La brisa cálida del Caribe acariciaba la piel bronceada de Roxana mientras se recostaba en la tumbona de la terraza.
Desde allí, podía ver el azul interminable del mar, las palmeras moviéndose al ritmo del viento y escuchar el eco de la música que llegaba desde el bar de playa.
Alejandro, su esposo, estaba sentado a su lado, con una copa de vino en la mano y una mirada que la hacía sentir desnuda, aunque solo llevaba un bikini negro diminuto que resaltaba sus curvas. —Deberías ir al bar esta noche —dijo Alejandro de pronto, con esa voz grave y tranquila que usaba cuando quería convencerla de algo.
Roxana lo miró con curiosidad, levantando una ceja. —¿Al bar? ¿Sola? —preguntó, dejando de mover el pie que balanceaba suavemente al borde de la tumbona.
Alejandro sonrió, dándole un sorbo a su copa antes de responder. —Sí. Sola. Quiero verte allí… quiero verte a ti siendo tú, sin que nadie sepa que eres mi esposa. —Se inclinó hacia ella, apoyando un codo en la tumbona y bajando la voz—. Quiero verte siendo deseada, provocando miradas, despertando fantasías.
Roxana sintió cómo el corazón le daba un vuelco. Se enderezó ligeramente, apoyando los codos en las rodillas. —¿Estás hablando en serio? —preguntó en un susurro. Alejandro asintió, pero sus ojos no se apartaban de ella. —Hace años que tenemos esta conversación. Sé que lo has pensado. Y no puedes negar que parte de ti quiere hacerlo. —Sus dedos recorrieron suavemente el muslo de Roxana—.
Este lugar es perfecto. Nadie nos conoce. Nadie te juzgará. Es Cancún… la ciudad del pecado después de Las Vegas. Además… —hizo una pausa, acariciando la piel de su pierna— los hombres caerán sobre ti como moscas.
Roxana soltó una risa nerviosa y se apartó un poco, pero Alejandro no dejó de mirarla. —No seas ridículo. Ya tengo cincuenta años… —dijo, aunque su voz tembló ligeramente. —Y sigues siendo increíble. —La interrumpió Alejandro, acercándose más—. Esas piernas torneadas, ese cuerpo… ¿Sabes lo que darían muchos por tenerte aunque fuera una noche?
La respiración de Roxana se aceleró. Alejandro la conocía demasiado bien. Sabía que en el fondo ella sentía curiosidad. Sabía que, aunque la idea la asustaba, también la excitaba. —Y si no pasa nada —continuó él—, no importa. Solo quiero verte en ese ambiente… quiero verte sintiéndote libre, admirada, deseada.
Roxana lo miró, buscando algún indicio de celos o inseguridad en sus palabras, pero no encontró nada más que emoción en sus ojos. —¿Y si pasa algo? —preguntó finalmente, probándolo.
Alejandro se inclinó y le mordió suavemente el labio inferior. —Si pasa algo… me muero por verte disfrutarlo.
Roxana cerró los ojos un momento, dejando que las palabras se filtraran en su mente. La idea de ser el centro de atención en un lugar lleno de desconocidos, de sentir miradas recorriendo su cuerpo y manos acariciándola que no fueran las de Alejandro, despertó un calor en su vientre que no podía ignorar. —Pero… —intentó decir, aunque Alejandro no la dejó terminar. —No hay peros. Solo un juego. Podemos parar en cualquier momento. Y si no te sientes cómoda, no pasa nada.
Pero si decides seguir… —su voz bajó aún más— prometo que será una noche que ninguno de los dos olvidará. Roxana se mordió el labio. —¿Y los niños? —Se los encargamos a mis papás, me quedo con ellos hasta que se duerman y te alcanzo. Nadie sospechará nada. Será nuestra pequeña travesura.
