Roberto era un caballero, un hombre como Dios manda que no dejaría que la mujer que acababa de hacerle una mamada como aquella volviera a su casa en bus. La llevo en coche hasta la puerta de su casa y condujo despacio hacia su hotel.
Por suerte gracias a su trabajo viajaba mucho, por desgracia casi siempre solo. Puesto que nadie le esperaba paró de camino en un bar, a cenar y darle vueltas a todo aquel asunto.
Mientras trataba de hacerle frente a aquella ensalada Cesar completa con salsa de yogurt, Roberto no dejaba de darle vueltas a la importancia de mantener alejados a los periodistas carroñeros hijos de puta, aquellos que se ponían medallas al mérito de mierda por desprestigiar a una empresa importante como para la que él trabajaba. La humillación pública era lo principal porque, no nos engañemos, en empresas sólidas que las acciones bajen uno o tres puntos durante un par de semanas no importa un carajo, al menos para quienes tomaban las decisiones. Debían llegar a un acuerdo razonable con el Sr. Hacienda y evitar los tribunales, pero eso ya no dependía de Roberto. Él había mandado aquella misma tarde su informe final al jefe de auditores, quién lo remitiría a su vez al Sr. Hacienda para ser contrastado con lo que ellos tenían.
En fin, los putos periodistas siempre pegan la oreja en las mismas puertas. Primero en la puerta del Sr. Hacienda, especialmente fútil. A través de ésta todo se escucha y todo se sabe. En cambio, a la puerta de la Unidad de policía fiscal no se acercaban, esa debe ser acorazada o dar descargas eléctricas. En segundo lugar estaba la puerta de las empresas de la competencia, aunque a estas no les interesan mucho los asuntos contables, sino los de investigación, desarrollo y comercialización, ahí sí que les interesaba husmear. Pero lo peor era cuando los periodistas pegaban la oreja a las puertas de la propia empresa, eso sí que desataba el terremoto, y el edificio se estremecía de arriba abajo con consecuencias impredecibles para quienes estaban dentro. Finalmente, mezclado lo sabido con lo inventado los muy cabrones publicaban documentos e información jugosa para sus lectores. Alguna vez se había imaginado a todos ellos: al Sr. Hacienda, los periodistas, la policía, las empresas competidoras, etc. compartiendo comida basura en el mismo lóbrego cuartucho mientras que con las manos pringosas escuchaban conversaciones telefónicas, leían emails y whatsapps. Realmente patético. En fin, el hacia su trabajo, cerrar la herida y lograr el mal menor, como solía decirse a sí mismo.
Sin embargo, lo primero era el trabajo y a Roberto no le hacía falta que nadie se lo recordase, lo tenía afianzado en su personalidad desde bien niño. Por otra parte, no pensaba dejar escapar a esa mujer, la contable, con sólo una mamada, nada más que una ínfima porción de esa rica tarta de chocolate colombiano. Ni hablar. Había sido muchísimo mejor que esas habituales felaciones exprés. En verdad había estado genial y a Róber se le hacía la boca agua pensando en el segundo plato y el postre que aquella mujer casada le podría ofrecer. Tendría que llamarla a su despacho para que le pusiese al día de sus gestiones y de sus otras destrezas femeninas.
Llegó a su hotel y encaminó sus pasos hacia la recepción para pedir la llave. Como cada noche, aquel chico dejó rápidamente de estudiar francés para entregársela. Tras darle las buenas noches, le entregó la llave sin preguntarle el número. Buena memoria, pensó Roberto mientras se dirigía hacia el ascensor. Esta noche el muchacho no había intentado entablar conversación. Tuvo que esperar delante de la puerta metálica y volvió a mirarlo de reojo.
En lugar de volver a sus ejercicios de gramática el joven marcó un número de teléfono ―Tienes que acabar de limpiar eso. Necesito que bajes al comedor― A Róber le extrañó hubiera gente de servicio a aquellas horas de la noche, pero ciertamente se la cruzó por el pasillo de su planta. Llevaba el pelo teñido de un rubio apagado que no le iba para nada.
Roberto abrió la puerta, y desde allí gritó:
― ¡Señorita, no ha cambiado las sabanas! Avisé esta mañana.
La limpiadora lo miró sorprendida. La puerta del ascensor se abrió.
― Lo siento caballero, me han avisado para que vaya al comedor. Subiré en cuanto pueda.
― ¡Se baja! Pues espere que vaya con usted. Hablaré con recepción. ―Róber tiró de la puerta y cerró. Pero esa súbita reacción de Roberto hizo a su vez que la limpiadora cambiase rápidamente de idea.
― No se preocupe caballero, no era mi intención… Voy enseguida. ―dijo la mujer cogiendo una bayeta y un espray sin etiqueta.
― Se lo agradezco. Pero me temo que me he dejado la llave dentro. ―se excusó él.
