse y subir juntas ambas rodillas.
Roberto, aprovechó para sacar un sobre de plástico de uno de los cajones. Se trataba de un paquetito de toallitas higiénicas, de esas humedecidas. La joven esposa se fijó en como la rígida polla de Róber se dibujaba en la tela de su pantalón. Éste volvió tranquilamente hasta colocarse detrás de Yeimy. Entonces Róber bajo sumamente despacio la cremallera de la entallada falda negra y acaricio su prieto trasero, agarró el dobladillo inferior de la falda y de un enérgico tirón descubrió el suculento culito moreno de la contable.
Róber acarició el sexo de Yeimy unos segundos y después cogió la goma de sus braguitas por sus caderas. Al bajárselas con delicadeza la colombiana notó que su braguita se había pegado a su coñito. Qué vergüenza.
― Róber, por favor…
El delegado no se lo pensó, ya la había advertido y al tiempo que rodeaba la mesa de su despacho se fue bajó la cremallera del pantalón. Una vez enfrente de Yeimy la agarró por la nuca e hizo que se inclinase hasta que la barbilla de la colombiana tocó la oscura madera de su mesa. La pobre apenas pudo ver de refilón la exuberante polla del delegado antes de que éste se la introdujese en la boca. Roberto empuñó con fuerza su sexo como si de un puñal si tratase y en cuanto su puño chocó con la barbilla de Yeimy el delegado lo retiró para completar la puñalada en la garganta de la joven esposa… Apenas fueron tres angustiosos segundos los que Yeimy tuvo su nariz aplastada contra el fornido pubis y el pesado pollón del delegado encorvado hacia abajo en su gaznate. Roberto se quedó alucinado, la brava esposa no dio ni una sola arcada.
En cuanto a Yeimy, ésta pensó en esas actrices porno de Internet que tanto le gustaban a Federico. ¿Qué haría su marido si un día la viera en Internet con la polla de su jefe en la boca? Justo entonces aquel cabronazo comenzó a sacársela, lentamente, disfrutando al ver salir cada centímetro de su gordo salchichón de entre los carnosos labios de Yeimy.
― ¡Joder, qué buena es usted con la boca! ―la alabó Roberto, que para sí mismo deseó volver a tener que castigarla.
A cuatro patas sobre el despacho Yeimy trataba de recuperar el aliento. Róber no tardó en darle friegas con las toallitas húmedas, primero en su húmedo chochito, después a lo largo del estrecho surco entre sus nalgas y por último en su sensible orificio.
¡Slup! ¡Chups! ¡Slup! ¡Chups! ―Comenzó Róber a merendar su limpio coñito. No paró hasta oírla gemir y estremecerse mordiéndose los labios para evitar que la oyeran― ¡Umm! ¡Mmm! ¡Umm!
Con la lengua de Róber devorando su fogón la contable perdió rápidamente los papeles. Su sexo ya goteaba sobre la mesa diluido con la saliva de aquel semental― ¡Qué gozada! ―pensó deseando que la montara como a una yegua. Yeimy se apañó para echar mano a la polla del Delegado y la mera idea de que su superior le metiera aquello fue suficiente para hacerla alcanzar un fantástico orgasmo.
― ¡Ummm! ¡Ummm! ¡Ummm!
El español dejo que la joven esposa le masturbara de forma torpe y una vez que consiguió que se estremeciera por primera vez Roberto pensó que era hora de “lamerle el culo” a aquella hembra y pasó a hurgar con la punta de su lengua en el apretado esfínter de Yeimy. Al contrario que el babeante y abierto chochito, el ano de la contable parecía obstruido. Por más que lo estimulaba y jugueteaba, la contable no dejaba de apretar el culo y éste permanecía sólidamente cerrado.
― Relájate, no te voy a hacer nada ―trato de tranquilizarla.
― ¡Fóllame como un hombre y déjate de juegos! ―solicitó la colombiana que aún seguía meneándole la polla.
No se lo tuvo que pedir dos veces. De un enérgico tirón hacia atrás hizo que la contable cayera apoyando las pesadas sandalias en la moqueta y el abdomen sobre la mesa. Con el culo de Yeimy en pompa, Róber aprovechó el flujo que rezumaba para untar sus dedos.
― ¡Ahhg! ―gruño cuando de repente el Delegado le metió un dedo en el culo.
― ¿Cuánto hace que un “hombre” no le abre el culo? ―Pregunto él con sorna.
Róber empezó inmediatamente a follarla con su dedo corazón, el más grande de la mano, ensartándola con fuerza hasta los nudillos― ¡Plac! ¡Plac! ¡Plac! y ¿por dónde quiere que la folle “como un hombre”? ―preguntó Róber.
