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Trágica historia de sexo
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Tiempo de lectura: 17 minutos

Poca gente fue al velorio de Huguito. La velaron a cajón cerrado, porque el balazo que se dio, metiéndose la pistola en la boca, lo había dejado completamente desfigurado. Yo lo recordaba como cuando era un niño: ojos verdes saltones, gesto de poca inteligencia, cabeza desproporcionadamente grande, y un moco siempre cayéndole de la nariz.

Eran solo cinco personas las que se encontraban en la casa mortuoria. Ninguna de ellas se parecía físicamente a él, y ninguna demostraba sentirse realmente acongojado por su muerte. Sus padres, quienes probablemente fueron las únicas personas amables con él, habían muerto cuando Huguito tenía doce años. De ahí, fue dando vueltas por diferentes casas de familiares, hasta que cumplió la mayoría de edad, y ninguno quiso hacerse cargo.

El silencio alrededor del cuerpo, me causó incluso más pena, que la propia muerte de Huguito. Entonces, me apoyé sobre el ataúd, y derramé las únicas lágrimas que chorrearían esa tarde de agosto.

O quizá fue la culpa, la que me hizo llorar…

….

Yo lo conocía de la escuela primaria. Nadie se juntaba con él, era el marginado del salón, y los demás alumnos practicaban con él lo que hoy se conoce como bullying. Cualquier cosa que el pobre Huguito hacía o decía, era juzgada con la más severa de las miradas. Era tonto, feo, oloroso, y pobre. Su sola presencia exasperaba a los compañeros de curso. El que peor lo trataba era Germán: tingazos en la oreja, coscorrones en la cabeza, traba a los pies para que se caiga, correrle la silla justo cuando se iba a sentar, para que caiga de culo y toda el aula estalle en carcajadas… esas eran las cosas con las que tenía que lidiar Huguito todos los días. Y a pesar de que Germán era el peor, no era el único. Mauro, y Gonzalo eran igual de malditos que él, sólo que no eran tan astutos y rápidos para hacer de las suyas. Y además de ellos, todos los chicos participaban del desprecio colectivo hacía ese pobre infeliz. Incluido yo.

Cuando las bromas llegaban a tal extremo que hacían que Huguito reaccione dando débiles empujones para que lo dejen en paz, Germán y los otros encontraban en ello la excusa perfecta para esperarlo a la salida y darle una paliza, cosa que pasaba bastante seguido.

Yo no participaba de esas palizas, aunque más de una vez formé parte de la multitud que rodeaba a los abusadores y a su víctima, y arengaba a los primeros para que le rompan la cara al pobre Huguito.

Pero en una ocasión me dio mucha lástima (o acaso algo adentro mío me instó a hacer, por una vez, lo correcto), y luego de que la pela terminara (si es que se lo podía llamar pelea) ayudé a Huguito a ponerse de pie, y a agarrar su mochila. Tenía la boca y la nariz sangrando y el ojo hinchado. Pero a pesar del dolor que habría de tener en toda su cara, logró esbozar una sonrisa cuando me miró.

….

Sí, definitivamente era la culpa la que me hacía llorar como un niño en el velorio.

Me había convertido en el mejor amigo de Huguito. En su único amigo. Jugábamos a las figuritas en el recreo, volvíamos juntos a nuestras casas, hablábamos de los dibujitos animados que más nos gustaban. Eso duró un par de semanas. Me caía bien, y descubrí que no era tan tonto como todos creían, simplemente tenía otra manera de ver las cosas. La pasaba bien con él, y creo que fue el primer amigo incondicional que tuve.

Pero luego lo traicioné.

Como si Huguito tuviese una enfermedad contagiosa, las bromas pesadas hacía él, empezaron a salpicarme a mí. Más de una vez me encontré tirado en el piso, en medio del salón, después de que Germán corriera hacía atrás mi silla. Y Mauro y Gonzalo también me jodían tirándome papeles desde atrás o pegándome esos odiosos tingazos en la oreja.

Pero yo no quería ser el marginado, no podría soportarlo. Y como era un cobarde, en vez de enfrentarme a los abusadores, me uní a ellos.

“Vamos a jugar a las figuritas” me invitó Huguito, con los mocos cayéndole de la nariz. “Andá a jugar solo, oloroso” le dije yo, bien fuerte, para que toda el aula oyera. Él me miró con asombro, y se fue de salón con el montón de figuritas en su mano.