― No se preocupe, yo tengo una llave maestra. ―le tranquilizó ella.
Al entrar en su habitación Roberto esperó a que la mujer comenzase su faena para coger el auricular. Marcó 000.
― Recepción. Buenas noches.
― Buenas noches. De la habitación 422, le importaría subir un momento.
Róber no había tardado ni un segundo en darse cuenta de que habían usado su ordenador. Desde que se le rompió el adaptador de corriente, siempre lo desenchufaba después de apagarlo. Lo tocó. Estaba caliente.
Roberto no sabía si era así de valiente, o así de imbécil. El caso es que instintivamente se dispuso a hacerle frente sin querer pensar en que aquella mujer pudiera esconder una pistola bajo su uniforme.
Era una mujer agraciada para los cuarenta y tantos años que debía tener. De pelo ondulado, corto y moreno, de tez oscura, nariz chata, pómulos y labios perfilados, y con curvas felinas. Con todo lo que hace falta, donde hace falta. Ese tipo de mujer que uno desea llevarse a la cama a pesar de que tenga marido, un par de niños a medio criar y unos kilos demás. Si a una mujer inquieta y audaz le sumamos un pecho opulento, una figura contenida, un buen culo y dos piernas sin demasiados desperfectos, Roberto podía dar fe de que su marido debía estar encantado con ella. Además por la forma en que mirada se deducía que se trataba de una hembra atrevida, provocadora, sagaz e apta en todo los sentidos. Sin embargo Roberto intuía que tras esa fachada servicial se ocultaba una dictadora, con un estricto control a nivel de entrepierna para desgracia de su afortunado marido.
Róber aprovechó para colocar su i-phone en un estante que había en un lado de la habitación, justo detrás de una figura con forma de caballo de forma que apenas sobresalía, justo el objetivo de la cámara en uno de los laterales de la parte posterior. El teléfono enfocaba la cama lateralmente.
Cuando la limpiadora salió de aseo, la informó de que había llamado a recepción. También le dijo que sabía que había husmeado en su ordenador. Aunque ella lo negó, Roberto continuo preguntando para quién trabajaba, y le pidió que se identificara si era policía. Sin embargo la mujer insistió en no saber de qué estaba hablando. Con lo que la discusión fue aumentando de tono hasta que llamaron a la puerta. El joven de recepción.
―Vamos a ver ―comenzó a hablar Roberto mirando a la mujer― Uno: Alguien acaba de apagar mi ordenador, y las cámaras del pasillo nos dirán quién. Dos: Tú trabajas aquí ―dijo Roberto mirando ahora al recepcionista― pero a ella es el primer día que la veo. Y tres: la has avisado para que se marchase de mi habitación, luego estás metido en esto. Así que sólo lo preguntaré una vez antes de llamar a la policía, ¿Qué coño está pasando aquí? ―preguntó Róber amenazante.
Tras unos instantes de silencio y un rápido intercambio de miradas de los unos a los otros, el muchacho comenzó a hablar.
― Al comienzo de mi turno un hombre llamó por teléfono. No se identificó, y su voz sonaba distorsionada.
― Cállate la boca. ―le interrumpió la señora para amedrentar al muchacho, obligando a Róber a tomar de nuevo las riendas.
― Cállese usted, o la encierro en el puto cuarto de baño hasta que venga la policía, o quizá mejor vengan unos amigos no tan educados como la policía… ¿lo has entendido?
El recepcionista continuó.
―Me dijo que vendría una mujer, que hiciera todo lo que ella me pidiese o envenenarían a mi perro…
El chico decía la verdad. Su rostro emanaba vergüenza y desolación. Era un chico joven, de entre 25 y 30 años, casi tan alto como él mismo, de complexión atlética y muy alegre en circunstancias normales. Seguramente estaría trabajando en el turno de noche para poder asistir a la universidad y pagarse el alquiler de un piso compartido como él mismo había hecho hace ya unos cuantos años. Probablemente tuviera novia porque era un chaval alto, simpático y bien parecido. Posiblemente tuviera además una amiga. Con esa edad se dispone de energía a raudales.
Róber ya sabía todo lo que el muchacho podría decirle, razón por la que pasó a interrogar a la mujer.― Muy bien, guapa. ¿Qué ha venido a buscar? ―le preguntó sin rodeos.
― Si necesitas que yo te lo diga es que no eres tan listo como te crees. ―respondió la mujer con sarcasmo.
Róber no pudo contener una sonrisa por el elegante golpe que acababa de recibir, y prosiguió.
― Bueno, quizá tú seas la más lista, pero yo tengo algo que tú quieres… ¿verdad?
― O no… ―le cortó la mujer con otro menosprecio. Sonreía.
― De acuerdo, digamos al menos que alguien quiere saber si va a tener o no, problemas. Evidentemente, usted no va a rebelar de quién se trata. Lo cual nos devuelve a la cuestión inicial, ¿es usted policía?
