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La mujer del diablo
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Tiempo de lectura: 6 minutos

“Nunca pensé que los chanchullos de mi marido terminarían conmigo siendo sodomizada y violada por ella”.

Ajusto el estrecho top a mi pecho con la intención de resaltarlos más, si es posible, para que aquel vestido me haga lucir increíble, la ocasión lo merece.

Soy una mujer de veinte años, y por la edad y la genética, no puedo quejarme ni de mis pechos ni de mis glúteos, que son firmes y hermosos. Mido aproximadamente uno sesenta y cinco, y soy bastante delgada. Es pura genética, ya que el único ejercicio es el que practico en la cama con mi marido.

Mi marido, el único hombre que he amado, y como no hacerlo; era y es el típico chico malo un par de años mayor que había conseguido que abriera las piernas de par en par y lo que no son las piernas. Es bastante más alto que yo, y su piel oscura es suficiente para excitarme. Es atractivo como ningún otro hombre, al menos, para mí. Sus ojos verdes le dan un aire felino, y tiene de esas miradas que dicen: ven y fóllame.

Siento sus brazos rodear mi cintura y un leve gemido de escapa al sentir como su mano levanta la falda del visto y trata de perderse en el interior del minúsculo tanga que llevo hoy.

—Marcus —le regaño, pero un gemido se escapa— llegaremos tarde.

La puntualidad se la suda, y vaya que a mí también. Pero no llevo tres horas arreglando mi pelo rubio y mi maquillaje para nada, así que a sabiendas de que he comenzado a humedecerme, me alejo de él antes de terminar de caldear el ambiente.

Siento su erecto miembro frotarse en la raja de mi culo, el cual late con fuerza deseando sentir ese virial pene de más de veinte centímetros. Trago saliva, se me está haciendo la boca agua.

No sé de donde saco el valor para resistirme y tiro de él hacia el exterior de nuestra casa. Tenemos una cena de negocios y los tíos no se andan con tonterías, el tema de las drogas no es para tomárselo a broma.

—¡Mierda! —Exclamo al subir al coche— me he dejado el bolso. Espérame, que tardo un segundo.

Asiente y mientras salgo noto como sus manos acarician mis glúteos. Joder, en cuanto termine la noche, pienso follarmelo hasta borrar el límite entre los dos. Subo a toda prisa hasta llegar al ascensor. A punto de cerrarse las puertas, me sorprende ver a una mujer correr e intentar entrar, así que pulso el botón y ella me sonríe al entrar agradeciéndome el favor.

—Gracias, soy Kate, ¿y tú…?

—Me llamo Helena.

Kate es preciosa, yo no soy nada en comparación. A pesar de que no tiene mi rubio natural, ni mis ojos verdes, sus curvas superan las mías con creces, unos senos de proporciones descomunales y unos glúteos espectaculares. Es guapa de rostro, pero no es su fuerte. Lleva el pelo largo, hasta la cadera, como yo, y es rizado, en cambio el mío es liso. Parece latina, es hermosa.

Pulso el botón para ir a mi planta, y me sorprende ver que ella pulsa uno más arriba. Allí no vive nada, son picaderos de soltero y nadie conoce al dueño, así que no me sorprende que ella vaya allí, una chica tan espectacular no viene por aquí porque sí.

Se abren las puertas y estoy a punto de salir cuando siento sus manos en mis caderas. Codeo su estómago y corro pocos metros antes de tropezar y sentir su cuerpo sobre mi espalda.

No entiendo que está haciendo hasta que noto un punto de humedad en mi espalda y un frote. Se está masturbando frotándose contra mí en mitad del pasillo. No pues creerlo.

—¡Déjame! —Grito desesperada esperando que aparezca un vecino y me ayude— mi marido está por venir —miento.

—Que venga, que venga.

