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100 pesos bien invertidos (parte 2)
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Como les contaba el relato anterior, yo pasaba casi todas las noches por la zona de tolerancias, donde había de todo tipo de mujeres ofreciendo sus servicios, con lugar incluido y había tenido mi primera experiencia con una mujer transgénero por iniciativa de ella, de una manera un tanto sórdida pero excitante.

A la noche siguiente a ese encuentro volví a pasar por ese sitio camino al trabajo, aunque un tanto molesto por las consecuencias que había tenido: en mi billetera, pese a no traer nada de valor monetario a excepción de 100 pesos, llevaba mis identificaciones y algunas fotos y me desagradaba la perspectiva de tramitar de vuelta esos documentos. Había un grupo de mujeres frente a mí y, al menos esa noche, prefería pasar de largo, pero una de ellas se apartó, agitando algo a la altura de mis ojos. Honestamente no la reconocí, pues la noche anterior la había visto desmaquillada y en ropa normal.

No era así está vez, Morena (así le llamaremos por comodidad) iba completamente producida. Llevaba un ajustado vestido naranja con un escote generoso, medias de red y tacones. Frente a mí, agitaba mi billetera. "Somos casi vecinos, ¿sabes?" y me entregó la billetera intacta. "No te creí cuando mencionaste que no traías dinero. La verdad pensé que eras uno de tantos tacaños que pasan por aquí solo a morbosear a las chavas". Le sonreí con alivio, pues me acaba de ahorrar un par de mañanas tediosas de burocracia. "Y me imagino que otra vez no traes dinero". "Es que perdí la billetera", le dije con cierta ironía.

Me sonrío coqueta y me preguntó, directamente, si me había gustado. Yo no tuve empacho en confesarle que había sido mi primera vez con una mujer trans. "Se notó" me respondió "Pero espero que no sea debut y despedida, pues a mí también me gustó mucho". Se acercó a una compañera y le dijo que se tomaría un descanso, que le cuidara el sitio y comenzó a caminar. Yo no sabía a ciencia cierta si seguirla o no, pero ella, metros más adelante, me hizo un gesto con la cabeza que la siguiera.

Esta vez nos alejamos un poco más que la ocasión anterior. Yo no podía evitar ver su trasero, resaltado por su ajustado vestido. Ella, a sabiendas de ellos, lo meneaba con cierta exageración. De pronto entró en un lugar con las ventanas tapiadas pero con la puerta abierta. Era un edificio algo rústico, antigua biblioteca. Conservaba los anaqueles y, aparentemente, lo limpiaban seguido, pues no tenía la suciedad que esperarías de un edificio abandonado en una ciudad con tantos indigentes. Subimos una escalera y de pronto estuvimos en una habitación cuya puerta con cerrojo nos permitía cierta privacidad. Una ventana alta permitía la entrada de la luz del alumbrado público. Había un escritorio y unos archivadores viejos y vacíos.

Morena se sentó sobre el escritorio en un movimiento que hizo que su vestido se subiera y dejara al descubierto sus muslos y su ropa interior, también de red como sus medias. "No seas tímido, siéntate junto a mí", dijo. En cuanto estuve a su alcance comenzó a besar mi boca, mi cuello y mordisquear mi oreja. Yo disfrutaba mucho pues siempre me ha gustado mucho el juego previo y, por otro lado, tenía la idea un poco inocente que las prostitutas no besan. Me sentía halagado por sus atenciones pues daba por hecho que lo hacía 100% por placer y eso duplicaba la excitación de estar con ella.

Sus manos tocaban, al tiempo que nos comíamos a besos, mi miembro por encima del pantalón. Yo, ya más en confianza, comencé a hacer lo mismo, buscando la firmeza entre sus piernas. Me encantó jugar con su pene, tan distinto al mío. No es que sea particularmente grande, pero me han dicho que es grueso y cabezón. Mi glande sobresale de mi pene cuando sale del prepucio completamente. El pene de Morena era mediano, de unos 13 o 14 cm, delgado como mi dedo pulgar y su glande también era pequeño. Tocarlo, si me permiten la comparación un tanto lírica, era como tocar una piedra caliente forrada de seda. La piel de su prepucio era suave y el resto de su miembro estaba perfectamente depilado. Ella gemía dentro de mi boca mientras la tocaba.