Róber comprendió que ella no iba a responder a aquella pregunta. Habría apostado a que no lo era, lo mismo que un jugador apuesta todo al Negro en la ruleta rusa. Tuvo que jugar fuerte, y siguió hablando.
― Aunque no quiere usted colaborar conmigo, en señal de buena fe, le informo de que éste de aquí es mi ordenador privado y no contiene lo que vino a buscar… También le informo de que soy un hombre razonable al que le gustan las personas intrépidas… sobre todo si son mujeres casadas, como usted. ―dijo haciendo referencia al añillo en la mano derecha de ella― Así que si es usted policía identifíquese, y si quiere negociar… desnúdese.
Aquella no era de las que se asustan fácilmente, y dijo: ― Una lista. Deme una lista de los implicados, y veremos qué puedo hacer yo por usted. ― Le devolvió la pelota ella con mirada pícara.
Róber estudio la oferta que aquella intrépida señora acababa de hacerle. La mirada que le dirigió junto al cóctel de insolencia y seducción que se daba en ella estimuló la codicia de Roberto aún más de lo habitual en él.
― ¿Sabe el nombre que le interesa? ―empezó Roberto a tutearla.
― Sí ―respondió ella.
― Y no prefiere sacar… digamos… 1000 dólares extra por decirme ahora ese nombre ―Roberto lanzó otra oferta― Si estaba en mi lista como si no antes de esta noche, él nunca lo sabrá.
Sin meditar respondió seria e inmediatamente.
― Disculpe, pero mi trabajo es un 50% dinero y un 50% confianza. Lo siento.
― No me lo está poniendo fácil… ―se quejó Roberto― Veamos, no puedo darle una lista como esa y dejar que se la lleve, pero le diré que haremos… y va a ser la última propuesta que le haga, ¿está claro? ―le advirtió Roberto con severidad― Parece usted una mujer con recursos, y me gustaría comprobarlo. Quiero verla desnuda, y nuestro amigo se desnudará también ―refiriéndose al joven recepcionista― Después, él se tumbará sobre la cama y usted tendrá que conseguir que él se corra, después de lo que él ha hecho por usted es lo mínimo que puede hacer por él…
― Y tú no te vas a desnudar, no es justo ―añadió la mujer sonriendo.
― Después, yo… ― Roberto hizo una pausa inquietante― le dejaré los papeles. Podrá ojearlos cuanto quiera, pero me los devolverá antes de marcharse… ¿Le interesa?
La señora no respondió. Se puso en pie y tras dirigir una última mirada a ambos comenzó a desabotonarse la bata del uniforme de limpiadora.
Anna Lucía, de un apenas un metro sesenta de estatura, era una mujer madura y luchadora. Era una mujer hermosa de coño negro como la noche, piel dorada, ojos café, nariz delicada, labios rotundos y sensuales. Le encantaba su trabajo como profesora de lengua y literatura, pero desde pequeña le interesó la policía y todo lo relacionado con la investigación y el crimen, razón por la que acabó haciendo trabajillos para diversos detectives, empresas y agencias públicas y privadas. Anna era independiente y temeraria, por eso no le había dicho a su marido nada sobre sus otras actividades, tampoco sabía que Anna tenía un amante. Un subcomisario enérgico y resuelto en el uso de la “porra”. Su esposo le daba cariño y caricias, el otro la follaba hasta dejarla agotada y con las piernas temblando. Así que ambos hombres se complementaban para satisfacerla.
Si bien el recepcionista no era demasiado guapo, Anna a sus 47 años se sentía orgullosa de que un chico joven y alto se mostrase entusiasmado de acostarse con ella. Además de unos músculos adecuadamente firmes y marcados, el muchacho no estaba mal dotado, pero lo que a Anna le llamó la atención fue la verticalidad de la polla del chico, como poste apuntando al cielo, y eso que ni siquiera había empezado a chupársela. ― Que barbaridad, cómo se presentan estos jóvenes ―penso.
Anna sabía cómo arrastrar al muchacho a su terreno. Ambos estaban desnudos, bueno casi desnudos… ya que Roberto le había pedido a Anna que se dejara las medias y las braguitas. Cosa que a ella le pareció bien, aquellas medias hacían que sus fuertes piernas lucieran increíblemente contorneadas. Durante un rato, de pie ambos se acariciaron sintiendo el contorno del otro. Anna recorrió el pecho y el torso del chico hasta agarrar su sólida verga. El muchacho exploraba con premura sus tetas, su culo, su boca, hasta que Roberto le mandó que se pusiera de rodillas sobre la cama.