Su risa me atormenta y no me di cuenta de cuando varios brazos fuertes me elevan del suelo. Hay dos chicos fuertes y latinos sujetándome, pataleo pero es inútil. Aprovechan este momento para tocar mi cuerpo y entonces Kate, les golpea.

—Solo yo puedo tocarla hasta próxima orden.

No sé qué es peor, sí que me toque ella, o ellos dos. Nunca he estado con una mujer y la verdad no me hace ninguna gracia, menos en esta situación. Me suben al ascensor y subimos a la planta de arriba, Kate camina frente a mí contoneando sus caderas y abre la puerta de uno de los pisos.

Al entrar, me tiran al suelo y veo como se quita su ropa íntima, un pequeño tanga negro empapado. Cuando lo acerca a mi cara trato de apartarme, pero los hombres me arriman a él y para evitar el dolor me dejo hacer.

—Abre la boca, preciosa.

Cierro con fuerza y niego con la cabeza.

—Ay, la santa. Créeme, esto solo es un avance de lo que te vas a comer.

Logran los chicos abrirme la boca entre ambos e introduce el tanga en mi boca, el sabor es algo salado, y siento náuseas en todo momento. Reconozco el sabor de cuando se la chupo a Marcus después de hacerlo, pues no me disgusta la mezcla del semen y mis fluidos, pero bajo mi consentimiento.

—Degústalo, si sé que te gusta, golfa.

Abre mi boca y no pongo resistencia. Me lo quita pero su sabor permanece en mi boca y me estremezco al sentir como enrollada la empapada tela alrededor de mis ojos, como una venda.

—Mi zorra se va a portar bien. Podéis soltarla.

—Pero…

—¡¿Pero qué?! ¡Te he dado una orden!

Los hombres me sueltan y siento como uno de ellos restriega su miembro contra mi cabeza antes de separarse. Pasan hasta tres minutos antes de sentir un frío plástico bastante fino y duro recorrer mi pecho por encima del vestido.

—Desnúdate.

Niego con la cabeza. No lo haré. Entonces, siento un profundo dolor, ¡esta zorra me ha dado con un látigo! Leves sollozos se escapan de mi control y obedezco antes de llegar al segundo golpe.

Pese a haberme quitado el vestido, me golpea.

—¡Hice lo que dijiste!

—Demasiado lenta, escúchame preciosa, obedecerás a la primera, sin quejas, y me la suda si disfrutas o no, pero si te portas bien, quizá te deje correrte alguna vez.

¿Cómo voy a correrme si me están violando?

—Lo disfrutaras —dice y parece leerme la mente.

Siento sus cálidas manos recorrer mi pecho y poco después su húmeda trazar círculos perfectos alrededor de mis pezones, pequeños y rosáceos. Pese a las náuseas que la situación me provoca, mi cuerpo reacciona y mis pezones responden a su estímulo. Los pellizca, los muerde y los mama.

Siento como una masa abundante de carne trata de introducirse en mi boca y por inercia, cierro la boca, sin querer mordiendo así la porción de carne, oigo como chilla y la fusta impacta seis veces en mi pecho y tres en mi rostro. Soy incapaz de dejar de llorar.

—¡Puta zorra, que me ha mordido la teta y me ha hecho sangre!

Vuelve a introducirla, y esta vez no muerdo. Trato de pensar que es la polla de Marcus, y debe ser por la excitación de antes, o porque mi imaginación es la leche, que me lo creo de verdad y le hago un trabajo fino. Siento humedad en mis bajos.

—Vaya charquito has formado, puta.

Me avergüenzo y contrario los músculos de la vagina, no quiero mojar nada. No quiero que crea que disfruto.

Hago lo mismo con la otra teta cuando la introduce y oigo sus gemidos incesantes.

—¿Cuándo nos toca? —oigo una voz masculina.

Hay silencio y entonces siento como me ponen a cuatro.