Pero eso no era suficiente. Así que cuando terminaba el recreo, y él se disponía a sentarse a mi lado, corrí su silla y el pobre infeliz cayó de culo. El aula estalló en carcajadas. La expresión de Huguito era las más triste que jamás haya visto. Aun así, lo dejé ahí tirado, y me fui a sentarme con Germán y los demás.

….

Unos años después fallecieron sus padres. Él fue a la escuela por unas semanas. Yo quería darle mi pésame, y se me ocurrió que quizá podíamos volver a ser amigos, pero tenía sólo doce años, y esas cosas no se me daban bien. De un día para otro, dejó de ir al colegio, y desapareció de mi vida para siempre. O al menos eso creí durante un tiempo.

Pasaron casi dos décadas, y sólo lo recordaba, cada tanto, como un sueño difuso. Cada vez que lo rememoraba, me sentía mal porque me recordaba todo lo malo que había en mí.

Con Germán, Mauro y Gonzalo nos juntábamos cada tanto. No es que fuéramos grandes amigos, pero nos gustaba tomar unas birras y hablar de los viejos tiempos.

De Huguito casi no hablábamos, pareciera que para los otros no era más que un fantasma que compartió nuestra aula por unos años. Además, la etapa más importante para los cuatro era la adolescencia, y era sobre esa época que charlábamos largas horas.

Éramos todos hombres maduros. Y salvo yo, todos tenían esposas e hijos. Los niños que una vez fuimos desaparecieron casi por completo. Quizá Germán era la excepción, porque conservaba ese placer de hacer sentir de menos a los demás, aunque en mucha menor medida, (o sería acaso que sabía disimularlo mejor).

Unos meses antes del suicidio de Huguito, Germán y los otros me lo trajeron a la cabeza, cuando, en una de nuestras juntadas, donde estábamos jugando al truco, lo mencionaron: resulta que a Huguito no le fue mal en la vida, después de todo. Había montado una empresa de software cuando acá en la Argentina era toda una novedad, y logró venderla a millones de dólares unos años atrás. Y no sólo eso. También se casó con una mujer hermosa, según me contó Germán.

— No puedo creer que semejante boludo se coma a ese minón. — decía Germán, mostrándome las imágenes de una rubia muy bonita en su celular.

Me alegró saber que Huguito estaba bien y de alguna manera me sentí liberado de aquella traición de veinte años atrás. Después de todo, su difícil niñez no lo había afectado tanto.

Pero qué equivocado estaba. La envidia es un veneno que nos muestra cómo somos realmente, y en el caso de Germán, no fue la excepción. No podía tolerar saber que aquel que fue un cero a la izquierda, le fuera mejor que a él. Así que esa misma noche nos confesó que había agregado a la esposa de Huguito a Facebook, y ya la estaba haciendo el trabajo fino.

— ¿Por qué no lo dejás en paz? — le dijo Gonzalo, haciéndose eco de mis propios pensamientos.

Germán rio, despectivo.

— Si la mina lo quiere de verdad, no va a dejarse levantar por nadie.

La chica lo quería. Pero Germán era un experto en mujeres, encontró sus puntos débiles. Le endulzó los oídos, y lo puso en contra de su marido muy sutilmente. Si la mujer, antes toleraba el carácter antisocial de Huguito, ahora le parecía un defecto que había que corregir. Si a la chica antes no le molestaba que su marido sea poco hábil en la intimidad, ahora ya comenzaba a exigir experiencias nuevas. Si a la chica antes le gustaba la humildad de Huguito, ahora lo tachaba de amarrete. Y Germán, por supuesto, se erigía como aquel hombre que tenía todo lo que el marido no tenía.

Unos meses después nos volvimos a reunir. Yo no tenía muchas ganas. Desde que Germán nos contó sus planes con la mujer de Huguito, me empezó a caer mal. Pero la verdad es que estaba aburrido en mi casa, y me apetecía una cerveza bien fría. Además, con Gonzalo y con Mauro estaba todo bien.

Fue una velada común y corriente donde charlamos de fútbol y de autos. Cuando la conversación pasó a ser sobre mujeres, me incomodé un poco, porque no quería que Germán salga con sus planes perversos. Pero enseguida me enteré de que eso ya no importaba, porque el plan ya se había concretado.