El muchacho vio a la mujer acercarse a cuatro patas y como tras sacudir dos o tres veces el sexo que él le ofrecía se lo llevó a la boca. Llevaba puestas las bragas y las medias, pero sus grandes tetas colgaban ondulando libremente. Nunca había tenido a su alcance unas tetas como aquellas. Mientras ella chupaba y lamía su polla, el muchacho le pellizcaba delicadamente los pezones, provocando sonidos sugerentes en Anna que comenzó a gemir más fuerte, casi continuamente.
La madura esposa se calmó un poco y se detuvo para alzarse y besarle el cuello. Ella era quién controlaba la situación. Luego se dedicó a lamer su pecho y su abdomen de mármol. Se deslizó otra vez como una serpiente hasta tener enfrente aquél joven y poderoso rabo. No pudo resistir la excitación que aquel jugoso miembro hacia crecer en ella. Comenzó a besarlo muy delicadamente, empezando por el inflado glande. Después sacaba la lengua y la deslizaba por toda la columna, en un cálido y largo lametón de casi veinte centímetros.
El muchacho permanecía inmóvil con los brazos en su espalda, con aspecto de terrible excitación, la mirada fija en Anna. Acto seguido, la señora abrió su boca y engulló aquel hermoso miembro hasta donde pudo. Siempre se le había dado bien. Con la boca llena, Anna variaba de técnica. Unas veces chupaba ruidosamente el capullo como si se tratase de un Chupa-Chups, otras sacaba la lengua por debajo, otras movía la cabeza en círculos como había visto hacer a su prima, unas veces le lamía los huevos y otras frotaba con fuerza en el frenillo como le había enseñado el marido de una vecina entre los coches del garaje, y claro, de vez en cuando devoraba entero el pollón del muchacho como exigía siempre su amante el subcomisario.
Roberto pronto sintió envidia. Equivocadamente había pensado que aquella señora sería una nulidad en la cama. En cambio, se mostraba tan desinhibida y ávida de sexo como una hembra joven con su primer novio.
Los gemidos del chico evidenciaban que la mujer sabía mamarla. Sin lugar a dudas, aquella habilidad era fruto de experiencia. Como ella misma se había burlado una vez, “Ninguna mujer nace enseñada, todas debemos aprender”, y ella había practicado bastante desde que se la chupo a su primer chico en las escaleras de casa de sus padres. De hecho, cuando Anna cumplió los cuarenta hizo el cálculo, a una por semana habría hecho unas tres mil mamadas y bebido un litro y medio de semen.
Anna miraba a los ojos del muchacho cuya verga engullía, a algunos hombres les gusta mucho. Sabe más una Diabla por vieja, que por Diabla. La mujer estaba tan concentrada en hacerle a aquel chico la mejor mamada de su vida que no se dio cuenta de que Roberto estaba ahora de pie junto a la cama. En contraste con ellos dos continuaba elegantemente vestido con la camisa y el pantalón de traje, salvo por un detalle, llevaba su polla fuera a través de la cremallera del pantalón. De repente Anna se percató de su presencia.
― ¿Es que no veías bien desde el sillón? ―le dijo burlona, sin dejar de menear la polla del chico.
Roberto no contestó.
― ¡Vaya pistolón! ¡Seguro que asustas a las niñas! ―bromeó Anna.
― No te creas ―contestó Roberto― Las señoritas de hoy son tan remilgadas como las de antes cuando les apetece comerse una polla… ni tampoco las mamás modernas tenéis el culo tan cerrado como las de antaño.
Aquella afirmación dibujo una sonrisa en la cara de Anna, hacía poco surgió el tema en el grupo de amigas y vecinas con quién salía a caminar. Volvió a su sabrosa tarea. Se había propuesto hacer que el muchacho se corriese precipitadamente pero el miembro de aquel chico resistía más de lo previsto. Cuando de pronto, el muchacho la tomó por la melena y con un golpe de cadera la penetró oralmente hasta casi dejarla sin respiración… Pasaron unos segundos eternos y al sentir que se ahogaba, Anna puso sus manos sobre el vientre del chico hasta apartarse de aquel pollón matador. Ambos se miraron a los ojos, los de ella de enfado, los de él de satisfacción. Muy cabreada, la señora cogió al muchacho por los huevos, y le advirtió. ― ¡No vuelvas a hacer eso! ¡¡¿Entendido?!!
― ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ―echó a reír Roberto.
El recepcionista había tenido suerte, una Nochevieja, cuando un bruto la folló la boca hasta hacer que su carísimo maquillaje se corriese en su cara, ella no dudo en arrearle un puñetazo en los huevos. Anna no había respondido de aquella forma porque se hubiese sentido ultrajada, si no porque no le gustaba que la forzaran. De hecho ella se la tragaba entera casi siempre, si le daba la gana.