La palabra “travesura” le provocó un escalofrío placentero. Recordó lo fácil que era dejarse llevar cuando el ambiente era el adecuado. El sol, la playa, los cuerpos sudorosos, la música, las risas… todo parecía diseñado para que la gente dejara sus inhibiciones en casa.
—No sé… —susurró, aunque en el fondo ya lo sabía. Alejandro se acercó más, deslizando la mano entre sus muslos y acariciándola por encima del bikini. —Piénsalo… —susurró en su oído—.
Imagínate en ese bar, con un vestido corto y ajustado, tomando una margarita mientras todos los hombres no pueden apartar los ojos de ti.
Roxana se estremeció al imaginárselo. —Algún hombre maduro, atractivo, que no pueda resistirse a ti. Imagínate lo que diría cuando vea ese cuerpo. Roxana sintió que su respiración se volvía más pesada. La idea de ser deseada por otro hombre mientras Alejandro observaba la hacía arder por dentro.
—¿Y si quiero tocarlo? —preguntó, probando los límites. Alejandro deslizó los dedos bajo el borde del bikini, rozando su piel húmeda. —Entonces lo tocas… Roxana soltó un gemido suave y cerró los ojos. Sabía que la decisión estaba tomada. Esa noche se convertiría en una aventura que cambiaría todo.
El sol comenzaba a descender sobre la playa tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados. Roxana estaba sentada en la barra del bar del hotel.
El bar de la playa tenía un ambiente relajado. El sonido de las olas mezclado con la música suave hacía que el aire se sintiera cargado de sensualidad. Roxana daba pequeños sorbos a su margarita cuando sintió una mirada intensa sobre ella.
Levantó la vista y ahí estaba Jason, alto, maduro, con un aire de seguridad que le hizo estremecerse. Su vestido blanco de tirantes resaltaba el tono dorado de su piel, mientras el escote sugerente dejaba ver el generoso contorno de sus senos.
Observaba las olas cuando una voz profunda y con un acento extranjero la hizo girar. —Bonsoir, madame. ¿Puedo acompañarla? —preguntó un hombre de cabello entrecano, piel bronceada y ojos azul acero con una voz profunda y un acento que la envolvió como seda.
Roxana se puso nerviosa, abrió la boca para responder pero si su inglés no era suficiente para sostener una conversación fluida, mucho menos lo era en francés.
Entonces Alejandro su esposo siempre atento, apareció como por arte de magia colocando una mano tranquilizadora en la parte baja de su espalda —Buenas tardes. Ella no habla francés, pero yo puedo ayudarles a comunicarse si gustan.
Su voz era tranquila, casi cómplice. Roxana lo miró sorprendida. No la llamó “mi esposa”; simplemente dijo “ella”.
—Ah, parfait! —respondió Jason con una sonrisa seductora —y deslizó su mirada por el cuerpo de Roxana. —Dile que tiene un cuerpo espectacular, que es una mujer exquisita. Que no podía dejar de mirarla desde que la vi al entrar y no pude resistirme a hablarle.
Alejandro tragó saliva y tradujo sin titubeos, intentando mantener un tono neutral. Roxana se ruborizó y sintió un escalofrío recorrerle la columna. La mirada de Jason era penetrante y directa, pero no apartó la mirada de la suya.
—Dile que… gracias —respondió, intentando no parecer nerviosa y dile que él también es… muy atractivo. Me gustan sus brazos —respondió ella, pasando lentamente la vista por los músculos marcados de Jason.
—Dile que me encantó su sonrisa y que me gustaría invitarla a cenar esta noche. —Alejandro tradujo, pero había algo en su tono. No sonaba incómodo ni molesto. Al contrario, parecía disfrutar de la situación.
Todo sucedió tan rápido que Roxana no sabía si realmente estaba pasando, Alejandro se adelantó y dijo que aceptaba con mucho gusto. Jason sonrió, mostrando una fila de dientes perfectos y tomó la mano de Roxana antes de despedirse, inclinándose para besarla suavemente en los nudillos.