— ¿y a vos Germán? ¿Cómo te está yendo con tu mujer? — preguntó Mauro.

— Con mi mujer bien, pero mejor me va con las mujeres de otros. — dijo el imbécil, y apoyó su teléfono sobre la mesa. — miren lo que tengo acá. — agregó, y puso play a un video.

Al principio no se oía más que jadeos lejanos y no se veía más que una mesa y una alfombra. La cámara se movía mucho y no mostraba más que a esos dos objetos, de manera muy difusa, como si hubiese un terremoto. Pero enseguida la cámara enfocó a un cuerpo femenino, era esbelto, y tenía unas suaves curvas. El cabello rubio y ondulado se sacudía de un lado a otro, cada vez que recibía las envestidas de Germán.

— ¿Te la cogiste? — preguntó Mauro fascinado.

— ¿A quién? — inquirí yo.

— A la mujer de Huguito, a quien va ser. — Contestó Germán.

Mi indignación no cabía en mí. Pero no pude evitar mirar un buen rato cómo el cuerpo de la mujer se estremecía ante las embestidas de Germán. La mujer gemía de placer. Germán le estrujaba el culo con la mano que tenía libre, y la atraía hacia él una y otra vez para clavarle sus estocadas. En un momento la mujer se dio vuelta, y vio que estaba siendo filmada.

— Ay no, no me filmes por favor. — suplicó. Pero habría de estar gozando mucho, porque no se animó a apartarse de la poronga de Germán. — ¡No me filmes! — le gritó. Pero el otro seguía grabándola mientras la cabalgaba. El video terminó cuando Germán eyaculó en las nalgas de la rubia.

— La filmaste igual, hijo de puta. — río Mauro.

— La verdad que te comiste un bombón. — dijo Gonzalo.

— Podrías haberte buscado otra ¿no? — le dije yo. Pero no pareció si quiera escucharme.

— ¿y no te rompió las bolas para que borres el video? — preguntó Mauro.

— Sí, pero la convencí de que me dejara guardarlo. — rio perversamente Germán. — le dije que me gustaba tanto, y tenía tanto miedo de no volver a estar con ella, que necesitaba un recuerdo de nuestra noche juntos.

— Sos un capo. — Dijo Mauro.

— Por supuesto, le prometí no mostrárselo a nadie. — Agregó Germán. — ¿quieren ver más?

— ¿Hay más? — preguntó Mauro.

— No puedo creer que te haya dejado grabar más. — dijo Gonzalo.

— Esta es la mejor parte. — dijo Germán.

Puso otro video. Sólo se veía la nuca de la rubia, que subía y bajaba una y otra vez. Le estaba chupando la pija.

— Me voy a mi casa. — dije.

— ¡Epa no seas amargo! — dijo mauro. — mirá que bien la chupa. Ya me parecía raro que Huguito se coma a una yegua así. Sólo una puta le daría bola.

Me dieron ganas de romperle la cara. A él y a Germán. Pero me reprimí.

— ¡Mirá como mira a la cámara! — Dijo Gonzalo, Fascinado. Ya se había dejado llevar por los otros dos. — a ver si se la traga.

— Obvio que se traga toda la leche.

— Mirá como pone la mano para que no le tires a la cara. — dijo Mauro.

Abrí la puerta y la cerré a mis espaldas.

….

Los ignoré durante varios meses. De hecho, no quería volver a verlos. A Gonzalo quizá sí, pero a los demás no. Temía que me agarre un ataque de ira y empiece a repartir piñas. Pero también me preocupaba Huguito. A pesar de que en su vida tuvo éxito, no me cabía duda de que era una persona extremadamente sensible. ¿Cómo reaccionaría si se enterara de que su mujer le fue infiel? Y lo que más me perturbaba era imaginar que Germán hiciera público el video que tenía con la mujer rubia. Al fin y al cabo ¿de qué hubiese servido hacerle esa maldad a Huguito si el perjudicado no se enteraba? Las carcajadas que se oían en el aula cada vez que le hacían una maldad, no serían nada en comparación a las que recibiría si el video se publicara en internet. La idea me enfurecía, pero no sabía qué medida tomar. No podía advertírselo a Huguito, porque entonces, me arriesgaba a ser yo el encargado de arruinar su vida. ¿Y si hablaba con Germán y lo obligaba a borrar el video? Eso no funcionaría. Lo más probable era que terminemos enzarzándonos en una pelea en la que nadie ganaría.