Sus amantes se colocaron entonces uno a cada costado de ella y comenzaron a lamer sus tetas al mismo tiempo, después sus pezones, su cuello… El ejecutivo no tardó en frotarle con ímpetu el coño por encima de su perjudicada braguita. Anna se sentía muy bien atendida por aquellos dos serviciales caballeros, tan bien dotados y dispuestos a satisfacer las necesidades de una dama excitada.
Anna cayó en la cuenta de que nunca se la había chupado a dos tíos a la vez. Enseguida decidió, que no se iba a quedar con las ganas. No dejaría escapar la oportunidad, y estiró la mano hasta agarrar el hermoso miembro de ejecutivo.
― Dos mejor que una ―bromeó.
Anna giró la cabeza y buscó la dura polla de Roberto. Aquella sí era de las grandes, sobretodo gorda, aunque tampoco es que ella hubiera visto tantas, la verdad. Roberto también se ladeó un poquito para facilitarme la labor y de esa manera la señora pudo comenzar el festín. Anna se dio cuenta de que tenía un sabor especial, y en seguida comprendió por qué el ejecutivo se mostraba tan distante. Al ejecutivo español le sabía la polla a esperma, luego debía haber eyaculado hacía poco. Pero no olía a coño, y entonces Anna supuso que no iba a ser ella la primera en beber de aquel caño esa tarde.
Mientras se la mamaba podía escuchar su respiración. Se deleitaba con los jadeos y gruñidos de placer de aquel caballero. Notaba cómo inconscientemente el español movía levemente sus caderas. La hábil mujer pronto equilibró el ritmo de su boca con las ligeras embestidas de él, ganando poco a poco profundidad. Repentinamente, creyó que su boca se había transformado en su coñito. Ya no sabía si sus labios mamaban aquella gorda polla o si por el contrario, era la polla la que follaba su boca como si fuera un chochito.
El hombre, amasó sin ceremonias sus grandes pechos y besó apasionadamente el culo de Anna sobre la fina tela de su braguita. La señora estaba ahora en manos de dos hombres. Era la primera vez que Anna tenía dos pollas sólo para ella, una en cada mano. La sensación de menear dos vergas, ambas de buen tamaño, era tan brutal que Anna quedo suspendida en una nube, satisfecha, exultante. De pronto comenzó a regocijarse, le iba a poner a su marido unos cuernos monumentales.
Siempre había uno de ellos esperando con impaciencia, pero ambas vergas se fueron relevando ordenadamente en la boca de Anna. Era una mujer excepcional que disfruta y simultáneamente hacia disfrutar aplicando su boca incansablemente a aquellos dos rabos. Su habilidad como felatriz era apreciada y reconocida por ambos amantes.
― Las “mamis” la chupan bien ¿eh, chaval? ―explicó el ejecutivo al recepcionista.
Entonces se produjo unos de los números estrella de la noche. Anna chupaba, lamía, succionaba, mamaba, sorbía de aquellos rabos y cambiaba tan pronto de uno a otro, que comenzaron a formarse hilos de saliva que como puentes colgantes unían los labios de la mujer a aquellas columnas. Un espectáculo que ninguno de los presentes había contemplado con anterioridad, ni siquiera ella misma. Parecía una actriz porno, pero Anna era mucho más, también era madre, esposa y profesora.
Anna llevaba casi diez minutos mamándoles la polla, con tanta pasión que el recepcionista había tenido que retirarse de su boca en un par de ocasiones para evitar eyacular. En cambio, el impresionante ejecutivo se postraba inexpugnable, y pasaba su mano por la entrepierna de la mujer. El cerco de humedad abarcaba todo el ancho de la braga. El hombre frotó en sus dedos el líquido pringoso que los había manchado y pronto estuvo detrás de ella, acariciando con una mano las nalgas de si esposa y meneando con la otra su rabo para que este no perdiese un ápice de volumen y dureza. Sin darse cuenta Roberto, con su fuerte mano en la encharcada entrepierna de Anna, hizo que ésta dejase escapar un suspiro de satisfacción haciéndola subir un nuevo peldaño de la escalera del placer a la mujer que le chupaba la polla.
Anna estaba encantada con sus dos vergas, y de mamarlas al mismo tiempo, pero como a la mayoría de mujeres no le seducía la idea de que los dos tíos la penetraran a la vez, eso implicaba que uno de ellos lo hiciera por el culo. Viendo que un ataque a su tierna retaguardia era inminente, la virtuosa señora cayó en la cuenta de que la mejor defensa era un buen ataque, y comenzó a mamar como loca al muchacho. Pronto pasó a manear el fiero rabo a toda velocidad delante de su cara, con la boca tan abierta como si estuviera en el dentista. Anna esperaba que el chico rociara la cara con semen. Sin embargo, él tenía en mente otra cosa. Al verla con la boca abierta la hizo tragar su polla de inmediato y comenzó a bombear en la boca de la esposa de algún infeliz. Aunque era obvio que él quería vaciarse dentro, la señora no se opuso. Unos segundos después el muchacho emitió un fuerte gemido de placer.