― ¡Por el coño! ¡Hijo de perra! ―acuciada por la contundencia del español, pero él siguió limando su agujerito a toda velocidad. Puede que Federico se conformara con gozar sólo “al natural”, les pasa a muchas parejas, pero él no iba a renunciar fácilmente al culo de su esposa, algún día.
― ¡Aaaaah! ―no tardó la pobre en comenzar a gritar.
― ¡Separe la piernas Sra. Villaescusa! ―le ordenó para poder así darle palmaditas en el chochito que aumentasen su excitación.
Yeimy no sólo no podía articular palabra si no que comenzaba a sentir como el ardor de su ojete se extendía irrefrenable hacia su castigado sexo. El dominante macho, cuya dura polla Yeimy no dejaba de menear, seguía penetrándola analmente convirtiendo su ano en una máquina de placer, desquiciándola, haciendo que ella misma se estrujara sus firmes senos.
Encendida, en un estado de ensoñación, comenzó a imaginar… Su infalible fantasía favorita últimamente. ―ese dedo castigaba su culo sin piedad― El jefe la había llamado a su despacho para comunicarle su despido por hacer que sus compañeros se distrajeran constantemente. La despedía por vestir de forma obscena. Por llevar vestidos claros que dejaban intuir sus tanguitas. La despedía por calienta-pollas. ―el Delegado había perforaba su diana trasera― Era cierto, a ella le gustaba que todos la mirasen, sólo a ella, a ninguna otra mujer. Llorando le había suplicado e implorado, pero entonces su jefe se puso en pie y ella vio el bulto en su entrepierna. Esta vez era a su jefe a quien se la había puesto dura… dura y de buen tamaño. ―su culo era ya un volcán a punto de entrar en erupción― Cuando Yeimy se masturbaba se imaginaba poniéndose en cuclillas para comerle la polla a su jefe. Sin embargo esta tarde él había preferido ese estrecho conducto oculto entre sus firmes nalgas de gimnasio. En cuanto la joven esposa se imagino siendo tomada analmente por Róber se corrió. ― ¡Ummm! ―Afortunadamente, su orgasmo paso desapercibido para Roberto centrado en darle placer a la colombiana.
― ¡Para, por favor! ¡No me gusta! ―le engañó.
― ¿Qué, no? Mira cómo te has puesto en un momento. Seguro que cuando seas mami te pasará como a mi vecina, le vuelve loca que se la meta por el culo ―le susurró Roberto al oído.
― ¡¿Fóllame o me largo?! ―le increpó la colombiana.
― ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ―se rió el Delegado dejando de torturarla― Sabía que no serías de las fáciles.
― “Lo bueno se hace esperar” ―le evadió apurada evitando dar detalles sobre su experiencia.
¡Paf! Al sacarle el dedo le asesto a Yeimy un buen azote y apoyando su polla contra la ávida rajita de Yeimy le dijo― ¿la quieres dentro? Pues tendrás que clavártela tú.
Humillada pero terriblemente caliente Yeimy empezó a contonear el culo a fin de que aquella columna se abriese paso lentamente. Tras casi una semana sin sexo su coño estaba cerradito. Por suerte su chochito funcionaba de maravilla bien húmedo, resbaladizo y listo para la batalla.
― Bien, ya llevas la mitad ―la animaba Róber.
“¡Sólo!”, pensó asustada. ― ¡Oh! ¡Ah! ¡Auh! ―se quejó aunque fuese ella misma la que con unos cautos vaivenes logró conseguir tocar el vientre del Delegado con su trasero, contoneando además su grupa para no dejarse nada fuera de aquel monumento, casi no podía creer que hubiese cabido.
― Es usted insaciable, como contable y como hembra ―la alabó Róber― ¡Venga, muéstrame como os folláis las colombianas un buen pollón!
¡Plaf! ―sonó un azotazo y con la mano del Delegado marcada a fuego en su culo latino la joven no se anduvo con rodeos. Empezó a follarse de lo lindo, haciendo énfasis al ensartarse a sí misma en aquel rabo, el de mayor tamaño que su coñito había conocido nunca. Claro que tampoco había hecho algo así con ninguno de los tres anteriores a Róber. Esto era otra cosa.
¡Plash! ¡Plash! ¡Plash! ―Róber permanecía inmóvil aguantando los envites del trasero de la contable.
― ¡Eso! ¡Así! ¡Bien! ¡Bien! ―decía Róber marcando el ritmo de la joven embrutecida cuyos choques se hacían cada vez más difíciles de contener.