Su mirada ardiente prometía mucho más de lo que las palabras podían expresar. —Nos vemos más tarde, hermosa —dijo con su acento francés. Alejandro tradujo mientras Jason se alejaba por la playa, dejándolos a solas.
Roxana soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo y se giró hacia su esposo con una mezcla de sorpresa, regaño y complicidad en los ojos. —¿Pero qué acaba de pasar, Alejandro? ¿En qué nos estamos metiendo? —dijo en un susurro apresurado.
Alejandro sonrió, divertido. —No te preocupes, Roxy, yo me encargo de todo. —Le pasó un brazo alrededor de la cintura y la atrajo hacia él y bajó la mirada hacia su cuerpo— ve a prepararte. Quiero que lo dejes sin aliento.
Roxana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su esposo no solo no estaba celoso; estaba emocionado. La idea la encendió aún más.
De regreso en la habitación, Roxana abrió su maleta y sacó el conjunto que había llevado “por si acaso”. Un sostén negro de encaje que apenas contenía sus senos, acompañado de un diminuto hilo dental y unas medias de red. Se miró en el espejo y se mordió el labio. —Esto es una locura… —susurró para sí misma, pero no podía evitar sentir el calor palpitante entre sus muslos mientras se imaginaba las manos de Jason recorriéndola.
Se colocó un vestido rojo ceñido al cuerpo, con un escote pronunciado y una abertura en la pierna que dejaba ver sus medias. Se soltó el cabello y se perfumó detrás de las orejas y en el cuello.
La cena fue en un restaurante íntimo frente al mar, cuando Roxana llegó al restaurante Jason ya estaba allí esperándola con una copa de vino en la mano.
Su mirada se encendió al verla entrar, se puso de pie de inmediato, dejándose impresionar por su figura, —Magnifique… —susurró mientras le extendía la mano para guiarla a la mesa.
No necesitaban palabras. La tensión entre ellos hablaba por sí sola. Jason no apartaba los ojos de ella. Sus dedos rozaban los de Roxana cada vez que le pasaba la copa y durante toda la velada mantuvo la atención fija en Roxana.
—Eres increíblemente hermosa —dijo él en francés, inclinándose hacia ella. Roxana no entendió las palabras, pero su mirada lo decía todo. Ella levantó la mano y tocó los músculos de su brazo, sintiendo su dureza bajo la tela de la camisa.
En ese momento, Alejandro llegó al restaurante. Los vio tomados de las manos, inclinados el uno hacia el otro, y se detuvo un segundo antes de acercarse. Roxana levantó la vista, sus ojos brillando de deseo y nervios.
—¿Todo bien? —preguntó Alejandro mientras tomaba asiento. Sus manos rozaban las de ella mientras platicaban y Alejandro en su papel de traductor mantenía la conversación viva, pero en ningún momento interrumpía la creciente tensión sexual entre Jasonny Roxana.
—Dile que sus labios son… irresistibles —susurró Jason, inclinándose sobre la mesa. Alejandro tradujo mientras Roxana sonreía y pasaba la lengua suavemente sobre su labio inferior. La atmósfera se volvía más espesa con cada mirada.
—Dile que tiene unos senos maravillosos, firmes y provocativos. Que sus piernas están hechas para ser admiradas… y esas nalgas… —se inclinó hacia adelante— pequeñas, pero tan firmes y ricas que no puedo dejar de imaginarlas en mis manos.
Alejandro se aclaró la garganta antes de traducir. Roxana abrió los labios para decir algo, pero solo dejó escapar un suspiro. Se mordió el labio inferior. La idea era una locura. Pero algo en la mirada de Alejandro, en su actitud serena, la animó a jugar.
—Dile que tiene unos brazos fuertes… y me encantan sus nalgas duras —susurró en español, sabiendo que él no entendía, pero sintiéndose traviesa de todos modos.