― ¡Ummm! ―emitió Anna sobrecogida.
Sus espasmos reflejaron cada uno de los chorros de esperma que lanzó contra el paladar de Anna que rodeaba de forma estanca la palpitante polla con sus labios.
― ¡Ummm! ―gimoteó Anna en cinco o seis ocasiones.
Al igual que una pequeña abejita, Anna extrajo todo el néctar del joven capullo sin derramar una sola gota. El chico se dio cuenta rápidamente y la hizo levantar la cabeza sosteniéndola por el cuello.
―Traga, zorra arrogante… Vamos… ¡Traga! ―ordenó el chico.
Si el chico no hubiese dicho nada Anna habría tragado su esperma. No era algo que le desagradara. Pero ante el agravio del joven, Anna escupió todo en su mano y se lo restregó por sus grandes pechos. Una amiga médico, lo guardaba en el frigorífico, decía que el esperma revitalizaba más que el colágeno o la coenzima Q10 de ahí la felicidad del marido de la médico.
― Es que no te enseñó tu mamá que escupir es de mala educación ―bromeó Roberto.
Anna sonrió. ― Que yo sepa mi mamá siempre se tragó la leche de papá… y la del tío Carlos, y la de su jefe… No, mi mamá era una mujer bien educada y respetuosa, no sé a quién habré salido yo.
― Bueno, aún no sé cómo te llamas ―inquirió el ejecutivo.
― Anna, no dos enes ―apuntilló la mujer.
Roberto fue hacia su maletín, ojeó las carpetillas saco un folio. Se lo entregó ― Tenga Anna, ya ha cumplido usted su parte.
Anna le echó un fugaz vistazo y lo tiro sobre la cama con indiferencia ― Pues tú no has cumplido ―le reprendió, y separando las rodillas le mostró al ejecutivo su sexo humedecido ― ¿No pensarás dejarme así?
El hombre se arrodilló nuevamente frente a ella, la volcó boca arriba y la abrió de piernas. Contempló su coñito y comenzó a jugar con su lengua alrededor del clítoris de Anna. Aquella sensación hizo que la mujer cerrara los ojos mientras con sus dos manos acariciaba el pelo del ejecutivo. Anna quería seguir sintiendo eso por siempre. Mientras él lamía y lamía su sexo ella sentía como una electricidad muy suave recorría todo su vientre, tensándolo de placer. Nunca le había comido el coño un hombre tan atractivo, con camisa blanca y corbata. Seductor, el español lamió, chupó, mordisqueó y jugueteó en su chochito, mientras Anna apretaba fuertemente su cabeza entre sus piernas.
El ejecutivo dejó de comerle el coñito para tomar a Anna por las piernas y levantárselas hasta colocarlas sobre sus anchos hombros. Rebañó en dos ocasiones con su mano el sexo de Anna, y lubricó su formidable polla con el ungüento de la excitada hembra. Se acercó con cuidado y penetró delicadamente su cerradito sexo. La profesora se sentía muy caliente, húmeda y profunda. La tomo después por los tobillos abriéndola de piernas de par en par.
― ¿La notas? ―le susurró Roberto al oído― ¿notas mi polla? A mí me encanta tu chochito y te lo voy a joder mami ¿Quieres que te joda el chochito? ¿Eh? ¿Quieres polla, mami?
Y volvió a penetrarla con más fuerza, una y otra y otra vez. Anna, con los ojos cerrados sentía que el paraíso se acercaba empujón tras empujón, minuto a minuto Comenzó a jadearle manera incontrolada, completamente despatarrada, con una polla formidable en su húmedo y caliente coñito. Estaba siendo follada sin contemplaciones por un dios. No aguantó mucho tiempo aquella tortura, aquel nuevo asalto, y tras un grito desgarrado su coñito se estremeció mojando las sábanas con pequeños chorritos.
Ambos descansaron desnudos largo rato tendidos sobre la amplia cama de “matrimonio”. Sólo entonces se percataron de que el recepcionista se había marchado. El morenazo acariciaba las bellas piernas de Anna que lucían terriblemente lujuriosas con aquellas medias negras. Aún no se había corrido. De pronto, el español se puso sobre ella, pero al revés… su miembro colgaba justo sobre la boca de Anna y su boca misma sobre el pubis de ella… la abrió de piernas.
Pasaron largo rato teniendo sexo oral, la mujer enlazaba un orgasmo tras otro, dando sacudidas con cada relámpago de gusto. Cuando de pronto aquel conquistador metió su dedo índice en el coñito de la profesora, ella suspiro de placer. Pero cuando el señor ejecutivo comenzó a jugar con su dedo alrededor y en el centro de su ano, dejó a Anna sin respiración. Lentamente le metió el dedo por el culo al mismo tiempo que le devoraba el coñito. Anna, acuciada por aquella rara sensación abrió bruscamente los ojos pero no pudo decir nada, ya que el español le estaba cepillando los dientes con una brocha demasiado gorda. Aquel ángel la estaba atendiendo por todas partes.