De repente se me ocurrió una idea. La próxima vez que me invitaran a una reunión, la aceptaría. Y apenas pudiese, agarraría el celular del imbécil de Germán y borraría todos los videos que tuviese. Claro que era probable que hubiese hecho copias, pero era lo mejor que podía hacer, al menos de momento.

Una semana después de ocurrírseme esa idea, me llega un mensaje de Gonzalo. “Hoy truco en lo de Mauro ¿te prendés?”. Le contesté que cuenten conmigo y a la noche fui a la reunión. Lejos estaba de pensar, que en lugar de ayudar a Huguito, terminaría contribuyendo a la terrible tragedia que sucedería unos días después.

….

Eran cerca de las ocho de la noche. La casa de Mauro era en realidad, su segunda casa. Un sucucho pequeño y ruinoso que usaba para liberarse por algunas horas del tedio familiar.

Hubo varios detalles que tendrían que haberme llamado la atención: las miradas cómplices de Mauro y Germán, el hecho de que el anfitrión no nos ofreciera un vaso de cerveza apenas llegamos, las constantes miradas al reloj de los susodichos… pero yo estaba muy concentrado, esperando el momento ideal para agarrar el celular de Germán. Aprovecharía cuando se fuese al baño. Seguramente lo dejaría sobre la mesa ratona. Si los otros dos me veían toqueteando el teléfono ajeno no me importaba, lo que valía era cumplir con mi acometido. Pero todas mis elucubraciones se fueron a la mierda desde el instante en que sonó el timbre.

— ¿Invitaste a alguien más? Qué raro. — dijo Gonzalo.

— Es una sorpresa. — dijo con su maldita sonrisa Germán. — ya vengo.

Y a pesar de no ser el dueño de la casa, fue a atender la puerta. Se escucharon susurros. Por un instante Germán habló con vehemencia, hasta parecía enojado. Pero finalmente entró junto con la invitada.

Era una mujer joven, con el rostro muy bello, y tenía el pelo castaño extremadamente lacio, era evidente que se lo acababa de planchar. Estaba vestida completamente de negro: pantalón de cuero ceñido a su esbelto cuerpo, camperita ajustada del mismo color, y botas relucientes con el taco muy alto.

Era muy hermosa.

— ¿y ella quién es? — pregunté. Sin dejar de mirarla arriba abajo.

—Es la chica que nos va a servir la cerveza mientras nosotros jugamos. — dijo Germán. — dale, andá a la cocina a buscar la botella y unos vasos. — le dijo a la chica, y cuando esta, sin omitir palabra, fue a donde le dijeron, Germán le pellizcó el culo de una manera muy obscena.

— ¿Trajiste a una puta? — le pregunté, cuando la chica ya no nos podía oír.

Germán y Mauro intercambiaron miradas cómplices. Gonzalo pareció querer decirme algo, pero se contuvo. La chica volvió con cuatro vasos.

— Traé la birra más fría. Y sacate la campera que debes tener calor. — y cuando la chica volvió a la cocina, Germán se dirigió a mí. — es la chica de la limpieza. — dijo, jocoso. — le pedí que hoy nos venga a dar una mano a cambio de unos mangos más.

Era imposible que me trague una mentira tan estúpida, sin embargo, tampoco pude vislumbrar la obvia verdad.

La chica volvió con la cerveza y como se había quitado la camperita, ahora llevaba una remera musculosa con un lindo escote.

— Le pedí que se viniera toda de negra. Le queda bien ¿no?

— Que obediente la zorrita. — dijo Mauro, cosa que me confirmó que se trataba de una puta.

Era cierto, la ropa negra hacía una buena combinación con esa piel blanca, de una palidez encantadora.

La chica comenzó a servir la cerveza, y cada vez que pasaba al lado de uno de los hombres, aprovechaban para manosearle el culo.

— Tranquilo, hombre. — le dijo Germán a Mauro, cuando este se había entusiasmado mucho metiendo mano entre las nalgas, enterrando los dedos en la raya del culo. — ya dijimos que no vamos a cogérnosla hasta que decidamos cómo vamos a hacerlo.