—Sin penetrar —aclara. Oigo un quejido y el sonido del látigo impactando contra algo y vuelvo a oír un quejido. El hombre no rechista más y siento un miembro frotarse contra mi clítoris y ano. Es imposible que no sienta nada cuando están estimulando todos mis puntos y me odio por ello.

—Ahora, vas a saber lo que es bueno.

No hay previo aviso, me empuja hacia atrás y término siendo completamente penetrada por el hombre por el coño. El hombre permanece inmóvil, como si solo fuera un trozo de carne en mi interior, no es muy grande, pero me descubro moviéndome lentamente para sentirla dentro de mí.

Algo tapa mi nariz y boca y es húmedo. Se frota sin cesar contra mi cara y me empuja hacia atrás. Ahora estoy tumbada sobre el hombre, siendo penetrada y con una vagina frotándose contra mi rostro e introduciendo mi nariz en su canal.

—¡Vamos, puta, chupa o látigo!

Estiro los brazos y atraigo su coño contra mi cara. Solo quiero que esto termine rápido. Hago lo que puedo, succiono su clítoris y me descubro degustando su sabor, introduzco mi lengua en su cavidad y la muevo para que lo sienta. Gime sin control y tira de mi pelo. Pega pequeños saltos contra mi cabeza y se frota una y otra vez poseída por el placer.

—¡Méteme la mano!

Dios, parece imposible, pero cumplo con mi cometido y meto la mano en su coño sin meter ni uno ni dos antes, todo de golpe, que se joda la zorra. Lo meto y lo saco una y otra vez y el chico lleva mi mano hacia el culo de la zorra, no quiero meter mis dedos en su ano.

Me obligan así que mientras mi lengua mama su clítoris, mi mano derecha penetra su vagina, la izquierda lo hace con su culo.

—¡Follarla, follarla!

¿Qué? ¿En plural?

—No, yo…

Siento como el látigo impacta en mi vagina y suena como cuando pisas algo mojado, Kate ríe y solo se aleja un poco de mí para comprobar que estoy empapada. Siento que rompe mi tanga sin dificultad y el que estaba en mi vagina, sale y se aleja de mí.

—Voy a portarme bien contigo —me dice— te lo has ganado, hija de puta, que lengua, que boca.

Entonces sucede, su boca impacta contra mi vagina y un calor se instala en esa zona. Mis manos involuntariamente viajan a su cabeza y la atraigo aún más a mí, frotando mi cuerpo contra su cara. Joder, que placer, que gusto.

Siento que me voy a venir y que trata de alejarse, ni de coña. En el momento en el que me voy a correr, un falo se cuela en mi boca pero ya no me molesta. Mamo y chupo esa verga con gusto y sujeto la cabeza de Kate para que trague hasta el último jugo, y lo hace.

—Que bien sabe.

Acerca su boca a mi culo y siento una lengua áspera en mi vagina, es el segundo chico que por fin interviene. Es más agresivo pero me están poniendo a mil y comienzo a gozar y gemir como una guarra, puta y perra. La lengua de Kate y sus dedos penetran ni ano.

Entonces todos se alejan de mí y lo próximo que siento es como dos falos se hunden en mis dos agujeros y el coño de Kate vuelve a coronar mi boca.

Cuando todo termina, me quitan la venda (el tanga) y veo aquellos tres hermosos cuerpos que sin pretenderlo han conseguido hacerme gozar.

Antes de correrse, ambos se acercan y se pajean en mi cara y saco la lengua para probar sus jugos, entonces Kate se acerca y me besa por primera vez. Es exquisito.

—Dile a Marcus que la deuda está saldada, y toma mi número, me llamarás o lo haremos a la fuerza.

Me besa una última vez y antes de irse ordena a los chicos que me limpien, es cuando recibo una lluvia dorada sobre mí y antes de irse me obligan a que limpie sus vergas y les bese.

No sé qué haré con Marcus, pero por lo pronto, tiraré el número de Kate. No la llamaré y espero que cumpla su promesa “lo haremos a la fuerza.”

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