Entonces Róber se percató de cómo sus pechos se meneaban sin control bajo la fina blusa de licra y echó mano a la izquierda. Primero se la sobó, viendo atónito como su verga desaparecía una y otra vez devorada por aquel coñito hambriento. Después, a medida que se iba poniendo más cachondo amasó y estrujó aquella teta endurecida por la excitación. Comprendió que debía tomar las riendas de una vez, y las riendas de una mujer son sus caderas. Reteniéndola, la obligó a parar un instante y se la clavó entera.
― ¡Vaya con la contable!… Te gusta follar ¿eh, golfa?… Pues a mí también.
¡Plash! ¡Plash! ¡Plash! ―empezó a montarla.
― No lo entiendo, ¿es qué llevabas mucho tiempo sin follar? ―ríe él.
― ¡Sí! ¡Sí! ―aulló ella.
― Pues espero que tomes precauciones nena ―le advirtió Róber― te voy a llenar de esperma… Recuerdas qué sabroso…
― ¡Sí! ―claro que lo recordaba, es lo malo de ser mujer, que nunca olvidas nada… que nunca olvidas que un hombre te folló la boca con su gorda polla hasta que se vació los huevos. La leche de Róber era cremosa, era resbaladiza, caliente, abundante, y dejaba un regusto amargo en la garganta que te hacía carraspear.
Por descontado, Yeimy era una mujer actual y no faltaba a su cita trimestral para inyectarse su anticonceptivo.
Róber empezó a sacudirle con fuerza, bombeando en su coñito abierto, sacándole casi toda su dura verga antes de cada arremetida. Los pollazos que le endiñaba a la alucinada mujer eran tan fuertes que incluso la mesa de madera y aluminio se comenzó a estremecer. Entonces el Delegado noto que uno de sus pies se resbalaba.
― ¡Mire, Sra. Villaescusa! … ¡Mire como le chorrea el coño!… ―ella no podía verlo, pero en el suelo había un pequeño charquito que la inculpaba. Yeimy debía haber tenido pérdidas con alguno de sus orgasmos.
― Su coñito quiere polla, Yeimy…
Yeimy no estaba acostumbrada a oír aquel tipo de lenguaje. De hecho, estaba acostumbrada a hacerlo en silencio, pero no podía callar más, su sexo estaba en un clímax continuo y tanto gusto, tanto placer le hizo perder los buenos modales “en la mesa” del jefe.
― ¡Sí, dame! ¡Dame polla! ¡Por Dios, qué rica!… ¡Más! ¡Más! ¡Así!… ¡Sí, fóllame, fóllame el coñito! ¡Ahora es tuyo, cabrón! ¡Sólo tuyo!… ¡Vamos, llénamelo! ¡Quiero sentir como me llenas! ―expelió al vigoroso Delegado.
― ¡Es lo que pensaba hacer! ―gritó Róber pensando que era cierto eso de “si hay una mujer más puta que una latina, es una latina casada”. Juntos le estaban poniendo unos buenos cuernos a su marido, y ahora él no podía fallar, debía rematar la faena―…prepárate preciosa… Seguro que tu marido no te ha llenado nunca así.
Aquello ya fue demasiado para la contable que empezó a temblar a causa de las señales de placer que emitía su clítoris.
― ¡Qué coñito tan rico tienes, zorra! ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! ―Róber la mordió en el cuello y le hundió su sexo con tanta fuerza en el chochito que la pobre sintió como la punta del glande se le encajaba en el mismísimo cuello uterino justo antes de comenzar a eyacular.
― ¡Toma nena! ¡Toma mi leche! ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! ―su manguera se sacudía en el cálido jardín tropical de la contable.
― ¡Ummm! ―gimió Yeimy levantando su pie derecho al percibir como el líquido calentito iba inflando su utero. Nunca había sentido tan nítidamente a un hombre vaciarse tan adentro. De no ser por la píldora…
Tras el riguroso epílogo de suaves caricias y tiernos mimos en la espalda y el torso de la colombiana, Róber sacó su polla, entumecida y pendulante. Entonces contempló con orgullo a la hembra saciada, abatida y tan despojada de soberbia como colmada de esperma. Volvió a coger otra toallita para limpiar esta vez su resplandeciente miembro, cubierto por completo de los fluidos vaginales de la mejor contable de aquella empresa.
― Has hecho un buen trabajo Yeimy y tendrás tu recompensa. Nos vemos mañana.―le comunicó con frialdad el Delegado que salió del despacho como si llegase tarde a algún sitio. Yeimy, aún con las bragas por los tobillos, supo que Róber se refería al asunto de las tarjetas y no al sexo. En cualquier caso ella se consideraba afortunada de trabajar para ese hombre.