La chica siguió sirviendo cerveza, como si no hubiese oído. Gonzalo también aprovechó cuando la tuvo a su lado. Acarició primero sus piernas, a través del cuero, y finalmente tanteó las nalgas.

— No puedo creer lo buena que está. — dijo.

La chica se quedó un rato parada para que Gonzalo se deleite. Sin embargo, al igual que con los otros dos, no mostró un ápice de entusiasmo. Parecía más bien resignada.

Mi verga estaba totalmente erecta. Pero no la manoseé. Toda la situación me parecía muy turbia. Había algo que no me cerraba.

— Juguemos al truco. — propuso Mauro.

Jugamos Gonzalo y yo contra Mauro y Germán.

— Hagamos una apuesta. — dijo Germán cuando la primera mano ya fue repartida. — los que ganen serán los primeros a los que esta puta les chupe la pija.

Miré a la chica. Parecía disgustada por la humillación, pero no dijo nada.

— Igual no las vamos a coger todos, pero está bien. — dijo Mauro.

— Para mí está bien. — dijo Gonzalo. — si soy el primero mejor.

Jugamos un partido a quince puntos. Íbamos perdiendo por mucho, pero en el último momento, cuando estábamos a dos puntos de la derrota, Gonzalo reviró un envido, el cual ganó, ya que tenía treinta y tres puntos. Luego, cuando Mauro lo retrucó, él se animó al vale cuatro. En realidad, sólo lo dijo para asustarlos, porque no le quedaban buenas cartas, y no sabía cuáles tenía yo. Pero yo contaba con un as de basto, que fue suficiente para ganar la mano. Así que de una sola vez sacamos diez puntos y ganamos el partido.

— A lo tuyo zorrita. — Dijo Germán.

— Yo prefiero cogérmela. — dijo Gonzalo.

— Esa no fue la apuesta. Quedate tranquilo que después jugamos a otra cosa. Ahora solo pete.

La chica estaba mirando el techo, parada muy sexy, con una pierna flexionada, sacando culo. Sin embargo, se la notaba aún sin ganas. Yo me devanaba la cabeza pensando en por qué estaba con nosotros si no quería hacer nada.

— Acordate de lo que hablamos. — le dijo Germán. — Hoy tenés que hacer todo lo que te diga.

La chica no dijo nada. Miró a los costados. Fue hasta la cocina y trajo un montón de repasadores.

Gonzalo se corrió para atrás, alejándose de la mesa, para hacerle lugar. La chica puso los repasadores frente a él en dos pilas, y se arrodilló sobre ellos.

Gonzalo peló la pija. Los otros tres nos paramos para ver el espectáculo de cerca. La chica agarró el tronco, y engulló la poronga.

Pocas cosas en el mundo me parecen más hermosas que un bello rostro femenino siendo violado por una verga. Así que, a pesar de que la chica del pelo planchado, y piel pálida, parecía no disfrutar de lo que hacía, me calentó muchísimo ver cómo, con su expresión apática, se devoraba la pija de Gonzalo.

La chupaba con vehemencia, y lo pajeaba. Cada tanto la escupía, y yo enloquecía viendo la saliva deslizándose por el tronco. Era mejor que ver una película porno. Mucho mejor.

Mauro aprovechó para manosear el culo de la chica, mientras se la mamaba al otro. Acercaba su rostro, oliendo el trasero a través del cuero. En un momento lo mordió con violencia, pero la chica no hacía más que seguir chupando.

Gonzalo la agarró de la nuca. “ahí va”. Dijo, entre jadeos. Estaba transpirado, y pasaba su lengua por los labios. “trágate toda la leche zorrita”. Se retorció en su asiento y largó un grito exageradamente fuerte. Cualquiera diría que hacía años que no eyaculaba. La chica no liberó la pija hasta que Gonzalo depositó la última gota, y aun así seguía apretándola con sus labios, incluso cuando el miembro se tornaba fláccido. Luego, abrió la boca y mostró a todos, el semen que tenía adentro, para luego tragárselo.

Y ahora me tocaba mí.

Un poco de semen le colgaba de la barbilla. Me dio algo de impresión, pero también me excitó.