Jason sonrió como si supiera exactamente lo que había dicho. —Dile que ella es quien me pone así de firme. Que solo mirarla me ha puesto tan duro que no puedo esconderlo. Pregúntale si quiere sentirlo.
Alejandro se congeló por un momento antes de traducir en un susurro apresurado. Roxana lo miró fijamente, como pidiendo permiso, pero la leve sonrisa en el rostro de su esposo la hizo perder el miedo.
—¿Y bien? —preguntó Jason, dejando que su pierna rozara la de ella bajo la mesa.
—Dile que sí —susurró Roxana sin dudar esta vez. Jason tomó suavemente su mano y la guió por debajo de la mesa, entre las sombras donde nadie más podía verlos. La colocó sobre su muslo primero, dejando que se deslizara lentamente hacia su entrepierna.
Alejandro observaba todo, respirando de manera entrecortada.
—Dile que quiero sentirla más cerca —susurró Jason mientras Roxana apretaba ligeramente sobre la tela de su pantalón, sintiendo la dureza bajo su mano.
Alejandro tradujo, pero su voz salió entrecortada, Roxana se mordió el labio y deslizó los dedos con más firmeza. Jason no necesitó la traducción esta vez. Su respiración se aceleró mientras sus dedos se deslizaban por la pierna de Roxana, levantando ligeramente el borde de su vestido.
Alejandro movió la cabeza, como si estuviera tratando de mantener el control, pero su sonrisa traicionaba el placer que sentía al verlos.
—Creo que deberíamos continuar esto en un lugar más privado —dijo Jason, inclinándose lo suficiente para besar suavemente el cuello de Roxana.
—Quiere tener más privacidad, pregunta si te gustaría acompañarlo a su habitación —tradujo Alejandro, ahora con voz más ronca. Roxana asintió lentamente, apretando una vez más el miembro de Jason antes de soltarlo y levantarse. La noche apenas comenzaba.
—Dice que ya está muy excitado —tradujo Alejandro, esta vez sin intentar ocultar el tono cargado de su voz. Roxana dejó escapar un suspiro entrecortado.
—Dile que yo también lo deseo — dijo ella, y Alejandro repitió sus palabras. El francés no esperó más, se levantó y extendió la mano hacia Roxana que todavía sentía el cosquilleo en la palma de su mano por haber tocado el miembro de Jason.
—Vamos— tradujo Alejandro, pero Roxana ya entendía. Asintió y tomó la mano de Jason, dejando que la guiara hacia la salida. Alejandro observaba cómo Jason colocaba la mano en la espalda baja de Roxana, demasiado cerca de sus caderas.
El ambiente se llenó de expectativa cuando él abrió la puerta y dejó pasar primero a Roxana, la puerta de la habitación se cerró tras ellos, dejando al mundo afuera.
—Dile que quiero besarla —dijo Jason, acercándose lentamente. —Quiere besarte —repitió Alejandro, pero esta vez la voz le salió más baja. Roxana tembló. —Dile que lo haga… —susurró.
Jason no esperó la traducción, se acercó y tomó el rostro de Roxana entre sus manos y la besó profundamente, sus labios se encontraron en un choque de deseo profundizando el beso mientras sus manos recorrian su espalda.
Alejandro se acomodaba en el sillón de la esquina con una sonrisa tensa, con el pecho agitado preparado para lo que estaba a punto de suceder.
Jason se separó por un instante, sus ojos recorrieron el cuerpo de Roxana con admiración. —Eres una mujer increíblemente hermosa —susurró en francés.
Alejandro tradujo en voz baja, aunque la determinación en la mirada de Jason dejaba claro que no necesitaba palabras.
Roxana, sintiéndose más audaz que nunca, deslizó los tirantes de su vestido por los hombros. La tela cayó suavemente al suelo, dejando al descubierto la lencería que había elegido para esa noche.