Con su lengua en mi boca comenzó a liberar mi erección y acariciarla poco a poco. Me sonrío, como alguien a punto de hacer una travesura, y comenzó a lamerme sin condón. Pudo más la tibieza de su lengua recorriendo mi glande y la dejé hacer, pese a que me daba cierta intranquilidad no usar protección. La sentía inclinada sobre mi regazo y acariciaba su cabello negro y lacio. La empujaba con suavidad y ella me engullía por completo. De nuevo sentí su saliva inundando mis testículos. Ante mis gemidos de placer, ella cambió su posición, estando ahora de rodillas frente a mis piernas abiertas. Comenzó a succionar despacio mis testículos y juguetear con su lengua sobre ellos. Y comenzó a masturbarme.

Quise detenerla para no correrme antes de tiempo, pero al darse cuenta, con suavidad, volvió a engullir mi miembro hasta el fondo de su garganta y con sus uñas arañaba ligeramente mi escroto. No lo pude evitar, eyaculé y, aun cuando sentí y escuché su arcada, ella no se movió. Dejó que mi semen inundara su boca.

Se relamió los labios y sonriendo me dijo unas palabras que todavía hoy me estremecen, pues recuerdo lo que vino a continuación: "Te voy a cobrar el que te hayas venido en mi boca y no me voy a quedar con las ganas". Acto seguido, con mi semen aun escurriendo, me besó en los labios. Fue extraño saborear mi propia leche, pero lo apasionado de su beso era increiblemente excitante. Sentí cómo escurrió por mi barbilla su beso de semen y saliva caliente. Me tomó de la mano e hizo que me pusiera de pie. Entonces se inclinó sobre el escritorio y se bajó las medias hasta los muslos.

Comencé a besarle su agujero. Pero me dijo que no. Que siguiera mi camino. Fui bajando su tanga de red. Entonces me apliqué sobre sus testículos. Jamás había tenido tal cosa en mi boca. Pero agradecí que al ser la primera vez, fueran unos testículos depilados completamente. No sabía bien cómo hacerlo, sin embargo sus gemidos me indicaban que iba por el buen camino. Su pene estaba cada vez más rígido, pero la posición me impedía meterlo en mi boca. Ella ajustó su posición y me indicó cómo me acomodara. Quedé debajo de su cuerpo inclinado sobre el escritorio. Su pene entró en mi boca, pero mi cabeza se apoyaba también en el escritorio. Así que la entrada y salida de su pene la controlaba ella, comencé a imaginar que así debía moverse al penetrar a alguien, con esa suavidad y ritmo. Fui recuperando mi propia erección y me masturbaba al ritmo. Estuvimos un rato así.

De pronto vi cómo tensó las piernas y, la verdad, me inquietó un poco la idea que eyaculara en mi boca. Pero ella se apartó en el momento y, a horcajas sobre mí, derramó su semen sobre mi pene. La sola visión de mi pene lleno de leche me hizo masturbarme con más fuerza y ella, atenta, abría su boca, esperando mi semen. Eyaculé, bastante menos que la primera ocasión. Ella se puso a gatas sobre mí, limpiando la mezcla de nuestros orgasmos y luego avanzó con su boca abierta sobre mi cuerpo. Un hilo de semen iba de su boca a mi pene… y lo rompió en un beso de lengua en mis labios.

"¿Te gusta mi leche?" me dijo. "Ya la probarás en otra ocasión".

Mientras nos aseabamos un poco y nos vestíamos, me anotó su teléfono en un pedazo de papel. Escribió "vecina" en lugar de su nombre.

Como la última vez, me pidió que esperara un minuto cuando saliera. El gesto último que me hizo fue el universal de "me llamas por teléfono".

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