Anna hervía de excitación, el bastardo estaba consiguiendo que saltaran chispas de su sexo a la vez que forzaba su culo con al menos dos dedos ya… La boca de Anna se abrió en señal de sorpresa pero no protestó, le gustaba y quería que siguiera por el momento. Mientras él la hacía delirar haciendo ceder con suavidad su delicado orificio trasero, ella seguía mamando generosamente el sexo del ejecutivo.
Anna gozaba con aquella estimulación múltiple tan agradable como indescriptible, hasta que súbitamente al incorporarse el morenazo la polla escapó de su boca. Roberto se levantó y tomando de las manos a Anna la ayudó a ponerse de pie. Ambos estaban de pie frente a frente. El hombre tomó a Anna por la cintura, la volteó y la empujó de nuevo hacia la cama. Sabía en qué posición deseaba que se pusiera, o eso creía ella, así que se arrodilló en la cama y apoyo los codos sobre las sábanas. El hombre desde atrás veía fascinado como la señora le ofrecía aquel hermoso y firme trasero que lucía además fuerte y desafiante. Anna miró hacia atrás y esperó en silencio al filo de la cama, orgullosa de hechizar a un hombre como aquel a pesar de su edad.
Anna vio como el ejecutivo se acercaba sin prisa. La camisa blanca se había salido parcialmente del pantalón, de forma que su potente miembro surgía entre los pliegues de tela. No podía negar que el ejecutivo se veía condenadamente atractivo, pero Anna prefirió cerrar los ojos, no ver, sólo sentir. La iba a sodomizar.
Aquellos instantes le parecieron eternos. De pronto, notó cómo las manos de Roberto acariciaron su trasero en círculos para bajar después a repasar la rajita de su sexo. Sus dedos juguetearon con su vulva. Volvió a subir y notó como le separaba un poquito las nalgas. Anna estaba que se moría. La volvió a preparar con toda la dulzura que un hombre puede mostrar con una mujer al mismo tiempo que le introduce hasta tres dedos por el culo.
De improviso, Roberto su tumbó en la cama junto a ella. ― Móntame tú, ¿OK?
Cuando Anna logró salir de su asombro no tardó en estar a caballito sobre él, cabalgando con su semental dentro del coño. Pero tras unos segundos Roberto retomó la puesta a punto del ano femenino.
― Escupe ―le pidió Roberto poniéndole la mano delante de la boca. El hombre le untó su propia saliva y volvió a meter los dedos.
― Más ―repitió el ejecutivo.
― Ya está. Cámbiatela.
Anna quedo aturdida, nunca lo había hecho así. De hecho sólo la habían sodomizado a cuatro patas.
― No temas. Estás listas, ya verás. ―le dijo caballerosamente.
Sintió como la cabeza se posaba delicadamente entre sus nalgas y se resbalaba lentamente hasta quedar encajada en el estrecho hueco entre sus nalgas.
Hacía por lo menos tres meses que su “amigo” no la montaba por el culo, siempre lo hacía a lo perrito. Con marido hacía ya años. Pero cuando un hombre le abre el culo a una mujer siempre es como si fuese la primera vez. Sabía lo que le iba a pasar. Sabía lo que Roberto le iba a hacer, estaba asustada pero aun así no titubeó. Por supuesto Anna sentía un poco de miedo, pero su deseo la arrastraba lenta e irremediablemente hacia el abismo.
― ¡OOOOH! ―gimió Anna cuando lo sintió entrar.
― ¡Muy bien nena! Ya está lo peor… ―la felicitó Roberto. Él también percibía ahora la presión del tenso esfínter de la señora ― Despacio, no tengas prisa.
Anna no se movía ni daba impresión a que fuera a hacerlo, así que el hombre con el miembro ya clavado de entre las nalgas empujó tratando de que se introdujera más por aquel agujerito.
― ¡AAAH! ―gritó Anna al tiempo. A pesar de que aquella mujer en realidad toda una señora, estaba bien dilatada y lubricada, la banana del morenazo era demasiado grande como para entrar sin apuro entre las nalgas de la bella Anna. Roberto empezó a mover las caderas abajo y arriba, de forma que con cada empujón su miembro entraba un centímetro más en el culo.
― ¡AAAH! ¡AAAH! ¡AAAH!
Ella emitía una queja, un lamento cada vez que el grueso pene del hombre perforaba su hermoso culo. Cada embestida le lastimaba pero aun así Anna permanecía inmóvil y terriblemente excitada, como toda mujer al presagiar que su amante le va a romper el culo a pollazos.