— Si no tenés ganas, no lo hagas. — alcancé balbucear.

Entonces sentí que dos manos fuertes me agarraban de los hombros.

— Tranquilo amigo. Ella está acá para que la pasemos bien.

La chica corrió las dos pilas de repasadores que usaba para no lastimarse las rodillas y las colocó frente a mí.

Se arrodilló. Recién ahí noté sus ojos verdes. Fue la mujer más hermosa con la que estuve.

Abrió el cierre de mi pantalón. Bajó el elástico de mi bóxer y se encontró con mi verga completamente erecta. Tenía mucho presemen y en el glande estaban adheridos varios vellos púbicos. Ella se deshizo de ellos, y en el acto me pellizcó levemente. Luego me miró a los ojos. Definitivamente no quería estar ahí. Pero aun así se llevó mi miembro a la boca. Lamió el glande y el prepucio generándome un placer violento. Me acariciaba las bolas peludas mientras chupaba. Y cada tanto, se la metía casi toda. Mauro se puso de nuevo detrás suyo. Parecía auscultarle el culo. Germán se tocaba la pija mientras veía, y a Gonzalo se le hacía agua la boca.

No aguanté mucho. Desde que empezó a servirnos la cerveza mientras los otros la toqueteaban, hasta que Gonzalo eyaculó en su boca, que mi sexo estaba hinchado, y largando presemen. Así que mi polvazo vino enseguida. La agarré del cabello con violencia, y comencé a masturbarme frente a su cara. Ella abrió la boca y sacó la lengüita, moviéndola, como pidiendo que la leche caiga ahí.

— No le enchastres la cara que después seguimos nosotros, y no quiero esperar a que vaya a lavarse. — dijo Mauro.

Pero yo no le hice el menor caso. Quería ver ese rostro bello y melancólico cubierto por mi semen. Expulsé dos chorros potentes. Ella logró recibir parte en la lengua, pero el resto cayó en su rostro.

Se limpió con uno de los repasadores, como si nada, y fue en busca de las otras dos porongas.

— Hacenos un pete a los dos. — dijo Germán.

Se pusieron de pie uno al lado del otro. Le arrimaron ambas pijas y ella comenzó con su quehacer. Se metía una pija en la boca, mientras a la otra la pajeaba. Le costaba mucho coordinar su cuerpo para hacer ambas cosas, pero se las arreglaba. Gonzalo imitó Mauro y fue a pellizcarle el culo mientras la chica practicaba la doble felación.

— A ver, metete las dos al mismo tiempo. — dijo Germán.

Ante la mirada estupefacta de todos, la chica logró la proeza. Aunque solo pudo meterse las cabezas, y un poco del tronco, era toda una hazaña. Los dos pedazos de carne luchaban para hacerse lugar adentro de la mujer. Era una escena grotesca y hermosa a la vez. Todos estábamos concentrados en ella, por lo que tardé en reparar en que Germán realizaba una grabación de lo sucedido. Ya me encargaría de eso después, pensé, y seguí deleitándome.

Germán guardó el celular justo cuando la chica sacaba las pijas hacía afuera, haciendo un sonido de sopapa.

Los dos acabaron sobre su cara. Hasta mancharon su pelo.

Realmente era una mujer hermosa.

— Andá a traernos más cerveza. — ordenó Germán. — y sacate la ropa. Quedate solo en tanga.

La chica fue a la cocina.

— ¿Qué les pareció?

— Increíble. — dijo Gonzalo.

— Alta puta resultó ser. — dijo Mauro.

— Es hermosa. —dije yo.

Ella volvió con la botella de cerveza en la mano. Estaba casi desnuda, tal como se lo había ordenado Germán. Solo vestía una diminuta tanga blanca. Tenía un cuerpo atlético muy sensual. Las tetas, pequeñas, eran encantadoras. Sus piernas torneadas debían de verse increíbles con una pollera o un short. Nos sirvió la cerveza, como la primera vez, rodeando la mesa, pasando por cada uno de los asientos. Ahora, con la piel desnuda, era más tentador acariciarla. Germán le pellizcó el culo, Mauro se lo mordió, Gonzalo metió la mano en su sexo, y esta vez yo tampoco pude evitar aprovecharme: mientras el chorro de cerveza caía en mi vaso, y ella estaba inclinada, exponiendo su culo, se lo acaricié, y con mi mano agarré toda una nalga, y se la estrujé con violencia.