Jason contuvo el aliento y la miró como si quisiera devorarla… Alejandro también
—Dile que lo quiero desnudo —susurró Roxana, sus ojos brillando de deseo—. Quiero ver qué tan duro lo pongo. Alejandro tragó saliva antes de traducir.
Jason sonrió con picardía y comenzó a desabotonarse la camisa lentamente, manteniendo el contacto visual con Roxana mientras dejaba al descubierto su pecho definido y sus abdominales marcados.
Cuando se desabrochó el pantalón y lo dejó caer, Roxana soltó un leve gemido al ver la impresionante erección que resaltaba bajo sus bóxers. Jason se los quitó sin prisas, liberando por completo su masculinidad.
Roxana se mordió el labio y Alejandro, desde su asiento, no pudo apartar la mirada. Jason se acercó, la levantó en brazos cargándola con facilidad y la llevó a la cama, la depositó suavemente sobre las sábanas, quedándose de pie frente a ella.
Roxana se inclinó hacia adelante, acercando sus labios al miembro pulsante de Jason. Sin más preámbulos, lo tomó con una mano y deslizó su lengua por toda su longitud. Jason cerró los ojos y dejó escapar un gemido gutural mientras ella lo devoraba con avidez.
Su boca trabajaba con pasión, y sus manos acariciaban sus muslos firmes y sus nalgas duras. Desde el sillón, Alejandro jadeaba al ver a su esposa entregada de esa manera, pero ninguno de los dos parecía notar su presencia. En ese momento, el mundo se redujo a ellos dos.
Jason la tumbó sobre la cama y se colocó entre sus piernas, empujando suavemente el hilo dental hacia un lado. Su lengua encontró el centro de su placer, arrancándole gemidos que llenaron la habitación.
Roxana se arqueó, agarrándose de las sábanas mientras él la devoraba sin piedad. Cuando finalmente la penetró, ella gritó de placer. Jason se movía con fuerza y ritmo, mientras Roxana lo recibía con ansias, moviendo las caderas para encontrarse con él.
Cambiaron de posición varias veces, explorándose mutuamente como si estuvieran creando su propio Kama Sutra. —Mon dieu… —susurró Jason mientras la tomaba desde atrás, admirando cómo su cuerpo respondía a cada embestida.
En un momento de respiro, Jason notó que Alejandro seguía en el sillón, con los ojos fijos en ellos. Miró a Roxana, levantando una ceja como preguntando por qué Alejandro seguía ahí.
Roxana sonrió y levantó la mano, mostrando su argolla matrimonial antes de señalar a Alejandro, Jason entendió al instante y, con una sonrisa traviesa, redobló sus esfuerzos para hacerla gozar aún más.
Siguió besándola y recorriendo cada curva con sus manos, Roxana gimió al sentir la boca de Jason en sus pechos, mientras Alejandro se acomodaba en el sillón, observando cada movimiento. La tensión en la habitación era tan densa que parecía electrificar el aire.
Jason la tomó con fuerza, con hambre, mientras Alejandro se mordía el labio inferior. El sonido de piel contra piel llenó el cuarto, mezclado con jadeos y palabras entrecortadas. Roxana no recordaba haberse sentido tan deseada, tan libre y gemía cada vez más fuerte mientras Jason la hacía suya.
En un momento, ella giró la cabeza y encontró los ojos de su esposo. Le sonrió traviesa y Alejandro asintió, como si le diera permiso para dejarse llevar por completo.
Ella gritó su nombre cuando llegó al clímax, pero Jason no se detuvo. La llevó a otro orgasmo y luego otro, hasta que finalmente ambos colapsaron en un abrazo.
Cuando todo terminó, Roxana cayó rendida sobre la cama. Jason besó su cuello y se giró hacia Alejandro agradeciendo: —Creo que esto fue… inolvidable —dijo en francés, y Alejandro asintió.