Pero entonces, Roberto se detuvo y la obligó a empezar a dar botes y a calvarse ella misma toda su erección.
― ¡AAAH! ¡AAAH! ¡UUUUUM! ―gimió Anna sintiéndose atravesada.
Equivocadamente, Roberto pensó que Anna había tenido rápidamente otro orgasmo ahora por estimulación anal, y entonces sí se puso tras la profesora. El hombre le separó un poco las nalgas, y nuevamente se abrió paso por las estrechísimas paredes de culo de Anna, ella gritaba mientras sentía que su ano se iba a romper… El macho volvió a tomar posesión de aquel agujerito, y cabalgó a Anna a su antojo.
― ¡Plash! ¡Plash! ¡Plash! ―sonaba obsceno el trasero de Anna.
Ella seguía boca abajo con su cara hundida en las sábanas, sus ojos cerrados, su espalda arqueada y sus hermosos senos colgando en el vacío. Roberto la cabalgaba con temple, sin prisa, y dilataba tanto aquel agujero que Anna estuvo a punto de gritar nuevamente. El ejecutivo tenía una buena polla, y ella sabía que pronto la estaría galopando analmente y sus flujos íntimos chorrearían poniéndolo todo perdido… Entonces él la sacó entera dejándola, eso sí, certeramente apuntada.
― Ahora, siéntela entrar.
Con ambas manos, Roberto tomó a la mujer por la cintura y con increíble delicadeza tiró de su hermoso culo hacia él obligándola a sentirse invadida por sus interminables veinte centímetros de virilidad.
Roberto ya disfrutaba de su culo y sólo aguardaba que ella se adaptara a su rabo. Anna no podía ni quería moverse… Pasados un par de minutos ya sentía como aquel duro tronco se deslizaba suavemente hacia afuera y deseó que aquella maravillosa experiencia se prolongara más y más. Aquel formidable hombre entraba completamente en el culo de la pobre Anna, y veía como el flujo seguía manando entre las piernas de la mujer. Entonces, a la vez que la sodomizaba despacito, la obligó a pasarse la mano por el chochito.
― ¿Has visto cómo te estás poniendo? ―la reprendió― Parece que mami se ha levantado un poco golfa esta mañana, eh. Creo que a mami le gusta el pollón del Sr. Roberto.
Anna no podía entender cómo aquel suplicio se había convertido en placer, tampoco importaba ya.
El hombre no soltaba la cintura de Anna mientras la penetraba por detrás. Empujaba su sexo delicada y rítmicamente viendo como entraba entre las nalgas de la hermosa Anna, centímetro a centímetro.
Su semental se deslizó por fin hasta el fondo en su culo, y Anna quiso gritar pero sin saber cómo emitió un gemido y apretó los dientes mientras ― ¡UUUUUM! ―con toda dentro, Roberto la apretaba con todas sus fuerzas contra su vientre. La mujer creyó que iba a morir. Su coñito chorreaba incontrolable sobre la cama.
Finalmente, el ejecutivo empezó a bombear con más y más fuerza en su culo. Anna se imaginó su esfínter terriblemente irritado y dilatado, y se excitó. El hombre seguía sacudiéndola con contundencia, haciendo temblar sus nalgas y sus pechos en cada empujón. Estaba siendo sodomizada hasta el alma, a conciencia y con pasión.
La tenía tan grande que muy pocas mujeres serían capaces de complacer a aquel hombre de esa forma, y eso la hacía sentirse extrañamente orgullosa. Satisfecha de ser montaba por un jinete tan bien dotado.
El hombre jodía a Anna con ganas, la agarró de las nalgas y separándoselas observó cómo entraba y salía sin ninguna resistencia. Estaba a punto de eyacular. Miró su reloj de titanio, llevaba casi diez minutos enculándola. Entonces, la volvió a tomar por la cintura y empezó a galopar sobre la hembra haciendo que sus huevos golpeasen contra el pringoso chochito. Pronto la pobre Anna chilló al alcanzar un último mega-orgasmo, todo su cuerpo empezó a temblar y con cada oleada de placer notó que… se estaba orinando. Roberto sentía el esfínter de la mujer contraerse, pero fue oírla gritar como una loca lo que hizo que ya no pudiese contenerse y empujando su pubis con auténtica rabia contra las nalgas de la mujer, explotó.
Un rato después, el ejecutivo valoró el resultado. Anna no le había dado un nombre, pero sí todo lo demás. Yacía exhausta con ojete enrojecido y algo de semen había manado sobre su vulva. El culo de Anna se contrajo hasta cerrarse por completo, guardaría para siempre el recuerdo del deseo y la pasión del intrépido ejecutivo. Roberto se sintió satisfecho, mientras a otros les gusta cazar jovencitas, para él no había nada mejor que te coma la polla una mujer casada y hacer gemir a la mujer de otro hombre.
CONTINUARÁ