— ¿Sos muda? — pregunté, ya que no había dicho una sola palabra desde que llegó.

— Acordate que me tengo que ir a las diez. — dijo, dirigiéndose a Germán.

— Sí, cierto que tu marido te espera, quedate tranquila. Pero hasta las diez sos mía. — le contestó este.

Yo ya estaba medio borracho, y no me llamó la atención que se haga referencia al marido de la chica.

Tomamos esa botella, y luego otra. Ella se quedó parada, como aquellas sirvientas de los millonarios, que se quedan detrás de sus patrones aguardando las indicaciones de estos.

— Juguemos a otra cosa. — propuso Germán, cuando las botellas se habían vaciado. — Te presento a los muchachos — dijo dirigiéndose a ella. — es un poco tarde después de todo lo que nos hiciste jeje, pero te los presento. Este es Mauro, este es Gonzalo, y ese de ahí es Dante. — dijo, señalándonos uno por uno. Y luego agregó. — ahora vos vas a ir al cuarto ese. Es chiquito, y solo tiene una manta en el piso. No tiene luz, y está muy oscuro. Andá allá y esperanos. Vamos a ir uno por uno a cogerte. Vos tenés que adivinar quién te la está poniendo. Si acertás al menos dos, nuestra deuda está saldada, sino, te quedás acá hasta la madrugada.

— Vos me prometiste que a las diez me podía ir. ¡Mi marido está esperándome!

Yo estaba borracho, pero alcancé a intervenir por ella.

— Dejala que se vaya cuando quiera, no seas malo. — le dije. Pero nadie pareció oírme.

— Andá a esperarnos zorrita. — le dijo Germán, y ella a regañadientes fue al cuarto.

Repartimos las cartas, al primero que le tocaba el doce era el primero en cogérsela, y al que le tocara el segundo doce era el segundo, y así sucesivamente.

Me tocó el tercer lugar.

El primero fue Mauro. Mientras jugábamos al chinchón él fue a cogérsela. Germán se burlaba porque sólo se oían los jadeos de él. Ella no daba señales de placer alguno.

Salió del cuarto todo transpirado.

— Es una frígida, pero está buenísima. — dijo. — ah, me dijo que yo era Gonzalo, así que perdió la zorra.

— Dejala en paz, imbécil. — le dije yo.

El segundo fue Gonzalo. Se puso en bolas delante de nosotros y fue a su encuentro. Esta vez se oyeron leves gemidos de ella, mientras él le daba indicaciones de cómo ponerse. “no, eso no me gusta” se la escuchó decir, pero sus palabras se ahogaron en un suspiro de resignación.

Gonzalo volvió con una sonrisa pintada en la cara.

— Esta mujer es un infierno. — Dijo.

— Dios le da pan al que no tiene dientes. — comentó Mauro.

— ¿qué? — dije yo. O eso creo.

— Dale, te toca a vos. — me dijo Germán.

La habitación estaba realmente a oscuras. Fui tanteando, y entonces una mano me agarró el tobillo.

— Acá estoy, no me vayas a pisar. — me susurró.

Me desnudé y tiré la ropa a cualquier parte. Me acosté encima de ella. Tenía un rico perfume que se mezclaba con el olor a transpiración y a semen. Sentí la suavidad de su piel, que era cortada por la viscosidad de aquellas partes donde había recibido las eyaculaciones.

— Vos no sos Germán. — dijo, muy despacio. — decime tu nombre por favor. Así me voy de una vez.

— Dante. — le dije al oído. — si no querés, no hacemos nada. — le dije.

— Hacé lo que quieras. Igual ya me hicieron de todo.

Me dio lástima. Pero estaba pegado a ella, y mi sexo estaba duro como el fierro, apoyado en su pelvis. Sólo era cuestión de hacer un movimiento para introducirme en ella. Y así lo hice. La maniobré como si se tratara de una palanca, y le enterré mi sexo hasta el fondo. Ella no solo gimió, sino que gritó.

— Bien campeón. — se escucharon los gritos de los muchachos que me arengaban.

— Despacito, la tenés grande. — me pidió ella.