Roxana todavía desnuda y temblorosa, llamó a Alejandro con un gesto. Él se acercó a la cama y ella lo recibió con un beso tierno. —Gracias por cumplirme este deseo… —dijo Alejandro —Gracias a ti por hacer esto posible. —susurró Roxana—
Alejandro la besaba, bajando lentamente por su cuello. Su mano recorrió las curvas de Roxana. —Mmm… —Roxana gimió suavemente, estremeciéndose por el contacto. La noche había terminado, pero la pasión que habían compartido dejaría huellas imborrables en cada uno de ellos.
El silencio en la habitación era total. Solo se escuchaban las respiraciones entrecortadas, a lo lejos las olas del mar y el leve zumbido del aire acondicionado.
Roxana yacía entre las sábanas revueltas, su cuerpo desnudo todavía brillando por el sudor y los rastros del placer desbordante que había compartido con Jason.
Su pecho subía y bajaba lentamente, recuperando el aliento tras horas de entrega. Jason dormía a un lado, su brazo todavía descansando sobre la cadera de Roxana, como si temiera que pudiera escapar de su lado.
Pero ella abrió los ojos cuando sintió que Alejandro se acercaba. Su esposo estaba de pie junto a la cama, observándola.
Su mirada recorría cada centímetro de su cuerpo desnudo, deteniéndose en la piel enrojecida, en las marcas de las manos de Jason sobre sus muslos y caderas, en el rastro húmedo y brillante que se deslizaba desde su sexo hasta sus muslos, marcando el camino que Jason había dejado en ella.
—Eres… preciosa.
La voz de Alejandro estaba ronca, cargada de deseo y admiración. Se inclinó hacia ella, apoyando una rodilla en la cama mientras sus manos acariciaban sus muslos abiertos.
Roxana tembló cuando sus dedos se deslizaron suavemente por la piel húmeda, recogiendo con delicadeza el semen tibio que todavía goteaba entre sus nalgas.
—Aún puedes sentirlo en ti, ¿verdad? —susurró Alejandro, deslizando los dedos hacia arriba, separando con cuidado los labios de su sexo, notando cómo todavía estaba abierto, escurriendo y sensible por las embestidas de Jason.
Roxana gimió suavemente, cerrando los ojos al sentir el roce de su esposo. —Sí… aún siento todo lo que me hizo —susurró, mordiéndose el labio.
Alejandro llevó los dedos humedecidos a uno de sus senos, embarrando la aureola, el pezón y se lo llevo a su boca, saboreándolo lentamente mientras la miraba a los ojos. —Te ves increíble así… —susurró, inclinándose para besarla con hambre.
El beso fue profundo, desesperado. Roxana se arqueó hacia él mientras Alejandro bajaba por su cuello, besando y mordiendo suavemente la piel marcada.
Su boca descendió hasta sus senos, atrapando un pezón entre los labios mientras sus manos exploraban su cuerpo sin reservas. Cuando deslizó la lengua entre sus muslos, Roxana jadeó, abriéndose más para él. —Alejandro… —gimió, enredando los dedos en su cabello mientras él lamía con lentitud sus piernas.
—Quiero probarte… toda. —Su voz era un murmullo contra su piel. Sus labios y lengua limpiaron cada centímetro de su piel, saboreándola como si fuera un elixir prohibido, mientras Roxana se retorcía bajo él, perdida entre la vergüenza y el deseo renovado.
Jason, despertando por los sonidos de placer, sonrió al ver la escena. Se acercó a Roxana por detrás, cubriendo sus hombros desnudos de besos suaves mientras Alejandro continuaba explorándola.
—Mon amour… —susurró Jason al oído de Roxana, sus manos acariciando sus senos mientras Alejandro seguía devorándola entre sus piernas.
Roxana se estremeció entre sus dos hombres, entregándose de nuevo al placer mientras ellos la adoraban como la diosa que era.
Es hermoso poder hacer realidad nuestras fantasías. Me late el corazón ante lo imaginado pero desconocido.El ritual de desnudarnos siempre me hace temblar un poco.
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