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100 pesos bien invertidos
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Este es mi primer relato. He pensado en la idea de compartir mis experiencias, que no son tantas, pero tienen su interés, creo. Espero disfruten una de mis primeras experiencias.

Tenía 27 años. Por aquel entonces trabajaba en un supermercado. Cuando salía por las noches, prefería caminar a esperar el transporte de la empresa. Pasaba por la zona de tolerancia de la ciudad. Dos calles donde encontrabas a prostitutas y podías rentar un cuarto ahí mismo. En ese entonces me negaba en redondo en pagar por sexo, aunque disfrutaba mucho de verlas e incluso simular que aceptaría. Pero tenía la precaución, por la hora y la situación de inseguridad, de no traer más que un billete de 100 pesos para alguna emergencia. Así que no podía caer en la tentación aunque quisiera.

Una noche de tantas pasé junto a algunas chicas y, entre ellas, una fue particularmente insistente en que me acercara. Aunque halagado, fui directo en aclararle que no traía dinero para sus servicios. Era una morena guapísima, de baja estatura, quizás rondaba los 30 años. Tenía poco maquillaje y caí en cuenta de que no estaba "trabajando". Es decir, vestía muy normal, unos jeans y una camiseta ajustada. Se veían unas caderas generosas y un pecho firme aunque pequeño. Me insistía que ya me había visto y que "fuéramos al cuarto". Le insistí que no tenía dinero y me dijo "no te voy a cobrar, paga el cuarto solamente. ¿O no te gusto?". Acto seguido, se subió la blusa y me mostró, sin brasiere, unos senos duros y bien formados.

Lamenté mi precaución de no traer dinero ni siquiera para el cuarto. Se lo expliqué y le dije que mañana pasaría por ahí. Se me acercó y puso la mano en mi paquete. "Esto no va a esperar hasta mañana, yo lo quiero ya". Me encogí de hombros, sabiendo que no había nada que hacer. Entonces pareció tener una idea y me dijo que la siguiera, pero a unos metros.

Me dio la espalda y entonces le vi sus nalgas. Y después de la sobada a mi miembro y ese espectáculo, ya tenía una erección considerable. Ella se alejó una cuadra y dio vuelta en un muro. Alcancé a ver cómo se metía por un agujero.

Entramos a un terreno en obra negra y, en vista de la maleza y la basura, abandonado hacía tiempo. Mi vista tardó en acostumbrarse. Había un rincón un tanto limpio y hacia ahí me llamó. Me besó de lengua mientras se subía la blusa. Comencé a acariciar sus senos y pellizcar sus pezones. Entre lengüetazos húmedos y gemidos repetía te gustan, ¿verdad que te gustan? Y yo repetía que sí, ansioso de tocar más.

Ella se inclinó de espaldas, dándome la espalda y yo seguía besándola y tocando sus cuellos. Le restregaba mi miembro erecto contra sus nalgas. Tengo que confesar que de seguir así me habría venido.

No es que sea precoz. Era por todo la situación tan excitante: La oscuridad, el que pudieran descubrirnos, la espontaneidad, lo sensual que era mi morena.

Ella se giró de golpe y, experta, soltó mi cinturón, abrío mi pantalón y lo bajó a mis tobillos. En la semipenumbra veía solo sus dientes y sus ojos. Murmuró "¿Yo te tengo así?" Y comenzó a lamer con la misma habilidad con la que me quitó la ropa.

Sentía su saliva tibia escurriendo por mis testículos. Su lengua se movía dentro de su boca. Sus uñas postizas se me clavaban ligeramente en las nalgas. De nuevo estuve a punto de venirme y ella lo notó en mis gemidos. Se paró en seco y apretó mi pene.

"Ahora lo quiero en mi culo", dijo. Sacó de su bolso un condón y lo puso rápidamente. Luego sacó un lubricante y me lo aplicó. Se bajó apenas un poco su pantalón, dejando al descubierto sus nalgas y su culo. Apartó el obstáculo de una tanga color neón (juraría que brillaba en la oscuridad…). Con una sensualidad salvaje se llevó los dedos primero a la boca y luego a su ano, humedeciéndolo. Con un movimiento de caderas se fue ensartando mi miembro. La sentía apretada y sus gemidos eran muy escandalosos. La apreté contra el muro, para hundirlo hasta los testículos… La pared no me permitía tocarla más. Y así estuvimos un par de minutos.

Vente adentro, me dijo, y se inclinó un poco más. Eso me permitió bajar su pantalón por enfrente. Dejé de moverme con el descubrimiento.

Tengo mala vista, ¿sabes? También me cuesta un poco de trabajo reconocer a las personas cuando las veo en la calle, incluso a la luz del día. Pero el elemento que se materializó en mi mano, explicó todo, por ejemplo la gravedad de su voz, sus senos más bien pequeños y duros. Especialmente que prefiriera el sexo anal.

En mis manos tenía un pene de tamaño mediano, su carne dura como piedra pero forrado suavemente de piel. Y una punta bañada en líquido preseminal.

"No pares ahora", me dijo. Pero yo aún estaba un poco desconcertado. Entonces ella tomó la iniciativa del ritmo: al mismo tiempo que empujaba sus caderas, ensartándose sola, usaba mi mano para masturbarse. Me vine ruidosamente dentro de ella, aunque con el condón. Y sentí como ella me llenaba la mano de su semen caliente.

Con delicadeza sacó un pañuelo desechable y me limpió la mano. Y comenzó a besarme de nuevo, con ternura. Me mordió la oreja y me dijo "Voy a salir yo primero y tú sal en un ratito".

La vi marcharse, moviendo las caderas, satisfecha.

Solo fue hasta una media hora después, cuando llegué a casa, que me di cuenta que se había llevado mi billetera y los cien pesos que solía llevar.

Fueron los 100 pesos mejores invertidos de mi vida. Y no sería la última vez que nos veríamos.

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