Si no fuese por lo bizarro de la situación, diría que fue un momento romántico. Nos abrazamos, acariciamos nuestras pieles, escuchamos nuestra respiración, disfrutamos del placer del otro. Sentía la reacción de su cuerpo cada vez que la penetraba en mi propia piel. En un momento de pasión, la besé, y aunque todavía sabía a semen, lo disfruté mucho. Me enterré en su cuello y en sus tetas. Recorrí con las yemas de mis dedos cada centímetro de su cuerpo, y enterré mis dedos en todos sus orificios.

Ella acabó antes que yo. Pero yo no tardé mucho, y eyaculé adentro suyo. Fue hermoso. No sabía ni su nombre, pero en ese momento la amé.

Todo lo amable y dulce que pude haber sido, Germán se encargó de revertirlo. Apenas empezaron, se escuchó el grito de dolor de la chica.

— No, por ahí no. — se la escuchó decir.

Pero él no le hizo el menor caso, y la penetró por el culo con violencia. Los gritos resignados de ella, me hacían estremecer. Hice ademán de ir hasta el cuarto, pero los otros dos me detuvieron.

— Nadie la obliga a estar con él. — dijo Gonzalo.

Así fue como terminó la noche. Germán dijo que había adivinado su nombre por la manera en que cogía, así que conmigo y Gonzalo, que seguramente también le hizo el favor de decirle el nombre, la chica había ganado “el juego”.

Fue a bañarse, y cuando se vistió se fue casi corriendo.

— Te llevo. — le ofrecí.

— No. — rechazó ella. — estás borracho. Además, no quiero que mi marido me vea llegar con nadie.

Antes de que pueda decirle algo, ya se había ido.

Dejé a los muchachos y fui tras ella, pero la había perdido.

….

Como se habrán dado cuenta, aquellos que son más inteligentes de lo que yo jamás seré, aquella chica no era otra que la mujer de Huguito. Yo sólo me enteré al otro día, cuando me llegó el mensaje de Gonzalo. No te diste cuenta de quién era la chica, ¿no? Me preguntó. Apenas leí esas palabras, y ya empecé a sospechar, pero aun así pregunté. ¿Quién era? Es entendible que no te hayas dado cuenta, me escribió Gonzalo. Porque vos solo la viste un rato, y te perdiste el primer plano de cuando le chupaba la pija a Germán en la grabación. Además, estaba bastante cambiada con el pelo teñido y planchado, y si encima no te acordabas de la cara… pero te cuento para que sepas, seguía escribiendo Gonzalo. La chica a la que nos cogimos todos, esa hembra hermosa ¡es la mujer de HUGUITO! Terminó el mensaje.

El alma se me vino al piso. Al fin y al cabo, yo terminé siendo una mierda como Germán. No sólo no pude ayudar a mi viejo amigo, sino que lo traicioné vilmente una vez más. ¡Y Germán la había grabado de nuevo!

Empecé a elucubrar un plan para que Huguito no se enteré de la traición. Además, no me cabía duda de que la chica no estuvo con nosotros por propia voluntad. Seguramente el perverso de Germán la había amenazado con hacer público el primer video si no accedía.

Pero antes de que pudiera hacer nada, me llegó la noticia. Y por eso estoy ahora en este velorio en el que ya quedo yo sólo llorando por el pobre Huguito, y tengo que apurarme para ir al velorio de Camila.

Así se llamaba la mujer de Huguito, aquella a la que violamos sin piedad: Camila. No me olvidaría ese nombre. La culpa me carcomería por dentro toda la vida, porque desde un principio sabía que algo iba mal y no hice lo necesario para evitarlo.

Huguito no soportó el dolor al ver los videos. No se veía ningún rostro masculino, pero sí se veían muchas porongas entrando en la boca de la única mujer que lo amó. Así que Huguito se metió la pistola en la boca, y disparó. Pero por supuesto, primero apretó el gatillo apuntando a Camila.

Ya es de noche. Tengo que viajar hasta la otra casa velatoria. Quiero verla por última vez, y pedirle perdón.

Me llega un mensaje. Es Juliana, la mujer de Germán. Finalmente la convencí de salir conmigo. Un haz de justicia ilumina el lúgubre día. Tengo que pensar en dónde pondré la cámara. Quiero que Germán no se pierda ni un solo detalle del video.

Fin.

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